domingo, 9 de marzo de 2014

La caja de gaseosas

 
 
I
Qué sopor. A las cuatro en un domingo de Agosto. Ésta era  mi hora de la siesta en la tumbona. Mi hija y yo hemos llegado unos minutos antes de lo convenido y hemos buscado una de las pocas mesas que quedaban con sombra. Debajo de una acacia. Hay un bochorno pegajoso y las moscas están  empalagosas. Me he dejado caer en la silla de aluminio. Está coja. Necesito un café. Uno muy cargado. Es que me estoy amodorrando, pero los guantes hay que recogerlos al vuelo cuando se lanzan. Ella me dijo: “…a él le gusta mucho jugar al dominó… seguro que  te ganaríamos, papá”. Y yo lo tuve a huevo: “¿Al dominó? ¿Ganarme? …Cuando queráis y donde queráis, os demuestro que no, Alicia”. ¡Toma jugada maestra!: así sabemos con quién va nuestra pequeña y si se junta con buenas compañías. Uffff. Pero qué astuta: Ha quedado a las cuatro de la tarde, justo cuando mis neuronas se aletargan. Y jugaremos padres contra hijos. Eso es muy arriesgado. ¿Y si resulta que el otro padre es un cero a la izquierda? “¡Ya están ahí!”, me anuncia Alicia. Me ajusto las progresivas. Así que ése… ése es Ángel… y ése es su padre. No, no lo conozco de nada. Tiempo de presentaciones. Alicia. Casimiro. Sí, qué pasa. Me llamo Casimiro. Ángel hijo. Ángel padre. El chico es blando, blancucho. Lo taladro con la mirada.  Su padre, en cambio, da la mano, y más que apretar, estruja. Mucha fuerza y poco cerebro tal vez. Se acerca el camarero. Toma las notas, con mi café doble incluido. “…y traiga por favor unas fichas de dominó, que vamos a jugar la partida del milenio”.
 
