lunes, 23 de julio de 2012

El guardián de mi secreto



I
“Pero, Lidia… ¿tú estás tonta?”, Tina se lleva las manos a la cabeza. Yo le digo que no, que ni un pelo. Me pregunta con aspavientos que cómo se me ha ocurrido contarle a Guiji lo mío. “¡Si ése es un cofundador de Radio Macuto!”, exclama. Yo niego la mayor. A mí no me lo parece. De verdad que no. Él y yo íbamos por el paseo. Y yo estaba que no podía más. Necesitaba quitarme un peso de encima. Y sí: Guiji me escuchó atentamente. Tina suelta: “¡Y tan atentamente: para no perderse un detalle y luego correr a contarlo!”. Fulmino a mi amiga. Le digo rotunda: “Yo confío en él”. Así de claro. Guiji es el guardián de mi secreto. Tina me pone la mano en el hombro y me dice: “Chica: la has cagado”.

II
Mis ojos están como platos en la madrugada. La luz de la farola se filtra por el troquel de las persianas. Me había dormido. Soñaba con Guiji. Yo ponía la mano en el fuego por él. Pero a los pocos minutos me quemaba. Y de inmediato la gente me señalaba con el dedo. Mírala, mírala: es ésa. La gente mala se reía de mí. Y yo les decía que no, que todo eso que habían dicho de mí era mentira. Ahí Guiji venía hacia mí y me ponía cara de circunstancias. “Lo siento mucho Lidia, era tan tentadora tu historia, que no me he podido contener: el mundo tenía que saberla”. Ahí sí le he dicho de todo. Bocazas. Traidor. Y le he gritado: “¡cabrón!”; pero ese grito se ha salido del mal sueño y ha retumbado en la habitación. Es por eso que, para volver a dormirme y entrar en esas pesadillas, prefiero que mis ojos sigan como platos en la madrugada.

III
Hoy tenía que salir de dudas. Ir a su encuentro. Y directamente, y sin tapujos soltarle: “Oye, Guiji, sé una tumba en este tema, ni media palabra a nadie, por lo que más quieras”. Pero de entrada, al acabar las clases, el tío ha salido zumbando. Y me ha tocado correr detrás de él por toda la avenida para poder pillarle. “Eh, eh, chavalín, dónde vas con tanta prisa”. Se ha vuelto hacia mí. Él no me miraba directamente a la cara. Mala señal. Creo que me ha dado una excusa. Y tartamudeaba. “Lo siento, Lidia, me espera mi madre y ya llego tarde… hablamos en otro momento”. Me ha dejado con la palabra en la boca el muy… No he tenido tiempo  ni de mentar lo de la tumba ni nada. Eso sí, según él se alejaba, a mí se me han encendido todas las alarmas.

IV
Es evidente que éste me esquiva. Hoy hemos estado en la playa por la tarde y él no ha aparecido. Después de mucho pensarlo y  repensarlo, me he decidido y le he llamado al móvil. Sí, se han cumplido mis peores presagios. No ha contestado. Todo el grupo está de juerga sentado en corro sobre la arena y yo aquí en la orilla queriendo que el mar me trague. A mi rescate han acudido Tina y Lara. Las dos tiran suavemente de mí,  “Anda, Lidia, vamos con el resto de la peña… ¿se puede saber qué te pasa?”. Sí, a vosotras os lo voy a decir, para que me repliquéis que aún me pasa poco y que ya me lo habíais advertido. 

V
Asumámoslo. Lo dicho, dicho está. Y a partir de ahora, a cuidar y medir mucho mis palabras. Le he dicho a Tina que a mí no me gustan las despedidas. Que yo paso. Ella ha contestado que vale, pero que igualmente viene a por mí para dar una última vuelta. Bueno, bien. Pero que sea cortita, que tengo aún mucho por recoger. “¡Chicaaaaa, que es para hoy!”, me grita desde el recibidor. Genio y figura. Aparezco arreglada y compuesta. “¿Qué tal?”. “¡Arrebatadora!”. Salimos a la calle. Hoy, para variar, Tina me propone ir hacia arriba, en vez de hacia abajo. Me da igual. Dentro de unos días no estaré por aquí; así que me lleve por donde me lleve Tina en este último paseo para mí estará bien.

VI
“¡Cabrones, cabrones…!”, es lo más fino que me ha salido. Parecía que no había nadie en el Bar. Ni el camarero siquiera. “Oye, ¿y tú aquí para qué me traes?”, le he preguntado a Tina. Entonces, todo  ha ocurrido a la vez; los compañeros han salido de detrás de los biombos. Aplaudiéndome y dándome vivas. A mí. Yo, roja como un tomate y con nudo en la garganta, no sabía dónde meterme. Cómo me hacéis esto. Os mato, yo os mato. Y al instante, casi en medio de todos, lo he visto. A Guiji. Y entonces lo he entendido. El porqué de su repentino distanciamiento. A él sí se le hubiera escapado, o yo se la habría adivinado, la sorpresa que se traía la peña entre manos. Me ha mirado largamente sin saber qué decirme. Y a mí no se me ha ocurrido otra cosa guiñarle el ojo, como quien dice, “oye, que ahora lo entiendo todo”. No lo ha cogido por ese lado la intempestiva Tina… “¿Lo veis? ¿Lo veis todos como el bocazas de Guiji había largado y nos ha reventado la sorpresa?”. Para bocas, la suya, la de Tina. Le he metido todo un canapé dentro, de una pieza, y no he tenido bastante para tapársela entera. Luego, he cogido la mano a Guiji, y he tirado de él para salirnos hacia la calle. Aire fresco. Ya que puedo elegir, escojo pasar el tiempo que me queda hasta mi partida con el fiel guardián de mi secreto. 

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