I
Este año voy yo solo a ver a mi padrino. Conste
que yo no quería. Para qué. Nunca me aciertan los Reyes allí. Ha sido mi padre
el que ha insistido. Y encima él no me acompaña. He esperado bajo la marquesina
donde paran los Autobuses Urbanos. Agudizo la vista. El primero no es. El
segundo tampoco. En cuanto he distinguido que el tercero sí, que era el 81, el
que hace las Grandes Vías, he levantado la mano, como un torero, y cuando ha
parado frente a mí, me he subido. Con las monedas justas. Tres duros. El conductor
me ha dado un ticket rosa y yo, agarrándome al pasamanos, he tirado hacia
dentro. Qué sofoco. La bufanda me da cuatro vueltas al cuello. Cosas de mi
madre. La ha apretado bien, “para que no
cojas frío”. Yo les había dicho que sé ir. Que me acordaba de las otras veces.
Pero ahora que no tengo quien me guíe, me asomo, y las calles de Mardebé me
parecen muy distintas a lo que yo recordaba. Pego la cabeza al cristal, dándome
pequeños coscorrones. La Navidad se agota. Los ábetos pierden pelo a la carrera
en las entradas de los Grandes Almacenes. Estoy llegando. Creo que nos estamos
acercando a la parada. He estirado la mano y he apretado el botón “SOLICITAR
PARADA” cuatro veces. DING-DING-DING-DING. Me entra mucho nervio al pensar que el
chófer no me va a oír y que va a pasar
de largo. El bus se escora, se arrima a la acera, y entre traqueteos abre su
doble puerta. De un brinco, voy fuera. Estoy a salvo. Lanzando una nube de humo
negro, el 81, sigue su ruta. Miro alrededor. Da susto. No parece que viene
nadie, pero es poner un pie bajo la acera, y salen cien coches zumbando. Me
sitúo. Me oriento. Calle de la Lumbre. Es por allí.
II
Ya casi me iba cuando he escuchado un: “¿Quiénnn?”.
Qué vocecilla me ha salido para decir al interfono: “Que soy Isma”. Voz aguda de
tímido, voz de “perdonen que les moleste”. Segundo piso. Puerta seis. Me abre
ella. La mujer de mi padrino, que no sé cómo se llama. Qué recibimiento. “¡ISMAAAA,
qué mayor, cómo has crecido, chico!”. Dos besos en la mejilla. De los que dejan
el oído pitando. A la entrada, un gran Belén con sus luces encendidas. Me quedo
embelesado mirando los detalles y las figuritas. Me encanta el río con agua de
verdad. Me gusta mojarme ahí los dedos. Y secarme después con la manga del
abrigo. Me empuja hacia dentro, hacia el despacho. “Siéntate, Jerónimo vendrá
enseguida…¡Jeroooo, mira quién está aquíiii!”. Los pies cuelgan: no me llegan
al suelo. Siempre miro hacia la orla, no hacia la pared revestida de libros y
enciclopedias. Universidad de Mardebé. Facultad de Economía. Arriba a la
derecha, con la B de Bonet, mi padre cuando aún tenía pelo. Abajo, en la última,
con la Y de Yagüe, su amigo Jerónimo. Mi padrino. “¿Quieres tomar algo?”. Esta
señora no me da tregua. Aparece con una bandeja. Naranjada y empanadillas de chocolate.
Están de miedo. Cojo una. “¿Cuántos años tienes ahora?”. Me atraganto. Con la
boca llena me sale un: “Dozzzzeeee”. Se me va el gas por la nariz. Qué mal
trago. Ahí es cuando aparece Jerónimo. Un junco. Un palo de escoba con nuez. Con
su bata cruzada. Sus zapatillas de ir por casa. Parco en palabras. Se sienta.
Frente a frente. De qué hablan una persona mayor y un chaval que apenas se
conocen. De casi nada. “Qué tal el cole”. “Qué curso estás haciendo”. No puedo
resistirme. Cae otra empanadilla. “Cómo están tus padres”. Mastico deprisa para
responder. “Bazzztante bien. Te envían recuerdozzz”. Ella aparece con un regalo
envuelto. Lo abro. Un libro. Un capitán de quince años. De Julio Verne. Joyas
Literarias Juveniles. No digo que lo tengo. Aquí se deshace el misterio. Aún
esperaba que los Reyes supieran que necesito un coche nuevo de escalextric. Doy
las gracias. Me levanto y me disculpo: “…tengo que irme, aún hemos de pasarnos
por casa de los abuelos”. Me acompañan a la puerta. Pongo el dedo de nuevo en
el agua verdadera del río del Belén. Me repiten los cumplidos. No hago larga la
despedida. Bajo de dos en dos, con el libro bajo el brazo. Cae el día. Ahora sí
que atenaza el frío en la parada del 81. Menudo viento sopla congelando mi
nariz. Sí. Tengo una buena bufanda. Lo que pasa es que, por vueltas que le dé,
nunca me quedará tal y como me la había puesto mi madre.
