I
Tiene que ser un error. Se habrá despistado y no
me lo habrá dicho por eso. No puedo mosquearme. Todavía no. Por mucho que todos
los compañeros, todos, estén hablando ya
de la fiesta de Del Olmo, que va a ser el fiestón del siglo, de la colecta para
comprarle un regalo especial, del pedazo de jardín con piscina que tiene en su
señorial casa, de… ¡Es que no me cabe en la cabeza otra cosa! Él sí que vino a
mi fiesta cuando cumplí trece. Y aunque sólo fuera por corresponder, por el
principio de reciprocidad, tenía que haberme… Llevo una hora con el libro
abierto y no he pasado ni una sola página. No me concentro. No me lo quito de
la cabeza. Tiene que ser un error. Se habrá despistado.
II
Aprieto puños. Respiro hondo. Cuando acaba la
clase, me dirijo hacia él. Toc, toc. Le doy un toque en la espalda. Se gira. Me
saca dos palmos. Altivo. Me pregunta: “Qué, qué quieres, Barraquer”. Carraspeo.
No me sale bien la voz. Pero me tengo que atrever. “Mmmm… Del Olmo… Es que…
verás… seguramente no te has acordado de invitarme a tu fiesta y yo…”. Del Olmo
me corta: “No, no es que me haya olvidado. Es que directamente no estás
invitado”. Si me sacuden en ese momento no me entero. “…pero… ¿pppor qué?”. Él
me suelta de golpe: “¿Quieres que te lo diga? ¿Quieres?”. Yo afirmo subiendo y
bajando la cabeza. “Pues porque eres un
capullo, caes mal a todo el mundo, porque a ti no te quiere nadie y porque no te aguanta ni tu madre, por eso”. Me quedo mudo. Ufff. Mientras se va, me da
la puntilla: “…y a mi fiesta viene quien a mí me da la gana”. Me falta el aire.
No soy capaz de tragar saliva. Y me entran ganas de hacer pis. Todo a la vez. Me
sofoco. Pero por lo menos ahora ya sé seguro que no, que esto no era un error. Y
que no estoy invitado a la fiesta de Del Olmo.
III
Es lo que tiene la memoria selectiva. Que puedes
pasar sesenta años sin acordarte y, de repente… ¡zas! vuelve rebotada la imagen
nítida, con todo lujo de detalles, de lo
que sucedió entonces como si hubiera pasado ayer mismo. Estoy sentado en la terraza de
la Residencia “La Experiencia”. Dejo transcurrir mis horas muertas mirando el
horizonte y la línea de los edificios. Cuando, pasito a pasito, con estos putos
temblores que me tienen atenazado, he bajado hacia la sala, lo he visto. Al nuevo
residente. La vista no me engaña. Lo he reconocido de inmediato. Al viejo Del
Olmo. La misma mirada. Cómo le ha encorvado el tiempo. Vaya consuelo: más que a
mí. Mi primera reacción ha sido la de acercarme y decirle: “Eh, Del Olmo, ¿te
acuerdas de mí? Soy Barraquer, del Colegio Espina”. Pero luego he pensado, para
qué. Para qué. Y he pasado por delante de él, con mi paso trémulo, camino del
comedor sin saludarle siquiera.
IV
Yo ya se lo dije a mis hijos. "A mí me dejáis aquí,
que aquí me cuidarán bien. Y vosotros haced marcha. Es el signo de los tiempos.
Tenéis obligaciones. Y yo no quiero ser una carga. Con mis libros y mis
escritos tengo de sobra". Se lo dije una vez. Y, para mi sorpresa sorpresiva, me
hicieron caso a la primera.
V
Otro Domingo. Aquí no aparece nadie a verme. Y ya
van unos cuantos. Cuando me canso de esperar a quien no tiene que venir, me
subo a la terraza. A mi terraza. A ver la línea blanca que trazan los aviones
en la pizarra del cielo azul. A aletargarme. Hoy hace fresco. Si sigo sentado
en esta silla, lo mismo me enfrío y cojo una pulmonía. Voy hacia dentro de
nuevo. Ufffff. Las piernas no me obedecen y las manos no paran. Ahí viene Del
Olmo. Escoltado y rodeado por hijos, nueras y yernos. Todo un regimiento que
viene de visita. Se ríen. Pasan por mi lado. Les saludo moviendo levemente el
brazo. “Eh”. Me giro. Es él. Me llama. Me pregunta: “¿Otro fin de semana solo y
sin visitas?”. Cuando voy a contestarle, él continúa. “¿y sabes por qué? …porque
eres un capullo, caes mal a todo el mundo, no te quiere nadie…”.
VI
Sé que está muy mal y que eso no se debe hacer. Lo
sé. Pero antes de que él tuviera tiempo de mentar a mi pobre madre, se ha
llevado un buen estacazo entre ceja y ceja. Las bifocales le han volado por los
aires. Dos hijos lo han cogido antes de que se desplomara. A mí me han sujetado
entre cuatro. Ni que me fuera a escapar. Ahora me tienen encerrado en la
enfermería de la Residencia. Me da igual lo que me puedan hacer. Sé que está
muy, pero que muy mal lo que he hecho. Y le pediré disculpas. Y le diré que, a
estas alturas, he aprendido que es imposible caerle bien a todo el mundo. Ufff.
Vaya garrotazo. Sí, eso que he hecho está muy mal, pero, lo que pienso con voz
bajita es… ¡PARDIEZ, QUÉ A GUSTO ME HE
QUEDADO!
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