domingo, 18 de marzo de 2012

Lo que sabéis de mí

I
A esta orilla de la ciudad el fragor de la fiesta no llega. No pasa gente a estas horas. No hay banderines colgados de farola a farola. Ni botellones rotos en los bordillos de las aceras. Las ondas sonoras de alguna orquestina enronquecida, “ai se eu te pego, ay si te pego”, apenas llegan hasta allí en forma de rumores lejanos. Sólo destacan las suelas de goma de los zapatos de Fede, ñiiiiic, ñiiiiiic. Él se delata por donde pasa. Con los tímpanos y las rodillas machacados, anda deprisa, tiene ganas de entrar en casa, y dejarse caer rendido. Despunta el día. Afinan sus gargantas los pájaros. Fede piensa dormir hasta que los ojos se le hinchen y la vejiga le reviente. Abre la puerta del patio. Es cuando vibra su teléfono de datos. Entra un correo. ¿A estas horas? Será algún amigo, que aún no ha tenido bastante juerga. Desenfunda el terminal. Lo abre. Centra la vista. Es de… ¿el yayo Federico? Sin asunto. Él está en copia. Lo lee. Se le agita la respiración. Lo lee otra vez. Después guarda el móvil y, ñiiiiiic-ñiiiiiiic, se pone en marcha. Fede con sus suelas de goma. Cuando se deja caer sobre la cama al cabo de cinco minutos, sigue estando igual de reventado, pero ya no es capaz de pegar ojo.

II
De: Federico @
Para: Lista de direcciones
Asunto: --
____________

Queridos todos:
He de reconocer que mi memoria no es lo que era. No sé bien cómo he llegado hasta hoy. Se ha escondido mi pasado y no hay manera de encontrarlo. Aquí donde me cuidan tan atentamente no tengo libros, fotografías, que me ayuden en esa tarea. Por eso me he decidido a enviar este correo, haciendo uso de mi libreta de direcciones, que veo es muy extensa. Ruego me disculpéis si, de momento, uno a uno, no os recuerdo del todo. Y más aún si, en las ocasiones que coincidimos os ofendí o dejé de hacer algo por alguno de vosotros. Si aún se puede, intentaré repararlo. Escribidme, escribidme pues y contadme lo que sabéis de mí. Espero que con vuestras respuestas, despertará en mí lo poco o mucho que he sido. Afectuosamente,

Federico

III
A la cuidadora que le ha abierto el portalón de la Residencia no la conocía. Señal de que hace ya bastante tiempo que él no viene por aquí. Pregunta por Federico. “¿Federico? Mmmm…. ¡Ah, sí! Discúlpame, son tantos…”. Los dos entran entonces. Fede le sigue los pasos. La estruendosa suela de goma, ñiiiic-ñiiic, se amplifica con el encerado del piso. “¿Qué tal está él?”, se interesa. Con la mano, ella hace un gesto de “así, así”. Y después, lo acompaña con un “está pero no está”. No hace falta que explique más. Él ya la entiende.

IV
Templa el solecito de Marzo en el jardincillo de la Residencia. Revientan las primeras florecillas de la primavera. “Yayo, ¿me conoces?”. A Federico se le iluminan los ojillos tras los gruesos cristales de sus gafas, al tiempo que esboza una sonrisa. “Pues claro”. El nieto le levanta la voz. “¿Y quién soy?”. Federico se queda pensando. Resuelve: “No me hagas decírtelo. Tú sabes de sobra quién eres”. “Claro que sí, yayo, perdona”. De lo único que sí está muy seguro Federico es que delante tiene a una persona muy querida. Y con esa seguridad, le da un abrazo. De los fuertes, de los grandes.

V
Cinco minutos. Sentados frente a frente. Sin soltar apenas una palabra. Sólo cruce de sonrisas. Compañeros de residencia, aburridos, curiosos y envidiosos se han acercado por turnos para ver más de cerca al ilustre visitante. “¡Federico, no te quejarás… hoy han venido a verte!”.

VI
Fede ha pedido permiso a la cuidadora para entrar en la habitación. Ningún problema. El yayo va apoyándose en su brazo. Una cama, un armario. Una mesa y dos sillas. Y sobre la mesa, el portátil. Y justo al lado la chuletita que él mismo le escribiera hace ya bastante explicando paso a paso lo que hay que hacer para entrar en el correo. El ordenador está colgado. Ni la pantalla ni el teclado funcionan. “Ya te he dicho que no va… ¿tú podrías?”. “Vamos a ver lo que se puede hacer, yayo”. Se sientan uno al lado del otro. Reinicia. Con un dinosaurio de éstos aprendió él a escribir. El viejo procesador arranca lento, muy lento. Ahí estamos. En el escritorio del sistema operativo. “¡Funciona!”, exclama. El yayo lo celebra. “¡Bien!”. Fede comprueba las conexiones de red. También van. Lo próximo es abrir la página de los correos. “¿Abrimos, yayo?”. “Pues claro”. El pulso se le acelera entonces. El ordenador piensa. Pero llega exhausto. Abre la página. Sorpresa total. Fede exclama emocionado: “¡Yayooo, que tienes trescientos cincuenta y dos correos por abrir!”. Y ninguno es un “correo basura”. “¡Todos contestan a tu llamamiento!”. “¿A mi qué…?”. Fede no puede reprimirse. Los abre. De uno en uno. Por orden. Los va leyendo en voz alta. Nudo en la garganta. Todos cariñosos. Todos buenos. Todos recordando lo que saben de él. “Eso está bien”, suspira Federico feliz y con los ojos húmedos, “…no veas tú lo que me fastidiaría a estas alturas descubrir que durante mi vida me he ido comportando como un cabrón…”.

2 comentarios:

  1. ¡Un relato precioso!
    Casi te escribo esto con lágrimas en los ojos, ¡me ha emocionado!
    Me ha traído recuerdos.
    Un beso.
    L.Gemma (Mamá de Sandra Singluten)

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  2. Yo, si tengo lagrimas en los ojos, un relato precioso y super emotivo, me ha encantado, que dura es esta enfermedad.....

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