I
Papá me ha dicho que, cuando salga, cierre despacio,
que tiene trabajo hasta la hora de la cena. Para eso, no sé por qué tanto
misterio ni tanta ceremonia al llamarme. Pensaba que me iba a revelar un gran
secreto. Algún documento capaz de hacer temblar al gobierno. Pensaba que me iba
a entregar algún recuerdo valioso, algo de valor por si en un futuro necesitara
venderlo. Como por ejemplo algún reloj de su colección, de los que marcaron sus
minutos trascendentales. Pero no. No era eso. Ha estado más de una hora
divagando para muy poco. Regreso por el pasillo. Hacia mi habitación. Entonces
tú has salido a mi encuentro y me has interceptado. “¡Beltrán…! ¿Qué, qué te ha
dicho…?”. “Nada”. “¿Nada? ¿Cómo que nada? No me lo creo… venga, explícame qué
te ha dicho”. Mejor te cuento la verdad, Roger. Aunque no sé si me vas a creer.
No lo sé. “…Me ha pedido que, para cuando él no esté, cuide de ti…”. Tu cara infantil
hace crisis. “¿…te ha dicho eso? Pero eso no hace falta que él te lo diga,
porque tú lo harías igualmente, ¿no?”. Te miro, hermano pequeño. Te aparto a un
lado para que me dejes paso. Y me dejo la respuesta en el aire.
XXXI
Ahora sí que cierra el pasador. He tenido que
sacar de dentro otro jersey más. Ya veremos cómo me las apaño si luego allí hace
frío. Bueno, ha llegado la hora de irse. Eeeep, cómo pesan las condenadas.
Cargo con las dos maletas. A la estación. Doy una última mirada a la casa casi
vacía. Me escucho decir: “Vale, Beltrán, que no son momentos para nostalgias”. Esta
tarde no te he conseguido quitar de mi cabeza, Roger. No te he dicho que me
voy. Todavía. Lo verás cuando llegues. Trago saliva. Hasta qué punto tengo que
mantener un compromiso que me arrancó alguien que ya no está aquí. Putos
remordimientos. Resoplo. Es tarde. Tengo que salir ya. Te escribiré cuando me
instale, hermanito.
CCI
…con las manos congeladas, me he quedado mirando
el sobre unos segundos antes de meterlo en el buzón amarillo. Es una carta para
ti, Roger. Ahí te explico todo. Que he
vendido. Que no me han dado ni la décima parte de lo que vale. Porque las cosas
están así: Nadie compra y quien lo hace, saca tajada. Que, de momento, gestiono
yo el dinero. Porque lo necesito para sacar un negocio adelante. Pero que te
daré tu parte corregida y aumentada a no mucho tardar. Sé que lo vas a entender.
Te lo explico todo. El buzón se traga la misiva. También te digo que me llames
si me necesitas. Que para eso estoy yo siempre ahí: para cuando te haga falta.
CDI
Según abro la puerta del piso, en el suelo, veo un
sobre. Leo el remite. Otra vez tú, Roger. Qué pesado. Ufffff. Hoy sin falta te
contesto. Es lo que me propongo siempre que veo una carta tuya… Y ya van cinco
con ésta.
DCCI
Me vas a oír, enano. No necesito el dinero que me
has enviado. Para nada. Me lo quedo por no hacerte un feo. Esta vez, aunque me cueste un huevo la
conferencia, te llamo y me vas a oír tú a mí. Y te voy a decir bien claro: “Roger…
pero qué te has creído, tío”.
CMI
Por lo menos me queda voluntad para cerrar la boca
cuando me acercas la cuchara, Roger. Ni mis piernas ni mis brazos me obedecen
ya. Pero sí mis labios. Sellados con todas mis fuerzas en lo que va de día. Ahora
devuelves la sopa al plato. Qué pulso el tuyo. Te conozco. Y sé que vas a
volver por enésima vez a la carga en cuanto me descuide. “Vale, Beltrán… una
cucharadita antes de que se enfríe…”. Intento ahorrarte el esfuerzo: “UNO, Roger,
dame UN SOLO MOTIVO por el que merezca la pena que, en este estado tan
lamentable, yo te haga caso”. No lo dudas. Lo tienes muy claro. “Jo, porque
quedaste con el papá que ibas a cuidar de mí y punto”. Mis ojos dejan de
pestañear. Se humedecen. Mmm. Mmmm. Mmmm. Razono. Abro la boca y, antes de
dejar pasar el caldo, mi voz reconoce: “…en qué mala hora, tío: no te puedes
imaginar lo que me está costando mantener la palabra empeñada”.
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