I
“No sé lo que quiero”, concluyo con desesperanza.
Patro, la de la papelería, me deja de lado un momento para atender a ese señor
que acaba de entrar. Quedan en el mostrador las agendas de colores, “la vida es
maravillosa”, para que las contemple, para ver si me termino de decidir. No me
convencen. Esa alegría desbordante, Laura me ha invitado a su cumple, está
empezando a convertirse en angustia. No voy a encontrar nada que le guste. Horror.
Voy a quedar peor que mal con ella. Miro alrededor de las estanterias
abarrotadas. Entre tantas cosas ahí expuestas tiene que haber algo, algo que me
llame. Patro ha abierto la cristalera de las plumas Mont Blanc. El caballero
coge una y la mira con detalle, no sea que tenga alguna tara. Tiene que estar
perfecta. “…son de la nueva colección”, apostilla ella, tendiéndole un papel
para que la pruebe. “Mmmm…. Pesa, tiene cuerpo, y su línea es perfecta”. Ya puede
ser perfecta, ya, con lo que tiene que valer, pienso yo. Busca en el bolsillo
de la chaqueta. Saca la cartera. Un billete de mil nuevo. Uauuhh, qué verde. “¿Se
la envuelvo, señor Hernández?”. “No, no, me la llevo puesta”. Clinc. Clinc.
Caja registradora. El cambio, unos duros. Sopeso mi cartera que no va tan
llena. Tiene que ser la repera entrar en un comercio y comprar sin mirar la
etiqueta del precio. Tiene que ser. Patro le sonríe de oreja a oreja. Casi una
reverencia. Vuelve el silencio a la tienda. Vuelve el olor a papel nuevo.
Regresa Patro al mostrador donde la espero. Llevo ahí casi una hora. Y ella,
con toda su paciencia, casi me ha destripado todo su género. Me rasco la
cabeza. Respiro hondo. “Mejor me lo pienso un poco y vengo mañana… aún tengo
tiempo”. “Buena decisión, chico”. A mí también me dedica otra sonrisa. Cuando
salgo a la calle oscura y fría pienso que repartir sonrisas sin medir el
bolsillo del cliente es la clave del éxito de la Librería-Papelería Patrol.
II
Ya es “mañana”. Y yo estoy de nuevo en Patrol. “Debe
haber un equilibrio entre el placer de regalar y el de recibir un regalo”, me
dice Patro. Eso mismo pienso yo. Arriba, se alinean las mochilas de Micky y las
de muñequitos. Con una escalera, se las hago bajar todas. Pero, abajo, en el rincón, acabo de descubrir una
enorme bola del mundo. Dónde tenía los ojos yo ayer que no la vi. Allá que voy.
Allá que me pongo a mirar lo lejos que están de Mediavilla los sitios míticos que
se me ocurren. Allá que me imagino que la tierra es de ese tamaño en verdad, y
yo soy un gigante que la contempla, que le puede dar vueltas, marearla, hacer
que los días duren segundos o parar el tiempo frenándola en seco. Vuelan los minutos
entre océanos Pacífico, Índico y Atlántico. Desfilan detrás de mí los clientes
de Patrol. La de los rotring. El de los DINA4. El de la goma de nata. “¿Qué,
chico? ¿Te gusta?”. Uauhh. Vaya que sí. Pero esto no sería un regalo para
Laura. Sería un regalazo para mí.
III
Lo peor que he podido hacer es preguntar. “¿Y
vosotros qué le vais a regalar a Laura?”. Jorge porque se apunta a lo que yo
compre, “y vamos a medias”. Qué morro. De eso nada. Es “mi” regalo. Boro porque
quiere regalarle una gorra “simpática”. Y Pedro, qué peligro, también quiere ir
a la papelería Patrol a ver qué encuentra. Y eso que vive en la otra punta de
Mediavilla. He salido de casa con un objetivo. Regalo de Laura. He cogido
doscientas pelas. El doble del presupuesto inicial. El doble, es decir: todo mi
capital. Por ella no me importa. He pensado que, si ya he estado dos veces en
la Patrol y no he encontrado nada, por qué no mirar en La Esfera. A lo mejor
suena la flauta. A lo mejor allí tienen cosas mejores, diferentes. Hacia allí
me he encaminado. Cruzando la vía por el paso a nivel. Según me acercaba, lo he
pensado mejor. Uno tiene principios. Si confío en Patro, confío. Lo que no
encuentre allí, no lo encuentro en ninguna otra parte. Cómo se me han podido
cruzar así los cables. Al abrir la puerta acristalada de la papelería, hay
parroquia de bote en bote. Cartulina azul en ristre, ha exclamado al verme: “Chico,
qué cara más roja tienes”. Tiene rayos X esta mujer. Casi me lo nota. “Es que
he venido corriendo”, le he dicho. Lo siguiente ha sido preguntar que quién es
el último. Para ponerme en la cola.
