martes, 12 de agosto de 2014

El perdedor

 
I
Reconozco un poco que sí, que si no fuera por el tazón de chocolate no iría tan a menudo a ver a la abuela Juliana. No he probado otro igual en mi vida. Mientras yo paso los canales con el mando de la tele, ella aparece en la salita con una bandeja. Hmm… ya huele por toda la casa. Menudo pulso. Menudo equilibrio. La taza hasta el borde y no se le sale ni una espesa gota. Yo, aunque sé que me voy a quemar el gaznate, no puedo esperar, tengo que dar ya el primer sorbo. ¡Arrrggg, lo sabía: que me quemo…!  “Qué marca es, abuela, qué le pones…”. “No es ninguna marca, Eleazar… lo preparo siguiendo una receta que me enseñó mi madre cuando yo era pequeña…´”. Ya luzco un hermoso bigote marrón por encima del labio. “…pues me la tendrás que pasar a mí, porque yo, esto, quiero aprender a hacerlo…”. Ella se sienta frente a mí.  “¿Y tú no lo tomas conmigo? ¿No lo pruebas? ”. Se mira el estómago. “A mí no me hace mucha falta”. No es para tanto, es una exagerada. Me observa y me repasa de arriba a abajo. “¿Y tu reloj?”. Vaya. Se ha dado cuenta. En la muñeca queda la marca blanca del sol. “…mmm… no sé dónde está… me parece que lo he perdido”. Gesto de resignación. Era un regalo suyo. Me lamento: “Uffff, yo estoy ya harto, harto, harto. ¿Por qué pierdo tantas cosas, abuela?”. Creo que me va a decir que porque no me fijo, porque soy un despiste, porque siempre voy pensando en la luna. En vez de eso, me responde: “…porque es tu sino, hijo, por eso”. Qué. Cómo. Qué dice. “¿Cuántos años tienes. Eleazar?”. Vaya pregunta. Lo sabe. “El mes que viene, quince”. Pone sus manos regordetas encima de la mesa redonda. “…acábate el chocolate, chico… creo que te lo tengo que contar…”.
II
Ésta es mi casa.  Aún huele a nueva. Hay alboroto. Luces encendidas a estas horas de la madrugada. Trajín en la escalera. Las vecinas dicen que Juli “ya, ya”. Juli es mi madre. Bueno, está a punto de tenerme. Mi padre ha bajado las escaleras de dos en dos, en busca de la comadrona. Mi abuela ha cerrado la puerta a las curiosas que querían colarse. Ya les dirá la buena noticia cuando toque. ¡Serán cotillaaaaas! Se asoma al balcón una y mil veces. Con angustia. Este hombre no viene, no viene, dónde se habrá metido. A mi madre la calma, todo va bien, mi niña, todo está en orden. Ahí lo ve llegar. Ya era hora. La bronca que se va a llevar es de monumento histórico. Abuela Juliana, por qué me cuentas todo esto. Lo cuentas muy bien. Parece que estoy viendo, ahí con todo lujo de detalles, en primera fila, cómo vine al mundo. “Chisssss”, me dice ella, “tú escucha y calla”.
III
Manos al cielo. Pero… ¿y Transi la comadrona, se puede saber dónde está? Mi padre, sin fuelle, dice: “…que ha dicho que siendo Juli primeriza, tengamos calma y paciencia, que viene enseguida”. Doble ración de reprimenda. Por la derecha, mi abuela. Por la izquierda, mi madre. Mi padre se defiende. “¡Pero me he encontrado con alguien mejor!”. Le quitan la palabra. “No necesitamos a nadie mejor: ¡necesitamos a la co-ma-droooooo-na!”. Luego le inquieren. ¿Alguien mejor? Él, bajito, y rogando silencio con el dedo lo cuenta: “Un hada. Un hada que me dijo que se pasaría por aquí”. ¿Cómo dices que dijo, abuela? ¿UN HADA? Ella asiente. “Has oído bien, Eleazar, un hada”.
IV
Jo, qué pulmones tiene el chiquitín. Cómo brama. Eso es que tiene hambre. Huuuyyy, qué ricura. Qué guapetón. Toda la cara de su madre. Y cómo pesa. Ahora ya, si quiere, la comadrona que no venga. Para qué. No hace falta. Gu, gu, gú, gú. Mi padre se ha tenido que sentar. Le ha dado  algo, un vahído. No puede ver sangre. Mi abuela controla la situación. Arremangada. Palangana va, palangana viene. Mi madre descansa. Llaman a la puerta. Mi abuela, omnipresente, va a abrir. “…será la comadrona”. Pero no. Detrás aparece una mujer blanquísima. De arriba abajo. Se cuela. “Sapiña, te dije que vendría…”. Llama a mi padre por el apellido. Él la señala, “es ella, es ella”. Mi abuela, con todo su genio, queda paralizada. Se cuela más. ¡Abuela! ¿Se acerca a mí? ¿Quién era? ¿Quién? “El hada, Eleazar, el hada”.
V
Con su dedo, con su varita, ante todos los ojos atónitos, hace que yo deje de llorar. Ése es el primer milagro. Imprescindible para que los presentes pudieran escuchar lo que va a decir a continuación. “Oooohhhhh, pero qué niño tan guapo”, se encanta el hada. Llaman a la puerta insistentemente. POOOM, POOOM. “La comadronaaa”, dice Transi para que le abran. Las vecinas ya se encargan, ya, de anunciarle que han escuchado potentes lloros. Aglomeración en la escalera. Dentro, un silencio tenso. Mi madre. Mi padre mareado. Mi abuela. El hada. Y yo. Ya estamos todos. “….te dije que le enviaría un encantamiento al bebé y lo voy a hacer muy gustosamente…”. Pánico en la sala. “No temáis. No es nada malo”. Pánico, pánico es poco. “….ELEAZAR, ELEAZAR VAS A SER GUAPO”. Sonrisas. Bien. “…ELEAZAR, ELEAZAR, VAS A SER MUUUUY INTELIGENTE”. Bravo. Como si les hubiera tocado la lotería. “…. ELEAZAR, ELEAZAR, VAS A SER MUUUUY BUENO”. Bingo. Qué padres no desean ese trío de virtudes para sus hijos. Pedazo de hada, mi hada. “…pero…”. ¿Ha dicho “pero”? “…pero… ELEAZAR, ELEAZAR… VAS A SER UN PERDEDOR…”. Palidecen. ¿Han oído bien? Pero, ¿esto qué es, un hada o una bruja? Cagüen. Mi padre se pone en pie. Mi abuela se le quiere tirar encima. El hada o lo que sea, entonces, matiza: “…UN PERDEDOR DURANTE LA PRIMERA MITAD DE TU VIDA, YA QUE DURANTE LA SEGUNDA PARTE, ENCONTRARÁS TODO AQUELLO QUE HAYAS PERDIDO ANTES... ¡QUE ASÍ SEA!”.  Plaaam. Varillazo que te crió en todo mi frontis. La abuela Juliana traga saliva y se queda en silencio. Se está quedando conmigo mi abuela.
VI
Vuelvo a casa con el estómago pesado. Me ha sentado un poco mal el chocolate. Tres tazas son muchas tazas. La próxima, sólo dos, por favor. Menuda es mi abuela Juliana. Siempre le ha gustado mucho contar cuentos. Fabular. Tiene la casa llena de libros. A mí nunca me ha querido dejar uno. Dice que se los pierdo.
VII
Je, no me puedo quitar de la cabeza la historia que me ha contado mi abuela esta tarde. Cada vez ella está peor. Según salía por el pasillo, le he preguntado: “¿Y por qué mi padre se fue de casa?”. ¿Su respuesta? Nada menos que: “No, Eleazar, él no se fue… Lo puso tu madre de patitas en la calle el día que tú, a tus tres añitos, perdiste el peluche del pájaro loco”. 
VIII
¿Dónde narices he puesto la receta del chocolate que me ha dado hoy mi abuela?
CCIX
Ya está todo dicho. No me ha importado ponerme de rodillas, decirle a Gala que se quede. Ella ha vuelto a repetir un “tiene que ser así, Eleazar”. No puedo creerlo. Me quiere. La quiero. ¡Y se va! La pierdo, sí la pierdo. No puedo creerlo.
CCCX
Recojo el sobre. Me levanto. Cuando ya estoy fuera, el de personal, me llama. Yo me asomo de nuevo. “Eleazar… no entiendo tu reacción… estás perdiendo tu empleo… y parece que a ti te da igual…”. Una vez me contaron que un hada me dio tres dones: belleza, inteligencia, bondad… y que al tiempo, sería un perdedor. No sé por qué recuerdo ahora esos cuentos de mi abuela Juliana. Eran sólo cuentos. Al de personal ni le contesto. Salgo con mi finiquito en el bolsillo de la chaqueta. He perdido mi trabajo, como otros cinco millones de personas más en este país.
CDXI
En picado y caída libre. Así voy. Hoy me embargan. En esta espiral trágica, hoy pierdo la casa donde nací y crecí. Donde he vivido estos cuarenta y dos años que me contemplan. Uffffff. Antes de que vengan y me tiren, ya me voy yo. Los vecinos se asoman y miran como si no se asomasen ni mirasen. A modo de despedida, recorro cada una de las habitaciones. El pasillo. La cómoda del recibidor. Esa cómoda… la muevo. Detrás, polvo y ácaros con solera. Detrás, papeles.. eh… ese papel… ¡SI ES LA RECETA DEL CHOCOLATE DE MI ABUELA! No puedo creerlo. Sí, sí, sí. Me froto los ojos. Lanzo un grito. Otro. Los de los otros portales piensan que me he trastornado del todo. Es que ahora canto a todo pulmón, “¡HADA CABRONA, OÉ, OÉ, OÉEEE!”.

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