I
A veces me pregunto por qué no podría parecerse Toni un poquito a su amigo Guille. Vaya gloria de chiquillo. Seriecito. Responsable. Aplicado. Estudioso. Seguro que nadie le tiene que decir lo que ha de hacer. Igual que nuestro Toni, que nos lleva día sí y día también por la calle de la amargura. Que lo mismo le da que le da lo mismo. Que siempre va a la suya. Los demás, que se apañen. Y ni a buenas, ni a malas, atiende a razones. No entiende que él también tiene obligaciones. Siempre exigiendo, siempre protestando porque siempre tiene poco. Como si a nosotros nos lloviese el dinero del cielo. Lo que más me duele es que le sobra inteligencia para lo que se proponga, PERO AL TÍO NO LE DA LA GANA. Hasta su padre y yo, sin casi poder, le buscamos un profesor particular, que luego nos vino a la semana y media para despedirse y ponernos la cara colorada, “señora, me sabe mal, pero están ustedes tirando el dinero pagándome estas clases…”. Y considerando que aún estamos a tiempo, porque queda curso por delante, he esperado a que Toni estuviera de buenas, y le he sugerido, también a buenas, que por qué no habla con Guille y le pide que venga una tarde a casa. O un Viernes para quedarse a dormir. Y que jueguen. Y que salgan a dar una vuelta. Que por aquí cerca hay sitios chulos. Y bueno, que estudien un rato Mates. Que es lo que peor lleva. Que el examen está cerca. Que repasen un poco juntos, vaya. Al principio, Toni me ha mirado como si me perdonara la vida. “Mmmm... bien, vale, pero también se lo diré a Julián y a Quique”, me ha dicho. Ostras, no entraba esto en mis previsiones. “O eso, o nada”. Ahí me ha levantado la voz. A veces me pregunto por qué habrá sacado este chaval nuestro genio corregido y aumentado. Podría haber heredado otras cualidades nuestras. Que también las tenemos.
A veces me pregunto por qué no podría parecerse Toni un poquito a su amigo Guille. Vaya gloria de chiquillo. Seriecito. Responsable. Aplicado. Estudioso. Seguro que nadie le tiene que decir lo que ha de hacer. Igual que nuestro Toni, que nos lleva día sí y día también por la calle de la amargura. Que lo mismo le da que le da lo mismo. Que siempre va a la suya. Los demás, que se apañen. Y ni a buenas, ni a malas, atiende a razones. No entiende que él también tiene obligaciones. Siempre exigiendo, siempre protestando porque siempre tiene poco. Como si a nosotros nos lloviese el dinero del cielo. Lo que más me duele es que le sobra inteligencia para lo que se proponga, PERO AL TÍO NO LE DA LA GANA. Hasta su padre y yo, sin casi poder, le buscamos un profesor particular, que luego nos vino a la semana y media para despedirse y ponernos la cara colorada, “señora, me sabe mal, pero están ustedes tirando el dinero pagándome estas clases…”. Y considerando que aún estamos a tiempo, porque queda curso por delante, he esperado a que Toni estuviera de buenas, y le he sugerido, también a buenas, que por qué no habla con Guille y le pide que venga una tarde a casa. O un Viernes para quedarse a dormir. Y que jueguen. Y que salgan a dar una vuelta. Que por aquí cerca hay sitios chulos. Y bueno, que estudien un rato Mates. Que es lo que peor lleva. Que el examen está cerca. Que repasen un poco juntos, vaya. Al principio, Toni me ha mirado como si me perdonara la vida. “Mmmm... bien, vale, pero también se lo diré a Julián y a Quique”, me ha dicho. Ostras, no entraba esto en mis previsiones. “O eso, o nada”. Ahí me ha levantado la voz. A veces me pregunto por qué habrá sacado este chaval nuestro genio corregido y aumentado. Podría haber heredado otras cualidades nuestras. Que también las tenemos.
II
Mis oraciones han sido escuchadas, porque a Julián y a Quique no les ha debido “molar el rollo”, y no han venido. Sólo se ha presentado el bueno de Guille. Lo he recibido con dos besos en las mejillas y me da que hasta se ha puesto rojo como un tomate. Con su uniforme impecable, la mochila del cole y una bolsa de viaje con ropa. Parece que venga para una semana. Y sólo es esta noche. Les había preparado la merienda. Han guarreado, han llenado el sofá de migas, con la rabia que eso nos da, y han dejado los bocatas prácticamente enteros. “Mamá, que Guille quiere probar la moto”. Me he quedado muda. “Pero…”. Quedamos en que la moto no se toca. Hasta nueva orden. “Una vuelta sólo”, ha pedido Guille. Me dirijo a Toni, con voz baja y prudente, “a tu padre no le va a hacer ninguna gracia”. “…una vueltecita corta…”. Yo sabía que cuando llegó la moto, no vino sola, se trajo consigo un montón de conflictos. Me quedo asomada en el balcón. Por lo menos llevan el casco puesto en la cabeza, no en el codo. Salen del garaje despacio. Luego los pierdo de vista. Dios mío, que no les pase nada.
