domingo, 17 de octubre de 2010

El peso de la justicia

PILI
Al menos, entre un mar de dudas y preguntas, Pili tenía claros dos puntos. Uno: nadie nunca advertiría lo que sentía por Sergio; ella ya se encargaba de esconder las palpitaciones, de mirar hacia otro lado y de rehuir posibles encuentros. Y dos: consecuencia lógica del punto primero, nunca jamás Sergio repararía en ella. “Pero… ¿Quién es Pili?”. “Pili, esa muda que se sienta en la otra punta de la clase”.


Tal atracción irrefrenable había llegado en un momento inoportuno. Tenía que concentrar sus fuerzas en no dejarse avasallar por aquel grupo de brujas en el que si no tragas, te hacen tragar. Sí, especialmente aquella víbora de Sonia. Pili tenía que esforzarse para no entrar a ningún trapo y pasar de la manera más discreta posible aquel curso que se había convertido en un ejemplo diario de acoso escolar.

En ésas estaba, cuando en su móvil sonó un sms, piiiii-piiiiii, que simplemente decía: “Si quieres, hablamos. Sergio”. Y ya se le hizo de noche. Ya sonaron los coros celestiales. Ya se acabó el mundo. Ella existía para él. Ya la vida tendría un “antes” y un “después”… del sms, del “si quieres, hablamos”.

A partir de ahí no dio pie con bola. Se abrieron mil y un interrogantes nuevos. Pero quién le habría dado su número. Bendita alma anónima. Y de qué querría hablar. De la luna seguro que no. Pero qué morro tenía el tío. Y por qué no se había atrevido a decírselo directamente a la cara. Hubiera sido más fácil y más lógico. De acuerdo, vale, era lo que Sergio le estaba pidiendo: sólo hablar. Claro, así con tanto calentamiento de cabeza, era muy difícil contener las pulsaciones y no clavar la vista donde él estaba.

En el recreo, a la hora del almuerzo, Pili se sacudió de encima las compañías habituales, “me he dejado el libro en clase”, y volvió intencionadamente sobre sus pasos. Sabía que se encontraría a Sergio de cara. “Hola”. “Hola”. Y cuando parecía que todo empezaba y acababa ahí, ella tuvo que arrancar y preguntarle… ”Oye, ¿tú no querías hablar conmigo…?”. Y él, afirmó con la cabeza. Y ella esperaba, bueno, pues ya estamos, habla, di lo que sea. Pero él no tenía el don de la palabra. Finalmente, y a trompicones, acertó a proponer: “Si te parece, al mediodía, en el trastero del pabellón…”. Antes de que a Pili le diera tiempo a decir “vale, en el trastero”, él ya había desaparecido.

Una puerta metálica verde. Y detrás, trastos amontonados. Una canasta con el tablero roto. Pizarras verdes antiguas. Pupitres prehistóricos cubiertos de telarañas. Pies de farolas oxidadas. Y cajas de cartón, muchas cajas de cartón. Aún así, a Pili le pareció un sitio de lo más romántico. Si el tema se ponía mal y Sergio intentaba sobrepasarse, ya tenía preparado el recurso del bolsazo en la entrepierna. Estaban frente a frente. Ella abrió el fuego: “Bien, tú dirás…”. Y él, con las manos en los bolsillos de los vaqueros, empezó: “…la verdad es que…”. Es que qué. Pili dio un paso atrás. Se apoyó en la primera caja de cartón. Pero calculó mal. ¡BROOOOOOMMMMM! La caja se hundió y ella se cayó grotesca y estrepitosamente. Culo abajo, patas arriba. Menuda leche. Sergio, azorado, intentó ayudarla y le tendió la mano para reincorporarse. Ella no la aceptó. Cuestión de orgullo. Se levantó magullada. Se sacudió las manos, y antes de salir de allí le dijo: “…hoy no era un buen día para hablar…”. Él entonces se fue detrás.

SONIA
Sonia no la podía soportar. Engreída. Marisabidilla. Pelota. Mosquita muerta. Pija. ¡Ufff, qué rabia le tenía! Sonia se la tenía jurada a la Mari Pili esa de las narices. Y eso que no le había hecho nada. Que lo intentara, porque a la mínima que le abriera la boca, se la partía. La venía observando desde hacía días. Esa caída de ojos. Esas miradas perdidas a larga distancia. ¿Quién era el objetivo de esas miraditas? Ella lo advirtió enseguida. Es que era descarado, que aquella perdía el culo por Sergio. ¡Bravo!, por fin un punto débil por donde entrarle.

A la primera oportunidad franca, Sonia le pidió el móvil a Sergio. Él quiso saber: “¿Para qué lo quieres?”. Pero ella lo tenía completamente dominado. “Tú déjamelo”. Fue en un pis-pas. Cuando se lo devolvió, ya había dado al botón “enviar” y el mensaje iba camino del móvil de Pili. Sergio se quedó petrificado. En su nombre, había escrito: “Si quieres, hablamos. Sergio”. Le echó en cara: “¡Pero tía! ¿Qué has hecho…?”. Sonia reía. Una cita. “Prepararte una cita con Pili”. Y él, no entendía absolutamente nada. Era muy fácil: quedaban en un sitio, el trastero del pabellón, por ejemplo, él actuaba un poco, ella se veía románticamente correspondida. Lo grababan todo con el móvil. Y al ratito, a colgarlo en la red y a reírse todos a mandíbula partida de aquella capulla. A Sergio no le terminaba de cuadrar aquel plan. “Pobrecita”, exclamó, “¿no te da pena?”. Sonia lo tenía muy claro: “No, ninguna”.

De momento, todo iba según lo previsto. Sonia se introdujo en el trastero del pabellón. Faltaban minutos para que hiciera acto de presencia la pipiolita. Dio un vistazo alrededor. Jo, cuánta mierda y mugre acumulada allí dentro. Estaba eufórica. Menudo espectáculo se avecinaba. Observó el cartón. Ideal. Taladró un pequeño agujero por donde tomaría las escenas. Y palpó el bolso. La bocina de gas. Ésa no la sabía ni Sergio. Para acabar de rematarla con un trompetazo en toda la oreja a lo cancha de baloncesto. Ningún segundo más que perder. Se agachó. Se metió dentro de la caja. Cabía de sobra. Aguardó allí agazapada. Oyó cómo entraban por fin. Preparó el móvil. Contuvo la respiración. Escuchó perfectamente cómo Pili le decía: “Bien, tú dirás…”. Y el pavisoso de Sergio le contestaba: “…la verdad es que…”. Con la cara pegada al suelo, Sonia fue a taparse la boca para amortiguar la carcajada. Entonces vino un ¡BROOOOOOMMMMM! Y luego nada, no vino nada.

Bueno sí, tras el “…hoy no era un buen día para hablar…”, unos segundos de silencio, y después una ráfaga de tacos encadenados con efecto sedante. “¡Me cago en la puta, joder, mierda, coño, ya!”. Sonia salió como pudo del cartón chafado, grogui, hecha un cromo. Con un pañuelo ensangrentado cubriendo la nariz reventada, anduvo por el patio en zigzag hacia el centro médico. Allí se llevaron las manos a la cabeza en cuanto la vieron entrar en tal lamentable estado. ¿Cómo te has hecho eso? Juró, mientras maldecía, que se había caído. Nadie se lo terminó de creer, nadie indagó mucho más. Con la fama que arrastraba en el colegio, y con lo que se extienden por allí las noticias, pronto corrió el rumor de que sobre ella había caído el peso de la justicia.

1 comentario:

  1. Qué clima de instituto tan bien logrado.
    Y cómo me gusta que ganen los buenos. Aunque solo sea aquí.
    Maria G.

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