I
Hasta que los novios no lleguen no dejan pasar al
comedor del restaurante. Los invitados esperan de plantón en el jardincillo de
la entrada con los pies al infiernillo, y con una copa en la mano. Yo monto
guardia en la puerta principal. Con la corbata doblada y guardada en el
bolsillo de la chaqueta. No puede hacer más calor. En estos eventos, ya se
sabe. Lo extraño es que haya puntualidad. Ceremonia larga. Felicitaciones que
no terminan. Fotos que no se acaban. Miro el reloj. Las tres. Día de
reencuentros familiares. He perdido la cuenta de las veces que me han dicho: “¡Canito,
el próximo eres tú!”. Uf, la de tiempo que no oía a nadie llamarme “Canito”. “¡Eh,
Canito, ahora eres el último primo soltero!”. “¡Canitooo, qué mayor te has
hecho, guapetón!”. Es lo que tiene ser el más pequeñajo de los ocho primos. Por
fin, por ahí se acerca el descapotable clásico, mooooc, moooc, a golpe de
bocina. ¡Ya vienen, ya vienen! Cuando parece que la gente va a arremolinarse
para hacer el pasillo de honor, todos se echan atrás. Es porque han visto que
yo, que soy el responsable de los asuntos pirotécnicos, ya tengo preparada la
mecha. Y la traca que, en honor a los recién casados, da la vuelta a la manzana
no dejará indiferentes los tímpanos de nadie.
II
En el plano de situación he comprobado que han
dispuesto una mesa redonda para todos los primos. Mmm. No sé si eso me gusta.
Según vamos llegando, ocupamos las sillas tapizadas. Me da igual quien se ponga
a mi lado. Me da igual siempre que no sea… estiro el cuello… siempre que aquí
no se siente… “Hola, Ofelia”. Me estampa dos besos. Si antes lo pienso, antes
viene. Glup, aquí la tengo, a mi prima Ofelia, pegadita a mí, a mi derecha.
III
Estoy rígido. Tenso. A Ofelia no le perdono ni las
trolas que me colaba, ni la mofa que de ello hacía. “¡Ayyyyy, mi Canito-Canito,
qué pardillo eres… te lo crees todo!”. De momento, yo miro hacia mi izquierda,
como si tuviera tortícolis. Y no disparo una. Bueno, la verdad es que han
pasado unos cuantos años desde la última. Fue cuando me explicó muy puesta y
muy seria que los Costero de nuestra familia somos descendientes directos del
general Custer, el de las botas puestas. Aún me duele recordar los ojos que
puso desmesuradamente abiertos el profe
de historia, cuando yo se lo repetí a él cargado de seguridad. Eso yo no lo
olvido. Y tampoco perdono que ella lo haya seguido contando, jijijí, jajajá, al
mundo mundial. Por eso, a pesar del tiempo transcurrido estoy tan en guardia.
Aunque la vea ahora tan tremendamente guapa, tan maravillosamente cambiada.
IV
Ofelia me pregunta: “Canito… ¿y qué estudias tú
ahora?”. Vaya. Voy a tener que entrar en conversación. Aclaro mi carraspera. Hm,
hm. Bebo un sorbito de agua. “Estudio un doble grado”, contesto. Me hincho de
orgullo al decirlo. “Estoy en segundo de Administración de Empresas y Química
Artesanal”. Hago una pausa. Para que capte. Que esto no lo puede hacer
cualquiera. Que yo sí porque yo valgo. Ella se queda con la boca abierta. “Caramba…”,
exclama. El camarero reparte el marisco en el plato. Vienen los langostinos a
ritmo de pasodoble. “Aquí, en Mardebé, lo de las titulaciones dobles, es
relativamente nuevo… pero donde yo vivo ahora, en Twotown, eso está totalmente
asimilado desde hace mucho tiempo… “. Ella, con sus cubiertos, desmenuza
delicadamente el marisco. Yo, con mis dedos, le parto la cabeza, procurando que
la salsa proyectada no me ponga la camisa perdida. Ofelia prosigue: “…está
científicamente demostrado que la máxima capacidad del ser humano se alcanza
alternando dos actividades… por lo que allí, por ley, los contratos son
intermitentes: meses pares o impares, sin que te permitan trabajar en lo mismo
todo el tiempo”. Pausa en la conversación. Los primos se han puesto de pie. Hay
que levantarse. Alzando la copa, gritamos a una: “¡que se besen, que se besen!”.
V
Salimos del salón de banquetes con el detallito en
la mano, una botellita de vino chino gran reserva, mientras los camareros
retiran la mantelería. Al final, ha sido muy agradable el reencuentro con mi
prima Ofelia. Sin duda, hemos madurado. Por mi parte, cuando me despido de
ella, compruebo que no me queda rastro de ningún rencor y le digo muy en serio
eso de: “que no tardemos en volver a vernos”.
VI
Los días, meses, años vuelan. Si mis primos
centraban sus expectativas en mi modesta persona como motivo para un próximo
encuentro familiar, ya pueden esperar sentados. No hay evento a la vista ni en
proyecto. Ya tienen que cambiar mucho las cosas.
VII
Con el doble título en el bolsillo, o más
propiamente enmarcado en la pared, ha llegado la hora de los currículum. Como
lo que quiero es empezar, y aquí en Mardebé el asunto está imposible, y como me
da igual irme fuera, he enviado solicitudes a todo el planeta. ¿Hay
inteligencia humana interesada en mis servicios? Sí, me he acordado mucho de
Ofelia y también he entregado instancias en Twotown. Mira que si por una de
aquellas me llamasen de allí…
VIII
Al pronto no he reconocido su voz. “¿Dígame?”. Tampoco ella se esperaba mi llamada. “¿Ofelia?
Que soy Lexcano…”. Silencio. Uno, dos, tres. Cuando voy a explicar al cuarto
segundo que: “sí: soy tu primo”, ella exclama con un grito: “¡Canitooooo!”. Sí,
bueno, así me llamaban ellos de pequeñín. Le he contado, lo que son las cosas,
que me han citado para una entrevista de trabajo en Twotown. Y que iré hacia
allí, si no pasa nada, el 10 de Junio. Otro silencio. Iba a preguntarle si
podía estar en su casa durante esos dos días. “… Me temo que no será fácil.
Junio es un mes par. Y en los meses pares no trabajo en el Banco ni vivo en
este piso”. Ufffff, es verdad. Ya me contó que allí la gente tiene siempre dos
dedicaciones. “¿Y qué haces ahora, en los meses pares”. Medita su respuesta: “Canito:
de momento, en los meses pares soy ni-ni”.
IX
Yo no me imaginaba una ciudad tan populosa. Hemos
quedado en la cafetería, en la planta baja del edificio de oficinas. El señor
Babel me ha tendido la mano afablemente. Café para él. Para mí un agua mineral
sin gas. Todas sus preguntas, desde la primera, llevan su intención. Rompe el
hielo interesándose por el trabajo de mi proyecto de fin de carrera. Le
explico: “…temíamos que aún empleando una atmósfera de Argón, éste reaccionara
con el explosivo”. El camarero, dejando los posavasos encima de la mesa,
interviene: “disculpe señor, el Argón es un gas noble, lo que quiere decir que
es inerte, y no reaccionará con nada”. Al principio, la interrupción me
sorprende. Pero caigo en que esto es Twotown. Ah, ya comprendo. Este señor es
un camarero durante los meses pares, y sin duda, trabaja como profesor de
Química en los meses impares. Sonrío y le guiño el ojo. Pero por la cara que
pone y por cómo se evapora (sin tener para nada en cuenta el coeficiente de
evaporación), para mí que me ha malinterpretado.
X
Con los detalles que ya me está dando, entiendo
que el señor Babel me va a contratar. BIEN. BRAVO. Apenas puedo disimular mi
entusiasmo. Me tengo que contener. Va a explicarme las condiciones. Se me
escapa una pregunta: “¿Voy a empezar los meses pares o los impares?”. El señor
Babel frunce el ceño entonces. “¿Cómo?”. Voy a repetirlo, por si no me ha
entendido. Me interesa saber si ahí trabajaré los meses pares, para organizarme
los impares haciendo otra cosa. Escribiendo cuentos, por ejemplo. Pero cuando
se lo voy a repetir, me entra un mensaje en el móvil. Pido disculpas. Puede ser
algo importante. Lo abro. Miro por el rabillo del ojo. Lo leo. “Jajajá, primo
Canito, qué pardillo eres! ¡Te lo crees todo! Jijijí”. Me sonrojo en una décima de segundo. “¿Qué
preguntabas de los meses pares o impares?”. Intento recomponerme. “Nada, señor,
no preguntaba nada”. Luego apago el móvil. Y el señor Babel escucha cómo
mascullo: “¡la Ofelia ésta de los cojones!”
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