I
Ella me abre. “Yaya.. ¿qué hace el yayo?”. Ésta es
una de esas tardes aburridas en las que me he dicho, sí, por qué no, voy a casa
de mis abuelos, meriendo y paso el rato. Con el dedo índice me indica que baje
el tono de voz, “…chissss… está encerrado en el despacho… nunca se las ha visto
tan gordas”. “¿Síiii y por qué?”. Al fondo de la casa escucho su voz engolada. Ella
me cuenta: “…le han encargado que este año sea el mantenedor en la exaltación
de la Reina de las Fiestas”. Mmmm…. Qué interesante. “…y como no sabe decir que
no… ahora que lo tiene encima… está que no duerme de los nervios y brama porque
dice que no está inspirado”. Pego el oído a la puerta. No abro para no interrumpir.
Voz en modo discurso. Enardecida. Me cautivan sus palabras. Ahora está
recitando una poesía a la Reina. Resulta que es Camila. Yo la conozco. Vive en
mi calle. De repente, poooom, golpe
encima de la mesa, “¡NO, NO, NO, ASÍ NO!”, folios rasgados, raassss, rassss. Él
abre, yo me voy para dentro de morros, porque me estaba apoyando con todo mi
peso. Él se sobresalta. “¡Renato!”. Le envío mi sonrisa desarmadora. Él resopla,
aplacado. A mí me ha impresionado su “orationem interrumpunt”. Mucho. “Hablas
muy bien, yayo”. Un gruñido como respuesta. No le sale como pretende. “…yo te
puedo ayudar”. Contiene la carcajada. Me reafirmo: “…yo podría escribirte unas
líneas”. Mano en la barbilla. Bien: Eso es que está sopesando mi propuesta.
Mirada al techo. Al reloj de la pared. “…es este Sábado: quedan tres
días”. “..me sobran dos”, digo con
autosuficiencia. “…de perdidos, al río”, concede. Me levanto de un salto.
Escapo a todo correr. “¡Ehh…! ¿Y la merienda?”. “¡Ahora no tengo tiempo,
yaya!”. Corro de vuelta hacia mi casa, a empezar a escribir algo para el
discurso antes de que se me escapen un par de ideas que ya me rondan en la
cabeza.
II
Observo a Camila. Sabe que la miro. No tengo más
que fijarme en su lado bueno. Para realzarlo. Para destacarlo. Me cruzo con
ella. La saludo, yo que hasta ahora no le había dicho nunca ni un hola, y sigo
mi camino. Estos son mis mimbres: Amor a
la tierra que nos vio nacer. Belleza. Flores: todas las de un tratado de botánica. El olor a
azahar hay que mentarlo. Sueños. He repetido la asociación “sueños y deseos
cumplidos” varias veces. Esfuerzo. Constancia. Pedazo de panegírico que me está
saliendo. Repaso lo escrito. Diez folios. Lo recito frente al espejo. Me
parezco al yayo. A mucha honra. Miro el reloj. Justo de tiempo. Cuadro las
hojas. Corro, vuelo y fundo su timbre. “Pero oye, ¿tú te has creído que estamos detrás de la
puerta?”, me reprende ella. Me cuelo. Entro sin llamar. Le tiendo las hojas.
Satisfecho. Con mi misión cumplida. Se pone sus gafas de ver de cerca. Espero
su reacción. Lee en silencio. Espero más. Al final, me mira y exclama: “¡Jo,
Renato, qué letra más mala tienes!”.
III
Es el día. Es su momento. He mirado al cielo para
pedir a las nubes una tregua, porque por la tarde ha caído la mundial. Las
sillas de plástico alineadas en la plaza aún están mojadas. Estoy como una
sardina, arrimado a la pared. No cabe más gente. Qué percha tiene el yayo con
ese traje nuevo. Los focos se centran en él. Parece que nos va a nombrar uno
por uno a todos los presentes. Desde el excelentísimo señor alcalde hasta la
señora que se apoya en la farola de la esquina. Un hilillo de sudor corre por
su mejilla. Uffff. “¡Silencio, coño!”, grito. Es que me da rabia que la gente
parlotee, jijijí, jajajá, sin prestar
atención a lo que él dice. Ahora, ahora habla del orgullo de ser de Mediavilla.
Arranca tímidos aplausos. Bien yayo, bien. Me va el corazón a mil. Como si
fuera yo el que estuviera ahí, en el estrado. Ahora, ahora habla de lo mucho
que nos une; y que es lo que nos distingue y nos diferencia del resto. Dicción.
Sentido. Oratoria in crescendo. Suena una ovación amplificada por las paredes
de la casas. Lo borda. Camila, sentada en un trono, empieza a escuchar las loas
de mi yayo, con los ojos muy brillantes. Sí: Él alcanza y toca su fibra. Se
transfigura. Remata y concluye. La gente se rompe las manos aclamando al
mantenedor. “Éste, éste es mi yayo”, digo a mis amigotes, reventado de orgullo. Él no ha pronunciado ni
una sola palabra, ni media, de lo que yo
le preparé, pero yo, con la emoción a flor de piel, sigo repitiendo diez, cien
veces, como si ellos no lo supieran ya: “éste es mi yayo”.
XIV
…hay episodios en la vida de uno que marcan para
siempre. En aquel lejano Acto de Exaltación de la Reina de Mediavilla, yo supe
que me quería dedicar a esto. Así que, cuando esta tarde mi padre me ha
preguntado, “hijo… ¿y tú ya sabes lo que vas a estudiar?”, yo le he contestado
que sí, que quiero ver y poner de relieve el lado bueno de las personas. Que
todas lo tienen. Es normal la cara que ha puesto. Se preocupa por mí. Creo que
no me ha entendido aún muy bien, porque lo primero que ha preguntado es: “¿y de
eso se come?”.
XXXVI
Me han admitido en la High Adulation School.
¡¡¡¡EUREKAAAAAA!!!!!
XLVII
Ahora reconoce mi padre que no le hacía mucha
gracia que me dedicara a esto. Que no lo veía. Pero que está orgullosísimo de
mí. Que cuenta de mis andanzas por medio mundo. Que se me rifan. Que tengo
listas de espera. Que un montón de gente quiere y necesita que les destaque su lado bueno. Hoy, que he
vuelto a casa para hacer un alto en el camino y tomar aliento por un par de
días, me he emocionado con el recibimiento. ¡Me están cebando! ¡La de siglos
que hace que no comía así! Después del café nos hemos sentado frente a la tele,
él y yo. La siesta me llamaba a gritos. Cuando el sopor me invadía, mi padre,
entonces, me ha tocado el brazo y me ha dicho: “Oye, Renato… de nosotros, de tu
madre y de mí, nunca dices nada… ¿es que no nos ves ningún lado bueno?”.
LVIII
Nunca me había pasado en toda mi trayectoria
profesional. Hasta hoy. Lo he estudiado a conciencia. A fondo. Es verdad que Gary
Chichone me paga muy bien por el informe. Pero ni en su pasado. Ni en su
presente. Ni en su entorno cercano. Ni siquiera en el lejano. No he encontrado
nada. No hay vestigios. Me ha citado hoy para que le dé las conclusiones. Ahora
cuando entre le diré que le devolveré lo
que me adelantó, porque, en él, no he advertido nada que valga la pena.
LIX
En lugar de montar en cólera porque no he sido
capaz de destacar en él un atisbo positivo, Chichone ha sonreído cínicamente.
Encima eso, se jacta de ser un capullo integral. “…oye, Renato… ¿y no has
pensado en dar un giro a tu profesión y dedicarte a encontrar y destacar el
lado malo de la gente?”. La propuesta me ha pillado a contrapié. “…yo te
pagaría mucho más de lo que puedes estar ganando por un peloteo de los que
ahora haces si lo cambiaras por una crítica borde, a mala leche, hacia quien yo
te dijera…”. Trago saliva. Lo doy por no oído. Como soy educado, me despido de
Gary Chichone, y salgo a toda prisa por donde he venido.
LXX
Athina me ha escuchado. He empezado con parabienes
porque es como es. Me he enorgullecido de, en estos años, conocerla bien.
Cuánta bondad. Cuánta generosidad. Cuánta belleza. Me he ido acelerando. Porque
estamos los dos solos, si no, lo gritaría a los cuatro vientos. Se ruboriza.
“…mejor déjalo en un susurro”. Sólo verdades salen de mi boca. Ella contiene ahora
la respiración. Acabo de pedirle que salga conmigo. Me puede la emoción. Espero
su respuesta. Sé que sí… que siente… Me mira. “…Renato… con la experiencia que
tú tienes, echando flores a todo el mundo a todas horas, lo que me acabas de
decir, eso, eso… se lo dices a todos”. Jarro de agua fría. Athina se levanta. Se
va. Me deja. Nos quedamos ambos, lo sé, inundados por una infinita pena.
LXXXI
Ploooom. Abro la puerta de un empujón. Entro sin
llamar. Chichone se sorprende al verme. Lo disimula, pero lo disimula mal.
“¿Cuándo empiezo?”, le pregunto. A bocajarro. Tiene la sonrisa torcida. “Cuando
quieras”. “Ya entonces”. Salgo de ahí como una exhalación. Sí. Me he pasado al
lado oscuro. Y a la “fuerza”, que le den.
XCII
Las críticas que más escuecen, lo sé, son las que
provienen de alguien que te importa o te ha importado. Llevan veneno. Me
muestro implacable. Ya domino los adjetivos despectivos como nadie. Soy un
generador de odios y resentimiento. Y qué. Me da igual. Sólo digo verdades. Y
las pregono. El mismo Chichone fue blanco de mis dardos. Lo puse a caldo, lo
envié a pastar y lo hundí en su miseria. Luego me fui con otro que me paga aún
más. Cruzo la calle para no toparme con ella de cara. Athina hace lo mismo.
Tengo, tendré que parar. Saludar. No hay sonrisa. “Renato… ¿qué ha sido de tu
lado bueno?”. Bajo la cabeza. No respondo al reproche. Antes de seguir su
camino y yo el mío, añade: “¡…estás amargado!”. La sigo con la mirada cargada
de nostalgia. Ustedes, lectores de mi relato, cuiden mucho sus comentarios
hacia mí. Se arriesgan a que yo les tome la matrícula y les haga blanco de mis
próximas críticas de mierda.
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