I
Nadie juega a fútbol como Villán. Todos lo quieren en su equipo porque marca
goles y marca la diferencia. Nadie dibuja y pinta como Goyito. Todos le dejan
un folio encima del pupitre para que les garabatee algo y les ponga firma. Tenemos
asumido que el día de mañana será un cotizado pintor. Nadie escribe poemas como
Machadín. De normal, habla (y muy bien) en verso, no en prosa. Adonde mire,
nuestra clase está llena de genios irrepetibles, únicos en lo suyo. Ahí está Olivia,
que flota en el aire cuando danza destilando sentimientos. Tampoco nadie baila
como ella. Me muerdo los labios. Cagüen. Me corroe la envidia. No porque yo no
sea bueno en algo, que lo soy. Sí, lo soy. Tengo una memoria prodigiosa. De
momento, me acuerdo y me acuerdo bien de todo lo que me pasa. Fotográficamente.
Debería estar brincando, porque a Villán se le olvidan casi todos sus goles
diez minutos después de acabar el partido; Goyito cree que está innovando en su último
retrato y ya ha hecho por lo menos tres más como éste; y Machadín, o escribe
inmediatamente lo que se le dicta su inspiración, o sus versos se pierden y
volatilizan como el humo. Uffff. Como mucho, como mucho, habrá dos personas en
este vasto mundo con un memorión como el mío. Uno, desde luego, soy yo. Y ahí es donde mi vanagloria se vuelve
amarga. Porque, ya es mala suerte que el otro venga a mi clase y se siente a mi
lado. Es el “Osito”. “Osito”, por lo pequeñín y por lo peludo que es. Teniéndolo
tan cerca, todas mis proezas memorísticas se quedan en un: “Buahh, eso también
lo hace el Osito”.
II
Ahí estamos. Ante la atenta mirada de Olivia. Nos
hemos retado en el patio. Y ella como testigo. Y yo quiero quedar bien. Empieza
él. Primero, a morro, un sorbo de agua de la botella de plástico, luego de
carrerilla, las diez primeras páginas de
don Quijote, la versión que nos han hecho leer en el cole. Observo al Peludo.
Le hago muecas. Siempre le busco algún pinganillo oculto en el oído. Nunca se
lo encuentro. Trato de que se ponga nervioso, de que trabuque alguna palabra
para pararlo y gritarle: “¡Ahhhh!¡Te has coladooooo!”. Pero no cae esa breva. “…has
de saber, amigo Sancho Panza, que fue costumbre de los caballeros andantes….”. Olivia
le persigue con el libro abierto. Sin voz repite cada frase. “¡Qué fenómeno!”,
exclama admirada. Bueno, bueno. Falto yo. Me ofrece agua. Con su saliva no,
nunca. Toso, me preparo. Una, dos y tres. Entorno los ojos. Como si estuviera
viendo el texto. La veo, la admiro. Pasan los minutos. Persigue mis palabras
con el libro abierto. “…fue costumbre de los caballeros andantes hacer a sus
escuderos gobernadores de las ínsulas o reinos que iban ganando…”. El Peludo
pasa, no trata de distraerme. Pim, pam, pum. Punto final. “¡Bravo, bravo!”,
aplaude maravillada. Yo hincho mis pulmones, satisfecho. Un beso para los dos.
Cachis. Cagüen. Yo hubiera querido un beso, pero para mí solo.
III
Cuando Olivia nos ve salir al patio con una guía
de teléfonos, nos pide excusas y sale huyendo. “Espera, espera… ¡saca una
letra!”, le pido. Ella concede y pone la mano en la bolsita. Sale la “H”. Ésta
es de las cortas. Un repaso. Y a enumerar, uno por uno, los nombres… y sus
números. A ver quién falla primero, el Osito o yo. Mientras deletreo: “Haad
Amat J. A…”, escucho cómo ella nos reprende: “…podríais utilizar vuestro
talento en algo más provechoso”.
IV
Desde la grada sólo la miro a ella. Es el centro
de mi atención. Otras siete chicas ejecutan a su alrededor los ejercicios de
Gimnasia Artística. Escucho pasos detrás de mí. Un respirar fuerte. Apenas me
giro. Lo reconozco. Es el Osito. Se sienta. Pero mira que es peludo este tío.
