domingo, 25 de marzo de 2012

Lo que tiene que pasar

I
Mi madre dice que me encanto. Es que, por mucho que lo intento, siempre se me hace tarde al salir de casa y me toca correr para llegar a tiempo. Hoy, al salir a la plaza, me cruzo con la señora Margarita, la vecina. “¡Buenos días, Margaritaaaaa!”. Ella va con una cámara más vieja que la tos. Fotografía la fachada del palacio de los Montesol. Qué señora más rara. Para qué querrá eso. “¡Chico, ve con cuidado, que te vas a caer!”. ¿Caerme yo? ¡Ja! Acelero con toda mi alma, porque llego más tarde que nunca. Y sí, menudo leñazo. En la escalerilla de la entrada al cole. Las palmas de mis manos han parado el golpe. Nadie me ha visto. Me he sacudido. Recojo las libretas que se habían desparramado. Y sigo, corriendo, cojitranco, hasta la puerta de clase. Tarde como siempre.

II
La humareda es negra, espesa, violenta. Los municipales tratan de poner una cinta para que la gente no se arrime más. Atrás, atrás, es peligroso. Los bomberos se afanan, blandiendo sus mangueras. Las sirenas destellan. La gente comenta. La gente se lamenta. Desde que estaba vacía, desde que no se cuidaba, esto podía pasar. Con un crujido, y un millón de chispas, la fachada y el artesonado de madera centenaria se vienen abajo. El palacio de Montesol y el montón de años que los contemplaban son ya cosa del pasado.

III
En la tienda de la Petra hay gente hasta la puerta. He preguntado por la última. Esa mujer. Vale. Me quedo con su cara. No tenía mejor idea mi madre que enviarme a comprar, justo ahora, cuando estaba jugando y mejor me lo estaba pasando. Fastidio total. Pero qué lentos van. Piden cosita a cosita. “Y qué más”. Y la Petra apunta en un papel “Y qué más le pongo”. Mira que se lo piensan. Viene más gente. Nos apretujamos. Preguntan por la última. “Yo”, digo. Voy detrás de esa señora. Y delante de usted. Los minutos pasan. Calor. Nunca me toca a mí. Miro la estantería donde deberían estar los sobres de azafrán que tengo que comprar. Como después de esperar tanto, ya no queden… La tienda sigue estando tan llena o más que cuando he llegado. Por detrás, veo entrar a la señora Margarita. Siempre, siempre va igual, sea invierno o verano. Con su rebequita y su falda monjil. Pregunta la vez. Le dicen. Seria, espera. “Quién va”, pregunta la Petra. “Yo”, digo con voz firme. Pero como seguro que la señora Margarita quiere una tontería de nada, le dejo pasar. Gentil que soy. Ella me coge la palabra. “El chico me deja pasar”. Y los demás, murmurando entre dientes, acatan. Luego resulta que no, que viene dispuesta a comprar media tienda. Y encima se lleva los últimos sobres de azafrán, después veremos mi madre qué me dice de eso. La cuenta le sube un pico. El bolso le pesa lo suyo. Paga, se va cargadísima. Y yo aún estoy esperando a que me dé las gracias por haberle cedido mi turno.

IV
Otra contrarreloj de casa al cole. Hoy también me cruzo con la señora Margarita. Ella está de espaldas y por eso no la saludo. Está mirando unos numeritos del cupón. Como si pensara qué número comprar. No sabía que esta mujer jugase a nada. Yo sigo a toda pastilla, con la lengua fuera. ¡Peligro!: Los escaloncitos. No me caigo, por supuesto. Casi-milagro: Esta vez entro en clase cuando la puerta aún no está cerrada.

V
El ciego Manolo está feliz. Vendió el primer premio. Un montón de gente se arremolina en torno a él. Gritos, mira tú qué suerte, palmadas en el hombro y abrazos, muchos abrazos. Los vasos de plástico ruedan por el suelo. A nosotros, que no compramos, no nos ha tocado nada. Qué rabia. Me he quedado tanto tiempo embobado mirando la escena, que cuando me doy cuenta, no vale la pena que corra. Hoy sí que no llego ni de coña.

VI
Dice mi padre que el progreso también se mide por el número de semáforos. Pues ya tenemos uno en Mediavilla. Ahora falta que los que andan y los que van con ruedas le hagan caso al rojo, amarillo y verde. He salido de casa con la pelota. Jugaremos un rato en el descampado. Cruzo por el paso de peatones y así le hago los honores al progreso. Enfrente, la señora Margarita. Verde para peatones. Yo paso. Ella no. Sigue esperando. Inmóvil. La saludo. “Hola, chico”, me contesta. Boto la pelota. Antes de perderme por la travesía del Teatro, me doy la vuelta. A quién espera esta mujer ahí plantada. La espío. No han pasado ni dos minutos. Pasa una moto. A gran velocidad. Derrapa con la grava. La máquina se va por un sitio, y el piloto rueda por el suelo. Entonces sí. La señora Margarita corre en ayuda del accidentado, que parece que no se mueve. Me quedo impactado por lo que he visto. Tanto que, en el partidillo que organizamos, me pongo de portero, no doy una y me meten siete goles.

VII
No puedo dormir. No hago más que moverme y moverme y ya he sacado la sábana del sitio. Si yo fuera como la señora Margarita… no viviría en una casa tan cutre, ni vestiría esa rebeca tan vieja, ni estaría tan sola… No es normal, que teniendo ella esa capacidad de adivinar lo que tiene que pasar, viva como vive. Esa mujer es… tonta.

VIII
Estoy en la puerta de casa, esperando a que salgan mis padres. Iremos a Misa. Viene la señora Margarita por la acera. Peligro. Cierro la cremallera de mi boca. No digo nada. No la saludo. Mmmmm. Se me acerca. “Qué te pasa, chico”. Me lo pregunta, pero ella lo sabe. Sabe que sé lo suyo. “Qué guapo vas”, me dice. Entonces me doy cuenta de que tiene en la mano su cámara vieja. Ay, cómo intente hacerme una foto a mí. Me tapo la cara con las manos. “¡Ni se te ocurra!”, le grito. La señora Margarita se queda paralizada. “Pero chico… qué es lo que te pasa”, vuelve a preguntar. “Sí, sí, no disimules… ¿es que me voy a quemar como el palacio de Montesol? ¿Me van a atropellar en el semáforo nuevo? ¿Por eso llevas la cámara? ¡Vete a la porra!”. Ella pone cara de sorpresa. Estoy aterrado. Casi llorando. Le espeto: “¿Qué es lo que me va a pasar a mí? ¿Qué?”. Le entra una risilla floja a la señora Margarita. Encima eso. Encima, se burla de mí. “…nada chico, nada: Vas a crecer”. Que voy a qué. Veo ternura en sus ojos. Intento contener mi sofoco. Era exagerado por mi parte. Cuando bajan mis padres, muy peripuestos, preguntando “qué es toda esa escandalera”, me pillan posando para la señora Margarita con mi mejor sonrisa melladita. Ya me ha anunciado la señora Margarita que el ratoncito Pérez viene de camino.

1 comentario:

  1. Yo creo que todos tenemos "una señora Margarita" en nuestras vidas... Es curioso, pero ¡siempre hay una cerca!
    Yo tengo a mi portera, que es la típica "señora Margarita" Lo sabe todo, incluso lo que aún no ha pasado... ¡Es increíble!
    Me ha gustado mucho el relato... ¡Gracias por compartirlo!
    Besos.
    L.gemma (mamá de Sandra Singluten)

    ResponderEliminar