domingo, 25 de julio de 2010

YA QUE YO NO, TÚ SÍ

I
Se lo he dicho mil veces: “Ya que yo no (pude estudiar), tú sí”. Pero todo es porque el chaval vale. Si no fuera bueno, no estamos para perder el tiempo, trabajaría como yo hago, de sol a sol, que en casa no nos sobra el dinero. A él los libros no le duran nada. Los empieza y no para hasta que los termina. “Te vas a dejar la vista, Bernardo, no arrimes tanto la cabeza”. En esto, no me hace ni caso. Siempre ha traído unas notas impresionantes. Y nunca está contento, porque le parece poco. Bueno, y a la hora de ir a la Universidad, qué. Esperaba me dijera que arquitecto o ingeniero o algo así. Pues no. Ha venido el tío y me ha dicho: “Historia, papá”. Me ha dejado mudo. Bien, vale, Historia. Pero con perdón de los historiadores, con eso no se come. Y desde entonces le he obligado más aún a venir conmigo. A ayudarme, a pastar el cemento, a chapar una cocina, a poner gres, a lucir un tabique. A trabajar en lo que yo hago. Porque yo sé lo que luego pasa.

II
El nano es curioso trabajando. Perfeccionista a tope. Un poco lento, pero muy bueno. No ha tenido mal maestro, je. Yo ahora no le digo nada. No le voy a recordar a cada minuto que no encuentra faena de lo suyo, por más que envía currículum y pasa entrevistas. Ya se mortifica bastante él solo, aunque no dispare una. Para quitar hierro al asunto, un buen día se me ocurrió aquello de las pistas para la historia futura, ahora verás, escribimos en un papel “en la construcción de esta obra trabajaron Bernardo Bermejo, padre e hijo, a 22 de Julio de 2000”. Lo metemos en una caja, y lo ponemos en el hueco de la doble pared, donde el aislante. Imagino la cara del tío que dentro de veinte o más años, picando la pared para hacer una regata, reencuentra la caja, “¡córcholis! a ver qué es…”. De dinero nada. Sólo un recuerdo de nuestro trabajo bien hecho. Al principio, cajas de cartón. Luego, de puros. Y ahora hay unas de madera hermética con remaches que van de lujo. También hemos metido alguna vez recortes de periódico. Pero siempre, Bernardo Bermejo, padre e hijo, trabajaron en la construcción de esta obra. Y la fecha. “Para que veas, hijo, más pronto o más tarde, tu padre también, como tú, hará historia…”

III
El cabrón de Evaristo no me quería pagar la reforma. Dice que lo que he hecho es una chapuza. Y que me he vuelto carero. Yo me he mordido la lengua para no replicarle. La de horas que me he tirado en ese cuarto de baño podrido de arriba abajo. La de material que he tenido que poner de mi bolsillo. Pues qué más quería con ese presupuesto tan rácano. Al final me ha dado el talón de mala manera. He recogido mis bártulos, los he tirado a la furgoneta. Cuando ya me iba, me ha soltado, “desde que no trabaja tu hijo contigo, eres un puro desastre…”. Casi me lo como vivo. Le hubiera cogido del cuello con mucho gusto. Le he lanzado con rabia la colilla a sus pies. “Que te den por culo”, le he dicho. He dado portazo al coche. Y cuando he salido dando un buen acelerón, he pensado, pero qué bien está la nota para la historia que he dejado debajo de la nueva bañera, que pone “en esta reforma trabajó Bernardo Bermejo, viviendo en ella el estúpido de Evaristo. Abril 2002”. Luego me he ido hacia el Instituto donde mi hijo da clase desde Septiembre pasado, a ver si todavía lo pillo.

IV
Los restos de la vieja muralla norte que encerraba Mediavilla están escondidos tras las casas que fueron creciendo adosadas a sus gruesos sillares. Bernardo me ha contado que quieren derribarlas todas para sacar a la luz el esplendor de la fortificación. Pero entretanto se deciden si sí o si no, a mí me han llamado para reformar una cocina que está pegadita a estas paredes de piedra. Impresionan. Aunque el nano se ha quedado en el paro otra vez, yo ya no le he pedido que me acompañara. No tengo fuerza moral para eso. Tiene que centrarse y seguir preparando unas oposiciones para lo suyo.

Cuando yo acababa de empezar a descargar unos sacos de escombro, en esta casa que casi se cae de vieja, me lo he visto aparecer con su mono azul de paleta. Confieso que me ha impactado verlo llegar. Le hubiera dado un abrazo, pero me ha salido un enérgico: “Anda, Bernardo, entra ahí y coge esos sacos que pesan un huevo”. Este hijo mío es buena gente. De lo que ya no se ve. De lo que ya no se encuentra. Y viniendo en mi ayuda me lo ha vuelto a demostrar.

V
Lo que hace el tiempo: “Date prisa, papá, dame ya la pista para el futuro”. Ahora él da las instrucciones y yo las sigo. Hasta hace poco era al revés. “Ya te la doy, ya te la doy…”. Sólo me faltaba la nota con la mención a Bernardo Bermejo, padre e hijo; la cajita ya la tenía en la mano. “Venga, que nos pillan con el carrito del helado”. Rápido, rápido. He visto por fin el papel, que estaba con las herramientas, qué raro, yo nunca lo dejo ahí, y lo he metido en la caja hermética, “toma, ten…”. Y él, encaramado a la escalera, la ha insertado por una hendidura de la pared. “¡Ostras!”, ha gritado. “¿Qué pasa, Bernardo?”. “¡Se la ha engullido…!”. Nos hemos quedado patidifusos. Igual que si una mano invisible, desde el otro lado, hubiera cogido nuestra pista para el futuro y se la hubiera llevado hacia dentro, hacia el corazón de la pared. Igual.

A todo esto, la cocina nos ha quedado de cine. Cuando hemos pasado la escoba, para dejarlo todo limpio inmaculado, ha aparecido una nota, la nota en el suelo. “Mira, papá, lo que hay aquí”. Tierra trágame. “En esta obra trabajaron Bernardo Bermejo, padre e hijo. Julio 2003”. Glup. “Entonces, ¿qué hemos puesto?”. Bernardo, que ha buscado en la caja de herramientas, ha hecho un gesto de contrariedad. “Era el borrador de un relato que estaba escribiendo. Más o menos decía que: … antes de que sonara el despertador del móvil, me levanté porque tenía que echar una meadita…”. Le he cortado en seco: “Uf, hijo, qué peso me quitas de encima: escribes otro mejor y en paz. Hale, vamos, que nos hemos ganado una cervecita”. Entendido no soy, pero con ese principio, la historia no puede ser muy buena.

No hay comentarios:

Publicar un comentario