Si con diez años ya se afeita, qué será cuando tenga quince. Pelo en el pecho.
Puede peinar hasta los pelillos de sus brazos si quiere. Pero no me quiero distraer.
Grabo, memorizo los movimientos de Olivia, en armonía total con la megafonía
del pabellón. Un poco molesto con que el Peludo se convierta en mi sombra, le
pregunto que en quién se fija. Me contesta lo que yo ya me temía: “…en Olivia,
por supuesto”.
V
…ya llevaría unas cuatro cabezadas con esa película,
ya me habrían dicho otras tantas, “Venancio, vete a dormir, que es muy tarde y
mañana te tienes que levantar temprano”, cuando me ha venido un flash, y me he
despertado de golpe. Sin pestañear. Con la boca abierta. Ahí me he espabilado.
Ahí está la clave. En Sansón y sus pelos. En el Peludo y los suyos.
VI
…Si Sansón guardaba su fuerza en su cuero
cabelludo, ¿por qué no Osito podría guardar unos cuantos gigas en cada uno de
sus pelos? Teniendo tantos y por todas partes, es más que muy creíble esta
suposición…
VII
Dicen que en el amor y en la guerra todo vale. A la salida del colegio he ido a buscar al Pirata
López. Está en octavo. Es muy macarrilla. Le va mucho la gresca. Debo ser de
los pocos. Conmigo nunca se ha metido. Mis padres y los suyos se conocen de
hace tiempo y se ve que me respeta por eso. Se sorprende de que le busque. “¿Quién
te ha molestado, Cerebrín? Dímelo, porque a ése le damos una tocata que se le
van a quitar las ganas de decirte nada más en lo que le quede de vida…”. Es así
de contundente. El Pirata ha escuchado sin mover un músculo lo que le estaba
proponiendo. Asiente. “Dalo por hecho”. Cuando me dice esto, me entra un
escalofrío. “… sólo raparlo, pero no le toquéis un pelo”. Suelta una risa. Yo
lo digo en serio. “…no le hagáis daño”. Me quedo plantado mientras el Pirata se
aleja. Pensaba que me sentiría liberado con esto, pero no. Siento ahora que soy
un bicho malo, que soy muy mala persona.
VIII
Todo es mirar afuera. El Osito no ha venido a
clase. Preguntas al aire. Qué le pasará. Mi mano tiembla. A lo lejos veo al
Pirata. Noto que me guiña un ojo. No me acerco a él por no levantar sospechas.
Pero le cogería de la solapa de su cazadora, le zarandearía y le gritaría, “¿Qué le has hecho a mi amigo?
¿qué?”.
IX
Ayer no. Hoy sí. Ha despertado sonrisas en cuanto lo
han visto entrar. Lleva un gorrito de explorador. Debajo, nada. Está pelado,
pelado, pelado. Contiene la mandíbula. Le brillan los ojos. Le falta poco para
llorar. Es aún más poquita cosa. Más crío. Más bichón maltés, menos osito. No
contesta cuando lo acribillan a “¿qué te ha pasado? ¿qué te has hecho, Osito?”.
Yo agacho la cabeza, escondiéndome. Hora de patio. Minutos tensos. Ofrezco
aplazar el reto. “De eso nada”, replica él, “empiezo yo si quieres”. Olivia de
juez. Tenemos más testigos alrededor. Voz trémula que va ganando confianza.
Palabra a palabra, frase a frase. Cómo se me ocurriría pensar que cada uno de
sus pelos podría ser un lápiz de memoria. Cómo.. Hasta la página cincuenta, que
era lo pactado. Lo borda. Qué fenómeno. “¡MUY BIENNNN, OSITO!”. Olivia lo
abraza, lo estruja. Ese gesto me descompone.A mí ahora no me sale la voz. Sólo
me sale un: “has ganado, yo no estoy preparado”. Acabo de tirar la toalla. Ahí
prorrumpen los aplausos hacia el Osito Peludo Repelado. Le hacen la ola, oee,
oeee, oeee. Me alejo con las manos en los bolsillos y la cabeza agachada. Es
una suerte, me repito, ir a una clase de genios irrepetibles. Murmurando,
murmurando, también me digo que si la envidia fuera marrón, yo sería una
cagarrita pinchada en un palo.
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