domingo, 4 de julio de 2010

PROFUNDA REFLEXIÓN

TITO “EL RANA”
Afortunadamente, no me gusta hablar, si no, tendría que cambiar de profesión y no me llamarían Tito “el Rana”. Ahí, debajo del agua, guardo un estricto silencio. Qué remedio me queda, je, je... Aunque a veces, sólo por oírme, tarareo eso de: “alegre vengo de la montaña de mi cabaña que alegre está…”. Y las burbujas de aire ascienden hacia la superficie llevándose dentro mis palabras. Entonces, Blanca, que es quien me acompaña con la cámara submarina y las luces, se asusta porque piensa que me pasa algo malo. Le indico con el pulgar levantado que no, que todo va bien. Que son cosas del Rana. Y le enseño mi mejilla izquierda, recordándole que “ése es mi lado bueno”, que me saque la foto por ahí, ahora que los pececillos cruzan por delante, sin asustarse de mí, porque yo me mimetizo con ellos. Entonces, sigo, concentrado en el trabajo. No hay un segundo que perder ni margen para la distracción, que a esta profundidad podría resultar fatal. Lo jodido, perdón por la expresión, no ha sido dar con el trozo de fuselaje de la avioneta que se estrelló hace diez días. Eso lo encontré enseguida. Lo jodido, vuelvo a pedir disculpas, empieza porque ese amasijo de chatarra se ha incrustado en una roca y me toca abrirlo como si fuera una lata para extraer la famosa cajita negra que no es negra. Y con un agua tan turbia en la que a veces no veo ni torta. La de mierda oculta que hay en este fondo marino. Parece un campo de fútbol después de un concierto. Atención, me está indicando Blanca que ya es la hora. Es tiempo de retirarse. Hoy no me ha cundido nada. Tal como está el patio me temo que yo solo no voy a poder. Hale, iniciamos lentamente la retirada.

EL JEFE MÁXIMO
Cuando he entrado en la habitación del Hotel, a salvo de los guiris con la piel de color tomate y sus bañadores floreados, he escrito el informe del día, a la atención de Máximo, nuestro envarado jefe, y he adjuntado alguna de las magníficas imágenes que ha tomado Blanca. He sido breve pero muy claro. Sin refuerzos me va a ser imposible rescatar la caja. Que lo sepa. Que se entere. Que llevo cinco días sin avanzar un milímetro. Que estoy hasta las na-ri-ces. Luego que decida y que haga lo que quiera. Si sigo solo me puedo tirar aquí hasta el día que me jubile. Vaya, parece que entra un correo electrónico. Sí, es la respuesta de Máximo. Mañana por la tarde envía a Agustín para arrimar el hombro. Aleluya, por fin, ha escuchado mis plegarias. Es que era de sentido común. Así, hoy, por primera vez en muchos días voy a dormir como un bendito de forma plácida y casi instantánea.

AGUSTÍN, EL REFUERZO
El día de la llegada de Agustín también hemos ido a bucear. Con los ánimos redoblados, porque ya pronto vendrán refuerzos. Estábamos de mejor humor, glu-glú, “alegre vengo de la montaña de mi cabaña que alegre está…”. Y la moral arriba, arriba, como las burbujas. Y he adelantado hoy. Mucho más que en las jornadas precedentes.

Hemos recogido los trastos un poco antes para poder estar a tiempo en el Aeropuerto. Vuelo puntual. Cuando ha aparecido, con su pedazo de maleta de ruedas, casi un arcón, el gran Agustín, se ha encontrado con nuestras dos sombras. “¡Pero Titoooo, Blanquitaaaaa…!”. Esto es lo que queda de nosotros después de tantas zambullidas extenuantes sin conseguir el objetivo. Una tropa con la moral muy baja. En cambio, él sigue igual con los años... Como una nevera combi “no-frost” de dos metros. Con aplomo. Seguridad. “Ánimo, chicos, que ya estoy aquí”. Y de propina, para mí una palmada sonora en el hombro y para Blanca, un besazo desviado en la mejilla que casi le revienta el tímpano.

En el bar, junto a la piscina, para celebrar el reencuentro, han caído unas cuantas cervezas y, de acompañamiento, unas gambas que parecían pipas con sal. “No me explico…”, se ha extrañado, “por qué este encargo tiene que ser tan discreto y con tan pocos medios…”. Yo tampoco lo entiendo. Como mañana va a ser una jornada dura, lo hemos hecho breve y por segunda noche consecutiva, he dormido a pierna suelta. Que ya me hacía falta.

BLANCA, LA DELFÍN.
Temprano hemos coincidido los tres en el comedor del Hotel para desayunar. Agustín había llegado el primero y tenía el café con leche y un importante trozo de bizcocho chocolateado encima de la mesa. La televisión estaba ya puesta a esas horas. Y en directo, a las ocho en punto, retransmitían el encierro de los Sanfermines. Chorros de adrenalina para empezar el día. Agustín no se ha perdido ni la repetición. En tres minutos, algún enganchón, algún coscorrón durante el trayecto y mil milagros en medio de las reses y los centenares de corredores con las fajas rojas ¿Listos? Pues adelante. Del bizcocho no han quedado ni las migas.

No podía haber salido mejor día. Ni un cielo más azul. Ni un mar más quieto. Estábamos ya pertrechándonos con los neoprenos y a punto de salir en la barca cuando Blanca se ha percatado de que Agustín estaba pálido como un cirio. “Eh, Agustín, ¿te encuentras bien?”. “¿Te pasa algo?”. Un pequeño sudor empapaba su frente. Lo que faltaba. “El puto chocolate”, ha dicho con una voz apenas audible. ¿Cómo? ¿Un bizcocho de crema de cacao estaba tumbando a nuestro refuerzo? “¡Jodeeeeeeer…!”, me he lamentado. “¡…nos volvemos!”, he decidido al instante. “No, Tito, no, no perdáis el tiempo por mí…”. Nunca había visto a Agustín tan perjudicado. La lógica de la prudencia se ha impuesto. Se ha quedado en el muelle, acurrucado bajo un tejadillo, donde daba sombra y brisa. Con los ojos fuertemente cerrados. Y grogui. “Hoy haremos la inmersión rápida”, hemos convenido, “no te muevas, que enseguida estamos de vuelta”.

Nos hemos hecho a la mar con el convencimiento de que las gambas y el chocolate no casan bien. Al agua, Rana. Choooof. Ya estamos aquí. En el submundo silencioso. Mi otro hábitat. Donde mis reflexiones son profundas por partida doble. Chooof. Es Blanca, que me sigue. Menudo delfín. Hemos llegado junto al morro de la avioneta que sigue ahí, sin moverse del sitio. “Alegre vengo de la montaña de mi cabaña que alegre está…”. Burbujas extra. Tranquila, Blanca, que no me pasa nada. Bromas del Rana. “Y a mis amigos les traigo flores de las mejores de mi rosal…”. Me he quedado sorprendido. Hoy todo estaba de buenas. El obstáculo infranqueable que me impedía acceder a la caja se ha doblado como si fuera de cartulina. Ya está. Tanto esfuerzo, y ahora ya está. Me he aplaudido a mí mismo por lo bien que lo he hecho. Signo de la Victoria. Ella ahora es quien suelta burbujas extra. Me preocupo, ¿le pasa algo? No: me la está devolviendo, “flores de las mejores de mi rosal”. Estamos contentos. Hale cajita, vente conmigo, que yo te cuidaré. Hoy, récord de récords. Lentamente iniciamos el regreso a darle la buena nueva a nuestro moribundo refuerzo.

EL “RESTO DEL EQUIPO”
Con Agustín tumbado en la cama de su habitación, y a dieta “cero”, es decir, sin comer absolutamente nada, Blanca y yo hemos ido a depositar la caja en el juzgado, con los correspondientes documentos gráficos. Hemos hecho bien nuestro trabajo. Una vez firmados los justificantes de entrega, nos hemos dado un homenaje en la Marisquería Azul del puerto, a la salud de nuestro compañero convaleciente. Resto de la tarde, tumbona y piscina.

Ya al anochecer, hemos acercado a Agustín de vuelta al Aeropuerto. Con el arcón que tal como vino se va. La palidez se mantiene en su rostro. Nos cuenta que ya lo ha tirado todo. Por arriba y por abajo. Hasta la papilla de cereales que se tomó cuando tenía cinco meses ha salido disparada. Le doy una palmada cariñosa en el hombro de la que se resiente. Y Blanca le estampa un besazo desviado que casi le revienta el tímpano.

Nosotros regresaremos mañana con el deber cumplido. Tenemos que recoger el equipo y esto lleva su protocolo.

Menudo día más intenso. Es casi medianoche, hora de acostarse, cuando escucho que entra un correo. De Maxi. Nuestro jefe. Va dirigido a “urbi et orbe”. A todo el mundo mundial. Cuenta la buena nueva, el éxito del rescate de la caja de la avioneta siniestrada. Y agradece el esfuerzo a nuestro compañero Agustín, por llevar a cabo tan importante logro. Y después, por supuesto menciona al “resto del equipo”. Presiento que ahora, cuando me acueste, dormiré poco y mal. Joder, suerte que no me gusta hablar, porque si no tendría que cambiar de profesión y no me llamarían Tito “el Rana”.

1 comentario:

  1. Glub, glub, llego tarde. Donde tendre la cabeza! Y eso que a mi eso del buceo es mi via de escape.
    Botellas, y mas botellas. Me las guardaré para otras sensaciones futuras.
    Un cafe y un chocolate mañanero?

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