domingo, 24 de julio de 2011

Mañana otra vez es Lunes



I
Es la tercera o cuarta vez que Gloria lo ve. Al chico de pelo pincho. Otro Domingo más, ya bastante tarde, de regreso a casa en el metro. Él va aislado del mundo exterior con unos auriculares que le coronan la cabeza. Ella, más al fondo del vagón, se sienta con la espalda muy recta y mantiene el bolso bien cogido con las dos manos. Lo observa. Lo radiografía. Cara salpicada por el acné. Largo, altísimo. Un cuarenta y seis de pie, por lo menos. En un momento determinado, él se levanta y ella mira hacia otro sitio. Pasa por delante. Es que baja en la estación de Mediavilla. Después, el convoy arranca de nuevo, y desde dentro, Gloria lo sigue y lo sigue hasta que lo pierde de vista. A los pocos segundos, el andén también queda vacío.

II
“Octubrea”, es decir, se acortan las tardes y la humedad se instala en el Otoño. Mañana, otra vez Lunes, otra vez vuelta a empezar. Gloria se coge a la barra del vagón para no perder el equilibrio. Hay bastante personal, sobre todo guiris con maletas camino del aeropuerto. Atisba un hueco libre y allí se dirige. Qué casualidad. Al lado se sienta “el chico que se baja en Mediavilla”. Saluda con una media sonrisa. En el reflejo de la ventanilla opuesta se ven los dos. “Para casa ya, ¿no?”, pregunta Gloria. Él se quita un pinganillo en la oreja izquierda, “¿cómo?”, y ella repite, “que digo que qué rápido se pasa el fin de semana, que vas para casa ya”. El chico se queda un poco cortado, “bueno, sí”. Y se vuelve a tapar el oído. No hay más conversación. Al poco, se pone de pie. Próxima parada, Mediavilla. Y se despide con la mano. Ella le responde, “que vaya bien la semana”. Y piensa, “éste es muy jovencito, casi no le ha cambiado ni la voz”.

III
Cada vez ponen antes las luces de Navidad. Hoy a Gloria se le ha hecho un poco más tarde. La abuelita de la que se ocupa los Domingos se tiró el plato por encima justo cuando ella ya estaba a punto de salir. Al cerrarse la puerta tras de sí, estira el cuello. ¿Estará o no el chico pelo pincho? No, no lo ve. No está. Gloria no sabe por qué, pero es el día en el que el metro ha cubierto el mismo recorrido de siempre a la velocidad más lenta del mundo.

IV
Rebajas, ya estamos en Rebajas. Y este Domingo lo han abierto todo de par en par. La gente se apelotona cargada con bolsas hasta las orejas. Hay bullicio. Gloria se abre paso para no quedar junto a la compuerta de entrada. Pisa en blando. Un pie muy largo. “Huy, perdón”, dice. Luego levanta la cabeza y casi le da algo. Anda, si es el pelo pincho que ya no tiene pelo pincho. Le saluda, “¡…cuánto tiempo sin verte!”. Y ella se queda con la sonrisa puesta. “Qué, cómo te va”, se atreve a preguntarle. “Bien, bien”, dice él. No lleva auriculares. Bueno. Se puede establecer una conversación. Se puede. Ella, como quien no quiere la cosa, se interesa: “¿vienes de dar una vuelta…?”. Afirmativo. “¿…con alguna amiga?”. Él matiza, “bueno… amiga-amiga, no”. Gloria sonríe. Ya, ya, ahora se llaman de otra manera. Mediavilla otra vez. Jo, cómo ha corrido el metro hoy.

