domingo, 23 de octubre de 2011

Comedia



I
Viernes por la noche. Trasiego en la escalera. Resuenan las voces de Magdalena, “…estábamos padeciendo, las horas que son y era raro que tú no hubieras venido aún… por eso le he dicho a tu padre, anda, Jacobo, llama al móvil de tu hijo, no sea que le haya pasado algo…”. Yaco, que carga con una maleta y una bolsa grande, explica: “…es que, me he entretenido en el trabajo, he salido más tarde, y luego he pillado un tráfico que no veas…”. Tercia el padre: “Lo normal, conforme se están poniendo las cosas… déjame que te ayude…”. “No, si no pesa”. “Bueno, ahora lo dejas todo en medio del pasillo. Vamos primero a cenar, que la mesa está puesta. Luego ya nos organizamos”. “¿Y qué tal la semana, Yaco?”. “Bufff, a tope, me estoy quedando por las tardes un par de horas más, pero ni aún así acabo lo que tengo que hacer…”. PLAM. Se cierra la puerta. A los pocos segundos, la luz de la escalera se apaga y todo queda oscuro. Otro fin de semana, los Canales, se reúnen de nuevo.


II
El ruido de la lavadora cuando empieza a centrifugar despierta a Yaco. Sale descalzo al pasillo. Con el pelo alborotado y los ojos pegados. Magdalena está al quite, “buenos días, qué tal has dormido, hijo”. “…de un tirón: tenía sueño retrasado”. Ella lleva ya algunas horas trajinando. “…no sé dónde te arrimas, Yaco, pero esta semana has traído la ropa pero que muy sucia: llevabas una mancha en la manga de la camisa del uniforme que no se va con nada… mira que le he frotado, pero no se quedará bien”. Yaco afirma con la cabeza. En el sofá del comedor, su padre ya ojea el periódico. Encima de la mesa, una bandeja con la cafetera aún caliente. Y un plato con napolitanas recién traídas del horno. De chocolate, claro.


III
El carro del supermercado está que se sale. “Mira que se lo digo a tu padre, que compra demasiado de todo. Luego se nos hace malo y hay que tirarlo”. Jacobo se defiende: “No, mujer, yo sólo cojo lo que hace falta”. Yaco les mira con dulzura. Llegan a la caja. Se ponen en línea. En equipo. Uno carga la cinta. La otra abre las bolsas, tarea nada fácil, porque vienen muy pegadas. Y el tercero las va llenando de forma clasificada. La cuenta es estratosférica. El ticket kilométrico. “Qué caro se ha puesto todo”, se queja Jacobo mientras saca la cartera. “Dónde vas”, pregunta Yaco adelantándose. Discuten un poco. Lo justo. Se llaman cabezón uno al otro. Pero paga Yaco. Es lo menos que puede hacer por sus padres, piensa.


IV
La tarde, después de la siesta, es para el bricolaje. Hoy hay que cambiar una lámpara. Magdalena se cansó de ver la que cuelga de la talla desde hace tantos años. Yaco despliega la escalera. Jacobo tiene las herramientas preparadas, taladro incluido, a demanda del hijo. Magdalena dirige la operación, “ve con cuidado, no te caigas, a ver si tenemos un disgusto”. Todos en equipo. Arriba, de puntillas, cuando está conectando un cable, es cuando suena el móvil. Qué oportuno. Yaco lo saca del bolsillo del pantalón. “Es Mariano…”. Qué pelma, murmura Magdalena, ¿ése no sabe que los Sábados por la tarde no se trabaja? Yaco carraspea y levanta la voz: “…que no te preocupes, Mariano, déjalo así, el Lunes ya lo terminamos de mirar juntos… Vale, vale… buen fin de semana para ti también. Chao”. Por dónde íbamos. Ah, sí. Conectando este cable. “Enchufa, papá, por favor”. Jacobo le da al interruptor. Y en la sala se hace la luz. La luz nueva.


V
Salen a la calle los tres juntos. Ellos van a dar un paseo. Él ha quedado a cenar con los amiguetes. “No me esperéis levantados”, les advierte. Sabe que no, que ella estará despierta aunque él llegue de día. Antes de girar la esquina, se vuelve y se queda observándolos. Lo del bastón que le ha dado por llevar a su padre tiene que ser psicológico. Están los dos para correr una maratón. Admiración. Menuda pareja. Menudos padres. Menudo empuje. Yaco no deja que se le empañen los ojos. Ya se le hace un poco tarde.


