domingo, 9 de junio de 2013

Primos



I
Hasta que los novios no lleguen no dejan pasar al comedor del restaurante. Los invitados esperan de plantón en el jardincillo de la entrada con los pies al infiernillo, y con una copa en la mano. Yo monto guardia en la puerta principal. Con la corbata doblada y guardada en el bolsillo de la chaqueta. No puede hacer más calor. En estos eventos, ya se sabe. Lo extraño es que haya puntualidad. Ceremonia larga. Felicitaciones que no terminan. Fotos que no se acaban. Miro el reloj. Las tres. Día de reencuentros familiares. He perdido la cuenta de las veces que me han dicho: “¡Canito, el próximo eres tú!”. Uf, la de tiempo que no oía a nadie llamarme “Canito”. “¡Eh, Canito, ahora eres el último primo soltero!”. “¡Canitooo, qué mayor te has hecho, guapetón!”. Es lo que tiene ser el más pequeñajo de los ocho primos. Por fin, por ahí se acerca el descapotable clásico, mooooc, moooc, a golpe de bocina. ¡Ya vienen, ya vienen! Cuando parece que la gente va a arremolinarse para hacer el pasillo de honor, todos se echan atrás. Es porque han visto que yo, que soy el responsable de los asuntos pirotécnicos, ya tengo preparada la mecha. Y la traca que, en honor a los recién casados, da la vuelta a la manzana no dejará indiferentes los tímpanos de nadie.

II
En el plano de situación he comprobado que han dispuesto una mesa redonda para todos los primos. Mmm. No sé si eso me gusta. Según vamos llegando, ocupamos las sillas tapizadas. Me da igual quien se ponga a mi lado. Me da igual siempre que no sea… estiro el cuello… siempre que aquí no se siente… “Hola, Ofelia”. Me estampa dos besos. Si antes lo pienso, antes viene. Glup, aquí la tengo, a mi prima Ofelia, pegadita a mí, a mi derecha.

III
Estoy rígido. Tenso. A Ofelia no le perdono ni las trolas que me colaba, ni la mofa que de ello hacía. “¡Ayyyyy, mi Canito-Canito, qué pardillo eres… te lo crees todo!”. De momento, yo miro hacia mi izquierda, como si tuviera tortícolis. Y no disparo una. Bueno, la verdad es que han pasado unos cuantos años desde la última. Fue cuando me explicó muy puesta y muy seria que los Costero de nuestra familia somos descendientes directos del general Custer, el de las botas puestas. Aún me duele recordar los ojos que puso  desmesuradamente abiertos el profe de historia, cuando yo se lo repetí a él cargado de seguridad. Eso yo no lo olvido. Y tampoco perdono que ella lo haya seguido contando, jijijí, jajajá, al mundo mundial. Por eso, a pesar del tiempo transcurrido estoy tan en guardia. Aunque la vea ahora tan tremendamente guapa, tan maravillosamente cambiada.

IV
Ofelia me pregunta: “Canito… ¿y qué estudias tú ahora?”. Vaya. Voy a tener que entrar en conversación. Aclaro mi carraspera. Hm, hm. Bebo un sorbito de agua. “Estudio un doble grado”, contesto. Me hincho de orgullo al decirlo. “Estoy en segundo de Administración de Empresas y Química Artesanal”. Hago una pausa. Para que capte. Que esto no lo puede hacer cualquiera. Que yo sí porque yo valgo. Ella se queda con la boca abierta. “Caramba…”, exclama. El camarero reparte el marisco en el plato. Vienen los langostinos a ritmo de pasodoble. “Aquí, en Mardebé, lo de las titulaciones dobles, es relativamente nuevo… pero donde yo vivo ahora, en Twotown, eso está totalmente asimilado desde hace mucho tiempo… “. Ella, con sus cubiertos, desmenuza delicadamente el marisco. Yo, con mis dedos, le parto la cabeza, procurando que la salsa proyectada no me ponga la camisa perdida. Ofelia prosigue: “…está científicamente demostrado que la máxima capacidad del ser humano se alcanza alternando dos actividades… por lo que allí, por ley, los contratos son intermitentes: meses pares o impares, sin que te permitan trabajar en lo mismo todo el tiempo”. Pausa en la conversación. Los primos se han puesto de pie. Hay que levantarse. Alzando la copa, gritamos a una: “¡que se besen, que se besen!”.

