I
“Eh, chavalín, ¿me puedes ayudar?”. Nachillo no quiere detenerse. Pero está claro que el hombre ése, sentado en la marquesina de la parada del autobús se dirige a él. “Ven, ven, por favor acércate”. Nachillo se queda paralizado. Es un tipo enorme. Con sus manos gigantes le está haciendo gestos para que se le aproxime. Va sin afeitar. Espeso. “…escucha, mira, me han robado la cartera, y no tengo dinero ni para coger el autobús”. Su voz suena grave, triste, lastimera. “… ¿tú no tendrás algo para dejarme?”. El chico baja la vista. Ni niega ni confirma. Aprieta con fuerza en su bolsillo el billete de diez euros. “… ¿no me puedes dar algo?”, pregunta de nuevo, esta vez con más energía. El niño se explica: “…lo que tengo me lo han dado para ir a cortarme el pelo”. Seguro que esto lo entenderá. Que pida ayuda a alguien más mayor y con más dinero. El hombre ríe y enseña sus dientes estropeados. “¿El pelo? ¡Pero si lo llevas bien! ¡No hace falta que te lo cortes hoy!”. Y le tiende la palma de la mano. “Anda, por favor… es para el autobús… es para poder irme a casa”. Nachillo duda. Aquél prosigue: ”…si te cortan el pelo, te van a dejar sin fuerzas, como a Sansón…”. Nachillo duda más. No sabe qué hacer. Mira. Alrededor. ¿Es que no hay nadie más en la Avenida que pueda ayudar a este señor? Baja la cabeza. Repite: “Lo siento, no puedo, lo que tengo es para cortarme el pelo”. Luego todo ha ocurrido en un segundo. El hombre se ha levantado del banco. Es un gigantón. Nachillo le llega apenas por el ombligo. Se estira y trata de atenazarle por un bracito. “¡Trae acá, nano!”. Le sobra mano. Se le ha transformado la voz dulce en voz la de un ogro. Nachillo se zafa. Y sale corriendo. Corriendo con toda su alma. No mira atrás. Siente que le persiguen y que lo van a atrapar irremediablemente. Nachillo vuela hasta la puerta de la barbería, en la replaceta. Empuja con fuerza. Cierra tras de sí con estrépito. Baldomero, sin dejar de batir las tijeras, no se da cuenta de sus ojitos espantados. Nachillo, sofocado, respira hondo. De momento está salvado. Por los pelos.
II
El sillón de la barbería es robusto, de hierro blanco y frío. Para que Nachillo se pueda sentar y quedar a la altura del espejo, por encima del banco, repleto de cuchillas, peines y lociones, Baldomero tiene que poner uno, dos y tres zancos. “Adelante, caballero”, le indica. Mientras, con la escoba, barre la montonera que se ha organizado con la pelambrera anterior. La acústica de la barbería es como la de un coro en una catedral. Tubos fluorescentes en un techo altísimo. Media docena de sillas arrimadas a la pared, chapada hasta media altura con azulejo azul celeste. Una mesa atestada de revistas viejas y desordenadas. Algunos tebeos, que el niño ya se sabe de memoria. Nachillo se mira en el espejo. Se estudia. Aún tiene el miedo en el cuerpo. Y le cae el sudor por las patillitas. Enseguida, Baldomero está con él. “¿Qué, como siempre?”. Afirma con la cabecita. Agggggg, le aprieta mucho el cuello con la capa de nylon. Para qué ese sufrimiento, si luego los pelitos le van a pasar por debajo del cuello igualmente. Baldomero prepara las herramientas. Los años han modelado su espalda. Con una chepa pronunciada. Una cabeza inclinada cuarenta y cinco grados. Y unos brazos permanentemente horizontales, ingrávidos. Si en vez de tijeras y peine, esgrimiera una batuta, pasaría por un director de orquesta. Sí, es eso. Más de una vez Baldomero se lo ha explicado a Nachillo. “Yo tengo la espalda así, de la de tiempo que me he tirado dirigiendo a las mejores Filarmónicas del mundo”. Y como prueba y testimonio, le ha puesto grabaciones orquestales, que le explica, ha dirigido él.
III
“… Nachillo… ¿te has fijado en ese señor que acaba de irse, el del maletín?”. “Sí”. “¿…sabes quién era?”. Ojos enormes, llenos de curiosidad. “…nada menos que el asesor principal del presidente del Gobierno…” Aaaaaaaah. “…en un país como éste, pasan muchas cosas… y los presidentes están todo el tiempo metidos en reuniones, viajan por el extranjero… y al final acaban no dándose cuenta de lo que de verdad pasa en la calle… No ven cómo están los ambulatorios, ni las carreteras, ni las fábricas, ni nada de nada de nada”. Pausa. Carraspera. Maldita tos que no se quita. Trago de agua fresca. “…entonces tienen un equipo de asesores. De los que van por todas partes. De los que estudian, estudian. Expertos en esto y en aquello. Y le explican lo que pasa al presidente y a sus ministros para que no se despisten”. Nachillo bosteza. Ahhhhh. “Pues este hombre trabaja como asesor de asesores. El presidente Holgado no toma ninguna decisión sin contar con él. Al revés te lo digo, es él quien indica la conveniencia o no de tirar por aquí o por allá, de hacer esto o lo otro. De si interesa o no visitar tal o cual país… O sea, que es una de las personas más importes… del mundo. No te exagero. No sé si te habrás dado cuenta, pero la calle estaba vigilada por escoltas secretos. Que ni se notan. Que a lo mejor parecen abueletes con el carro de la compra, pero llevan en sus gafas de culo de vaso visión infrarroja, para tenerlo todo controlado. Y los satélites apuntan a esta barbería mientras yo le corto el pelo al asesor”. Otra pausa. “No te muevas ahora. Quieto”. Flequillo al ras. Ras, ras. Baldomero sigue contando. “…yo le llamo Pepe, porque tengo confianza con él. Y él la tiene toda conmigo. Cuando no sabe cuál es el camino correcto, viene y me consulta. Que sí, que sí, Nachillo, no te rías, que yo soy el Asesor del Asesor, que en esta barbería hemos discutido los presupuestos generales del Estado, que a ver qué te crees que traía en ese maletín, que con un portátil y un lápiz de memoria, hoy cabe todo dentro, que hace unos años habría necesitado una furgoneta para tantas partidas, tantos gastos y tantos impuestos, pero ahora no… Y lo hemos estado viendo juntos aquí, y yo le he dicho, Pepe, lo que no puede ser es que no se canalice el cauce del río y no se pueda llegar a Mediavilla en barco, con la de gente que vendría. Y él, caramba, no había caído en la cuenta de lo importante que es eso, y ha tomado buena nota, y ya verás cómo antes de que acabe el año, zas, se adjudican las obras, y empiezan de una vez a hacer eso…”. Nachillo se observa atentamente. Con ese pelo tan corto no se reconoce. Esta vez, Baldomero se ha pasado. “Yo, desde aquí, asesoro al asesor”, asegura Baldomero, cepillando el cuello y la espaldita del niño.
IV
De nuevo en la calle, con la cabeza mucho más ligera y despejada, parece que hace más frío. Es hora de volver a casa. Pero Nachillo traga saliva. No se atreve. A lo mejor está esperándole el tipo de la parada del autobús que trató de agarrarle. A lo mejor ahora sí que lo atrapa. Tiene unas ganas tremendas de hacer pis. El corazón le va a cien mil por hora. Piensa. Piensa rápido. Vuelve sobre sus pasitos. Entra otra vez en la barbería de Baldomero. Cierra tras de sí la puerta acristalada con estrépito. Baldomero, sin dejar de batir las tijeras, exclama: “¡Nachillo…! ¿Te has dejado algo?”. Nachillo guarda silencio. Respira agitadamente. Baldomero le pregunta al cliente, al que le repasa los cuatro pelos que le coronan la calva: “Cosme, ¿Sabes quién es este chico? Nieto de Juan el gasolinero”. “Ah, así sí claro….”. “¿Cuántos años tienes ahora, Nachillo? ¿Ocho? Yo creía que casi diez….”. Pausa. Carraspera. Maldita tos. Agua fresca. Baldomero le pregunta de nuevo al calvo: “…pues, ¿tú te acuerdas de Mozart, que a los cinco años ya componía obras maestras?”. Cosme asiente. Cómo no se va a acordar. Menudo niño prodigio. “…pues una mieeeeeeeeeeeerda, al lado de Nachillo”. Ojos desorbitados. “a ver qué te crees, de dónde saca Hollywood tanta música para tanta banda sonora… Nachillo, tararéale la última de Lukas, anda”. Nachillo sonríe. Tiene vergüenza. “No, no hace falta, ya la pongo yo en el cd, no te preocupes…”. Baldomero deja las tijeras sobre el banco. “…él compone desde aquí y lo envía todo por ordenador allá… Es un fiera musical, lo que yo te diga”. Palmadita en la espalda. Le mira abiertamente. Se agacha y se pone a su altura. Baldomero le guiña un ojo y le susurra: “Nachillo, puedes volver tranquilamente a casa, sin miedo, la policía secreta ya me comunicó que se han llevado a ese tiparraco que te intentó atracar cuando venías hacia aquí”. Nachillo respira. Y cómo sabe Baldomero que… Play. Música. De película. Suena bien. Baldomero se incorpora, jo, estoy oxidándome, y pregunta en voz alta: “¿De qué pelí es ésta, Nachillo?”. Y el niño, alucinado, piensa en voz alta: “…mmmm…”, hasta que Baldomero le ayuda: “Cosme, ésta es Por los pelos, pero ya te digo yo que Nachillo las tiene aún mejores”.
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