lunes, 20 de febrero de 2012

Déjame hablar

I
Déjame hablar, por favor, Maika. Contigo, la verdad por delante. Las cosas muy claras. Te lo tengo que decir y te lo digo. Para que no haya equívocos. Bueno, tú ya lo habrás notado. Como para no darte cuenta, aún con el poco tiempo que me conoces. Seguro que ya habrás pensado, “huy, huy, este chico, qué cuerda… No para”. Sí, sé que siempre estoy hablando. A todas horas, en todas partes. Será por eso que casi todos me rehúyen. Porque se ve que los acabo cargando. Soy un “bocas” compulsivo. Un plasta. En cambio, tú… ¿cómo me lo dijiste la otra vez? Sí, fue cariñosamente: “para un poquito, parlanchín”. Si no fuera por ti, a mí ahora todo me daría igual y diría: “piensa lo que quieras…”, pero así no. No puedo. Debo explicarme. De entrada, sé que te va a costar creerme, porque lo mío es raro muy raro y no le pasa a nadie más que yo sepa… pero esto es lo que hay. Ahí va: Yo sólo respiro si hablo. Lo que oyes, Maika. Hablo para vivir. El único aire que me sale de los pulmones es el que va acompañado de mis palabras. O sea que, si me callo, me asfixio. Es mi cruz. Qué. Cómo te has quedado. Di algo. No pongas esa cara, que no me estoy quedando contigo, que te estoy hablando en serio. Bueno, esto entraba dentro de lo previsible. Que te quedaras ojiplática. Si quieres, te hago una demostración, pero pequeña. Ahí va: MMMMMMMMM... (…) Eh, eh, espera, que puedo aguantar aún unos segundos más sin ponerme cianótico… si no digo nada es como si estuviera debajo del agua, sin aire… Oye, ¿ya recoges? ¿ya te vas? ¿no me vas a decir nada? ¿te puedo acompañar? Bueno, vale. Sabía que esto podía pasar de todas formas. Lo sabía. Discúlpame, Maika, por favor. No pienses que soy un loco. Sólo quería que supieras el porqué de mi verborrea. Hablo por los codos. Por necesidad. Pero ya no te vuelvo a molestar, no te preocupes ¡Gracias por escucharme de todas formas! Hale, Conrado, vámonos a casa, que por hoy ya te has puesto bastante en ridículo. Cuidado, el semáforo está en rojo, sólo faltaba que te atropellaran con el día que llevas

II
“Chaval, alegra esa cara, que hay males peores”. Ya, ya, menudo consuelo el del especialista éste. “¿Están ustedes seguros del diagnóstico? Me suena tan irreal que hayan detectado una sincronización estrecha entre mi pulso cardiaco y mi habla… ¿No hay un tratamiento mejor para esto? ¿No hay una pastillita que me permita callar aunque sólo sea por la noche? Vale, vale. Si no estoy conforme, que pregunte en otros sitios… Lo haré, no se preocupe. Y mientras, para no acabar volviéndome loco yo solo, que no me deje los antidepresivos. Que no se me ocurra. Y qué me digo a mí mismo. Ni lo sé ya. Qué me cuento. Al final se me puede acabar el rollo. De momento, digo lo que pienso a cada paso que doy. También me puede valer leer en voz alta. Hasta que me entre sueño. O recitar poesía. Repetir ripios. Mmmmmm…. “. El médico me ha escrito las primeras pautas del tratamiento, me advierte que será crónico. Ha dicho algo entre medias, pero como yo estaba hablando también al mismo tiempo, no me he enterado. No le pienso preguntar. Espero que no sea importante. Salgo y pasa el siguiente. Que todos los que están ahí sentados esperando su turno me oigan: “Me mofo yo del cuadro ése de la pared pidiendo silencio, me mofo”. Y saliendo a la calle, me digo: “La próxima vez que venga, le pediré un certificado donde conste que yo tengo que hablar allá donde vaya…, en el cine, en las clases, en… a mi primo, que no podía comer gluten, sí que se lo hicieron, y…”