V
Aunque faltan días para el 21 de Marzo, y hace un frío que pela, oficialmente ya es primavera. Se llama Gustavo. Se lo preguntó la semana pasada cuando se bajaba ya en su parada. A las 21:35 se han encontrado en el andén. “Y qué tal la tarde, Gustavo”, se ha interesado Gloria. Él se encoge de hombros. “Bien, bien”. El luminoso empieza a parpadear. Llega el tren. “¿Y nunca ves a tu chica o hablas con ella entre semana?”. Se rasca la mejilla. “Mmmm… normalmente no”. Gustavo cede el paso a Gloria. Qué gentil. Ambos suben. Y ella piensa, qué bonita historia la de este chico… está esperando a que pase una semana eterna para luego vivir en unos minutos un suspiro de amor concentrado…

VI
Ahora sí. En las calles flota el olor a azahar y la chaqueta empieza a estar de más. Ella se llama Cristina. La “novieta” de Gustavo. Gloria va encajando Domingo a Domingo el rompecabezas. No son ni las 21:20 y, casualmente los dos se han reencontrado en el andén de Mardebé. “Qué pronto has llegado hoy, Gustavo”. “Es que ella se tenía que ir antes”. Vaya, hombre. Otra semana al sumidero. “¿Es que tiene exámenes?”, pregunta Gloria. “Sí, tiene que estudiar”. Ah. Parpadea el luminoso. Entra por la vía 2 el de las 21:23. Ella pregunta: “¿Subimos a éste?”, y añade: “…es pronto, yo no tengo prisa… si quieres cogemos el siguiente”. El fragor del metro que sale les hace no escucharse durante unos segundos. La estación queda desierta. Con ellos dos, sentados en un banco, juntos. Gloria exclama: “…pues si en quince días es el cumpleaños de Cristina, vas a tener que regalarle algo que le guste mucho, ¿ya tienes alguna idea?”.

VII
Ola de calor. Aunque aún es de día, es tarde. Gloria espera con expectación a que Gustavo le cuente si le gustó o no a Cristina el colgante. Que, desde luego, bonito sí era. Aún no se acaba de creer que el chico acudiera a la zapatería donde ella trabaja. Y que ella dijera a las compañeras, “en diez minutos vuelvo”, y que se recorrieran juntos las tiendas del centro comercial, con música de Pretty Woman de fondo, buscando algo especial. “Si te parece caro, no te preocupes, yo te dejo lo que te haga falta”, le había repetido Gloria varias veces. “No, no, no, no es por eso”. 21:22 en la estación del metro. Ahí está, ahí viene él. “Qué, Gustavo, qué tal, ¿le ha gustado?”. Gustavo abre las manos. “Ni sí, ni no, ni todo lo contrario”. Gloria pone cara de circunstancias. “Ya lo entenderás, Gustavo, a veces las mujeres son un poquito raras”.

VIII
Una de las hijas de la abuelita ya le dijo que hasta Septiembre no tendría que ir los Domingos, porque en Verano se la llevaban al pueblo. A Gloria le dio un disgusto doble. Por un lado, ese dinero le hacía falta. Por el otro, el metro de la vuelta y Gustavo. Gustavo. No obstante, ha decidido no variar su costumbre. El primer día sin abuelita, igualmente ha aparecido pasadas las nueve en la estación de Mardebé. Y cuando se ha encontrado con el chico de Mediavilla, le ha preguntado mirando hacia arriba: “Qué, pequeñín, ¿cómo te ha ido hoy la tarde?”. Él, con cara de circunstancias, le ha dicho “Bien-bien”. Como siempre. El luminoso anuncia el de las 21:23. Gustavo se apresta a decir: “Nosotros cogemos el siguiente, ¿no?”. Y siguen hablando. Es fácil hablar con Gloria. Algún día, a no mucho tardar, Gustavo piensa contarle cómo son de verdad sus tardes de Domingo. La de vueltas que da por las calles de Mardebé con las manos en los bolsillos, mirando el reloj, esperando que se hagan las nueve y pico. Le explicará que Cristina existe, pero que la vio sólo dos ratos, y de eso hace mucho. El panel anuncia la entrada de un nuevo metro. Se levantan. Él la deja pasar primero. Qué gentil. Se sientan juntos. Siguen hablando. Algún día, si se atreve, le dirá: “Gloria, la que me importas eres tú”. Mediavilla. No se levanta. Cuando Gustavo se viene a dar cuenta de que es su parada ya es tarde. El tren ha movido. Se ríen. No importa. Ahora hay que apurar lo que queda de Domingo. Porque mañana, qué rabia, otra vez será Lunes.

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