domingo, 1 de julio de 2012

El primer día después del último



I-A
Es el primer día después del último. Que no se note. Que no se diga. Millán lleva un buen rato despierto. A decir verdad, no ha pegado ojo. Tic, tac, tic, tac. Y ahora faltan unos minutos para las cinco. Se levanta como siempre, antes de que suene el despertador. Respira con fatiga. El corazón le late como si se le fuera a salir del sitio. Anda descalzo hacia el cuarto de baño. No, esas ojeras reflejadas en el espejo no las reconoce como suyas, aunque allí no hay nadie más que él. Siempre ha sido un poquito mal hablado, así que, hoy con más motivo, suelta un ronco y furioso: “Me cago en la puta, no me voy a quedar quieto, ni encerrado, ni voy a cambiar mis costumbres a estas alturas, joder”. Aunque ayer fuera su último día, terminara su contrato y hoy sea el primero en el paro, Millán se da una ducha casi fría y, como siempre,  antes de las cinco y media cierra la puerta de su casa y baja las escaleras camino del Bar Lo que tiene que venir. Efectivamente, que no se note, que no se diga: él no se tiene que quedar quieto.

I- B
Juan Sebastián no sabía cómo. Juan Sebastián, el Zurdo, no sabía cuándo. Mientras, el tío Millán no paraba. No callaba. “Zurdo, mira quién viene por ahí: la mujer del Tieso, que no sé qué le vio para juntarse con él”. Y el Zurdo, apenas levantaba la vista dos segundos, era verdad, ahí iba la mujer del Tieso. Dos segundos sólo porque ellos estaban a lo que hay que estar, terminando aquel tabique. “Ay, Zurdo, Zurdo, voy a encargar en Lo que tiene que venir una cazuela de conejo al ajillo y nos la tenemos que arrear mano a mano entre tú y yo dentro de dos Sábados”. A Juan Sebastián le pesaba la llana. Ya estaba bien por ese día. Dentro de dos Sábados… dos Sábados. Entre los dos se pusieron a limpiar bien las herramientas y a ordenarlas en las respectivas cajas. “Millán, escucha un momento”. “…A ti te tiene que gustar cómo preparan allí el conejo al ajillo.  El pan lo traes de tu pueblo, que como ese pan no  he probado en ningún sitio”. Ni caso. Insistió: “Millán…”. A ver cómo se lo decía. A la tercera, el tío Millán sí cambió el semblante: “Qué coño pasa” Fue cuando el Zurdo, los malos tragos de un sorbo, le soltó a bocajarro: “… que no te renuevan, Millán, que acabas dentro de dos semanas”. La mano izquierda, de normal firme haciendo honor a su mote, temblaba mostrándole un papel doblado. Entonces sí, Millán se quedó sin lengua y sin habla. Eran muchos años trabajando codo con codo, hombro con hombro. Tantos, que hasta a él se le había olvidado que el Zurdo era el jefe. Y que al jefe le tocaba decir “tú te vas a la puta calle” con buenas palabras. Se limpió el sudor con el antebrazo y sin esperarle, ni despedirse, salió de la obra. Y así, con la boca cerrada quien tanto hablaba,  dejó pasar los siguientes días.

II-A
El carajillo de anís quema. Pero no importa. En la tele, las noticias. “Joder, cómo están poniendo el patio estos hijos de puta”. El del bar está extrañado de la parsimonia que hoy muestra el tío Millán. Es que son casi las seis. Mientras, va disponiendo las sillas en torno a las mesas. Lo entiende todo cuando Millán, que apura hasta la última gota, le pide sin moverse del sitio: “Anselmo, ponme otro cuando puedas, haz el favor”.

II-B
A través de la claraboya de la puerta, Aurora lo vio venir hecho un toro. Era Juan Sebastián, que entraba sin llamar. “¡A mí, no me volváis a hacer esto, conmigo no contéis!”, bramó. La gerente alzó la cabeza de la pantalla del ordenador. “¿Se lo has dicho ya?”. Afirmativo. “Y qué”. “Pues no querrás que nos aplauda. Se ha quedado de piedra. No se lo esperaba”. El Zurdo se mordía los labios. “¿De verdad era necesario?”, levantó la voz. Aurora midió entonces sus palabras, evidenciando que su paciencia estaba acercándose al límite: “Lo hemos hablado ya unas cuantas veces… ¿a quién hubieras despedido tú? La plantilla tiene que adelgazar o nos vamos todos al pozo…”.  El maestro de obras permaneció un tiempo inmóvil, por si surgía un milagro, alguna solución no pensada antes por nadie. “…y ahora, Juan Sebastián, si me disculpas, tengo un montón de trabajo pendiente”. Salió el Zurdo aturdido del despacho, con la cabeza agachada y la moral tocada, “yo, para esto, no sirvo”.

III-A
Me cago en todo, a mí faena no me ha de faltar. No ha salido el día que me pille sin nada que hacer, joder. “¿Montero?(…) ¿No está?(…) ¿Y cuándo puedo encontrarle?(…) Sí, dígale que soy Millán. Me conoce. Somos amiguetes. Que me llame, o si no, ya le vuelvo a llamar yo. Venga, gracias”. Este Montero me lo dijo bien claro, “Millán, quiero que te vengas a trabajar conmigo”, porque sabe cómo trabajo. Pero yo soy un tío de palabra, aquí estaba bien y ya le contesté que por ahora no, gracias, que si eso ya le llamaría. Lo mismo me sale con que tiene la faena fuera de aquí. Ya ves tú. Donde sea,  donde me mande, a mí me da igual. La maleta ya la tengo a punto. “¡Anselmo…, coño, ponme otro chupito, que estoy seco!”.

III-B
Después de tantos años trabajando al lado del locuaz tío Millán, donde ni los tapones contra los decibelios conseguían amortiguar su verborrea, estas dos últimas semanas estaban resultando un suplicio para Juan Sebastián. Ni una palabra. Sólo gestos. Con la cabeza. Con las manos. Ni un hola. Nada. Mudo. Y había llegado la última tarde en la obra. Hora de terminar. De recoger. Y de no volver para Millán. Salió el Zurdo con un nudo en el pecho hacia los vestuarios, cuando, de nuevo, después de tantos días,  sonó la voz enérgica del tío Millán, que le llamaba: “Eh, Zurdo, quédate con mis herramientas. Tú las cuidarás”. Lo siguiente fue un rudo abrazo, y un sentido: “qué hijo de puta, que hijo de puta”.  

IV-A
Anselmo, el del Bar Lo que tiene que venir se lamenta. No sabe cómo lo hace, pero su clientela se compone de parados, separados, deprimidos y reprimidos. “Eh, tú, cabrón”, le replica el tío Millán, “¡eso no lo dirás por mí!”. Es cuando entra Juan Sebastián, con un carrito y dos abultadas cajas de herramientas. Sorpresa general. Pregunta: “¿No era hoy lo de la cazuela de conejo al ajillo? Aquí traigo el pan”. Millán se queda impactado. “…y a ver si encuentras sitio para nuestras cajas de herramientas, que de donde vienen no han de volver…”. Millán resopla. Al pronto no entiende. “Las cosas importantes no cambian”, le dice el Zurdo. El tío Millán reacciona. Salta de la banqueta. Grita: “¡Coño, Anselmo, coño, ¿aún no has hecho ni el sofrito?”. Y para Juan Sebastián, también tiene: “¡Joder, zurdo, sabía que eras tonto, pero no me imaginaba que tanto!”.  

1 comentario:

  1. La verdadera amistad, esta siempre por encima de todo, muy buena historia.

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