VI
El olor a guiso se cuela por debajo de la puerta del dormitorio. La cocina de la casa parece la del Restaurante de Adriá en el anuncio donde cantan eso de “deseo que yo pueda verte pronto” (*). Paella. Pasta. En el horno, pollo asado. Las fiambreras abiertas y en orden. El chiquillo tiene que comer bien. Magdalena, con el delantal puesto, lleva ya algunas horas trajinando. “A qué hora volviste anoche”. Lo sabe de sobra. Ya había amanecido. “No miré el reloj…”. La ropa, limpísima, con el inconfundible suavizante de lavanda, planchada y plegada, y a punto. No hay napolitanas. Jacobo propone: “¿Qué? ¿Bajamos a por unos churros?”. Magdalena suelta: “…mucha falta te harán a ti”. Y a Jacobo, le hace gracia la propuesta: “¡Venga!”. Sabiendo todos que es día de partida, el Domingo acaba de empezar y ya languidece.


VII
Poner tanto trasto en un vehículo tan pequeño es cosa de integrales definidas, de matemáticas volumétricas. Yaco prefiere desparramarlo en el asiento de detrás. Al fin y al cabo, va solo. Pero Jacobo es más perfeccionista. Esto aquí. Y eso, allá. Y Magdalena tercia: “Cuidado, que así aplastas los tomates”. Hora de salir. “Ve con cuidado”. Sí. “…envía un mensaje cuando llegues”. Sí. Y acuérdate de poner las fiambreras en el congelador. Que sí. Yaco se ajusta el cinturón. Intermitente. Dos pitidos a modo de despedida. Los padres quedan de plantón. Hasta que el coche desaparece. Otro Domingo por la tarde, los Canales se separan de nuevo.


VIII
Jacobo se apoya en el bastón. Arrastra la pierna. Ambos entran en el piso vacío. Ella le pregunta, “¿te acordarás de enviar eso?”. Él responde, “claro”. Después se instalan en el silencio. En el rencor. Cada uno a un rincón de la casa. Ni se miran cuando se cruzan. Fin, por esta semana, de la comedia.


IX
Ya estamos en la madrugada del Lunes. Las cinco y veinte. Aún es muy de noche. Yaco sale del coche. Frío húmedo. Está en la puerta de la Factoría. El primer turno empieza a desfilar. Él no. Ve cruzar a la gente, que pasa por el control de entrada cabizbaja. Avista a Mariano. Va hacia él. Se saludan. Le da una bolsa con la ropa de trabajo. “Jo, tío, tu madre deja la ropa nueva cada semana… ¡Qué bien huele!”. “Lleva un poco de cuidado, Mariano, que hay manchas que ya no se van”. Permanecen unos segundos en silencio. Yaco le pregunta: “Cómo van las cosas por ahí dentro…”. “Hay muy mal ambiente… se rumorea que van a hacer otro ERE y van a tirar a cincuenta más…”. Joder. Joder. Yaco se frota el rostro con fuerza. Continúa Mariano: “…por lo menos, cuando te tiraron a ti, había pasta y te indemnizaron, pero… ¿quién no te dice que en la próxima remesa me voy yo a la puta calle con una mano delante y otra detrás?”. Respiran hondo. “Oye, Yaco, ¿por qué no te dejas el orgullo a un lado y les dices a tus padres que estás en el paro?”. Yaco agacha la cabeza. No es sólo cuestión de orgullo. “…con uno que se amargue y se preocupe ya es bastante”. “Bueno, tío, me voy para dentro que va a sonar la sirena… Nos vemos el Viernes para darte la ropa sucia”. Se estrechan la mano. “Gracias, Mariano, por todo lo que haces… “. Sonrisas en la madrugada. “…y gracias sobre todo por apoyarme económicamente”. Mariano pone cara de póker: “Yaco: no sé de qué me hablas”. Yaco se gira, y murmura, qué tío más cojonudo, encima, modesto. Yaco vuelve hacia el coche, “…tiene un corazón que no le cabe, Mariano”. Aquí sí, aquí fin de la comedia. Porque, efectivamente, Mariano decía la verdad cuando afirmaba rotundo que no sabía de qué apoyo le hablaba.

(*) “I wish that I could see you soon”, Herman Düne

2 comentarios:

  1. Real y actual... cada vez lo vemos más normal, pero...¡qué fuerte!

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  2. Por si te resulta de interés: http://www.diarioinformacion.com/pi-i-concurso-de-microrrelatos-de-informacion/

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