I
Aún faltan dos kilómetros para llegar a la estación
Central de Mardebé y cuatro impacientes ya se han levantado situándose en torno
a la puerta del descansillo. Pues yo también. No sea cosa que el tren mueva de
nuevo y a mí no me haya dado tiempo a bajar. Chirria. Frena en seco. Glup. Parecía
que por un momento iba a tragarse los hierros de seguridad que hay donde
terminan las vías. Pero no. El maquinista lo debe tener medido. Se ha quedado a
cinco centímetros. Me empujan por detrás. Vamos bajando. Pongo pie a tierra.
¡Fiuuuu, Fiuuuu! Qué estampida. Me adelantan por un lado, por otro. Si no estoy
listo, esa señora me arrea un bolsazo. Estaba a la altura de mi cabeza. Me
siento un poco raro. Me miran. Se preguntarán dónde va este niño. Al dentista.
Y para ir al dentista no hace falta que mi madre venga conmigo. Sé el camino y
ya puedo ir yo solo. Avanzo hacia la salida. Por donde esperan los taxis. Me
siento un poco raro. La ciudad se abre ante mí. El tráfico a acelerones y
bocinazos. Los peatones cruzando a la de una, dos y tres. Observo con
curiosidad que esto es lo que hacen los mayores cuando los demás estamos en el
colegio.
II
Como voy a mi aire, sin mi madre detrás
diciéndome, “¡Venga, Boro, no te encantes!”, antes de entrar en el portal donde
un señor con uniforme me preguntará que a dónde voy, me quedo mirando el
escaparate de la tienda de coches deportivos. Qué pasada. Cómo me gustaría…
Cuánta pasta tienen que valer. Me empapo. Me leo las características en los
rótulos. CC, AA, EE… para decir cierre centralizado, aire acondicionada,
elevalunas eléctrico… Me parece que pediré por ahora uno en versión MG, es decir
MIS GANAS…
III
Según me ve entrar por la puerta Asun, la de
recepción, me saluda: “Buenos días, Boro… pasa un momento y
siéntate, enseguida te llamamos”. Hay lámparas por todos los sitios, pero hacen
todas muy poquita luz. Mis ojos tienen que acostumbrarse a la penumbra de esta
clínica. Me va la respiración a mil. Y no es por haber subido por las
escaleras. Estoy nervioso. Me sabe mal pisar esta moqueta tan limpia y tan
nueva con mis zapatillas. Aquí todo el mundo habla bajito, bajito, como si
temiesen molestar al vecino de abajo. Y eso que suena una música de fondo. Ray
Coniff. Aún no he descubierto dónde
están los altavoces. Canciones sin propaganda, sin principio ni fin. Cuadros en
las paredes con marcos de museo. Paisajes con caminos en los que me gustaría
meterme. Los títulos y diplomas enmarcados del doctor Agut. Y un sofá con tela
parecida a la de mi casaca fallera. Me hundo en los mullidos almohadones.
Cuando me llamen, tendrán que venir con una grúa para rescatarme. Con todo, y
con disimulo, llevo mi mano derecha a la nariz para respirar. Se creerán que es
la esencia de lo mejor, pero aquí tienen un ambientador que parece la colonia
de una abuela petorra. Las primeras veces, aún me acercaba a mirar alguna revista.
Pero puag, “Mueble con estilo”, “Casas de ensueño”… y todas un poco pasadas.
Así que me entretengo circulando por las líneas del papel pintado. Subiendo,
bajando. Cesca, la enfermera, me sacude el hombro: “¡Boro…! ¿te habías
dormido?”. ¡Normal! Con esta luz amortiguada y esta musiquita, como para no
pegar un siestecita.
IV
Ahora sí que sí. La hora de la verdad. Estoy aquí
porque mi madre se empeñó. Yo no quería. Además, me dijeron que esto sería un
“quita y pon”. Y de eso nada. Son unos hierros que ni la rejas de la cárcel
modelo Cuando me miré en el espejo, me dio un bajón que aún me dura. Encima,
esto tiene que ser así durante… ¡TRES AÑOS! ¡Tres años, los que tendrían que
ser los mejores de mi vida! Esto no lo perdono. Me siento en la silla. Cesca se
acerca a mí, bata blanca y guantes en ristre. “Antes que nada…”, le informo
cuando voy a abrir de par en par mi boca, “se me ha despegado un bracket”.
Luego le aseguro que yo no he hecho nada malo para que eso me pase. Eso por
supuesto.
V
Cesca y Fabiola hablan y hablan. Se creen que
porque yo esté ahí, con la boca como el
león de la Metro, ni escucho ni siento. Pero jopé. Me empapo de todo. Mis ojos
ven las cejas depiladas de Cesca. Y célula a célula, su piel maquillada,
perfecta. En contraste, cuando es Fabiola la que se me acerca… vaya manos de
camionero las que le adornan… y eso que le asoma por encima del labio se parece
mucho a un bigote. Mi olfato percibe el último café que tomó Cesca. Y el tabaco
negro que se fumó Fabiola cuando ha ido al baño. Y mis oídos… mis oídos se
empapan con sus historias. Hoy es cuando Cesca le ha explicado a Fabiola que
sí, que por fin, Boni se le declaró… “¡Es más bonicoooooo! ¿Quieres que te
enseñe la foto que me dio?”. Le brillan los ojitos. Se creen que ni escucho ni siento,
pero, caramba, me han pillado con el carrito del helado cuando he estirado el
cuello, porque, claro, yo también quería ver la foto del bonico de Boni.
VI
Hecho el trabajo de campo es el momento. Mi boca
sigue abierta como el túnel del tren de la bruja. Las enfermeras Cesca y
Fabiola hacen mutis, se retiran a un segundo plano y aparece, como los
maestros, como los toreros, el gran doctor. El doctor Agut. Perfecta sonrisa. Pienso
que no se la habrá podido poner a sí mismo. Eso tiene que ser difícil. Familiar,
amable, cercano, me saluda: “¿Qué tal, Boro?”. Imposible contestar que bien.
Imposible darle conversación. Sólo emito unas vocales: “IEEEEN”. Desde detrás
le emiten información. “…se le ha soltado un bracket”. Hace una mueca. Se
asoma. Delibera. Herramienta en mano, cric, cric, cric, da un apretón. Uffffff.
Eso es lo que duele, mecagüen. Como quien ha dejado al toro descabellado, se
lava las manos, se despide y sale. Las enfermeras se encargan del resto. “Hale,
Boro, que ya estás listo”.
VII
El bocata de jamón si es con pan de leche no sabe
lo mismo.
VIII
No he perdido el partido de tenis cuando el cabrón
de César me ha espetado: “devuélveme ese revés, risitas de plata”. Hubiera
perdido de todas formas. Pero sí que ha sido en ese momento cuando me han
entrado unas ganas tremendas de enviarle la raqueta a los morros para después contestarle:
“¡ahí va eso risita recién partida!”.
XIX
Año segundo. Han puesto un descapotable nuevo en
la tienda de los deportivos. Hoy llego tarde a la cita del dentista, sí, pero
ver bien este modelo era más importante…
XX
“…antes que nada, Cesca… se me ha vuelto a romper
otro bracket”. Cesca frunce el ceño. Respira hondo. Añado: “Y no es porque yo
haya hecho nada malo”.
XXX
Voy por la calle don Juan de Mediavilla. De compras
con mi madre. De repente… qué veo. Sin duda. Es él. Como si lo conociera de
toda la vida. Es Boni. ¡Sí, Boni, el bonico! Ahí está en carne mortal. Me sé
sus aventuras. Me sé dónde trabaja. Me sé que le gusta la cerveza con limón.
Estoy por saludarle y todo. Pero me freno. En seco. Me quedo cortado. Cortado
es poco. Va de la mano con una chica. Uffff, qué golpe. Mundo a mis pies. Esto
es el mundo real. Glup. Me sacan sangre y no me pinchan. Al revés, quiero
decir. La semana que viene tengo que ir al dentista, la veré y… Qué palo, vaya
palo. La pareja se me acerca. Más. Mi madre me llama. Los tengo ahí, a
cincuenta centímetros. Ella, me lanza una sonrisa y me dice: “¡Hey, Boro, no
saludes!”. Dos conclusiones. Lo mucho que cambia una bata a las personas. O lo
urgente que tengo que ir al oculista. O ambas.
