I
“¡EOOOOHHH! ¿HAY ALGUIENNNN?”. Para que luego
digan. Que no me pueden dejar solo. Que solo soy peligroso. Y lo primero que
hacen es irse todos sin avisar. Y dejarme sin nadie. Ese ruido que he escuchado
desde el corral era la puerta de la casa que se cerraba. Mi madre habrá ido a
algún recado. Pues bueno. Ya volverá. A ver, a ver… yo sigo con lo mío. Hoy
quería cocinar algo en el paellero. Y para cocinar, ¿qué necesito?. Fuego. Y
para el fuego, un poco de leña. En ese cajón hay unos listones. Los voy
colocando. En forma de cono, en perfecto equilibrio, como si fuera una tienda
india. Y para encender la leña, cerillas. Dónde. Ahí. En el estante. Cachis, no
llego. Me subo a la silla. Ahora sí. RASSSSS. Una llamita. Ufff, cuidado que me
quemo el dedo. De abajo a arriba. Ya huelo el humo, ya. Oohhh, ohhhh, ohhhh… se
apaga. Claro, la leña húmeda no prende. Pienso. Qué hago. Voy hacia dentro. Con
mi visión láser, inspecciono las habitaciones. A izquierda, a derecha, busco
objetos de madera seca. Que no sirvan, por supuesto. Ajajá. ¡Ahí hay algo que
puede servir! El bastón de la abuela. Ella no lo usa. Cuando se lo regalamos,
se cabreó y dijo que no lo quería. Madera más seca que ésa, imposible. Queda un
poco largo. Y como espada no me sirve. Habrá que partirlo. Misión búsqueda
finalizada. ¡Espera, no! El periódico también me viene bien. Es de hoy, pero ya
lo han leído… y para lo que dice…. Rellenaré la tienda siux con bolas de papel:
una, dos, las que me quepan. ¡Adelante,
ahora sí que sí!. RASSSSSS. Una llamita. Ufff qué calorcito, cómo prende… qué
bueno. Lo que decía, para cocinar necesito fuego, que ya lo voy teniendo. Pero
para cocinar también necesitaré comida. PIIII, PIIIII, CHUCUCHUCUCHÚ… ¡Voy para
la nevera!
II
Esto tiene que tener magia. Si cojo el cable, y lo
meto en el enchufe, la tele va. Si no, no. Después de quitarlo y ponerlo diez
veces, lo tengo comprobado. Es así. Me he ido a por una linterna. Y he enfocado
dentro de esos dos agujeritos. A ver qué hay dentro. Tiene que haber algo. Es
un misterio. Por mucho que enfoco, no veo nada. Arrimo el ojo, pero no me es
posible ver qué es lo que hay ahí dentro. Me cruzo de brazos. Cómo lo puedo
averiguar. Cómo. Voy para allá. Mis dedos directos. De momento no me caben. Si
ponen en marcha la tele, ¿me dará energía a mi también? Voy a ver cómo los pongo
de otra manera. MMMM. “¡NAPOLEÓONNNNN!!!!!”.
“Qué pasa mami, estoy investigando, a
qué viene ese grito, me has asustado”.
III
Quiero pasar por el pasillo. Pero no quepo. Está
mi padre subido a una escalera, en medio. Va a cambiar una bombilla del plafón.
Yo pienso: queda la otra, porque son dos. Y él parece que no atina. Yo quiero
ayudar. “Así está muy oscuro y no te ves,
papá… por qué no le das a la luz. No te
preocupes que ya le doy yo”. CLIC.
IV
Si esto que ha pasado esta mañana lo contaran en
un tebeo, la gente se tiraría por el suelo y se mearía de la risa viendo los
dibujos. Pero aquí no se ríe nadie. Esto no tiene nada de gracia. Y yo no lo he
hecho queriendo. Intento preguntar a mi padre, cómo está, porque le han tenido
toda la tarde en el hospital, y acaba de llegar. No me contesta. Respira hondo,
se duele del brazo escayolado. En esa corteza tan blanca y tan dura es donde le
he pedido me deje escribir mi nombre con rotulador. N-A-P-O-L-E-Ó-N. Él cuenta
hasta diez. Y si su mirada tuviera los poderes láser de la mía, me habría
fulminado. Ahora mismo yo sería sólo un montoncito de carbonilla.