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Así que éste es el famoso Ángel. Tiene la cara rara. Ángel. Y mi hija lo mira embelesada. Se lo come con los ojos. Qué le habrá visto. Ángel. “¡…oye, papá, que te toca tirar otra vez a ti!”. Salgo de mi ensimismamiento. “¿Ah, sí? Perdonad… ¿me podéis decir quién se había doblado a pitos?”.
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Estos chicos son durillos. Ángel padre exclama: “Os hemos dejado llegar a noventa puntos para que no os deprimáis, pero hasta aquí ha llegado la riada… ¿a que sí, Casimiro?”. Me sale un gesto torcido. La partida es a cien. No me río, no. Este hombre va a su bola, tira lo que le parece. Es anárquico. Y yo tengo imán para coger el seis doble, la caja de gaseosas. La de risas que suelta mi hija cuando ve que la tengo yo y se me ha quedado colgada. “¡Ja, ja, la caja de gaseosas, otra vez la tenías tú!”.  “Qué pasa, sólo es una ficha más”. Y pienso, pero no lo digo, que  así, con este compañero de juego y con la caja de gaseosas fija, que son doce puntos para contar, es muy difícil ganar.
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Éste no sabe lo que ha hecho. Ha jugado a treses y ha cerrado. Sin darse cuenta. Hemos contado y ganamos. A pesar de mi seis doble estrangulado. Y con esta “cerrada” terminamos la partida. Ángel padre le suelta una palmadita a su hijo, que está muy contrariado. El chico no entiende cómo se les ha podido escapar. “¿Ves? ¿Tú lo ves?”. Luego, se levanta, me da la mano y otra vez me la deja magullada. Mi sonrisa es forzada. Sí, hemos ganado. Pero sin estrategia. De pura chiripa. Y ganar así, casi casi, es como haber perdido.
II
Sabiendo que a las cuatro de la tarde es la revancha, he moderado un poco la comida, para que no me sobrevengan los bostezos. Ellos ya han llegado. La cara del amiguito de Alicia ya no me parece tan difícil. Y durante estos cuatro días me he entrenado para apretar fuerte la mano que me apriete. Ángel padre lo ha tenido que notar. EEEEEEPPPPPP, toooma apretujón. Sobre el mármol, las fichas ya ruedan apoyadas en el tornillo central. Raaaaaas, raaaaas, raaaaaas. Ángel frente a Alicia. Yo le tapo a ella. Ángel padre a su hijo. Y su hijo se supone que a mí. El camarero viene con la bandeja. No hay comentarios. Hoy sí que sí. Concentración. Contando las fichas que están en la mesa y las que faltan por salir. Alguna vez acabarán retransmitiendo por la radio las mejores partidas de dominó. Arrasará el estudio general de medios. “¡Y, señores,  justo ahora, se acaba de doblar la caja de gaseosaaaaaaaaaaaaaas!”. Angelillo aprieta. Yo, respondo: “Ajajá, ésta no te la esperabas”. La alegría me dura poco. Alicia, que viene detrás, suelta su última ficha y exclama: “¡Domino yo!”. Y a mí, que soy su padre y que no sabía que ella jugaba tan bien, se me queda cara de tonto.
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Nos levantamos con la espalda marcada por las traveseras de la silla. Sí, vale. Esta tarde han ganado los chiquillos. Pero nosotros, con nuestras fichas, y la caja de gaseosas en nuestra nómina, hemos vendido cara nuestra derrota.
III
Domingo. Esta tarde, partidita, partidita.  Faltan veinte minutos para las cuatro. Yo ya casi estoy preparado para salir. Viene Alicia hacia mí: “Huyyy, papá ¿no te lo había dicho? Hoy no va a poder ser… He quedado con Ángel… nos vamos a una fiesta a Gorroperdido”. Ufff. Se supone que conozco a Ángel. A su padre. Que me tiene que parecer bien que ella salga con él. Que no tengo que poner trabas a sus dieciséis añitos. Mi sonrisa es forzada. Y mi pequeña me da un beso antes de salir a toda velocidad. Uffff. Me dejo caer en la tumbona. Ésta era la clásica hora de mi siesta. Pero, mecagüen, no consigo pegar ojo. 
IV
Yo creía que él ya no venía. Me iba a levantar para irme, cuando le he visto entrar. Ángel padre se ha excusado: “lo siento consuegro, no me arrancaba el coche”. Consuegro. Después de tantos años, ahora me llama consuegro. Le he espachurrado la mano antes de que él machacara la mía. Hemos pedido al camarero los cafés y la caja con las fichas del dominó. Y hemos llamado a los rivales de hoy que ya creían que se marchaban triunfantes sin jugar. Ja. Casimiro y Ángel,  el tándem imbatible. Mientras vuelco la caja con las fichas, raaaaas, raaaaas, y doy por hecho de que cogeré como siempre la caja de gaseosas, le pregunto: “Qué, ¿sabes algo nuevo de los chiquillos?”. Él me niega con la cabeza: “…éstos no se acuerdan ni de jugar al dominó, ni de nosotros”.
V
A Alicia le he escrito este mensaje invadido por la euforia: “Que sí, que sí, que somos CAM-PE-O-NES”. En el torneo de Dominó del Centro de Convivencia. Con Ángel padre como pareja y su imprevisible estilo, todo hay que decirlo, fuera de la lógica, hemos arrasado. Según descargaba el trofeo encima de la mesita en casa, ha entrado su respuesta. “Enhorabuena, rey de las gaseosas. Vuestros hijos, felices, de haber descubierto vuestro talento dominero cuando jugáis juntos…”.
VI
Yo lo he visto venir. A Ángel padre me refiero. Muy desmejorado. He hecho como que no. He mirado a otra parte. He pasado al otro lado de la acera, sin llegar al paso de peatones, para no cruzarme. Él también ha hecho como que tampoco me veía. Cuando ya se ha alejado, he vuelto la cabeza y me ha entrado un pequeño ahogo. Un sofoco. Dónde está escrita esa regla que dice que si nuestros hijos terminan, nosotros también tenemos que hacerlo. Dónde.
VII
Directamente me siento en la silla coja bajo la acacia. Directamente el camarero me trae el café doble de las cuatro, aunque de sobra sé que no debería tomarlo, porque después no pegaré ojo. Aunque esté solo, yo le he pedido las fichas. Y he hecho un castillo. Con una, dos, tres alturas. Frágil. Se ha caído. Luego, las he guardado de nuevo de una en una con cuidado en su caja. Y ahí, he murmurado: “hasta aquí llegó la riada”, que es lo que suele decir él cuando las cosas se ponen mal, pero aún se pueden arreglar. Y pidiéndole al camarero que no me ocupen la mesa, que yo estoy de vuelta antes de que den las cuatro, he salido a escape.  Para buscarlo. Para afrontar juntos nuevas partidas. Lo convenceré. Me he puesto en el bolsillo mi caja de gaseosas.

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