domingo, 26 de febrero de 2012

En el bolsillo



I
Esta mañana el agua de la bañera estaba un poquitín más fría. Me he dado cincuenta largos, cinco brazadas en cada vuelta, como siempre. Y se me han taponado los dos oídos, también como siempre. Hale hop. He mirado hacia arriba, a ver qué hora era. Tarde. Empapado, me he envuelto en un paño de cocina, titiritando de frrrrrrrío, y he andado descalzo de puntillas sobre el parquet, para no poner el suelo perdido, hasta el cuarto de Néstor: “¡AAAAAAARRRRIIIIIIIBBBBAAAAA, PEQUEÑÍN!”. Cada vez tengo que gritar más para que me oiga. Tiene un sueño muy profundo, pero también un buen despertar. Legañoso, me ha dado los buenos días con una sonrisa. Hale, hale, que es para hoy. Se ha enfundado sus zapatillas. Se ha estirado, desperezándose. Me ha cogido. Y me ha apretado contra sí mismo. Arrrrrrg, despacio, sin estrujar. Cualquier día, con un “espachurrón” de éstos, haces “sémola de padre”. Me ha soltado con suavidad. Me había cortado la respiración el tío bruto. Pero no me arredro por eso. Le he azuzado. “Espabila, que no llegas al autobús… que nos van a dar las tantas… venga, venga”. A mí me cuesta un periquete arreglarme. A él un poco más. Siempre me toca esperar. Menos mal: Ya está listo. “Néstor… ¿Te dejas algo?”. Repaso general. Ah, sí. El reloj. Va a por él. Se enfunda la chaqueta. Se arregla el cuello. Se cuelga la bolsa en el hombro. Lo penúltimo, el bocata envuelto en papel de plata al bolsillo izquierdo. A mí me deja para el final. Voy directo al bolsillo derecho. Es que soy casi tan alto como el bocata y por eso actúo de contrapeso.

II
Jopé, vaya día. Menuda jaqueca que me había entrado. Me he tenido que tomar un grano de paracetamol. Eso, y un tapón de manzanilla bien caliente. Ahora, a dormir y mañana como nuevo. “Que tengas buena noche, Néstor”. Néstor se me acerca solícito. “¡No, no, déjalo, que me doy por saludado!”. Me da pánico su efusividad. Me subo a mi vitrina, en el aparador. Me acuesto encima de mi esponjita y me tapo con la servilleta de cuadros. Raspa un poco, pero calienta la tira. El chico se queda un rato tumbado en el sofá viendo la tele. La programación que dan no le impresiona ya. Se quedará sopa, como siempre. Se le ve feliz. Y yo con él. Atrás quedan las discusiones monumentales que mantuvimos…, “padre, ¿Pero qué estás diciendo…? ¿Cómo que quieres reducirte? ¡Tú no estás bien de la cabeza!”, sus aspavientos, sus amenazas… todo eso queda muy atrás, en forma de lejana pesadilla. Ahora los dos tenemos sueños en forma de presente. Y los sueños no dependen del tamaño de quien los tiene. En fin… resumiendo, que el tiempo pone las cosas en su sitio. Zzzzzzzzz.

III
Antes, cada nuevo día un padecimiento. “Ten cuidado, Néstor”. “¿No te fías de mí, padre?”. “De ti, claro que sí… del mundo que nos rodea, por supuesto que NO”. Antes, cada hora, un rezo. “Por favor, por favor, que no le pase nada….”. Antes, cada tarde, un no llegarme la camisa al cuello, si no lo encontraba en casa a mi regreso del trabajo. “¿Dónde busco yo a este chiquillo?”. Un depender continuamente de los papás de los amiguitos, “que miren a ver si te pueden acompañar…”. Antes, cada noche, un insomnio. Un no poder dormir por no saber ser a la vez un buen padre-madre para Néstor.

IV
Sabía que esto es una solución temporal. Que más pronto que tarde, Néstor ya no me necesitará, seguirá su propio camino, como es de ley, y yo tendré que mantener entonces los ojos bien abiertos para darme cuenta del momento y hacer mutis y dedicarme ya veré a qué. Pero en el “mientras tanto”, después de vueltas y vueltas, no se me ocurría ninguna opción mejor para los dos. Dejé el trabajo, ya ves tú qué pena. Ingresé todo el dinero a su nombre, con el abogado Valle como administrador. Es de confianza. Discutí con Néstor, creo que eso ya lo he contado. Muy fuerte. Porque los dos somos muy cabezotas. Aunque yo, de momento, un poquito más. Sin tiempo para arrepentirme, y en pleno uso de mis facultades mentales, me tomé el brebaje concentrador de moléculas. Lo venden en el súper, como “Desaparecedor” de insectos. El truco para que funcione en el ser humano está en añadirle matalahúva. Y luego, glup, de un trago. Hasta la última gota, no fuera que a Néstor le diera después por bebérselo también. Al instante, fui el increíble padre menguante. La ropa hueca desparramada por el suelo, y yo tapándome las minivergüenzas, como si mi hijo no me hubiera visto nunca de esa guisa. “Eh, eh, Néstor”, fue lo primero que vociferé desde allá abajo, “No te asustes: Ahora soy tu Pepito Grillo”.

V
Mi sensación actual se puede describir con una palabra. Tranquilidad. Yo voy con él a todas partes. En todo momento. Y sé dónde está. Le transmito ánimo. Confianza. Seguridad en sí mismo. Le vigilo un poco, sólo un poco, para que no se desmande: “¡…Néstor, leche, cómete los guisantes y deja de guarrear, que te veo!”. Los amiguetes alucinan con él. Le dicen: “Pedazo de muñeco tan bien hecho que siempre llevas encima… ¿dónde te lo compraron?”. ¡Mmmmm… espero que no me robe algún crío caprichoso! Los profesores están impresionados con la capacidad de respuesta del chaval, con su repentina madurez… ¡se va a casa con los deberes hechos! No, no me aburro con Néstor ni un segundo. Esta mañana, en el bus, Néstor se ha sentado al lado de su amiguita Espe. Hola, hola. Por encima de la cartera de Espe sobresalía una muñeca. Estaba demasiado bien hecha. Anda que no se nota. ¡Huy, huy, huy… presiento que dentro de no mucho tiempo empezaremos a ser legión los papis que vamos… en el bolsillo!

No hay comentarios:

Publicar un comentario