III
“¡Déjame hablar, coño!”, le he dicho al de personal, a punto de ahogarme. “Dónde dice que para desempeñar bien mi trabajo he de estar callado. Dónde. Que me lo digas. No lo dices porque no lo sabes. Porque no va escrito esto en ningún sitio. Y lo de molestar a mis compañeros por hablar, que yo sepa ninguno se ha quejado. Ninguno. Dónde dice que por el hecho de que yo no pare de hablar voy a faltar a mi compromiso de confidencialidad. Dónde. En ninguna parte”. El muy cabrito, me ha dado una palmada, en el hombro, y me ha dejado hablando solo, como a los locos. Encima de la mesa, un papelito con el sello de la empresa. Esto qué es. Lo leo por encima. Va a mi nombre. No me prorrogan el contrato. Me levanto pesadamente. Que me oiga, que me oigan todos. Salgo por el pasillo repitiendo a ritmo de samba: “¡Cabrito, cagado, cabrito / cabrito, cagado, cabrito! ”.

IV
Se ha entreabierto la puerta de la habitación. Ha pegado la oreja. Le he dicho: “No pasa nada, padre… aquí sigo, hablando”. No me queda otra. “Disculpa, Conrado, como no te oía, ya me estabas preocupando”. “…no qué va, no he parado”. “deja abierto, prefiero oírte, así estoy más tranquilo”. Arrastrando los pies, se va pasillo abajo. Yo llevaba un buen rato con la tele puesta, con el volumen bajado. Yo hacía de voz en off. Me comentaba las noticias. Pero ahora, ahora mismo, me ha dado por tararear una vieja canción de Nino Bravo. Canturreaba. Eso también vale. “Si yo nací, como todos nacemos, llorando, llorando… Si conseguí lo que tengo, luchando, luchando… Por qué no puedo tener un amor como tú, o como aquél, si yo soy igual…. Por qué no puedo tener felicidad”. Me sube la nostalgia al límite. Está clarísimo. Porque yo no puedo estar callado. Abro la ventana. Siento el frío. Me asomo y suelto una de las mías: “Silencio: me gustas, pero tú y yo somos incompatibles”.

V
"¿Diga? ¡Hola! ¿Qué “si puedo hablar, parlanchín”? Ja, ja, ja qué gracia. Sabes que no hago otra cosa. Hablar a todas horas. Qué sorpresa tu llamada. De las grandes. No me la esperaba". De repente, me quedo mudo al aparato. Es ella. Maika me ha llamado. Uaaaauuuu. Después de… buuufff, tanto tiempo. Mmmmmmmmm. Casi ni me doy cuenta. Extraño sopor. Es cuando ella sí se percata, reacciona y grita alarmada: “¡Parlachín, parlanchín, di algo, por favor, respira!”. Y yo vuelvo con una bocanada de palabras que acompañan a mi aire. Me ahogaba sin sentirlo. “¡Dios, Dios, es que no sabía qué decir!”. Me repongo. Me rehago. “¿Quedamos o seguimos hablando? Te aviso, te advierto que, si seguimos hablando ahora, conmigo puedes quedarte sin saldo... Guayyy. Esta tarde en el Liberto. A lo mejor prefieres un paseo. Pero tenemos que tomar precauciones. Dime qué prefieres. Aspirinas o tapones de cera. Llevaré las dos cosas. Te pueden hacer falta”.

1 comentario:

  1. ¡Qué original! Nos ha encantado el nombre... Y lo que escribes, sobre todo en el párrafo II dónde hablas del primo que no puede tomar gluten. Mi hija tampoco, así que te dejo el enlace de su blog...
    http://sandracaron.blogspot.com/
    Nosotras nos quedamos como tus seguidoras...
    Besos y gracias por comparir sonrisas.

    ResponderEliminar