lunes, 21 de julio de 2014

Prometí cuidarte

 
I
Papá me ha dicho que, cuando salga, cierre despacio, que tiene trabajo hasta la hora de la cena. Para eso, no sé por qué tanto misterio ni tanta ceremonia al llamarme. Pensaba que me iba a revelar un gran secreto. Algún documento capaz de hacer temblar al gobierno. Pensaba que me iba a entregar algún recuerdo valioso, algo de valor por si en un futuro necesitara venderlo. Como por ejemplo algún reloj de su colección, de los que marcaron sus minutos trascendentales. Pero no. No era eso. Ha estado más de una hora divagando para muy poco. Regreso por el pasillo. Hacia mi habitación. Entonces tú has salido a mi encuentro y me has interceptado. “¡Beltrán…! ¿Qué, qué te ha dicho…?”. “Nada”. “¿Nada? ¿Cómo que nada? No me lo creo… venga, explícame qué te ha dicho”. Mejor te cuento la verdad, Roger. Aunque no sé si me vas a creer. No lo sé. “…Me ha pedido que, para cuando él no esté, cuide de ti…”. Tu cara infantil hace crisis. “¿…te ha dicho eso? Pero eso no hace falta que él te lo diga, porque tú lo harías igualmente, ¿no?”. Te miro, hermano pequeño. Te aparto a un lado para que me dejes paso. Y me dejo la respuesta en el aire.
XXXI
Ahora sí que cierra el pasador. He tenido que sacar de dentro otro jersey más. Ya veremos cómo me las apaño si luego allí hace frío. Bueno, ha llegado la hora de irse. Eeeep, cómo pesan las condenadas. Cargo con las dos maletas. A la estación. Doy una última mirada a la casa casi vacía. Me escucho decir: “Vale, Beltrán, que no son momentos para nostalgias”. Esta tarde no te he conseguido quitar de mi cabeza, Roger. No te he dicho que me voy. Todavía. Lo verás cuando llegues. Trago saliva. Hasta qué punto tengo que mantener un compromiso que me arrancó alguien que ya no está aquí. Putos remordimientos. Resoplo. Es tarde. Tengo que salir ya. Te escribiré cuando me instale, hermanito.
CCI
…con las manos congeladas, me he quedado mirando el sobre unos segundos antes de meterlo en el buzón amarillo. Es una carta para ti,  Roger. Ahí te explico todo. Que he vendido. Que no me han dado ni la décima parte de lo que vale. Porque las cosas están así: Nadie compra y quien lo hace, saca tajada. Que, de momento, gestiono yo el dinero. Porque lo necesito para sacar un negocio adelante. Pero que te daré tu parte corregida y aumentada a no mucho tardar. Sé que lo vas a entender. Te lo explico todo. El buzón se traga la misiva. También te digo que me llames si me necesitas. Que para eso estoy yo siempre ahí: para cuando te haga falta.
CDI
Según abro la puerta del piso, en el suelo, veo un sobre. Leo el remite. Otra vez tú,  Roger. Qué pesado. Ufffff. Hoy sin falta te contesto. Es lo que me propongo siempre que veo una carta tuya… Y ya van cinco con ésta. 
DCCI
Me vas a oír, enano. No necesito el dinero que me has enviado. Para nada. Me lo quedo por no hacerte un feo.  Esta vez, aunque me cueste un huevo la conferencia, te llamo y me vas a oír tú a mí. Y te voy a decir bien claro: “Roger… pero qué te has creído, tío”.
CMI
Por lo menos me queda voluntad para cerrar la boca cuando me acercas la cuchara, Roger. Ni mis piernas ni mis brazos me obedecen ya. Pero sí mis labios. Sellados con todas mis fuerzas en lo que va de día. Ahora devuelves la sopa al plato. Qué pulso el tuyo. Te conozco. Y sé que vas a volver por enésima vez a la carga en cuanto me descuide. “Vale, Beltrán… una cucharadita antes de que se enfríe…”. Intento ahorrarte el esfuerzo: “UNO, Roger, dame UN SOLO MOTIVO por el que merezca la pena que, en este estado tan lamentable, yo te haga caso”. No lo dudas. Lo tienes muy claro. “Jo, porque quedaste con el papá que ibas a cuidar de mí y punto”. Mis ojos dejan de pestañear. Se humedecen. Mmm. Mmmm. Mmmm. Razono. Abro la boca y, antes de dejar pasar el caldo, mi voz reconoce: “…en qué mala hora, tío: no te puedes imaginar lo que me está costando mantener la palabra empeñada”.

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