V
Salimos del salón de banquetes con el detallito en la mano, una botellita de vino chino gran reserva, mientras los camareros retiran la mantelería. Al final, ha sido muy agradable el reencuentro con mi prima Ofelia. Sin duda, hemos madurado. Por mi parte, cuando me despido de ella, compruebo que no me queda rastro de ningún rencor y le digo muy en serio eso de: “que no tardemos en volver a vernos”.

VI
Los días, meses, años vuelan. Si mis primos centraban sus expectativas en mi modesta persona como motivo para un próximo encuentro familiar, ya pueden esperar sentados. No hay evento a la vista ni en proyecto. Ya tienen que cambiar mucho las cosas.

VII
Con el doble título en el bolsillo, o más propiamente enmarcado en la pared, ha llegado la hora de los currículum. Como lo que quiero es empezar, y aquí en Mardebé el asunto está imposible, y como me da igual irme fuera, he enviado solicitudes a todo el planeta. ¿Hay inteligencia humana interesada en mis servicios? Sí, me he acordado mucho de Ofelia y también he entregado instancias en Twotown. Mira que si por una de aquellas me llamasen de allí…

VIII
Al pronto no he reconocido su voz. “¿Dígame?”.  Tampoco ella se esperaba mi llamada. “¿Ofelia? Que soy Lexcano…”. Silencio. Uno, dos, tres. Cuando voy a explicar al cuarto segundo que: “sí: soy tu primo”, ella exclama con un grito: “¡Canitooooo!”. Sí, bueno, así me llamaban ellos de pequeñín. Le he contado, lo que son las cosas, que me han citado para una entrevista de trabajo en Twotown. Y que iré hacia allí, si no pasa nada, el 10 de Junio. Otro silencio. Iba a preguntarle si podía estar en su casa durante esos dos días. “… Me temo que no será fácil. Junio es un mes par. Y en los meses pares no trabajo en el Banco ni vivo en este piso”. Ufffff, es verdad. Ya me contó que allí la gente tiene siempre dos dedicaciones. “¿Y qué haces ahora, en los meses pares”. Medita su respuesta: “Canito: de momento, en los meses pares soy ni-ni”.

IX
Yo no me imaginaba una ciudad tan populosa. Hemos quedado en la cafetería, en la planta baja del edificio de oficinas. El señor Babel me ha tendido la mano afablemente. Café para él. Para mí un agua mineral sin gas. Todas sus preguntas, desde la primera, llevan su intención. Rompe el hielo interesándose por el trabajo de mi proyecto de fin de carrera. Le explico: “…temíamos que aún empleando una atmósfera de Argón, éste reaccionara con el explosivo”. El camarero, dejando los posavasos encima de la mesa, interviene: “disculpe señor, el Argón es un gas noble, lo que quiere decir que es inerte, y no reaccionará con nada”. Al principio, la interrupción me sorprende. Pero caigo en que esto es Twotown. Ah, ya comprendo. Este señor es un camarero durante los meses pares, y sin duda, trabaja como profesor de Química en los meses impares. Sonrío y le guiño el ojo. Pero por la cara que pone y por cómo se evapora (sin tener para nada en cuenta el coeficiente de evaporación), para mí que me ha malinterpretado.

X

Con los detalles que ya me está dando, entiendo que el señor Babel me va a contratar. BIEN. BRAVO. Apenas puedo disimular mi entusiasmo. Me tengo que contener. Va a explicarme las condiciones. Se me escapa una pregunta: “¿Voy a empezar los meses pares o los impares?”. El señor Babel frunce el ceño entonces. “¿Cómo?”. Voy a repetirlo, por si no me ha entendido. Me interesa saber si ahí trabajaré los meses pares, para organizarme los impares haciendo otra cosa. Escribiendo cuentos, por ejemplo. Pero cuando se lo voy a repetir, me entra un mensaje en el móvil. Pido disculpas. Puede ser algo importante. Lo abro. Miro por el rabillo del ojo. Lo leo. “Jajajá, primo Canito, qué pardillo eres! ¡Te lo crees todo! Jijijí”.  Me sonrojo en una décima de segundo. “¿Qué preguntabas de los meses pares o impares?”. Intento recomponerme. “Nada, señor, no preguntaba nada”. Luego apago el móvil. Y el señor Babel escucha cómo mascullo: “¡la Ofelia ésta de los cojones!”

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