domingo, 15 de diciembre de 2013

Las casualidades existen

I
Las casualidades existen. No me apetecía ir al bautizo del hijo de mi prima Loreto. Nada de nada. Eso de tener que ponerte la cobarta. Eso de tener que poner una buena cara, sonreír y saludar sin ganas. Pero sobre todo, eso de que te pregunten que qué tal. Pero mira. Resulta que tú estabas ahí porque eres el cuñado del marido de mi prima. Bajo una lluvia de centimitos de euro, y entre gritos de “¡padrino roñoso, padrino roñoso!”, nos hemos reconocido. “¡Mecagüen la mar, Fontana, cómo me alegro de verte!”. Ufff, la de años que no nos veíamos, desde que salimos del colegio. ¿Quince? ¿Veinte? Estamos más claritos de azotea, más ojerosos, pero en forma. Te había perdido la pista completamente. Luego ha venido la pregunta fatídica: “Y tú, Walter, qué tal, a qué te dedicas ahora”. Uffffff. “Ahora mismo… desde el Viernes… desde hace cuarenta y ocho horas, estoy en el paro”. Pero bueno, para qué te iba a amargar contándote mi drama. Estábamos en un bautizo. Lo que no imaginaba era que, al tiempo que el padrino, hacía reparto de puros, vendrías, me darías una tarjeta y me dirías: “…el Lunes, a las nueve, pásate a verme al despacho”. No he reaccionado. Las casualidades existen. Bendito el pequeñajo de mi prima Loreto.
II
La secretaria ha llamado a la puerta, ha pedido permiso con un “señor Fooontana” que a mí me ha chirriado un poco, me ha anunciado, me ha abierto el paso, se ha retirado y ha cerrado cuidadosamente la puerta. Caramba. Tu mesa parece un campo de fútbol. Te he pedido disculpas por mis diez minutos de retraso. Con un tono serio, me has indicado, “Hey, Walter, siéntate”. Tenías los papeles del contrato. Ahí es cuando te he dicho que, si vengo, es porque tengo algo que aportar. Yo no acepto caridad. Una vez te he dejado claros mis principios, me has tendido tu roller. Menudo Mont Blanc. No pesa nada. Es ligero. Costará una pasta. Si yo tuviera uno, lo perdería a los dos minutos. O iría a parar a la lavadora con la camisa. O… Ah, sí. Dónde tengo que firmar. Pensaba que me darías la mano de bienvenida al pasar de ser tu amigo a ser tu amigo y empleado. Pero con esa mano has llamado a Graciella, la secretaria, que parecía estaba detrás de la puerta por lo rápido que ha aparecido y me has dicho, “de momento, estarás en el despacho de al lado. Luego nos vemos”. He seguido dócilmente a la secretaria hacia fuera. Luego, con la confianza que te tengo, te lo diré. Si no fuera porque te conozco de hace muchos años diría que no eras tú quien me ha recibido. Diría que quien me ha recibido es otro que tiene una cara como la tuya.  
III
Me he leído en casa esta noche el contrato. Con las gafas progresivas puestas. Ahora que me fijo… Ufff…. Qué poco pagas, Fontana.
IV
Mi segundo día aquí. Me has dicho que te espere en el autoservicio de enfrente. Allá que voy. Ocho euros el menú. He entrado. Voy pasando con la bandeja. Pan, cubiertos, servilleta… Dónde me siento. Esas caras me suenan. Son de la empresa. Saludo. Me siento en un hueco. “¿Eres nuevo?”. Sí. En qué se me nota. Je, je. Son majos todos. Hablamos del tiempo. Y de fútbol. Uno me pregunta. “¿Y a ti quién te ha contratado?”. “Fontana… Viene para aquí en un minuto“. Hay a quien se le atraganta el melón. Y se hace un silencio extraño. Espeso. A todos les entra una prisa repentina. Se han acordado que tenían algo que hacer. Van terminando y levantándose. Y en un pispás, me he quedado como la una, solo. Por eso, ahora, cuando por fin apareces, ya no hay nadie a mi alrededor. Es una pena que se hayan tenido que ir corriendo, si no, ahora estaríamos todos juntos en una animada tertulia laboral., en vez de estar casi callados mirando al plato.
V
Yo soy yo, Fontana. Y yo no me acostumbro a llamar a tu puerta antes de entrar. Por veces que me lo recuerdes. Bueno… no es que me quiera meter… pero no he podido evitar escuchar la conversación que ha tenido contigo ese Nicolás… pobrecillo, no le han podido pasar más desgracias juntas… por qué no le das el adelanto que pide… si no, lo va a tener muy crudo para poder pasar… sólo por esta vez… lo de que no somos un banco ni una ong ya se lo has dicho diez veces y le ha quedado claro… pero, vamos, a ti no te cuesta nada decirle que sí por esta vez, y a él lo sacas de un apuro muy gordo…
VI
Ejem, soy yo. Me ha dicho Graciella que querías verme. ¿Qué querías que te explicara sobre ayer? Bueno, sí, ayer continué desencriptando los archivos que dejó mi predecesor en el puesto. Ya te enseñaré cuando tengas un hueco. Muy chungo lo tengo. Hay muchos que son irrecuperables. Un montón. ¿No era eso lo que me querías preguntar? ¿No? ¡Ahhhhh, sí… ya! Te cuento: Cuando salía de aquí vi que estaban las luces de la oficina encendidas. Me acerqué. Quedaban cuatro personas con la cara clavada en el monitor. Simplemente les dije: “Señores… son las ocho de la tarde… ¿de verdad, de verdad,  es tan importante eso que están haciendo ustedes que no puede esperar a mañana?”. Se lo dije más que nada porque su jornada hubiera debido terminar a las cinco. Se quedaron un poco extrañados, eso sí. Apagaron ordenadores. Se levantaron. Y salimos todos a la vez. Más contentos que unas pascuas. Eso pasó. No sé por qué me pones esa cara. No veo qué hay de malo en ello.
VII
POOOM, POOOM. Soy yo, Fontana. Vaya, ahora que empiezo a llamar a la puerta y pedirte permiso para entrar, Graciella me da este papel. ¿Qué es lo que pasa?, ¿No te atreves a dármelo tú mismo? ¿No te atreves a dármelo a la cara?  No, a mí no me vale un “Walter no te pongas así”. Yo no he hecho mal mi trabajo. No. (…) En eso sí. En eso sí tienes razón. No sé distinguir dónde está la barrera que separa a mi jefe de mi amigo. En realidad, a quien no distingo es a mi amigo. Al amigo del Instituto. No lo reconozco, por más que lo he intentado y tratado como tal. (…). Que le vaya bien, señor Fooontana. (…)  ¡Ah! Una cosa. No sé si sabes... Mi prima Loreto tuvo una niña ayer. Y fui a verla. Es preciosa. Quiere que yo, el tío Walter, sea su padrino. El bautizo será en dos meses. Las casualidades existen, yo lo digo siempre: existen, examigo Fontana.
 

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