I
Las casualidades existen. No me apetecía ir al
bautizo del hijo de mi prima Loreto. Nada de nada. Eso de tener que ponerte la
cobarta. Eso de tener que poner una buena cara, sonreír y saludar sin ganas. Pero
sobre todo, eso de que te pregunten que qué tal. Pero mira. Resulta que tú
estabas ahí porque eres el cuñado del marido de mi prima. Bajo una lluvia de centimitos
de euro, y entre gritos de “¡padrino roñoso, padrino roñoso!”, nos hemos
reconocido. “¡Mecagüen la mar, Fontana, cómo me alegro de verte!”. Ufff, la de
años que no nos veíamos, desde que salimos del colegio. ¿Quince? ¿Veinte? Estamos
más claritos de azotea, más ojerosos, pero en forma. Te había perdido la pista
completamente. Luego ha venido la pregunta fatídica: “Y tú, Walter, qué tal, a
qué te dedicas ahora”. Uffffff. “Ahora mismo… desde el Viernes… desde hace
cuarenta y ocho horas, estoy en el paro”. Pero bueno, para qué te iba a amargar
contándote mi drama. Estábamos en un bautizo. Lo que no imaginaba era que, al
tiempo que el padrino, hacía reparto de puros, vendrías, me darías una tarjeta
y me dirías: “…el Lunes, a las nueve, pásate a verme al despacho”. No he
reaccionado. Las casualidades existen. Bendito el pequeñajo de mi prima Loreto.
II
La secretaria ha llamado a la puerta, ha pedido
permiso con un “señor Fooontana” que a mí me ha chirriado un poco, me ha
anunciado, me ha abierto el paso, se ha retirado y ha cerrado cuidadosamente la
puerta. Caramba. Tu mesa parece un campo de fútbol. Te he pedido disculpas por
mis diez minutos de retraso. Con un tono serio, me has indicado, “Hey, Walter,
siéntate”. Tenías los papeles del contrato. Ahí es cuando te he dicho que, si
vengo, es porque tengo algo que aportar. Yo no acepto caridad. Una vez te he
dejado claros mis principios, me has tendido tu roller. Menudo Mont Blanc. No
pesa nada. Es ligero. Costará una pasta. Si yo tuviera uno, lo perdería a los
dos minutos. O iría a parar a la lavadora con la camisa. O… Ah, sí. Dónde tengo
que firmar. Pensaba que me darías la mano de bienvenida al pasar de ser tu amigo
a ser tu amigo y empleado. Pero con esa mano has llamado a Graciella, la
secretaria, que parecía estaba detrás de la puerta por lo rápido que ha
aparecido y me has dicho, “de momento, estarás en el despacho de al lado. Luego
nos vemos”. He seguido dócilmente a la secretaria hacia fuera. Luego, con la
confianza que te tengo, te lo diré. Si no fuera porque te conozco de hace
muchos años diría que no eras tú quien me ha recibido. Diría que quien me ha
recibido es otro que tiene una cara como la tuya.
III
Me he leído en casa esta noche el contrato. Con
las gafas progresivas puestas. Ahora que me fijo… Ufff…. Qué poco pagas,
Fontana.
IV
Mi segundo día aquí. Me has dicho que te espere en
el autoservicio de enfrente. Allá que voy. Ocho euros el menú. He entrado. Voy
pasando con la bandeja. Pan, cubiertos, servilleta… Dónde me siento. Esas caras
me suenan. Son de la empresa. Saludo. Me siento en un hueco. “¿Eres nuevo?”.
Sí. En qué se me nota. Je, je. Son majos todos. Hablamos del tiempo. Y de
fútbol. Uno me pregunta. “¿Y a ti quién te ha contratado?”. “Fontana… Viene
para aquí en un minuto“. Hay a quien se le atraganta el melón. Y se hace un
silencio extraño. Espeso. A todos les entra una prisa repentina. Se han
acordado que tenían algo que hacer. Van terminando y levantándose. Y en un
pispás, me he quedado como la una, solo. Por eso, ahora, cuando por fin apareces,
ya no hay nadie a mi alrededor. Es una pena que se hayan tenido que ir
corriendo, si no, ahora estaríamos todos juntos en una animada tertulia
laboral., en vez de estar casi callados mirando al plato.
V
Yo soy yo, Fontana. Y yo no me acostumbro a llamar
a tu puerta antes de entrar. Por veces que me lo recuerdes. Bueno… no es que me
quiera meter… pero no he podido evitar escuchar la conversación que ha tenido
contigo ese Nicolás… pobrecillo, no le han podido pasar más desgracias juntas…
por qué no le das el adelanto que pide… si no, lo va a tener muy crudo para
poder pasar… sólo por esta vez… lo de que no somos un banco ni una ong ya se lo
has dicho diez veces y le ha quedado claro… pero, vamos, a ti no te cuesta nada
decirle que sí por esta vez, y a él lo sacas de un apuro muy gordo…
VI
Ejem, soy yo. Me ha dicho Graciella que querías
verme. ¿Qué querías que te explicara sobre ayer? Bueno, sí, ayer continué desencriptando
los archivos que dejó mi predecesor en el puesto. Ya te enseñaré cuando tengas
un hueco. Muy chungo lo tengo. Hay muchos que son irrecuperables. Un montón.
¿No era eso lo que me querías preguntar? ¿No? ¡Ahhhhh, sí… ya! Te cuento: Cuando
salía de aquí vi que estaban las luces de la oficina encendidas. Me acerqué. Quedaban
cuatro personas con la cara clavada en el monitor. Simplemente les dije: “Señores…
son las ocho de la tarde… ¿de verdad, de verdad, es tan importante eso que están haciendo
ustedes que no puede esperar a mañana?”. Se lo dije más que nada porque su
jornada hubiera debido terminar a las cinco. Se quedaron un poco extrañados,
eso sí. Apagaron ordenadores. Se levantaron. Y salimos todos a la vez. Más
contentos que unas pascuas. Eso pasó. No sé por qué me pones esa cara. No veo
qué hay de malo en ello.
VII
POOOM, POOOM. Soy yo, Fontana. Vaya, ahora que
empiezo a llamar a la puerta y pedirte permiso para entrar, Graciella me da
este papel. ¿Qué es lo que pasa?, ¿No te atreves a dármelo tú mismo? ¿No te
atreves a dármelo a la cara? No, a mí no
me vale un “Walter no te pongas así”. Yo no he hecho mal mi trabajo. No. (…) En
eso sí. En eso sí tienes razón. No sé distinguir dónde está la barrera que
separa a mi jefe de mi amigo. En realidad, a quien no distingo es a mi amigo. Al
amigo del Instituto. No lo reconozco, por más que lo he intentado y tratado
como tal. (…). Que le vaya bien, señor Fooontana. (…) ¡Ah! Una cosa. No sé si sabes... Mi prima
Loreto tuvo una niña ayer. Y fui a verla. Es preciosa. Quiere que yo, el tío
Walter, sea su padrino. El bautizo será en dos meses. Las casualidades existen,
yo lo digo siempre: existen, examigo Fontana.
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