III
Mi angustia ha ido subiendo de revoluciones hasta que los chavales han vuelto. Se han pasado cuatro pueblos con su “vueltecita corta”. Porque casi es hora de cenar. Y si les hubiera pasado algo, qué le digo yo a su madre, qué. Y los libros ahí sin abrir. Por suerte han llegado dos minutos antes que Antonio, porque si no, me habría montado un lío gordo, muy gordo. Hale, enseguida, a cenar. Ahora resulta que los niños no tenían mucha hambre, “…habían tomado algo por ahí…”. Yo no me imaginaba lo delicado que era este Guille para comer. No está escrito. Tanto trabajo, tanto guiso con este pollo “Ben Karrich” cuya receta me pasaron de internet, y el único que ha hecho aprecio es Antonio, que se ha puesto las botas. Toni y Guille ni casi probarlo. Esta mesa parecía la del día de Navidad, con la vajilla de porcelana, que tenía yo el gusto de poner, y la cristalería nueva. Total, para nada. Ni el menor aprecio por parte de nuestro invitado. Y no dirás que el nene se ha movido para recoger un plato de la mesa. Ni un tenedor. A mantel puesto, el rico.
IV
Ellos han ido de cabeza a la habitación. Después de fregar, me he sentado derrotada al lado de Antonio en el sofá, que estaba haciendo zapping. A los chicos les he sugerido que repasaran Mates ahora, que era temprano. Pero como si oyes llover y no te mojas, igual. Iría Antonio por el tercer ronquido, cuando súbitamente ha sonado a toda pastilla la música esa rara que tiene Toni. Tan alta, que el pobre Antonio casi agrieta la talla del techo con la cabeza, del salto que ha dado. Él y yo, nos hemos mirado cargados de paciencia. Yo entonces me he levantado contemporizadora para sugerirles que, dadas las horas que van siendo, tenían el volumen un poco alto, y que sería conveniente moderarlo para no molestar a los vecinos. “¡…que se jodan…!”, ha soltado Toni, entre la risita de Guille.
V
A eso de las tres de la mañana, me he dicho, “ya es bastante, voy a acostarme”. Pero en el cuarto de Toni aún había luz. Como hacía tiempo que no se les oía ni hablar ni nada, me he asomado, con la excusa de ofrecerles un chocolate caliente o un café. Ahí estaban con los ojos vidriosos, pegados a la pantalla, con el videojuego, concentrados. Por la cara que traían, y por cómo me ha contestado Toni, iba ganando Guille. Les he dado las buenas noches y no me consta que hayan pestañeado siquiera. Los libros, dentro de sus carteras, reposando, claro.
VI
Cuando me he levantado, a las ocho y media pasadas, yo creo que éstos acabarían de dormirse. A Antonio le he dicho que ni se le ocurriera hacer ruido. Las nueve. Las diez. He calculado que lo menos a la una darían señales de vida. En ésas estaba yo, guardando la porcelana nueva en la vitrina, cuando desde detrás me han soltado un ronco, “¡buenos días!” que parecía un “¡manos arriba!”. Ostras, qué susto me ha dado el tío, casi se me van los platos llanos al suelo. Esto no se hace, Guille, esto no se hace. Despeinado, legañoso, en camiseta, slips CK y calcetines. “Qué, ¿hasta qué hora habéis estado ahí dándole que te pego…?”. Me ha hecho un gesto de, “no sé”. Ha preguntado por el camino a la ducha. Le he dejado una toalla limpia. Y he dejado caer, al final, qué, ahora a desayunar y después a repasar un rato las mates. “Es que me esperan en casa”. Me he quedado de piedra. “A mí es que me gusta estudiar solo”. Si me pinchan no me sacan sangre, pero me he rehecho bien: “Hale, Guille, ahí tienes el champú y el gel…”. Habrá tardado un cuarto de hora en salir todo repeinado y hecho un pincel, como estamos acostumbrados a verle. En su vocabulario no debe figurar la palabra “mampara”, porque en el cuarto de baño la inundación era total y había agua por todas partes menos por dentro de la bañera. Me he tenido que afanar con la fregona para que el charco no se filtrara a los vecinos de abajo, que buenos son. Eso sí, al muchacho el pollo “Ben Karrich” no le irá mucho, pero lo que es la dulcería sí: el tío ha dejado la bandeja temblando. Se ha zampado media docena de napolitanas casi sin masticarlas. A Toni le ha quedado sólo una. La de la vergüenza debe de ser. Ha recogido su bolsa, su mochila y ha dicho un simple: “Gracias por todo”. Y mientras, Toni, seguía sobando. Le he intentado despertar para que por lo menos se despidiera del compañero, zarandeándole, vuelta y vuelta, pero el tío no se habría despertado ni con una trompeta en la oreja. Sueño profundo que tiene.
VII
Desde la ventana he visto cómo Guille cruzaba la calle y se alejaba. Espero que cuando me encuentre con su madre, ésta no me tire de la lengua. Que no me tire, porque si me tira, entraré al trapo, y le diré la prenda que tiene en casa. Y en cuanto a Toni, calculo que, más o menos, se despertará a eso de la una. Abro la puerta de su cuarto y me quedo mirándolo, está hecho un ovillo, un santo. A veces me pregunto también si con otros padres este crío hubiera sido de otra manera. Lo más seguro. Se me empañan un poco los ojos, cierro la puerta haciendo el menor ruido posible y dejo que el pobre siga durmiendo. Y antes de que se me pase, voy a bajar al horno ya, a comprar más napolitanas. Para que cuando se levante se las encuentre y pueda desayunar a gusto.
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