I
Efrén abre la puerta atrancada de la ferretería. Está
de bote a bote. Pide la vez. “Aquí se coge numerito”, le espetan. Tira del
boleto. 308. Van por el 289. Bufffff. Mira alrededor. Cacerolas esmaltadas de
mil tamaños cuelgan del techo. Se agacha para no darse en la coronilla. Parrillas
para barbacoas. Muestrarios de cortinas de tiras y de canutillos de plástico y de
madera. Y ese olor a herramienta nueva, a cuerda de esparto. Hules lisos o
estampados vendidos al corte. Cajas metálicas rosadas, azules, cromadas.
Candados. Cadenas. Destornilladores alineados. Martillos y paletas de albañil
con sus mangos barnizados. Sierras. Mucho material concentrado en muy poco
espacio. Barullo. Resoplidos. Detrás del mostrados atienden dos personas. Y no
dan abasto. Él, con las progresivas, cuenta
tuercas, que se venden sueltas. Ella, subida a un taburete, guarda un grifo en
su envoltorio. Efrén aprieta la manivela rota que lleva en una bolsita de
plástico. Abría la vieja puerta de su cocina. Sonríe. Ha llegado al sitio
adecuado. Aquí, con esta solera, tienen una manivela como ésta seguro. “¡Doscientos
noventa!”. Bueno, poco a poco, ya le falta uno menos.
II
“¿Qué buscas Casandra?”, le pregunta su padre. “…el
chico, que quiere una manivela Retriever… yo juraría que estaban aquí”. Haciendo equilibrismos en lo alto de la atestada
estantería, encajando unos bultos encima de otros. Corriéndole el sudor por la
mejilla. Se da por vencida. “lo siento… pensaba que me quedaban y no… lo que
puedo hacer es pedirla…”. Efrén asiente: “sí, por favor”. Ella toma nota en la
libreta con un boli bic. Ma-ni-ve-la re-trie-ver. “Apuntado queda, vente en
unos dos días, que ya la tienes aquí”. Él da las gracias y se da la vuelta. No
lo había notado, pero la ferretería sigue igual de reventada que cuando él,
hace casi una hora, ha entrado. “¡Trescientos nueve, por favor!!”.
III
Ah, también tienen botijos, se apercibe Efrén.
Coge número. Ciento noventa. Total, es para recoger la manivela que encargó.
Espera. Menos que la vez anterior, pero también un buen rato. Cuando le llega
el turno, él pide “la manivela” y ella, “¿manivela? ¿qué manivela?”, no se
acuerda de nada. Al final, “Ahhhhhh, síiiiiiiii, la retriever”, abre los
brazos, “lo siento: no nos la han traído”. ¿No? ¿Y ahora qué? “Pásate por favor
el Lunes...”. Mientras él se da la vuelta con gesto derrotado, ella apunta en
la libreta: “ESTA VEZ SÍ: PEDIR la dichosa MANIVELA”.
IV
Y bombonas azules de Camping gas, de eso también
hay. Según franquea la puerta, Casandra,
detiene la máquina copiadora de llaves y no le deja coger número. “Aún no lo
han traído… pásate el Viernes”. Efrén resopla. Repite: “…el Viernes”. Bueno,
por lo menos, esta vez no ha tenido que esperar a que despacharan a toda esa
tropa para escuchar eso.
V
Los azadones sin mango, de acero templado, también
cuelgan de un soporte en una pared lateral. Cubiertos de polvo, dan testimonio
de que Mediavilla se quedó hace mucho sin huerta. La frase se repite, más o
menos en los mismos términos: …”oye, lo reclamaré de nuevo… No sé por qué no
la han traído aún… esta casa es seria…
pásate la semana que viene”. Efrén hace una mueca, no quiere decirle, “creo que
ya no te creo”, y en su lugar se despide sin palabras, sólo con un gesto con la
mano. A Casandra, eso le ha dolido. Hoy había poca parroquia en la ferretería.
Será que es invierno y que con el frío que hace, por la calle no pasa un alma.
VI
Las colas, todas las que quieras. En diferentes
tamaños de bote, forman una pequeña muralla. Alguno debe estar abierto, porque
huele a disolvente que coloca. Por fin. Por fin. Por fin. Efrén sonríe. Nunca
es tarde si la dicha es buena. Casandra le explica. La casa fabricante cerró.
Ella fue al almacén y buscó, una por una todas las referencias. Encontró… ¡UNA!
Una manivela retriever. “Era cuestión de orgullo”, recalca. Ahora está
buscando. En los cajones de detrás del mostrador. En los estantes de debajo.
Remira de nuevo. Se asoma a la trastienda: “Papá, ¿una cajita verde no la
habrás visto?”. El padre se asoma. “¿Una retriever?”. “Sí”. “La
he vendido esta mañana”. El mundo se para. Los ojos se desorbitan. El rostro de
Efrén se ensombrece. Mientras se despide, murmura: “No pasa nada, no pasa nada”.
Casandra no habla. Sólo quiere comerse a su padre.
VII
Qué casualidad. Estar en la misma boda. Efrén por
parte del novio. Casandra por parte de la novia. Qué coincidencia. Sentarse en
la misma mesa. Qué encantadores. Ella, con su vestido verde. Él, con su traje
negro. Sin saber qué empezar a decirse. Y luego, al segundo Viña Pomal, sin
parar de decirse. Un millón de palabras. Entre ellas, y aunque no han dejado de
pensarla, no ha salido ni una sola vez la palabra “manivela”.
VIII
Aunque no le viene de paso, él toma la calle
paralela y cruza. Mira a través de la cristalera. Mochilas de sulfatar. Ella
hace como que no, pero también lo ve. Él piensa, qué tiempos cuando no se podía
casi entrar en la ferretería, qué daño han hecho los mega brico centros. Luego
vuelve a cruzar y sigue su camino a casa.
IX
En la entrada, un “SE ALQUILA”. Bajo, escrito con
rotulador, “O SE TRASPASA”. Ahora, sin tanto género amontonado, se advierte que
las baldosas eran negras, con ribeteados verdosos. De la fábrica de azulejos
Carmín. Casandra, subida a una escalera, vacía las estanterías. Toca cierre.
Toca retirada. Ahí, en el fondo, una cajita perdida. Estira la mano. La alcanza.
Le pican los ojos del polvo. Le bate el corazón. “Manivela Retriever”. Casi se
cae del susto. “¡Ahora vengo, papá!”. Clinc, clinc. Sale de la tienda. A todo
meter, con la caja verde de cartón viejo entre sus manos, sale de la tienda.
X
Efrén abre a Casandra. A pie de calle. Qué
sorpresa. “Qué haces tú aquí”. “Mira”. Ella se lo cede como quien cede una joya
de Tiffanys. Uauuuhhh. Él ha abierto la caja. Dentro, una magnífica manivela
retriever. Brillan sus ojillos. Cuánto tiempo buscándola… “Diez años por lo
menos”. “…siempre estuvo allí”. Luego empiezan un tira y afloja. “Qué te debo”.
“Por lo que has esperado, nada”. Suspira. “¿Y si..?”. No termina la frase con
un: “… volviéramos a vernos?”. Pero sí,
estaría muy bien. Volver a quedar. Volver a verse. Ahora ella tiene que volver
a la ferretería. Ya sin prisa, ya sin un peso, en una incipiente noche sin luna,
ella camina casi levitando. Abriendo plano, en la otra esquina, donde los
contenedores de basura, aún está tumbada la vieja puerta de la cocina que Efrén
desmontó ayer.
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