V
Las dos de la madrugada. Dicen que no, pero yo ya
lo entiendo todo. Anoche, cuando ellos creían que yo dormía, lo hablaban. Por
culpa de esto, mi padre no puede terminar los encargos que tenían. Y si no hay
encargos no se cobra. Y si no se cobra, no se tiene dinero para pagar lo que
viene. Y lo que es peor, no se tiene ni para comer. Ella lo animaba, no te
preocupes, pediremos a mis padres, o sea, a los abuelos. Y él seguía triste,
muy triste, otra vez ellos no, no y no me da la gana. Cuando se han asomado a
mi habitación he cerrado mucho los ojos, haciéndome el dormido. Pero estoy muy
despierto. Y muy preocupado. Todo lo que pasa es por culpa mía. Aquí toca solucionar esto.
Arrimando el hombro. Como sea. No sé cómo. Pienso. Pienso. Escucho los
ronquidos de la habitación de al lado. Duermen. Los dos. Es mi hora. Mi
momento. Me levanto. Y salgo de puntillas.
VI
Abro la puerta que desde casa da al taller.
Chirria. Utilizaré toda mi magia. Me arrimo a la pared, rodeando la furgoneta.
Alguien tendrá que repartir los trabajos de mi padre. ¡Aquí está el tío! ¡Aquí
está Napoleón! ¡Aquí estoy yo mismo!. Busco cojines. Los subo al asiento del
piloto. Me siento encima. Jo, qué volante más largo. Llaves puestas. Esto cómo
va. BROOOOM. No arranca. BROOOOOM, BROOOOOM. ¡Ahora sí que sí!
Traca-traca-traca, el motor sigue al ralentí. Le pido que sea silencioso, que
no haga, ruido. Y que me espere en marcha. Puf, puf, cuánto humo tira el tubo
de escape. Avanzo hacia dentro. Doy al interruptor y se encienden parpadeando
los tubos fluorecentes. Les digo que no hagan mucha luz, que no pueden
despertar a mis padres. Ahora me fijo. Hay un par de puertas y cuatro ventanas
sin terminar. Paso revista a las herramientas, que están todas colgadas en la
pared, en su sitio. Al martillo le pediré que pegue como sabe. Al
destornillador que atornille. Al serrucho que corte. Mañana, mi padre, cuando
venga, y lo vea todo acabado, alucinará. Y yo pondré cara de no saber nada de
nada. Hale hop. “Martillo, golpea”. No, no se mueve. Tendré que animarlo. Lo
cojo. Busco clavos. Éstos. Empiezo. POOOOM, POOOM. Éste se me ha torcido. Éste
no vale. Éste no termina de clavarse. Chissssss. “¡NAPOLEÓNNNNN!”. Ufff. Me
pego en el dedo. Jopeta, cómo duele. Otra vez mi nombre a voz de grito. Nunca
me llaman en tono normal. Siempre, siempre me gritan. Glup. Me han pillado con
el carrito del helado. Mi padre mira alrededor. Un poco de zafarrancho sí hay.
Se suponía que él no tenía que aparecer tan pronto. Aquello que mira ahora es
el bote de cola, que se me ha caído antes y se ha desparramado un poco. Luego,
él, ha pisado por encima. “Yo sólo quería ayudar”. Lo digo casi entre pucheros.
Me quedo petrificado. Cuando pensaba que, esta vez sí, esta vez me venía encima
el primer guantazo de mi vida, lo que me ha venido de él, ha sido un enorme abrazo.
Espachurrante. Eso será por el influjo del electrocuto del enchufe. Me pregunto
qué me habría dado si en vez de este panorama, con todo a medias, mi padre
hubiera entrado, según mi plan, unas horas más tarde, y se hubiera encontrado
con su trabajo bien acabado.
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