IV
El expositor de libros. “La colección Meridian es
fantástica”, ha asegurado Patro. Doy vueltas, y vueltas. Yo sí me llevaría
alguno, sí. Pero es que no sé… Laura los debe tener. Laura tiene de todo. Giro
alrededor de su eje y miro los libros expuestos. En esas entra el del otro día,
el del Mont Blanc. A lo mejor viene a devolverlo. Hago como que sigo mirando
los títulos, pero no pierdo ojo de la escena. Señala en la vitrina. Es que se
quedó prendado del Waterman, explica. “Buen ojo tiene, señor Hernández… un
Waterman es para toda la vida”. Patro abre. Se lo muestra. Lo empuña. Lo mira. Escribe.
Éxtasis. “Escribe solo. Es realmente magnífico”. Desde mi escondite intervengo.
No me puedo quedar callado. “¿De verdad escribe solo?”. El hombre me mira. “Los
bolígrafos y las plumas esconden sus propias historias… nunca escriben lo que
quiere la mano que los empuña… hay que tener la suerte de encontrar el adecuado”.
Mmmm. “Pues… llévese ese Inoxcrom… me da que toda su tinta es un puro drama”.
Patro me mira con cara de póker. “Je, je, qué ocurrencia tiene el niño”. Clinc.
Clinc. Cinco duros y le sobran pesetas. “El Waterman, si eso, me lo llevaré la
semana que viene”. La misma sonrisa de Patro, “cuando usted quiera, señor
Hernández”. Creo que el expositor tiene que ser infinito. Pero no. Después de
la cuarta cara, vuelve a aparecer la primera. Estoy por escoger “Un capitán de
quince años”, de Julio Verne. Si hubiera sido “Un capitán de doce”, vamos, ni
me lo hubiera pensado.
V
Estoy en la situación que no hubiera querido por
nada del mundo. No tengo ya margen. Voy a la desesperada. En casa, bronca. “Pero…
¿cómo que aún no le has comprado nada a Laura?”. Me he encogido de hombros. Soy
un mago dejándolo todo para el último momento. Patro me ve entrar con su
infinita paciencia. Cerraré los ojos, daré cuatro vueltas, me pararé y señalaré
un punto diciendo: “me llevo eso”. Y eso, con todo mi cariño, será mi regalo
para Laura.
(...)
X
Empujo la puerta de la Papelería Patrol con el
hombro. Como siempre, vengas a la hora que vengas, aquí hay gente. “¡Chico!”,
se alegra de verme, “¿Le gustó tu regalo a Laura?”. Mmm. La verdad es que no le
hizo ni alto ni bajo. Yo había pensado que, por fin, tenía ante mí una gran
idea… Qué privilegio tuvo aquel que pudo poner nombre a las cosas al principio
de todo. “A esto lo llamaremos una piedra. A
esto, cielo. Y a eso, agua”. Y así con todo. El mismo privilegio quería
yo que tuviera Laura con aquel Dimo etiquetador. Esto, cama. Esto, silla. Esto,
carpeta que pone “LAURA”. Mientras se probaba como loca aquella gorra “simpática”,
me dijo simplemente: “gracias”. Ufff. Cuando se lo cuento a Patro, me dice
tratando de animarme: “Los regalos tienen dos caminos… uno, es acabar siendo
trastos… otro, convertirse en recuerdos entrañables”. Me resigno. Lo mío será
un trasto. Mientras, le digo que vengo a por un inoxcrom tinta roja. Uno que
guarde una historia fuerte como la sangre, pienso. Me doy cuenta de que el
Globo terráqueo ya no está. “Patro… ¿y la bola del mundo? ¿la has vendido?”.
Levanta el dedo índice. “¡Huy te has dado cuenta! ¡Es verdad!”. Va para dentro,
para la trastienda. “¡Esa bola ya tiene dueño!”, afirma desde dentro, desde
donde anda a saltos. Al salir viene cargada con una enorme caja envuelta en
papel de regalo. “…y espero”, me dice mientras me la tiende y me deja más que
mudo, “…espero que para él siga el segundo camino, y se convierta en… un
recuerdo entrañable”.
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