martes, 19 de mayo de 2015

El peludo


I
Nadie juega a fútbol como Villán.  Todos lo quieren en su equipo porque marca goles y marca la diferencia. Nadie dibuja y pinta como Goyito. Todos le dejan un folio encima del pupitre para que les garabatee algo y les ponga firma. Tenemos asumido que el día de mañana será un cotizado pintor. Nadie escribe poemas como Machadín. De normal, habla (y muy bien) en verso, no en prosa. Adonde mire, nuestra clase está llena de genios irrepetibles, únicos en lo suyo. Ahí está Olivia, que flota en el aire cuando danza destilando sentimientos. Tampoco nadie baila como ella. Me muerdo los labios. Cagüen. Me corroe la envidia. No porque yo no sea bueno en algo, que lo soy. Sí, lo soy. Tengo una memoria prodigiosa. De momento, me acuerdo y me acuerdo bien de todo lo que me pasa. Fotográficamente. Debería estar brincando, porque a Villán se le olvidan casi todos sus goles diez minutos después de acabar el partido;  Goyito cree que está innovando en su último retrato y ya ha hecho por lo menos tres más como éste; y Machadín, o escribe inmediatamente lo que se le dicta su inspiración, o sus versos se pierden y volatilizan como el humo. Uffff. Como mucho, como mucho, habrá dos personas en este vasto mundo con un memorión como el mío. Uno, desde luego,  soy yo. Y ahí es donde mi vanagloria se vuelve amarga. Porque, ya es mala suerte que el otro venga a mi clase y se siente a mi lado. Es el “Osito”. “Osito”, por lo pequeñín y por lo peludo que es. Teniéndolo tan cerca, todas mis proezas memorísticas se quedan en un: “Buahh, eso también lo hace el Osito”.

II
Ahí estamos. Ante la atenta mirada de Olivia. Nos hemos retado en el patio. Y ella como testigo. Y yo quiero quedar bien. Empieza él. Primero, a morro, un sorbo de agua de la botella de plástico, luego de carrerilla, las  diez primeras páginas de don Quijote, la versión que nos han hecho leer en el cole. Observo al Peludo. Le hago muecas. Siempre le busco algún pinganillo oculto en el oído. Nunca se lo encuentro. Trato de que se ponga nervioso, de que trabuque alguna palabra para pararlo y gritarle: “¡Ahhhh!¡Te has coladooooo!”. Pero no cae esa breva. “…has de saber, amigo Sancho Panza, que fue costumbre de los caballeros andantes….”. Olivia le persigue con el libro abierto. Sin voz repite cada frase. “¡Qué fenómeno!”, exclama admirada. Bueno, bueno. Falto yo. Me ofrece agua. Con su saliva no, nunca. Toso, me preparo. Una, dos y tres. Entorno los ojos. Como si estuviera viendo el texto. La veo, la admiro. Pasan los minutos. Persigue mis palabras con el libro abierto. “…fue costumbre de los caballeros andantes hacer a sus escuderos gobernadores de las ínsulas o reinos que iban ganando…”. El Peludo pasa, no trata de distraerme. Pim, pam, pum. Punto final. “¡Bravo, bravo!”, aplaude maravillada. Yo hincho mis pulmones, satisfecho. Un beso para los dos. Cachis. Cagüen. Yo hubiera querido un beso, pero para mí solo.

III
Cuando Olivia nos ve salir al patio con una guía de teléfonos, nos pide excusas y sale huyendo. “Espera, espera… ¡saca una letra!”, le pido. Ella concede y pone la mano en la bolsita. Sale la “H”. Ésta es de las cortas. Un repaso. Y a enumerar, uno por uno, los nombres… y sus números. A ver quién falla primero, el Osito o yo. Mientras deletreo: “Haad Amat J. A…”, escucho cómo ella nos reprende: “…podríais utilizar vuestro talento en algo más provechoso”.   