III
Lo peor del día de Reyes es su noche. Mañana ya
hay colegio. Me acuesto temprano. Me tapo bien con la manta. Mis hermanos aún
revolotean por ahí. Con los juguetes de sus padrinos. Mola el robot, mola el
billar, la verdad. Mi libro repe descansa en el escritorio. Escucho un
reproche. Es mi madre que, con voz muy agria, le echa en cara a mi padre: “¿Ves lo que pasa,
Bonet? Por ti y tus cabezonerías, el pobrecillo Isma, a la hora de la verdad,
no tiene padrino”.
(…….)
XXXI
De repente, Mardebé. Trescientos cincuenta
kilómetros durmiendo. Ufff, mi espalda. Ufff, qué bostezos se me escapan. Le
doy codazo a Lucas, “ehhhh… que ya hemos llegado”. Se revuelve hacia la
ventanilla. “… déjame, yo quiero dormir más”. Busco la bolsa en el altillo. El
chófer está abriendo el maletero y está empezando a repartir equipajes. Nos
quedamos los últimos. Anoche estuvo muy bien. La última antes de vacaciones.
Nos reímos un montón. Nos pasamos un poco con las cervezas. Y de ahí,
arrastrando las maletas por la estación, al autobús que salía a las seis. Lucas
entreabre los ojos y me anuncia: “¡Mira!: tus hermanos están ahí bajo, han venido a recibirnos”. Qué raro. Ellos
aquí. Se me congela la sonrisa cuando les noto el semblante demudado. Me abro
paso. Algo pasa. No son capaces de articular una palabra. Se me abrazan. Me
vengo abajo. Por favor, por favor, sea lo que sea, que esto no me esté pasando.
(…..)
XLI
Cómo ha cambiado la línea 81. Ahora paso el bono
de 10 y la maquinita imprime una fecha. Voy hacia delante. El autobús está a
reventar. Por detrás empujan. Aún cabremos unos cuantos más. Pienso en lo que
voy a decir cuando llegue a la calle de la Lumbre. Intento ordenar mi cabeza.
Le hablaré claro. No pienso dejar… él no tiene por qué… Uffff casi se me olvida
apretar al botón de “SOLICITAR PARADA”. Ya estamos aquí. Bajamos unos cuantos. Me
lanzo al ruedo, es decir a la calle, esquivando los coches que vienen. Cuando
llamo al timbre del telefonillo, es él quien pregunta: “¿Quién?”. “Soy Isma”.
Menudo vozarrón de tenor que se me ha quedado. Subo de dos en dos los
escalones. Treinta y ocho. Me recibe en la entrada. Jerónimo, mi padrino, sigue
siendo un palo de escoba con nuez. Qué
sensación más extraña no encontrar un Belén en el recibidor ni tener agua con
la que mojarme los dedos. Es que estamos en Septiembre. En el espejo veo el
reflejo de mi corbata negra. Me estrecha fuertemente la mano. Me hace pasar
hacia el despacho Yo clavo la mirada hacia la pared repleta de libros. Si miro
hacia la otra pared, donde cuelga la orla, me entrará invitablemente un nudo en
la garganta que podrá conmigo. Ahí me trabo. “No tienes por qué… tu papel de
padrino no te obliga a nada”, empiezo diciéndole, “…ya he decidido dejar de
estudiar… voy a buscarme algo, lo que sea… “. Suspira. “Cuántos años tienes
ahora, Isma”. “Diecinueve”. Él resuelve: “…tema zanjado… mientras aproveches…
estudia… y no te preocupes por otra cosa”. Por el silencio que viene a
continuación parece que estoy muy entero. Pero la memoria que va por libre me
trae la voz de mi madre: “por ti y tus cabezonerías, a la hora de la verdad, el
pobrecillo Isma no tiene padrino”. Eso me remata. Inconsolable, acabo
ahogándome en un mar de lágrimas.
(….)
LXI
Me hubiera sabido fatal. Al final ha aparecido.
Con la ceremonia empezada. Se ha colocado discretamente en un banco de la
penúltima fila. A mi mujer le he dicho, “ahora vengo”. Y me he ido directo a
por él. El crío llora. Y su llanto resuena en el templo. Es normal. Es lo suyo.
No ha querido el biberón cuando tocaba y ahora tiene hambre. Abrazo a Jerónimo.
Y lo atraigo hacia delante, ”ven con nosotros”. Se resiste levemente. El
sacerdote prosigue entonces la celebración del bautizo. Qué raro se me hace ver
a Lucas ahí, con chaqueta. Porque me empeñé, que si no… Menudo enfrentamiento
tuve con Sonia. “Lucas… no es de la familia… cualquier día desaparece… a ver si
te crees que con él el peque va a tener la misma suerte que tú con tu
padrino…”. Yo, a Lucas, lo tengo aleccionado: “¡Coche de escalextric!, ¿lo
tienes claro, padrino roñoso?”. Y en
caso de que le caiga un libro repetido, que no padezca por eso mi hijo… que
aquí está su padre por mucho, mucho tiempo para que nunca, nunca le falte de
nada.
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