domingo, 13 de mayo de 2012

En bandeja

I
“Nano, no vayas tan deprisa”, le pide Didier a Fredi. Si andan despacio, a los dos amigos les da más tiempo de ir hablando, en el camino que tienen en común a sus respectivas casas: desde la puerta del colegio hasta el paso a nivel. “¿Tú tienes pensado lo que vas a hacer para el día de la madre?”. “No, ni idea”. “Yo estoy igual y lo malo es que es la semana que viene”. Ése es el trabajo del mes. La profe evaluará originalidad y esfuerzo. Ya han llegado donde se bifurcan sus recorridos. Justo cuando baja la barrera. Se acerca un tren. “Didier, ¿Puedes venirte hoy a mi casa un rato a jugar?”. Tentador. “Espera aquí, que lo pregunto.  Si cuentas hasta cien y no he venido es que no, haz marcha”. Didier sabe que no es fácil que le dejen. Pero le hará una propuesta a su padre. Hoy se va a casa de Fredi, y lo que queda de semana, estará el doble de tiempo ayudándole. El doble. No es mala la oferta. Empuja la puerta acristalada del taller. Vidal el carpintero encola el marco de una puerta. Se saludan. Didier va a hablar. “Oye, papá”. “Corre, Didier, sujeta ahí”. La mochila va al suelo. Didier coge de ahí para que su padre pueda apretar con el gato. Luego ayuda a llevar allá las molduras. Noventa y ocho. El tren ya ha pasado. Noventa y nueve. La barrera ya ha subido otra vez. Y cien. Fredi entonces suelta un “joder, hoy tampoco” tres veces más grande que él,  y cruza la vía sin mirar y con la cabeza agachada.
II
Entre listones y tableros, Didier busca atentamente. Algo que le sirva. Retales de madera. Coge una chapa cubierta de polvo. La observa. Piensa. La devuelve al sitio. Mmmm. No sabe. Se sacude. Tiene que venir un día, es cuestión de tiempo, en el que pueda construir todo lo que pasa por su imaginación. Le falta esa correa de transmisión. Ese traductor de ideas. El día que pueda, el día que sepa plasmar sus pensamientos, él, Didier, será de los grandes entre los grandes.
III
Ahí le han pillado. Su padre le pregunta: “¿tú dónde vas con eso?”. Se queda mudo. Lo dice o no lo dice. Enseña la tabla y explica titubeante: “…quería hacer una bandeja para la mamá… la semana que viene es el día de la madre y yo…”. El señor Vidal, con su camisa remangada hasta el antebrazo, queda pensativo y respira hondo. “…Anda, trae para acá”. Le recoge la chapa, la deja donde estaba, y busca otra, más grande, más limpia, más nueva. En el rostro de Didier, dos grandes ojos. Atónitos, por cierto.
IV
“¡Nano, no vayas tan lento!”, grita Didier a Fredi. Y Fredi le pregunta extrañado: “¿A ti qué mosca te ha picado hoy?”. Él apenas le cuenta, “…ya te enseñaré, me está quedando de cine…”. El regalo de la madre, se sobreentiende. Otra vez están en la vía del tren. Bueno, piensa Fredi, con esas prisas, lo de quedar hoy para que Didier vaya a jugar a su casa, entonces ni se pregunta.
V
Didier se sujeta en la oreja el lápiz de carpintero, rojo y elíptico, como su padre. Toma medidas con la cinta métrica amarilla plegable, y marca las cruces como su padre. Sabe las herramientas que tocan y dónde se guardan. Lo ha aprendido de su padre. Ahora empuña la sierra. Empieza. Rassss. Rassss. La de veces que se lo ha intentado enseñar su padre: “Con la zurda no”. “Es que con la derecha no me sale”. Vidal el carpintero pierde pronto la paciencia, “anda, trae para acá”, y le recoge el serrucho. Ras, ras, ras. Ahora sí, la hoja dentada obedece y encima va recta sobre la línea. Pero será por otra cosa. Es imposible que la hoja dentada distinga entre manos izquierdas y derechas. Este acero templado no puede ser tan borde.
VI
No está el señor Vidal. Hoy ha ido a montar unas ventanas en una casa. “Pasa, pasa”, le dice Didier a su amigo. Fredi anda con cuidado por el taller vacío. Teme hacer ruido. Con complejo de intruso. Didier destapa ante él una tela. Debajo, una bandeja. La bandeja. Fredi queda boquiabierto. La toca. La levanta. Simplemente perfecta. Una obra de arte. Todavía huele el barniz de la última pasada. No sabe qué decir. No tiene palabras. Resopla. Bueno, sí, con voz muy baja, y cubierto de sana envidia, se le escapa un: “yo quiero una así para mi madre”.
VII
Lo han ido hablando desde la salida del cole hasta el paso a nivel. “Tú no tengas miedo”, le ha dicho Didier, “mi padre, que se sepa, aún no se ha comido a nadie”. La barrera baja. El pitido del tren que se acerca taladra sus oídos. Fredi sigue a Didier. La puerta acristalada del taller chirria. Dentro, los muchos decibelios de la sierra trifásica. El tablón partiéndose en dos longitudinalmente. La nube de serrín taponando las narices. Fredi espera plantado. Didier avanza seguro hacia su padre, que no pierde concentración y, con sus brazos remangados, empuja la viga con firmeza. Fredi sólo ve que su amigo habla. Y seguramente el padre de su amigo estará escuchando,  pero no se inmuta. Sí, Didier habla un poco más. Es cuando advierte que el señor Vidal ha pronunciado unas palabras. Y Didier ha quedado pensativo. Se ha sacudido la viruta del pelo. Y viene directo a él. “No hay problema, Fredi”. Uauuu, fenomenal. Fredi sonríe aliviado. No ha querido confesarle a su amigo que, con las cosas que ha escuchado por ahí del señor Vidal, no las tenía todas consigo.
VIII
Primer Domingo de Mayo. Didier le tiende un paquete a su madre. “Felicidades, mamá”. Al papel de regalo hubo que hacerle algún injerto porque se quedaba pequeño. La madre recoge el regalo. “Gracias, cariño”. Y le revuelve el pelo, con la rabia que eso da. Ella lo abre con cuidado. Intrigada. Qué es esto que pesa tanto. Lo destapa de un lado. De otro. “¡Ohhhhhhh!”, exclama, “¡una bandeja!”. Didier está un poco encogido. Serio. La madre no repara en que el rectángulo es asimétrico, el corte irregular, los clavos de las asas están torcidos, y el barniz está puesto a rodales. La madre sí repara en el dedo chafado por algún martillazo mal apuntado. Sí repara en el esfuerzo. En la voluntad. En la intención. En el detalle. Y le da un beso. A Didier no le sale ni una media sonrisa. Algún día, sigue pendiente, será capaz de plasmar fielmente todo lo que imagina. Entonces ya verán, ya. De momento, ahora traga saliva, y espera a que llegue su padre, a ver qué cara pone y a ver qué dice.

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