I
Septiembre. Otros años no, pero éste, yo tenía
muchas ganas de volver al colegio. De reencontrarme con mis compañeros de
equipo. Cruzo por la fila de los pequeñajos, que obstruye la entrada, y todos,
los nanos y sus papás y mamás, me
señalan, “¡eh, mira, mira!”, me llaman, me saludan. Ahora nos conocen como los “Portentos
de Mediavilla”. Je, je. En el hall, los profesores acuden a mi encuentro. Menudo
recibimiento. Saludos efusivos. Somos propaganda positiva para el Centro. Cuando
pase el tiempo, nos daremos cuenta de lo que hicimos. Un equipito de
circunstancias, sin ninguna aspiración, arrasando en las Jornadas Internacionales
de Disciplinas. Por detrás, van llegando. Guti. Qué alegría. Nos abrazamos. Hey,
ahí está Junco. Me suelta: “¡A ver cuándo te afeitas ese bigote, Lairón!”. Ya
empezamos. Él se ha estirado más aún. Y por fin, Ainara… madre mía, Ainara. Suena la sirena. No sabemos qué
decirnos, pero aquí estamos los cuatro juntos y, habiendo ya alcanzado la cima, dispuestos otra vez a repetir y dejar de
nuevo el pabellón en lo más alto.
II
El aula está en penumbra. Guti monta el caballete,
sitúa el lienzo, abre el maletín, y extrae los pinceles. Tiene su ceremonia. Se
enfunda su bata con manchurrones multicolores. Nosotros observamos en primera
línea. Y unos cuantos curiosos más, detrás, también. Con qué nos sorprenderá el
maestro. Agudiza la vista. Mezcla amarillos, ocres, naranjas, azules, verdes,
blancos. Uaaaaaa. Qué pasada de paisaje. Con qué facilidad lo ha trazado. Nos
deja boquiabiertos. Prorrumpimos en aplausos. Tenemos un gran genio con
nosotros. “Guti, éste para mí”, le pido. Los demás de la clase van pasando por
delante, asintiendo. Increíble. De pronto, escuchamos un “ESO LO HAGO YO”. Se hace
el silencio. Quién ha sido el atrevido. Quién. Da un paso adelante. Es Ari, uno
nuevo. ¿Tú? ¡Ja! Para troncharnos de risa. Anda ya. Qué bocazas. Guti se toca
la barbilla. Bueno. A ver si es verdad. Le muestra los pinceles. Los tubitos de
acrílico. “Inténtalo”. Ari se planta delante del caballete. A un paso del
ridículo. Oh, oh. Pinceladas. Perfilados. Oh, oh. En la mitad de tiempo. La
gente se queda pasmada. Muestra su obra.
Porque yo lo he visto. De verdad, no exagero. Nadie lo diría. Nadie
distinguiría el cuadro de Ari de la obra que antes había terminado Guti. Ari
hace un juego de malabares, el suyo adelante, el de Guti detrás y viceversa. Me
dice desafiante: “El mío también te lo puedes quedar”. Yo, que no sé cuál es
cuál, me quedo con dos palmos de narices.
III
Ha corrido la voz. Lo de Ari pintando como Guti.
Nosotros a lo nuestro, continuando nuestra preparación para las próximas
Jornadas. Nada ha de hacer que perdamos el norte. Hoy estamos con Ainara. Todos
estamos un poco enamorados de ella. Yo cambio el poco por mucho. En sus brazos,
una guitarra. Le hace hablar. Cómo mueve los dedos mientras entorna los ojos.
Cómo rasga las cuerdas. Cómo ha madurado esta intérprete. Borda “Entre dos
aguas”, del de Lucía. Mi piel transpira sensibilidad. Maldigo a todo aquel que
ahora tosa o respire fuerte siquiera. ¡BRAVO! ¡BRAVO! ¡BRAVO! Uffff, qué
momentazo. Aquí hay nivel. Hay calidad. Nos acercamos. Ella sale del trance. Está
eufórica. Sabía que era difícil. Por detrás, alguien levanta la voz y exclama: “ESO
LO HAGO YO”. Todos nos volvemos. Mosqueados. ¿Quién? ¿Quién? No podía ser otro.
