domingo, 23 de marzo de 2014

Super Espeso



I
Lo puedo decir sin temor a equivocarme. Sin que digan que soy un exagerado. Arnau Falla es el Cela de la clase. Escribe como nadie. Con desparpajo. Con ironía. Con la edad que tiene. A ése, dentro de un tiempo, lo sientan en un sillón de la Academia ocupando una letra mayúscula. Y, si el mundo es justo, le dan el Nobel antes de que cumpla los cuarenta. Hasta Don Rafael, el profe de lengua, alucina con sus redacciones. Palmea la mesa, PLOOOM, PLOOOM, buscando silencio, aclara la voz y dice: “atended a lo que ha escrito Arnau hoy”. Alguna tos acatarrada es todo lo que se escucha mientras don Rafael lee el texto vocalizando, sin saltarse una coma. Todas las miradas se fijan en el escritor prodigio, mientras él pierde la suya a través de la ventana que da al  patio. Cuando termina, saltan los murmullos, se escuchan comentarios, “jo, qué bueno” y suena hasta algún aplauso por debajo de la mesa. Arnau Falla, además, es muy amigo mío.
II
“Querría ser algún personaje en alguna de tus historias”, le he pedido. Él se ha extrañado. “Qué dices”. No sé por qué se sorprende. Soy consciente de la transcendencia que eso tiene. Los sabios de los siglos venideros, desde China hasta Argentina, su antípoda, dirán que Arnau Falla se inspiró en la figura de su buen amigo Telmo Cuenca para escribir el personaje de… me falta saber en qué personaje, pero quedará claro que se inspiró en mí este clásico de todos los tiempos. Ahí ya me cuelo yo. Ahí ya tengo asegurado mi huequecito de posteridad. Le insisto. “¿Saldré? ¿Saldré?”. Se lo piensa. Igual es que lo abrumo un poco. “¿Me pondrás? ¿Me pondrás?”. “Bueno, sí, va”, concede. Bravo. Ya tengo su compromiso. “…lúcete, Arnau, ponme como soy, ponme bien… aunque si me preguntas, a mí me gustaría, si es posible, ser un superhéroe”. “¿Un superhéroe?”, exclama poniendo ojos de plato. “Sí, bueno, si no es mucho pedir. Pero sobre todo tú céntrate en que sea una buena historia… yo te puedo dar mucho juego…”.  Suena la sirena. Hay que volver a clase. Nos levantamos del escalón donde nos sentamos y pasamos los treinta minutos del recreo. Él avanza pesadamente. Enfrascado en su mundo. Vaya. Parece que le he trastocado un poco sus esquemas. Total, por un superhéroe de nada, uno chiquitito… 
III
“¿Ya?¿Ya? ¿Ya?” Es que me consume la ansiedad. Cada mañana, al entrar en clase, le pregunto a Arnau. Y él me dice que no, que todavía no, que está en ello. Yo veo que sí, que su cuaderno de gusanillo con hojas cuadriculadas está cada vez más escrito. Alguna vez le he pedido que me deje ver por dónde van los tiros. Que me dé un adelanto. Ahí sí que no transige. “No, Telmo, hasta que no lo tenga acabado”. Lo dejo en paz. Un poco solo. Vuelvo sobre mis pasos, “¿y no me podrías dar por lo menos una pista?”. Arnau resopla. Tiene paciencia Arnau. Yo no. Es que cuando quiero algo, lo quiero para ya mismo. Y lo que quiero ahora es leer y verme dentro de una historia, una gran historia de Arnau Falla.
IV
A la hora del patio, viene hacia mí, deja caer en el pupitre la libreta manuscrita. Titubea. Está serio. Qué le pasa. ¿Tiene miedo por si no me gusta? Le pregunto: “¿La has acabado?”. No me puedo contener. Todo el mundo sale del aula. Yo no. Yo me quedo leyendo. Mmmm. Cien páginas. Cien, que se titulan, a ver cómo. ¿PRIMERAS AVENTURAS DE SUPER, SUPER ESPESOOOO?
V
Conforme he ido pasando las hojas, mi cabeza se ha ido ensombreciendo. No sé si soy como me veo o soy realmente como él me ve. Menuda tragedia si es esto último. Entra toda la tropa de nuevo en clase. Aprieto los puños. Me muerdo los labios. Por la cara que Arnau pone, sé que sabe lo que le voy a decir. Ahora acaba de llegar don Rafael con su carpeta debajo del brazo. Me ve. Se acerca. Me pregunta: "¿Es lo último de Arnau?”. Reconoce su letra. No me da tiempo a esconderle y apartarle el libro. “Un momento”, le digo. Él lo recoge. Da dos palmadas en la mesa y anuncia. “Atención a todo el mundo, chicos: Arnau ha escrito una nueva historia y dice así:…”. Con su gran dicción, y ante mi estupor, el profe empieza a leer. Me cago en todo.
