Acalorado. Así llega Sacha. Con la palma de la
mano, se enjuga el sudor de la frente. Mira. Fija la vista. Advierte que Edurne
ya está allí, sentada en el banco de la avenida, con cara de aburrida. Se lanza
a la carrera. Ufffff. Frena en seco. Casi derrapando. “¡Ya me iba!”, le reprende
ella enseñándole la hora en el reloj. “Disculpa”, se justifica él resoplando, “tu
hijo mayor tiene la culpa… le quedaban por hacer unos problemas de Física Cuántica
y se los tenía que revisar ahora, precisamente ahora”. Se sienta a su lado. “En eso se te parece,
Sacha”. “¿En que es muy bueno en Física Cuántica?”. “No, no: en que lo deja también
todo para el último minuto”. “Bueno… yo todo, todo no lo dejo… al final siempre
llego a tiempo”. Silencio. Mirada con mirada. Gana ella. Él baja la cabeza. Reconoce:
“…bueno, vale: llego a tiempo CASI siempre”. “Además, tú tampoco eres tan bueno en
Física Cuántica”. “Edurneee, por favor, no me saques ahora que yo me copiaba de ti en
los exámenes”. Sonríen. Pausa. Él retoma el tema: “…tienes que estar preparada,
porque éste, cualquier día se nos va de casa”. “…oye, a lo mejor, el que no
está preparado para eso eres tú”. Él se
rehace del toque en la línea de flotación: “Bueno: al ritmo que lleva la
chiquilla trayendo libros a casa, al final los que nos vamos a tener que ir somos
todos porque no quedará pronto ni un centímetro cuadrado libre”. “Eh, eh, que tú
siempre has dicho que los libros no te dan pena, no te quejes”. “Ya… pero es
que están hasta debajo de la cama, en el pasillo, amontonados al tuntún… pero
es que aún no ha terminado de leer uno y ya ha traído tres…”. “…pues, chico, tendremos que vivir en una casa más grande…”. “¿He
oído bien? ¡Si no la tenemos ya es porque tú no quieres!”. Mirada con mirada.
Gana ella de nuevo: él parpadea primero. “¿Necesitas una casa más grande, Sacha?
¿Quieres un coche nuevo? ¿No quedamos en que era esto lo que buscábamos?”. “Hm,
hm: esto era lo que queríamos”, acepta él. Ella lanza un suspiro. “Bueno… Se hace
la hora de volver al trabajo”. “Bufff, mi hora también”. “Qué asco. Cualquier
día mando a todos los de la oficina a freír espárragos”. “El día menos pensado
yo hago lo mismo”. “Veremos qué hacemos entonces”. “Sí: Veremos en qué pensamos”.
Un gesto, apretando los labios, a modo de despedida. “Nos vemos luego… en casa”.
Otro con la mano, ligeramente levantada. Un silencio comprometido. “¿Sacha? Me
ha gustado mucho la rosa que me has dejado esta mañana”. La saca de la bolsa. Muestra
la flor. “Amarilla, como a ti te gustan”, apunta él, azorado, como si no la viera. “Gracias...”, le dice ella en un susurro.
Dan uno, dos, tres pasos en direcciones opuestas. Ahí se giran a la vez. Faltaba aún una
pregunta. “Mmmm… Edurne… ¿a ti también te han dado una carta de la dirección?”.
Afirmativo. Ella encoge los hombros, con un expresivo: “Veremos qué hacemos”.
Él lo suscribe convencido: “Sí: Veremos en qué pensamos”.
* * * * *
Asunto: Peligros de
una imaginación exacerbada.
Queridos padres de Edurne...
* * * * *
Asunto: Peligros de
una imaginación exacerbada.
Queridos padres de Sacha…
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