Ari, el nuevo. No, hombre, no. No me toques lo que no suena. Nos lanza una
mirada retadora. Esperamos la reacción de Ainara. Se encoge de hombros. “bueno,
por mí, que pruebe”. Ari recoge la guitarra. Destensa sus dedos. Raaaaas. Un
acorde. Una, dos, tres. En honor a la verdad, me parece estar escuchando lo
mismo, lo mismo. Sin embargo he de decir que he ordenado a los poros de mi piel
que se estén quietecitos y que no se les ocurra transpirar nada por nada del
mundo.
IV
A los del equipo nos miran retadores. Ya no somos
ídolos como antes. “Os ha salido un buen competidor”. Hay quien se pregunta que
cómo es que Ari, con las cualidades que posee, no está entrenando con nosotros
todavía. Esto me enfurece. Pero me lo trago. Estamos en la pista de atletismo.
Junco inicia unos ejercicios de estiramiento. Pura fibra y músculo lo suyo. Luego
saltará. Saltará. Guti avisa: “Chissss…. Que por ahí viene Ari el
extraterrestre”. Nos reímos. Sería el acabóse que, encima, saltara más que
nadie. Junco se pica. Aspira, inspira, aspira, inspira. Se concentra. Uno, dos…
uno, dos, tres. Aprieta a la carrera…
oooooop, vuela, vuela como nunca. Y salta por encima del listón, que estaba a
uno noventa. Ovación. De récord para su edad. Qué tío. Sí, sí, qué tío, pero yo
ya estoy mirando de reojo hacia donde se encuentra Ari. Me lo veo venir. De
sobrado. Efectivamente. Lo recalca. “E-SO LO HA-GO YO”. Qué gordo me cae el tío
éste. Pero qué repelente. No sé cómo y no sé por dónde, pero seguro que hace trampa. Mi
primera intención es largarme, pasar de él. No ver su salto. Pero eso no es
diplomáticamente correcto. Así tal cual va, con sus vaqueros y sus zapatillas,
sin precalentamiento previo, emprende la carrera, da una zancada y… por
supuesto, salta por encima del uno noventa y por la gorra.
V
Y si es tan bueno, qué hace aquí éste. Cómo es que
viene a nuestro colegio. Me lo pregunto en voz baja, en voz alta, de día, de
noche, bajo la lluvia y bajo el sol. A toda hora. Duermo mal. Duermo poco. Ya
me lo ha advertido Junco: “Lairón, ve preparando tu bigote, que sólo faltas tú”.
Eso es lo que me tiene en vilo. Que yo soy el único del grupo que no gané en mi
disciplina. Porque mis cuentos no gustaron al jurado. Injustamente, tengo que
decir. La media nos hizo campeones, pero yo no contribuí precisamente a
subirla. Por eso, ahora no escribo. O escribo poco. Y sobre todo, intento que
él no esté cerca, que no husmee mis notas para que no presuma a renglón seguido
de que ésas ya las escribe él. Es fácil que el director venga un día y me diga:
“Lairón, lo sentimos mucho: tienes que abandonar el equipo, porque con Aris
queda mucho más competitivo”. Ufff, qué tirria le tengo. Ahora he salido al patio.
A oxigenarme. Me aburro. Voy con un paquete de avellanas. Las voy tirando de
una en una. Y con mi boca de buzón abierta, voy encestándolas también de una en
una. Hoy estoy que me salgo. Por altas que las lance, todas van directas al
buche. Glop. Glop. Glop. Toma, toma, toma. Por detrás, joder qué susto, me
tocan el hombro y me dicen. “ESO LO HAGO YO”. Es Ari, efectivamente. Qué hago.
¿Lo estrujo? ¿Lo machaco? No, nada de eso. Me resigno y le tiendo la bolsa de
avellanas tostadas para que haga lo que ya no me sorprende.
CCCIX
A mediodía, coincido con Ari en la puerta de la
Guardería. Yo espero a Elios. Y él recoge a su hija Ainara. Cuando los
chiquitines nos ven, levantan la manita y corren hacia nosotros. Con el
desafecto que nos tenemos, Ari y yo apenas nos saludamos. Nada más vernos, un
hola, hola. Y al despedirnos, un hasta luego, hasta luego. Hoy ha sido casi
así. La niña, que es el vivo retrato de su madre, lo pregunta todo. Y, mientras
me dirigía hacia el coche, he podido escucharlo. Sin remordimientos. Ella lo
machacaba con un: “…papi, ¿y por qué nunca me cuentas por qué llevas tú ese
parche en el ojo?”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario