lunes, 22 de agosto de 2016

Empezar por el principio

I
Reconozco que me da mucha rabia tener que empezar las cosas por el principio. Muchas veces me imagino el tiempo que nos ahorraríamos en esfuerzos y colegios si nuestro ADN llevara incorporado lo que aprendieron nuestros mayores. Nuestra progresión y la de las futuras generaciones sería geométrica, meteórica, imparable. A mí me gustaría saber tocar el piano que tenemos en el comedor, sentarme en la banqueta, levantar la tapa, y a la primera, deslizar los dedos por las teclas como si hablaran, como si tuvieran vida propia. Igual que hace mi abuelo, que es capaz de echarme un sermón, sin que las notas dejen de sonar por lo bajini. Pero tate, es que hay que estudiar solfeo. Es que hay que leer un pentagrama. Es que hay que empezar por el dorremí. Ahí, en el principio, es donde yo me atasco. Conmigo que no cuenten. A mí me tendrían que abrir la página por uno de sus conciertos para Piano y Orquesta, y yo, con lo que sabe mi abuelo, debería ser capaz de bordarlo de forma innata, virtuoso por la vía rápida, recogiendo su experiencia y su sabiduría… Cómo suena. Como los ángeles. Lo escucho embelesado, sí. Él, con una paciencia de santo, me llama, “Sabino, ven”, para que me siente a su lado y empiece. Lo tiene claro. La  música, interpretada por mí, si la tengo que empezar desde el principio, nunca será lo mío.
II
Nos llama el abuelo desde el garaje. Otra vez la furgoneta no arranca. Otra vez, zafarrancho. Mis hermanas y yo bajamos de tres en tres los escalones. Lo encontramos enjugándose el sudor del cuello con un pañuelo con cara de circunstancias. “Cámbiate este trasto ya”. Hale, hale, toca remangarse, toca empujar. Él se sube. Nosotros, detrás, aupppp, aupppp, a la de una, a la de dos, cogemos carrerilla. Coño, con perdón, cómo pesa la burra. Tacatacatacatá…. No se coge… Más deprisa, más deprisa, ¡ahora, ahora! Me entra flato: o se pone en marcha ya o no puedo más. BROOOOOM, BROOOOM. Da un acelerón en el camino, levantando una nube de polvo que nos cubre y nos pone los calcetines perdidos. Nos deja atrás. Luego frena. El motor queda al ralentí. Aplaudimos. “¡No te acostumbres, abuelo, que ya van unas cuantas!”. Hace marcha atrás, abre la puertecilla, sale, nos da las gracias. A mí, revolviéndome el pelo, me dice: “Sabino: tú te pareces mucho a este dos-caballos… le cuesta ponerse en marcha, pero una vez arranca, no hay quien lo pare”. Me quedo pensando. Vaya comparación. Yo ya tengo la etiqueta de que no me gustan los principios. Mis tres hermanas, que son un rato bordes, se burlan de mí y, subiendo las escaleras, van gritando: “¡chisss, chissss, cuidado, cuidado, que viene el  dos-caballos de la familia!”.
III
El agua de la alberca estará fría de narices. No se mojan ahí ni las ranas. No me arrimo mucho, no sea que me resbale. Vengo receloso en esta tarde de vacaciones. El abuelo viene avisándome: “saber nadar es innegociable, Sabino”. “Será del mar que tenemos en el pueblo, abuelo, será por eso”. Digo yo que, si no tengo más pepinos, aquí sí, aquí empezaré por donde no cubre. Digo yo que, me mojaré poco a poco, primero los pies, para que de la impresión, no me dé un corte de digestión. Digo yo que… CHOOOOOFFFFFFF. ¡¡Coño, con perdón, brrrrr, el agua ésta es hielo de la antártida!! Al principio grito, cagüen, trato de protestar, pero como, gluglú, trago agua, entiendo que aquí en este líquido elemento, tengo que cerrar la boca, y por cerrar tengo que cerrar hasta mis poros. Abro los ojos, veo borroso verde, y braceo, sobre todo braceo como un cohete, hacia la escalera. Mi abuelo espera atento. Me quejo, me sale un lloriqueo: “¿pero por qué me has empujado? ¿por quéeee?”. “…porque a ti no te gusta empezar por el principio, por eso, contigo me tengo que saltar las primeras lecciones”. Me arropa con la toalla. Tirito de frío. “¿Entonces yo ya sé nadar, abuelo?”. Él, entre risas, qué gracioso el asqueroso,  puntualiza: “por lo menos sabes bucear, Sabino”.
IV
Son cosas suyas. No sé qué le ha dado al abuelo. Ahora me habla en inglés. Qué dices. No me entero. Insiste. En inglés. Que no, que no sé qué me dices. ¿Me lo puedes repetir en castellano? Se lo digo a mi madre, “mamá, mamáaaa, ven que el abuelo está un poco “pa-allá””, a ver si ella le lee la cartilla y lo llama al orden. Desde el comedor, sentado en la banqueta del piano, yo no sé por qué esta melodía hace que yo siempre piense en ti, él suelta una parrafada, sí,  claro, en inglés. Qué ha dicho, qué ha dicho mamá. “…dice que, para que pueda enseñarte a hablar inglés a ti, tiene que ser así, él contigo no puede empezar por el principio…”.
* * * * *
* * * * *
CV
…toc, toc. Llaman a la puerta de mi habitación. Será la cena que está puesta. El flexo ilumina el papel. Está en blanco. Joder, joder y joder. Estoy atascado. Como siempre, no sé por dónde empezar. Con una voz trémula, él me aconseja: “sáltate el principio, Sabino, empieza por la mitad, y ya irás después para atrás”. Sale sin hacer ruido. “OK, thanks, grandpa”. Me quedo sonriendo. Este abuelo… se salió con la suya. Me enseñó a hablar inglés empezando por la mitad, y ahora a mí  con él, no me sale hablarle de otra manera.
* * * * *
* * * * *
CCCV
…sí, sí que se puede. Y además, en el sueño, he visto claramente cómo se hace. Lo sabía. Sabía yo que era posible… que lo que tenemos aquí  en el cerebro es como un disco duro. Patentaré mi descubrimiento: Introducción en el ADN de los diferentes conocimientos y disciplinas. Será un fenómeno conocer a eminentes médicos con chupete. Será un fenómeno asistir a un concierto de bebés superdotados. Doy botes de alegría. Lo sabía, lo sabía, lo sabía. Es una pena que esto llegue un poco tarde para mí. Salto de la cama, bajo de tres en tres los escalones.  Miro con nostalgia hacia el viejo dos-caballos cubierto de polvo del abuelo. “…una vez arranques, Sabino, no habrá quien te pare”. Y salgo eufórico, bien, bien, bien, a la calle. Una vez ahí, antes de llegar al bar de la esquina, me paro. A dónde voy yo con esto. A quién se lo cuento primero. 
CCCVI
…me imagino una legión de multinacionales tras de mí. Me imagino espías de todos los colores siguiéndome hasta en la taza del water. Con que les diga cómo se hace ya lo tienen todo. Después no me necesitan para nada. ¿Y si los conocimientos a instalar de forma innata en las futuras generaciones no fueran limpios? ¿Y si se utilizara esto de forma partidaria y sectista? Glup. Se me nubla la vista. Muy deprisa iba yo a ninguna parte. De momento, entro en el bar. Pediré un café que me despeje y me aclare, en esta guerra, por dónde empiezo.
* * * * *
* * * * *
DCCCVIII
Reconozco que me sigue dando mucha rabia tener que empezar las cosas por el principio. “Qué tal Sabino, pensaba que venías a matricular a tu nieto”. Estoy un poco nervioso. Acabo de dar el paso y ahora espero no salir corriendo. “No, no. Me apunto yo. De primero de solfeo. Quiero aprender música. Desde cero”. Corre el sudor por mi frente. Pedro Juan, el secretario de la banda de Gorroperdido, me apunta en la ficha. “…con un genio de la música en la familia como era el Maestro García, vas a tener ventaja”. “Un poco sí: el piano ya lo tengo en casa”. Mientras el secretario se ríe, “je, je, yo me refería a los genes”, me quedo mirando al infinito. Yo no sé por qué esta melodía hace que yo siempre piense en ti… Me quedo pensando en inglés. “¿Ves, abuelo?, aquí me tienes, bajándome del burro, y, dispuesto a empezar en esto desde el principio…  Como al dos-caballos, me ha costado ponerme en marcha y, como tú me decías, espero ahora que no haya quien me pare”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario