domingo, 11 de marzo de 2012

Envidia



I
Yo no la he tocado. De verdad que no. Ni un pelo. Lo que pasa es que ésta ha encendido la sirena y se ha puesto a gritar como una loca. Suelta dos lagrimones, le entra hipo y todo, me señala con su dedo acusador y hace como que yo la estaba matando. Mami, que yo no he sido. Que no le he hecho nada. Ella sí, ella sí que me ha tirado la muñeca al suelo. Y casi la rompe. ¡Mírala, mami, mira, mírala! ¡Adriana se está riendo ahora! ¡Se está burlando de mí! ¡Mírala qué mala es! No me encierres en el cuarto, por favor. Por favor, me portaré bien, en el cuarto otra vez no…

II
Sólo he dicho: “A ella sí y a mí no”. La abuelita me ha mandado callar. “¡Ángela, por el amor de Dios!”. Bueno vale, me podrán callar. Pero yo seguiré pensando lo mismo. A ella sí y a mí no. A ella sí y a mí no.

III
Hoy toca bronca. La hermana Antonia me ha pedido los deberes. Estrategia de demora. He abierto la libreta y los he buscado. “Huy, qué raro… estaban por aquí”. Sé que es imposible encontrarlos, porque no están hechos. Delante de todos monta el cuadro: “esto no puede ser, vas por muy mal camino, tengo que llamar a tus padres y hablar con ellos ya, Ángela, aquí se viene a trabajar, no a pasar el rato”. Bueno. Por aquí me entra y por ahí me sale. Que los llame. Que hable con ellos. Les va a dar lo mismo. “…desde luego, no te pareces en nada a tu hermana Adriana…”. “Afortunadamente”, replico de rebote. “¿Cómo?”. Nada, yo no he dicho nada. Haber estado atenta a la primera.

IV
Espera, espera, mamá. ¿Qué es eso de que mi hermana tiene que venir conmigo y con mis amigas? De eso nada. Yo no soy niñera de nadie. A su edad, acuérdate, a mí no me dejabais salir. Para eso, prefiero quedarme en casa. No salgo. No se hable más. No. (…) Pero bueno, conste, si acaso viniera, después que no me diga que está cansada y que se quiere venir a casa a las primeras de cambio, que me la conozco.

V
Oye guapita, ¿es que tú no tienes cien camisetas más que yo? ¿Por qué has tenido que ponerte precisamente la mía nueva?

VI
Hermana, no leas esos tochos con la letra tan pequeña, que te van a hacer falta gafas nuevas. Te recomiendo otro muy instructivo. “El libro de las mil preguntas con respuesta única”. ¿Quién cocina? Yo ¿Quién recoge la mesa y friega los cacharros? Yo ¿Quién limpia la casa? Yo ¿Quién baja a comprar? Pues eso: yo también. El final del libro cambia un poco: ¿Quién tiene un morro que se lo pisa? Bingo. Tú misma.

VII
Para un fin de semana que se van mis padres, no se quedan tranquilos. Insisten, por enésima vez: “No discutáis”. ¿Quién? ¿Nosotras? ¡Qué cosas tenéis! Iros ya de una vez, pesados. Que no se va a incendiar la casa. Que todo va a estar en el sitio a vuestra vuelta. La puerta se cierra. Je, je. Empieza el tiempo de mi venganza.

VIII
No lo haré. Pero se me pasa por la cabeza. Poner en la lavadora sus jerséis de lana con el programa a temperatura y el centrifugado a tope. Ay, cuánto lo siento, menudo despiste. Mi hermanita se pondría buena. Pero luego… tomaría represalias y cogería la ropa mía que más le gusta. No, no. Tachado. Más opciones. Con lo sopera que es, una cucharadita de laxante en su plato. Qué gustazo verla ir a todo correr al baño. Ay, cómo disfruto. Qué retorcida eres, Ángela. Chist, ella abre la puerta. Sin llamar, como de costumbre. Que de qué me río. ¿Yooooo? De nada, naturalmente.

IX
Qué callada está. Algo trama seguro. No me fío. Me levanto. Voy a su habitación. La llamo. “¡Adriana!”. Pooom. Poooom. No contesta. Abro. “¿Por qué narices no…?”. De golpe, el mundo entero, mi mundo, se viene abajo.

X
Cambio mi aire por el suyo. Mi vida por la suya. Rezo lo poco que sé. Suplico. Si algo tiene que pasar, que me pase a mí. Ahora mismo. Pero a mi hermanita que no me la toquen. Y mis padres sin contestar. Joder lo que ha tardado la puta ambulancia. Adriana, no me des nunca más estos sustos, ¿me oyes? No me hacen ni pizca de gracia. Que lo mío es envidia cochina que te tengo. Porque eres mucho mejor que yo. En todo. Pero sabes que si te pasara algo, yo me voy detrás. Sin ti… ¡Venga, venga, coño, reacciona, recupera el color! Ya está. Poco a poco. Te doy la mano. La aprietas suavemente. La ambulancia va a toda leche. El médico me ve llorar y me calma. “…todo va a ir bien”. No lloro por eso. Ahora lloro porque no tendrían que pasar estas cosas para darme cuenta de lo mucho que necesito a mi hermana Adriana.

1 comentario:

  1. Uf... ¡Yo tengo tres hijos y una de mis metas es educarles bien! Educarle en la comprensión, en la de unos a otros, y en la de los otros a los unos, pero sobre todo con respeto, que haya siempre mucho repeto entre ellos. Entre ellos, y también para con nosotros los padres...
    Espero conseguirlo.
    L.Gemma (Mamá de Sandra Singluten)

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