XXXI
No puedo tener peor pinta. Para empezar, los
puñeteros brackets. Las pocas veces que me entra risa, me pongo la mano en la
boca. Para seguir, mis gafas nuevas. A qué negarlo. Me hacían falta. Y para acabar,
mi cara, que cada vez más se parece a una paella. Así… ¿cómo le podré decir a Majo que me gusta?
XXXII
¡Me ha dicho que yo a ella también! ¡Me ha dicho
que yo a ella también! UAAAUHHHH. Nos hemos hecho una foto en un fotomatón. Me
ha pedido que sonría. Cómo no. De oreja a oreja. Los brackets han deslumbrado
el flash. No paro de mirar nuestra primera foto. ¡Estamos per-fec-tos!
XL
Año tercero. “Doctor… se le han soltado dos
brackets más, uno a cada lado…”. El doctor Agut, que acaba de hacer su aparición
estelar, da una palmada encima de la
mesa. “¡Así no se puede, así no!”, dice gritando fuera de sí. Enrojece su
rostro. Suelta dos tacos. “ Si no pones de tu parte, se acaba el tratamiento y
en paz”. Nunca lo había visto así, con su vertiente de Mr Hyde. Con la boca
abierta trato de defenderme, “oo, ooo”, que quiere decir “yo no”, “yo no he
hecho nada para que se despeguen…”. Que inventen los pegamentos a prueba de
bocatas. Que los inventen ya. Me quita el absorbedor o como se llame. Me quita
el pañuelito que cubre mi camisa. “Vete, vete a tu casa y por aquí no vuelvas”.
Se lava las manos y desaparece hecho una furia dando portazo. Cesca tiembla.
Fabiola tiembla. Yo estoy cagado. Qué hago. Me acaba de tirar. Qué hago. Voy a
levantarme. Voy a irme. Voy a llorar. Cesca me retiene: “chisss, quieto
ahí…”. ¿Quieto? ¿No has oído? ¡Me ha dicho que me vaya!. Me reclina de nuevo
con suavidad. “Los genios también se enfadan…”. No puedo corroborar eso, porque
para mí los genios son ellas, Cesca y Fabiola, no él, y ellas conmigo nunca han
estado enfadadas.
L
Cuarto año. Tendría que estar más contento. Hoy
van todos los hierros fuera. Se acaba el mito de que conmigo saltan las
alarmas. Mi madre, finalmente tenía razón. Tendré una sonrisa cautivadora. Y
ayer, el capullín de César me pidió la dirección del doctor Agut… ¡Ahora, ahora
empieza él a enderezar los dientes de su
boquita de piñón! Llego tarde. Cesca me tirará de las orejas. Pero es que el
escaparate de los deportivos está vacío. No ponen siquiera si se han trasladado
ni dónde. Cristales sucios. Teléfonos y cables por el suelo. Sólo los pósters
de unos coches que ya no están. Jopeta. Antes de contestarle al pesado del
portero que voy al primer piso, al odontólogo, me pregunto ¿y dónde narices me
compraré yo ahora el descapotable?
No aguanto más con los brackets pensaba que me los iban a quitar hoy 27 de enero y al final me dicen que tengo que esperarme hasta el 7 de marzo no aguanto más ya llevo cuatro años y estoy llorando por que cuando me dijeron que me los iban a quitar en enero estuve contando dia a dia a dia cuanto faltaba para que me los quitasen, esto es una tortura un sufrimiento echo de menos acariciarme los dientes con la lengua tengo el estomago revuelto de tener que esperar un mes más lo odio lo odio tengo ganas de que a mi dentista le ocurra al go horrible odio los puñeteros brackets lle vo asi desde sexto de primaria ya me habia echo ilusiones y cuando mi madre ha preguntado: ¿hoy ya le quitan los brackets?¿noo? y ha respondido: no vamos a esperar un mes más me he contenido tanto para no pegarle o gritarle que al volver no se cuantos lapices rotos habre dejado sobre mi mesa ya no lo aguanto mas si alguien sabe que hacer para que pase el tiempo mas rapido hasta el 7 de marzo que lo diga no puedo mas sigo llorando creo que voy a vomitar, eso si sera sobre la cara de mi dentista
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