domingo, 2 de octubre de 2011

T..., t..., t...



I
Y eso que me he sentado en la antepenúltima fila. Para no destacar. He agachado la cabeza, he mirado al papel, he contenido la respiración. No ha servido de nada. Entre más de cuarenta, me ha tenido que elegir a mí. “¡Tú!”, me ha señalado. Y yo no me quería dar por aludido. “Sí, sí, no te escondas: tú”. Qué momento. Segundos antes, había dejado caer la pregunta en el aire. Con la carpeta y la lista en la mano, el profesor esperaba respuesta. “T…, t…, t…”. Choteo general de toda la clase. Carcajadas a todo trapo. Sabía que me podía pasar. Que se me atrancarían las palabras. Que no me saldría la palabra “triángulo”, con lo fácil que es decirla. Me he puesto rojo. “T…, t…, t…”. Antes he escupido que he dicho nada. Hasta al Aranda se le ha escapado una sonrisa cínica. Entonces ha redirigido la pregunta a otro. “A ver, tú”. Pero es demasiado tarde. Los demás me siguen mirando. Cachondeito habemus. Tartaja, tartaja. Me hierve la sangre. Los odio a todos. Cabrones.

II
Como orador tengo claro que no me tengo que ganar la vida. Así que practico la economía de las palabras. Y hablo, cuanto menos, mejor. Con las manos se puede decir buenos días. Y con la cabeza, “sí” o “no”. Y puedo manifestar claramente duda, asombro, aprobación, desagrado con un solo gesto elocuente. Llego puntual a clase. Me siento en el rincón de la antepenúltima fila. Tomo mis apuntes. No hago preguntas, claro. Cuando se hace la hora y la gente se levanta y se va, yo hago ahí mismo los problemas que nos ponen como deberes. Me quedo el último. Mejor. Voy a mi bola. No suelto prenda. A mi voz ya no le doy ni media oportunidad. La tengo castigada. En mi caso, se cumple eso de que calladito estoy más guapo.

III
Hoy, al final de la clase, ella se me ha acercado. Qué sorpresa. Venía con un folio. Un problema a medio terminar. “¿Me puedes ayudar? No me sale”. Uf, vaya papeleta. De entrada, qué letra más limpia tiene. Lo he revisado. Con el bolígrafo le he señalado. Ahí tenía que haber cambiado de signo. Ahhhhh, qué despiste. Pero lo tenía casi bien. “Bueno, ya puestos, termino los otros y así ya están hechos”. Se ha sentado a mi lado. Yo no sabía dónde mirar. Bueno, sí. Estaba pendiente de lo que ella escribía. Eeeeep, que te dejas un equis cuadrado. Cruce de sonrisas. “Gracias, mudito”, me ha dicho. Se lo tomo como un cumplido. Es la única, entre todos, que se salva.

IV
Desde entonces me esfuerzo en Mates. Sé que destaco, que soy bueno. Que navego firme mientras los demás zozobran. Pero sobre todo sé que le puedo enseñar a ella. Que sigue viniendo cada día a sentarse a mi lado, “oye, que esto no lo pillo”. Yo sé cómo explicárselo fácil, con paciencia, para que lo entienda. Me dedica una mirada agradecida. Nos seguimos quedando los últimos y salimos con los deberes hechos. Lo mejor, es que sólo me he atascado una vez, al principio. “T…, t…, t…”. Teo, me llamo Teo. “T…, t…, t…”. Trini, ya sé que te llamas Trini. Pero después ya no. Casi no tartamudeo. Mi lengua está más suelta. Y mis palabras fluyen sin obstáculos. Y le puedo contar cosas. Cosas que a nadie más le contaría.

V
Me he tenido que poner serio. No está en lo que tiene que estar. Me pregunta las cosas dos veces porque no me escucha. Se queda bloqueada. Se distrae. Se limita a copiar. A copiarse de mí. Además está rara. Habla poco. Y no me llama “mudito”. Un poco nervioso, he tenido que advertirle: “T…, T…, T…: Trini, espabila, que a este paso te funden”. Ha puesto cara. Se ha encogido de hombros. Se ha ido casi sin despedirse. Hoy no ha sido un buen día.

VI
Se precipitan los acontecimientos. Hoy Trini no se ha quedado conmigo después de clase. Uf, qué mal me he sentido en un primer momento. No he podido disimular mi decepción. Pero antes de irse, ella se ha vuelto y me ha dicho: “Mudito… ¿nos vemos a las ocho, en el pretil del río?”. Me ha pillado a contrapié. He recurrido a la cabeza, arriba y abajo, arriba y abajo, otra vez, convulsivamente, confirmando la cita. “T…, t…, t…”. Como siempre que las necesito, de nuevo las putas palabras no han querido salir de mi boca. Le hubiera dicho: “Te veo allí, Trini”.

VII
Me he imaginado cien escenarios. Todos bonitos. Menuda luna emerge sobre el horizonte. Menuda noche para expresar sentimientos. He pensado que hoy dejaremos las mates aparcadas. Que, ante mi extrema timidez, Trini dará un paso. Que salta a la vista. Que está más que claro. Que no hacen falta palabras. Yo, por si acaso, traigo un buen boli y un bloc de notas.

VIII
Ahora no nos miramos. Los dos tenemos la vista perdida hacia el río, por donde discurre agua que no ha de volver. Trago saliva. Hemos hablado. Me ha estado contando. He estado escuchando. Ahora entiendo. “…y cuándo es la operación”, le pregunto. “…en tres semanas”, contesta ella. De nuevo el silencio. “…todo va a ir bien”, le aseguro. Lo que son las cosas. Nunca, nunca antes me había fijado en que ella arrastra una enorme cojera. No le había dado importancia. No la tenía para mí. La cirugía pondrá las cosas en orden. Nos separamos en el semáforo. Ella cruza. Yo me quedo. Observándola. Grabándola en mi retina. Insisto. No me había dado cuenta porque, objetivamente, para mí, ella así, ya es perfecta.

IX
Termina el curso. En el pasillo me cruzo con el Aranda, que me saluda y me da la enhorabuena por mi Matrícula de Honor. Sonrío. Sí, he descubierto este año mi vocación matemática. Pero no por el profesor que he tenido, claro. Me asomo al tablón donde están las notas expuestas. La mía la sé. La sabía desde que entregué el examen. Miro, busco… ahí. Trini. Un Notable. Nudo en la garganta. Bien, bien, muy bien, chica. No la he vuelto a ver desde que me despedí de ella en aquel semáforo. Es que me dio un ataque de realismo. No estoy a su altura. Al fin y al cabo, nuestra relación nunca pasó más allá de la trigonometría. Ya no contesté su llamada. Hay por ahí un montón de tíos mejores que yo. Y con el don de la palabra. Y con…

X
Oigo voces subiendo la escalera. La suya, inconfundible. Glup. Casi me pillan con el carrito del helado. Me escabullo. Me escondo en la penumbra, donde no me pueda ver. Sí, es Trini. Viene con la amiga inseparable del alma, la que habla debajo del agua. Está, está… sencillamente espectacular. Trini, Trini. A la amiga se la han cargado, pero celebra el Notable de Trini como si fuera suyo. “¡Uaaauuhhh, chica, qué envidia!”. Trini le pregunta algo en voz baja. La otra contesta: “¿El tartaja? ¡Ése dejó de venir por clase cuando a ti operaron!”. Se dan la vuelta. La amiga continúa hablando, blablablá. Se van. Se alejan por el pasillo. Salgo de mi escondite. Trato de llamarla. “¡T…, t…, t..!”. Las putas palabras se vengan de mí. Otra vez, “¡T…, t…, t…!”. No hay manera. No quieren salir. No la sigo. Para qué. Me apoyo en la pared. Mareado, casi pierdo el pie. “T…, t…, t…”. ¿Que cómo estoy? ¿Qué cómo me siento?: T…, t…, t…: Torpe… triste… tocado.


"T..., t..., t..." es el relato número 100 de "EL LIBRO DE LAS OCURRENCIAS".

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