VI
Un superhéroe que se llama Super Espeso. Su nombre en la vida real, Telmo Cuenca, por supuesto. Su descripción detallada, Telmo Cuenca, efectivamente. No hay equívocos. Es Telmo Cuenca, o sea, yo mismo, quien viste y calza a Super Espeso. Aquí, risitas a granel. Mientras don Rafael avanza en su lectura, todos me miran a mí, no a Arnau. Todos me señalan a mí, no a Arnau. Cuanto más guarro va Super Espeso, más fuerza tiene para combatir a los malos. Por eso se reboza en los charcos, y su supertraje está plagadito de lamparones para que sea efectivo. Por eso su cuartel general secreto se esconde en la parte de atrás de una pocilga. Porque allá es super poderoso. ¡Super Espesoooooo al ataque! Llega a tiempo. Lo huelen. Y blif, blaf, una andanada de efluvios fétidos basta para anestesiar a quien se ponga por delante. “¡Cielos, qué horror, qué peste, nos rendimos!”. Super Espeso siempre triunfa, eso sí. Llegan los policías, tapándose la nariz, cuando la faena está hecha, para recoger a los bandidos que se retuercen asfixiados y suplican que se los lleven detenidos. Vaya mierda de superhéroe. Trago saliva. Y luego está lo de Rebeca, su amada, que es una maniática de la limpieza. Quién es Rebeca. Menudo amor imposible. Él tendrá que renunciar a sus superpoderes y limpiarse bien para merecerla. Don Rafael se da cuenta del marrón en que se está metiendo según avanza en el relato. Y corta. Para. Y ante un “ohhhhhhhh” general, decide: “Bueno, ya nos hacemos una idea de qué va la historia. Ahora vamos a proseguir la clase”. Mientras ha ido leyendo, no sabía dónde esconderme. Tenía que haberme salido de clase. Pero estoy paralizado. Lleno de odio, agacho la cabeza y mi pregunta sin respuesta es por qué, por qué Arnau Falla me ha hecho esto.
VII
Con el espejo de testigo, levanto sobaco derecho. Aspiro. Nada. No, no huelo nada. Repito el paso con el sobaco izquierdo. Que no. Que el desodorante funciona. Me agacho. Hacia donde el espinazo me deja llegar camino de los pies. Nada. De verdad, tampoco nada. Soy víctima de una sucia leyenda negra. Ahora abro la mampara. Y suspiro: “Ducha, duchita mía, con el agua más calentita o más fría, di  a todos que tú a mí me ves cada día”.
VIII
Al principio hacía como que no escuchaba nada. “¡Chisss, chisssss, que viene, que viene Super Espesooooo!”. Qué de cabrones. Qué de cobardes. Pero luego no. Luego decidí que no pasaría ni una. Que todo aquel que osase meterse conmigo y llamarme: “Super Espeso” se llevaría una colleja. Ocurría que eso parecía poca cosa. Así que me embadurné y pringué bien las palmas de mis manos con grasa de cadena de bicicleta. Curioso. Eso multiplicaba con furia la fuerza de mis sopapos. Debe de ser lo único cierto en la historia que escribió mi otrora amigo Arnau Falla. Mis leches, arreadas con las manos sucias, pican. Ha costado su tiempo. Ahora ya no oigo que me llamen nada. Y voy con la cara bien alta y las manos limpias. Qué bonito es el silencio cuando está callado.
XCVIII
“Cómo te has hecho eso”, me pregunta Rebeca. “Bufff, no me había dado cuenta”, miro mi camisa y da pena. Mecachis con el zumo de naranja, cómo me he puesto. Me azoro. Ella no le da importancia. Yo sí. Mi reino por una camisa blanca y limpia. Por un segundo, me pregunto qué habrá sido de Arnau Falla. Le perdí la pista hace muchos años. Académico desde luego no es. Y el Nobel tampoco lo tiene. Da igual. Enseguida lo olvido. Estamos los dos solos. En el mirador del mar. Ella acaba de tomar el lápiz con sus dedos, levanta el papel, esboza trazos. “Qué haces”. “Dibujo tus líneas de expresión… estás siendo mi modelo”. Rebeca, mi pintora, mi bien, mi todo. Yo, Telmo, personaje de sus cuadros. Huequecito de posteridad. Resoplo. Cariñosamente, le pido que no, que no siga dibujándome. “¿Por qué?”. No lo entiende. Y yo no sé si le voy a saber explicar… No me gustaría que Super Espeso resucitase de nuevo.

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