IV
Desde la grada sólo la miro a ella. Es el centro de mi atención. Otras siete chicas ejecutan a su alrededor los ejercicios de Gimnasia Artística. Escucho pasos detrás de mí. Un respirar fuerte. Apenas me giro. Lo reconozco. Es el Osito. Se sienta. Pero mira que es peludo este tío. Si con diez años ya se afeita, qué será cuando tenga quince. Pelo en el pecho. Puede peinar hasta los pelillos de sus brazos si quiere. Pero no me quiero distraer. Grabo, memorizo los movimientos de Olivia, en armonía total con la megafonía del pabellón. Un poco molesto con que el Peludo se convierta en mi sombra, le pregunto que en quién se fija. Me contesta lo que yo ya me temía: “…en Olivia, por supuesto”.

V
…ya llevaría unas cuatro cabezadas con esa película, ya me habrían dicho otras tantas, “Venancio, vete a dormir, que es muy tarde y mañana te tienes que levantar temprano”, cuando me ha venido un flash, y me he despertado de golpe. Sin pestañear. Con la boca abierta. Ahí me he espabilado. Ahí está la clave. En Sansón y sus pelos. En el Peludo y los suyos.

VI
…Si Sansón guardaba su fuerza en su cuero cabelludo, ¿por qué no Osito podría guardar unos cuantos gigas en cada uno de sus pelos? Teniendo tantos y por todas partes, es más que muy creíble esta suposición…

VII
Dicen que en el amor y en la guerra todo vale.  A la salida del colegio he ido a buscar al Pirata López. Está en octavo. Es muy macarrilla. Le va mucho la gresca. Debo ser de los pocos. Conmigo nunca se ha metido. Mis padres y los suyos se conocen de hace tiempo y se ve que me respeta por eso. Se sorprende de que le busque. “¿Quién te ha molestado, Cerebrín? Dímelo, porque a ése le damos una tocata que se le van a quitar las ganas de decirte nada más en lo que le quede de vida…”. Es así de contundente. El Pirata ha escuchado sin mover un músculo lo que le estaba proponiendo. Asiente. “Dalo por hecho”. Cuando me dice esto, me entra un escalofrío. “… sólo raparlo, pero no le toquéis un pelo”. Suelta una risa. Yo lo digo en serio. “…no le hagáis daño”. Me quedo plantado mientras el Pirata se aleja. Pensaba que me sentiría liberado con esto, pero no. Siento ahora que soy un bicho malo, que soy muy mala persona.

VIII
Todo es mirar afuera. El Osito no ha venido a clase. Preguntas al aire. Qué le pasará. Mi mano tiembla. A lo lejos veo al Pirata. Noto que me guiña un ojo. No me acerco a él por no levantar sospechas. Pero le cogería de la solapa de su cazadora, le zarandearía y  le gritaría, “¿Qué le has hecho a mi amigo? ¿qué?”.

IX
Ayer no. Hoy sí. Ha despertado sonrisas en cuanto lo han visto entrar. Lleva un gorrito de explorador. Debajo, nada. Está pelado, pelado, pelado. Contiene la mandíbula. Le brillan los ojos. Le falta poco para llorar. Es aún más poquita cosa. Más crío. Más bichón maltés, menos osito. No contesta cuando lo acribillan a “¿qué te ha pasado? ¿qué te has hecho, Osito?”. Yo agacho la cabeza, escondiéndome. Hora de patio. Minutos tensos. Ofrezco aplazar el reto. “De eso nada”, replica él, “empiezo yo si quieres”. Olivia de juez. Tenemos más testigos alrededor. Voz trémula que va ganando confianza. Palabra a palabra, frase a frase. Cómo se me ocurriría pensar que cada uno de sus pelos podría ser un lápiz de memoria. Cómo.. Hasta la página cincuenta, que era lo pactado. Lo borda. Qué fenómeno. “¡MUY BIENNNN, OSITO!”. Olivia lo abraza, lo estruja. Ese gesto me descompone.A mí ahora no me sale la voz. Sólo me sale un: “has ganado, yo no estoy preparado”. Acabo de tirar la toalla. Ahí prorrumpen los aplausos hacia el Osito Peludo Repelado. Le hacen la ola, oee, oeee, oeee. Me alejo con las manos en los bolsillos y la cabeza agachada. Es una suerte, me repito, ir a una clase de genios irrepetibles. Murmurando, murmurando, también me digo que si la envidia fuera marrón, yo sería una cagarrita pinchada en un palo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario