lunes, 14 de julio de 2014

A escondidas

 
I
Que no me cambien las cosas de sitio. Que no me las cambien. Que por mucho que luego me recuerden: “Adam, acuérdate de coger las llaves, porque luego no habrá nadie en casa”, por mucho que me lo repitan, yo a esas horas de la mañana aún voy muy dormido, y me manejo de forma  mecánica. Me pongo la cazadora. Cojo la mochila. Y, de encima de la mesita, recojo el reloj y las llaves. El reloj sí que lo llevo. Son las seis. Pero, ¿y las llaves? Si no estaban donde siempre, donde tenían que estar, pues… pasa lo que pasa… que, como salgo pitando, ni me acuerdo de ellas. Y esta tarde aún he podido entrar en el patio porque me he encontrado a Valentina la vecina… pero ahora… aquí estoy, sentado en la escalera del rellano, esperando a que mi padre, mi madre o los dos lleguen a casa… Me temo que voy para rato. Jopeta. Por favor…  ¡que no me cambien las cosas de sitio!
II
Ya me dolía la rabadilla de estar tanto rato esperando. Es tal mi estado de aburrimiento, que he ido subiendo los escalones que rodean el enrejado del hueco por donde sube el viejo ascensor cuando funciona. Un tramo, dos tramos, tres tramos y subo un piso. Qué iguales y qué distintos son cada uno de los rellanos. El segundo, parece el jardín botánico: Macetas y jardineras. En el tercero… debe haber concurso de alfombrillas… da pena pisarlas. ¿El cuarto…? Éste es un parking de bicicletas. Dos puertas del quinto son cantarinas. Las han cambiado y las han puesto conforme les ha parecido. Uffff… Los más normales seremos los del primero. Auuuup. Ya llego arriba… Esa escalerita más estrecha conduce al cuartito del ascensor. Hasta aquí nunca había llegado. Bueno. Las siete y media. Para abajo otra vez. Mmmm. Viene alguien. Qué hago. ¿Paso y saludo? ¿Me escondo? Por las voces… parecen… sí: son Bernie y Katty. ¡Si sus padres se llevan a matar y no se hablan! Mejor me meto en el cuartito del ascensor. Que no me vean. Shhh… Parece que se sientan ahí. Hablan bajito. Les entiendo. Les escucho bien. ¿Qué? ¿Qué es lo que dicen?
III
¡Las siete y cuarto! Ya le he dicho a mi madre que ahora vengo, que tengo que ir a un recado. Cierro despacio. De puntillas. Segundo. Tercero. Cuarto. Quinto. Chirria la puerta de la sala de máquinas del ascensor cuando entro dentro. Me va el corazón a mil. Me relajo. Escucho el ruido de los coches que pasan por la calle. Escucho los gritos de Sonsoles por el deslunado riñendo a sus hijos. Miro el reloj. Por fin. Shhhhh. Ya oigo los pasos. Y sus voces. Bernie. Katty. Una risa ahogada. Esto, esto se pone interesante, interesante.
IV
Escuchando a Bernie y a Katty me doy cuenta de que el mundo no es lo que parece. Me he fijado y por la calle, cuando van con sus respectivos padres y se cruzan, es que ni se miran. Es que no hay un gesto que les delate. Pero… ¿Y yo? ¿Qué me mueve a seguir subiendo aquí y absorber palabras que sólo les pertenecen a ellos? ¿Hago mal en ser testigo de lo suyo? Me martillean estas preguntas en la cabeza. Mañana, decidido, no subo. No subo. No, no subo. Ahora, ahora me gustaría estirar el cuello. Asomarme. Lo que daría por verlos. Pero no. Es mucho riesgo. Chisssss. Jopeta, vaya tela la peripecia que le ha pasado a él y cómo se lo está contando.
V
 Las siete y veinticinco. Respiro hondo. No. No. No. Las siete y veintiséis. Me cago en todo. Si me doy un poco de prisa, todavía llego.
VI
Maldito resfriado. Maldita tos. Atggg, atggg, atgggg. Me he reservado cuatro cucharadas de jarabe para que a partir de las siete me hiciera todo el efecto del mundo. Trago saliva. Me cuesta. Tengo un no sé qué ahí, en la garganta. Respiro normal. Parece que hace efecto: ahora bien. ¿Salgo hoy? ¡No me los quiero perder por nada del mundo! No, no… me entra un picor. Ay, si empiezo a toser desde mi escondite. Trago saliva. Me pica más. Mucho más. Atgggg, atgggg, atggggg. Maldita tos, recontra.
VII
Hace un buen rato que no los oigo. Se habrán ido ya. Es muy tarde. Salir de este cuarto es lo más arriesgado de cada día. Me incorporo. Me duelen las rodillas de estar en cuclillas. Doy un paso. Salgo a la escalera. Bajo un peldaño y… eeeeeeeeeep. Qué susto. De un salto he vuelto atrás. Glup. Estaban ahí, abrazados en silencio. Donde el tiempo no pasa. Casi me pillan. Porque sé lo que sé, no debería tener motivos para sentir esta zozobra. Ninguno. Pero no puedo evitarlo: cuánta envidia me dan.
VIII
Hoy, no sé a cuento de qué, Bernie y Katty hablaron de mí. De Adam, el del primero. Me faltó poco. Estuve a punto de salir de mi escondrijo. Para defenderme. Porque eso que dijeron, desde luego,  no me gustó ni un pelo.
IX
¿Quéeee? ¿Cóoomo? Sí, sí. Lo he oído bien. Bernie le está diciendo, con voz entrecortada,  que se tiene que marchar. Así, de repente. Con la piel de gallina y la lágrima a punto de saltarme, he pensado que no hay derecho. Que es todo muy injusto. Esta tarde, cuando he bajado por la escalera vacía,  aún olía allí a amarga despedida.
X
Llevo una semana sin subir al cuartito del ascensor. Una semana que parece un siglo. Al principio, he pensado que, con lo minis que son nuestros pisos, donde casi no tenemos sitio para tumbarnos, Katty subiría sola hasta arriba. Se sentaría y le llamaría por teléfono. A la misma hora. Yo, seguiría acurrucado, y escucharía la mitad, sólo la mitad de su conversación, la mitad de sus risas. Del contexto, las reconstruiría enteras. Y constataría que no hay distancia ni tiempo que puedan agrietar lo suyo. Por eso he subido. Y he dejado pasar las horas. Aún espero que una tarde de estas, ella aparezca.
XI
¡Otra vez! Mi padre o mi madre cambiaron las llaves de sitio… yo no me percaté de eso al salir de casa y ¡otra vez! estoy en la calle. Y ahora no hay Valentina vecina que me salve. Doy vueltas cortas por la acera. Las seis y media ya. Las siete. ¿Algún vecino caritativo tendrá la bondad de acercarse, para por lo menos, esperar dentro? Brrrrrrr Hace un frío de narices. ¿Eh? Es Katty.  Me pongo firmes. Saludo. Intento que sonría. Me contesta. Fríamente. Mira hacia detrás. Viene… ¡si es Bernie! ¿Bernie? ¿Pero qué hace él aquí? ¿No estaba fuera?  Entran a la vez.  Conmigo. De cabeza entramos en el ascensor. Los tres. “¿Al uno?”, pregunta ella. Sí, yo me bajo en el primero. Ellos mantienen la vista al frente. Ni pestañean. Mientras, los observo. De cerca. Una y otra vez. A él. A ella. PLAAAAM. El ascensor llega. Me abren paso. Apenas murmuran un “hasta luego”. Salgo aturdido. Mareado. El ascensor se va. Sigue hacia arriba. Con Bernie. Con Katty. Yo me pregunto ahora ¿entonces aquellos a quienes yo creía Bernie y Katty quiénes son? ¿Quiénes son aquellos que nunca vi…? Aporreo la puerta de casa sabiendo que no me van a abrir. Y acabo con un: “definitivamente, el mundo no es lo que parece parecer”.

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