I
Reconozco un poco que sí, que si no fuera por el tazón
de chocolate no iría tan a menudo a ver a la abuela Juliana. No he probado otro
igual en mi vida. Mientras yo paso los canales con el mando de la tele, ella
aparece en la salita con una bandeja. Hmm… ya huele por toda la casa. Menudo
pulso. Menudo equilibrio. La taza hasta el borde y no se le sale ni una espesa
gota. Yo, aunque sé que me voy a quemar el gaznate, no puedo esperar, tengo que
dar ya el primer sorbo. ¡Arrrggg, lo sabía: que me quemo…! “Qué marca es, abuela, qué le pones…”. “No es
ninguna marca, Eleazar… lo preparo siguiendo una receta que me enseñó mi madre
cuando yo era pequeña…´”. Ya luzco un hermoso bigote marrón por encima del
labio. “…pues me la tendrás que pasar a mí, porque yo, esto, quiero aprender a
hacerlo…”. Ella se sienta frente a mí. “¿Y
tú no lo tomas conmigo? ¿No lo pruebas? ”. Se mira el estómago. “A mí no me
hace mucha falta”. No es para tanto, es una exagerada. Me observa y me repasa de
arriba a abajo. “¿Y tu reloj?”. Vaya. Se ha dado cuenta. En la muñeca queda la
marca blanca del sol. “…mmm… no sé dónde está… me parece que lo he perdido”.
Gesto de resignación. Era un regalo suyo. Me lamento: “Uffff, yo estoy ya harto,
harto, harto. ¿Por qué pierdo tantas cosas, abuela?”. Creo que me va a decir
que porque no me fijo, porque soy un despiste, porque siempre voy pensando en
la luna. En vez de eso, me responde: “…porque es tu sino, hijo, por eso”. Qué.
Cómo. Qué dice. “¿Cuántos años tienes. Eleazar?”. Vaya pregunta. Lo sabe. “El
mes que viene, quince”. Pone sus manos regordetas encima de la mesa redonda. “…acábate
el chocolate, chico… creo que te lo tengo que contar…”.
II
Ésta es mi casa. Aún huele a nueva. Hay alboroto. Luces
encendidas a estas horas de la madrugada. Trajín en la escalera. Las vecinas
dicen que Juli “ya, ya”. Juli es mi madre. Bueno, está a punto de tenerme. Mi
padre ha bajado las escaleras de dos en dos, en busca de la comadrona. Mi
abuela ha cerrado la puerta a las curiosas que querían colarse. Ya les dirá la
buena noticia cuando toque. ¡Serán cotillaaaaas! Se asoma al balcón una y mil
veces. Con angustia. Este hombre no viene, no viene, dónde se habrá metido. A mi
madre la calma, todo va bien, mi niña, todo está en orden. Ahí lo ve llegar. Ya
era hora. La bronca que se va a llevar es de monumento histórico. Abuela
Juliana, por qué me cuentas todo esto. Lo cuentas muy bien. Parece que estoy
viendo, ahí con todo lujo de detalles, en primera fila, cómo vine al mundo. “Chisssss”, me dice
ella, “tú escucha y calla”.
III
Manos al cielo. Pero… ¿y Transi la comadrona, se
puede saber dónde está? Mi padre, sin fuelle, dice: “…que ha dicho que siendo
Juli primeriza, tengamos calma y paciencia, que viene enseguida”. Doble ración
de reprimenda. Por la derecha, mi abuela. Por la izquierda, mi madre. Mi padre
se defiende. “¡Pero me he encontrado con alguien mejor!”. Le quitan la palabra.
“No necesitamos a nadie mejor: ¡necesitamos a la co-ma-droooooo-na!”. Luego le
inquieren. ¿Alguien mejor? Él, bajito, y rogando silencio con el dedo lo
cuenta: “Un hada. Un hada que me dijo que se pasaría por aquí”. ¿Cómo dices que
dijo, abuela? ¿UN HADA? Ella asiente. “Has oído bien, Eleazar, un hada”.
IV
Jo, qué pulmones tiene el chiquitín. Cómo brama.
Eso es que tiene hambre. Huuuyyy, qué ricura. Qué guapetón. Toda la cara de su
madre. Y cómo pesa. Ahora ya, si quiere, la comadrona que no venga. Para qué.
No hace falta. Gu, gu, gú, gú. Mi padre se ha tenido que sentar. Le ha dado algo, un vahído. No puede ver sangre. Mi
abuela controla la situación. Arremangada. Palangana va, palangana viene. Mi
madre descansa. Llaman a la puerta. Mi abuela, omnipresente, va a abrir. “…será
la comadrona”. Pero no. Detrás aparece una mujer blanquísima. De arriba abajo.
Se cuela. “Sapiña, te dije que vendría…”. Llama a mi padre por el apellido. Él
la señala, “es ella, es ella”. Mi abuela, con todo su genio, queda paralizada.
Se cuela más. ¡Abuela! ¿Se acerca a mí? ¿Quién era? ¿Quién? “El hada, Eleazar,
el hada”.
V
Con su dedo, con su varita, ante todos los ojos
atónitos, hace que yo deje de llorar. Ése es el primer milagro. Imprescindible
para que los presentes pudieran escuchar lo que va a decir a continuación. “Oooohhhhh,
pero qué niño tan guapo”, se encanta el hada. Llaman a la puerta
insistentemente. POOOM, POOOM. “La comadronaaa”, dice Transi para que le abran.
Las vecinas ya se encargan, ya, de anunciarle que han escuchado potentes
lloros. Aglomeración en la escalera. Dentro, un silencio tenso. Mi madre. Mi
padre mareado. Mi abuela. El hada. Y yo. Ya estamos todos. “….te dije que le
enviaría un encantamiento al bebé y lo voy a hacer muy gustosamente…”. Pánico
en la sala. “No temáis. No es nada malo”. Pánico, pánico es poco. “….ELEAZAR,
ELEAZAR VAS A SER GUAPO”. Sonrisas. Bien. “…ELEAZAR, ELEAZAR, VAS A SER MUUUUY
INTELIGENTE”. Bravo. Como si les hubiera tocado la lotería. “…. ELEAZAR,
ELEAZAR, VAS A SER MUUUUY BUENO”. Bingo. Qué padres no desean ese trío de
virtudes para sus hijos. Pedazo de hada, mi hada. “…pero…”. ¿Ha dicho “pero”? “…pero…
ELEAZAR, ELEAZAR… VAS A SER UN PERDEDOR…”. Palidecen. ¿Han oído bien? Pero, ¿esto
qué es, un hada o una bruja? Cagüen. Mi padre se pone en pie. Mi abuela se le
quiere tirar encima. El hada o lo que sea, entonces, matiza: “…UN PERDEDOR
DURANTE LA PRIMERA MITAD DE TU VIDA, YA QUE DURANTE LA SEGUNDA PARTE,
ENCONTRARÁS TODO AQUELLO QUE HAYAS PERDIDO ANTES... ¡QUE ASÍ SEA!”. Plaaam. Varillazo que te crió en todo mi
frontis. La abuela Juliana traga saliva y se queda en silencio. Se está
quedando conmigo mi abuela.
VI
Vuelvo a casa con el estómago pesado. Me ha
sentado un poco mal el chocolate. Tres tazas son muchas tazas. La próxima, sólo
dos, por favor. Menuda es mi abuela Juliana. Siempre le ha gustado mucho contar
cuentos. Fabular. Tiene la casa llena de libros. A mí nunca me ha querido dejar
uno. Dice que se los pierdo.
VII
Je, no me puedo quitar de la cabeza la historia
que me ha contado mi abuela esta tarde. Cada vez ella está peor. Según salía
por el pasillo, le he preguntado: “¿Y por qué mi padre se fue de casa?”. ¿Su
respuesta? Nada menos que: “No, Eleazar, él no se fue… Lo puso tu madre de
patitas en la calle el día que tú, a tus tres añitos, perdiste el peluche del
pájaro loco”.
VIII
¿Dónde narices he puesto la receta del chocolate
que me ha dado hoy mi abuela?
CCIX
Ya está todo dicho. No me ha importado ponerme de
rodillas, decirle a Gala que se quede. Ella ha vuelto a repetir un “tiene que ser
así, Eleazar”. No puedo creerlo. Me quiere. La quiero. ¡Y se va! La pierdo, sí
la pierdo. No puedo creerlo.
CCCX
Recojo el sobre. Me levanto. Cuando ya estoy
fuera, el de personal, me llama. Yo me asomo de nuevo. “Eleazar… no entiendo tu
reacción… estás perdiendo tu empleo… y parece que a ti te da igual…”. Una vez
me contaron que un hada me dio tres dones: belleza, inteligencia, bondad… y que
al tiempo, sería un perdedor. No sé por qué recuerdo ahora esos cuentos de mi
abuela Juliana. Eran sólo cuentos. Al de personal ni le contesto. Salgo con mi
finiquito en el bolsillo de la chaqueta. He perdido mi trabajo, como otros
cinco millones de personas más en este país.
CDXI
En picado y caída libre. Así voy. Hoy me embargan.
En esta espiral trágica, hoy pierdo la casa donde nací y crecí. Donde he vivido
estos cuarenta y dos años que me contemplan. Uffffff. Antes de que vengan y me
tiren, ya me voy yo. Los vecinos se asoman y miran como si no se asomasen ni
mirasen. A modo de despedida, recorro cada una de las habitaciones. El pasillo.
La cómoda del recibidor. Esa cómoda… la muevo. Detrás, polvo y ácaros con
solera. Detrás, papeles.. eh… ese papel… ¡SI ES LA RECETA DEL CHOCOLATE DE MI ABUELA!
No puedo creerlo. Sí, sí, sí. Me froto los ojos. Lanzo un grito. Otro. Los de
los otros portales piensan que me he trastornado del todo. Es que ahora canto
a todo pulmón, “¡HADA CABRONA, OÉ, OÉ, OÉEEE!”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario