domingo, 1 de agosto de 2010

CUANDO ÍBAMOS DE CULO

¿Os acordáis de Estefanía Gara? Los más talluditos, seguramente sí. Una gran atleta en la década de los ochenta del siglo pasado. Un enorme carácter. Porque la conocí muy bien, puedo añadir que una excelente persona. Hoy he pasado por la calle de Mediavilla que lleva su nombre. E inconscientemente, me han venido a la memoria retales de su vida que ella misma me contó y otras historias relacionadas que viví en primera persona y guardo en un lugar secreto del corazón, donde el olvido no puede encontrarlas.

Ya de muy pequeña, era tan competitiva que en vez de amiguitas tenía rivales. Y cuando no quedaba la primera, lo llevaba tan exageradamente mal, que hasta sus profesores en el colegio señalaban que si seguía así, cuando creciera, tendría un serio problema. Practicó baloncesto y balonvolea, ambos deportes de equipo. Seguro que no lo hacía mal. Pero no hacerlo mal era insuficiente para una niña que necesitaba ganar como el aire que respiraba. Por eso no terminó de integrarse y acabó apartada del grupo.

Estefanía tuvo entonces la temprana agudeza de dedicarse a una disciplina minoritaria. Que tuviera pocos seguidores aumentaría su probabilidad de triunfo. Así empezó a ser corredora en una modalidad naciente que pocos conocían; la “Cangrejo”. Correr de espaldas. Recular. Desandar a toda pastilla. El arte de ir deprisa al revés.

Y tras un cúmulo de casualidades, llegó Biostokiv. El equipo de atletismo necesitaba alguien para cubrir una carrera en la que nadie quería participar. Los cangre-1500 metros lisos. Y pensaron en ella porque era la única que, entre las pocas, destacaba. “Fanny, ¿tú vendrías?”. No se imaginaban la traca que acababan de encender.

Yo estuve allí, en aquella fría ciudad. Escaso público aguantaba aquellas temperaturas extremas. La verdad. Y la mayor parte de esa poca gente concentraba todas sus miradas en la pista central, donde se dirimían las otras competiciones. Bom-bom-bom-bom. El corazón le latía con mucha fuerza a Estefanía. Miraba asustada a las otras corredoras. Tremendas moles de fibra y músculo. Menudas tiarronas. Cómo hacían sus ejercicios de estiramiento. Con qué autosuficiencia y desdén se miraban unas a otras. Estefanía, mientras, con sólo cuatro trotes hacia atrás moviendo la coleta tenía bastante. Con el dorsal 0578. En la línea de salida hizo un ademán de apartarse, de estar arrepentida de haber ido allí. ¿Preparadas? ¡Bom-bom-bom-bom! El corazón se le salía del sitio. ¿Listas? El aire apenas entraba en sus pulmones. ¡YAAAAAA!!!. Salida válida. Las ocho mujeres empezaron a cangre-correr con una velocidad negativa pasmosa. Parecían una moviola que rebobinaba. Pero Fanny aguantaba entre las primeras. Pequeña, ágil, con una retro-zancada prodigiosa. Genética pura. Es lo que tiene correr así, todo transcurre como la vida misma: ves lo que dejas detrás, pero no lo que viene por delante. En la primera curva, se cruzaron sus ojos con los míos, pobre espectador, maravillado al verla, ésta chica de dónde ha salido, y seguramente ella pensaría, y este tío cómo me mira... La cangre-carrera quedó en un mano a mano; o mejor un pie a pie, con una atleta descomunal, la temible Irina Rychlo. Seguramente aquella gigantona de las piernas infinitas había pensado que los 1500 iban a ser un paseo en barca, pero casi codo con codo, se le había pegado como una lapa aquella desconocida renacuaja. Justo cuando se disponía a decirle, “ahí te quedas, guapa”, y a lanzar su cangre-sprint definitivo, resultó que tropezó estrepitosamente y se fue al suelo, cuan larga era, y cayó de espaldas con el gesto aterrado de quien comprende que en ese instante lo está perdiendo todo. Manteniendo el ritmo, los sincronizados pasos, Estefanía extendió los brazos en señal de victoria y cruzó la meta de culo en una carrera épica y memorable como se han disputado pocas.

La noticia corrió como la pólvora entre el resto del equipo, que ni había reparado en esa chiquita que iba de bulto entre los atletas. “¡oye, que sí, que hemos ganado los cangre-1500…!”. Sorpresa. Alucine. Aquel primer oro brilló más si cabe ante la ausencia metálica generalizada de la expedición en todos los Juegos. Y un servidor hizo su trabajo enviando una crónica en la que se daba cuenta de una gesta que iba a marcar un antes y un después en nuestra historia deportiva.

Ávido de rentabilizar éxitos, el Ayuntamiento organizó una magna recepción. Y Estefanía entró corriendo de espaldas, ante el delirio de los vecinos en masa que la vitoreaban, por la puerta principal del consistorio. La super-cangre-atleta firmó en el libro de la ciudad. Salió a saludar incluso al balcón, desde donde ofreció la medalla y fue jaleada: “¡GA-RA, GA-RA!”. Por mucho que los campeonatos locales tuvieran un nivel muy superior, triunfar en un lugar tan lejano y exótico como Biostokiv vestía mucho. Mediavilla ya tenía su campeona.

A partir de entonces, surgieron como setas multitud de expertos en cangre-atletismo. Unos meses antes nadie había oído hablar de cómo correr al revés, y de repente había millones de especialistas que opinaban sentando cátedra. Se federaron centenares de jóvenes en la modalidad cangrejo siguiendo el ejemplo de Estefanía Gara. Y nos convertimos en una fábrica de cangre-campeones. En el fondo, porque somos una gente que lleva en sus raíces populares eso de ir de culo.

Por aquella época transcurrió todo muy deprisa. Estefanía y yo tardamos poco en casarnos. Fui su entrenador personal. Ella pulverizó registros, amplió su exitoso palmarés en encuentros nacionales y mundiales y nos quedamos sin vitrinas para exponer tantas medallas y copas, y sin huecos en la pared para colgar sus fotografías cruzando la meta con los brazos en alto. Hasta estando en casa se encasquetaba aquella gorra anatómica con retrovisores y andaba de la cocina al comedor hacia atrás de un modo que a mí se me antojaba el más natural.

El colofón llegó en un pleno municipal donde debatieron si poner su nombre al pabellón deportivo, o a una calle en la zona nueva urbanizada. Se votó a favor de esto último, y hubo acto de inauguración, placa conmemorativa, fotos y flores. En la acera se llegó a incluir un cangre-carril, el primero de un montón más que luego se quedaron en proyecto.

Examinando con posterioridad el gesto en su rostro en estas últimas imágenes, comprendí que Estefanía tenía ya una decisión tomada en esa fecha. Fue porque empezaba a descender de la cima de su carrera deportiva. O porque se deshinchaba el efecto “Nía-Gara”. O porque nuestra relación entraba en fase de enfriamiento. Por lo que fuera que nunca me dijo, un día, abrió la puerta de casa, “me voy a dar la vuelta al mundo al revés”, y me dejó solo, rodeado de sus trofeos.

La gente, que habla por hablar, dice que la Gara me plantó. Pero yo sé que ella seguirá desandando infatigablemente y que a estas alturas habrá doblado ya las antípodas en algún camino de algún país lejano. Y que si partió hacia el Oeste, seguirá sin detenerse hasta que aparezca acercándose de espaldas por el lado Este. Mientras, yo, que soy infinitamente más mediocre, más vulgar y más cobarde, me sumerjo en mi rutina, y a veces, como hoy, paseo por la calle que lleva su nombre, para zambullirme y ahogarme en la nostalgia de aquellos años en los que, juntos, íbamos de culo.

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