domingo, 22 de enero de 2012

Y esto a santo de qué





I
No sale. Ya han salido casi todas por la cinta y la mía no. Ya verás. Ya verás cómo la pierden y la liamos buena. De momento, me quedo sin ropa para cambiarme. Y sin la bolsa de aseo. Tenía que haberme dejado por lo menos lo básico en el bolso. Ay, como no salga. Ése de ahí, donde se está formando esa pequeña cola, debe ser el mostrador de maletas perdidas. Ahí me va a tocar ir… ¡Buenooooo… por fin! ¡Ahí está! ¡Menudo susto me estaba llevando! Pero ya verás. Ya verás cómo esos brutos le han metido un viaje y me la han roto.


II
Bueno, aquí estamos. En Mardebé. Y ahora por dónde. Me dijeron que desde aquí mismo sale un metro para el centro. Y que, luego, andando un poco, tengo que coger el autobús. No vale la pena que corra. Me he quedado casi la última. Seguro que lo he perdido y me toca esperar un buen rato al siguiente. Eh…. ¿qué hace ese chico con un cartel que lleva mi nombre? “Inés Giménez”. Lo ha escrito mal. Es Jiménez con “j”. “¿Inés? Encantado. Soy Mauro, de la Agencia. Me envían para recogerla y llevarla al hotel”. ¿Recogerme? ¿A mí? Qué detalle. Éste hace por cogerme la maleta. No, de eso nada. Ya tiro yo de ella. “Tenemos que salir al parking”. Rumiando, rumiando… no recuerdo yo que contratara el servicio de traslado del aeropuerto al hotel. Y Mauro no tiene pinta de ser un guía. A ver si…, ay madre, me estoy metiendo en un buen lío…


III
Vaya coche. De lujo total. De los que llevan los cristales tintados para que no se vea ni quién va dentro ni lo que va haciendo. De los que no se notan los baches ni se oye el ruido del motor. ¿No conduce un poco deprisa este tío? ¿Es que llegamos tarde a algún sitio? Me agarro al asidero con fuerza. No, si, aún se tragará al que va delante. Y encima no para de hablar. De soltar la mano del volante. Y de mirarme. Cómo me mira. No hables tanto, chico, conduce con las dos manos, y mira la carretera. Intento abrir la boca, pero sólo me salen monosílabos. “¿Ha tenido un buen vuelo?”. “Sí”. Y tanto que sí, comparándolo con este trayecto, el avión ha sido un paseo por el parque.


IV
Pedazo de hotel. Las fotos del catálogo no le hacen justicia. Parece otro. Cómo se respira. Oxígeno limpio, con olor a pino y sal. Cruzamos un cuidado jardín. Las puertas se abren. Y dentro, el aire acondicionado muy fuerte, eso sí. Poco tardaré en coger un catarro. En Recepción me atienden dos personas. Me piden el DNI. Aquí estoy horrible. Aún es de los antiguos. Me tienden la llave, de tarjeta. “Venga conmigo, por favor”. Ahora, ahora es cuando se despedirá Mauro. “Bueno, encantada”, le digo. “Inés, ¿le parece bien que le recoja para la cena en una hora?”. Me quedo de piedra. Eh, eh, un momento. Qué es eso de “para la cena”. Mauro repite con su blanca sonrisa y “bueno, hora y media también puede ser, aquí se cena tarde”. El uniformado botones espera. Voy a decir que gracias, pero de cena nada, que ya me apaño yo. Voy a decir que muchas gracias, pero que… “Hasta luego entonces”, me dice el tío. Y me deja con la palabra en la boca. Y se va. El botones me mira como preguntándome si voy o no. Ya me dijeron en la agencia que me iban a tratar mejor que a una reina. Pero pensaba que eso se lo decían a todos.


V
Al abrirse la puerta de la 325, he entrado en el paraíso. Uaaauuu. Un ramo de flores espectacular, dándome la bienvenida. He pasado la mano por encima de los muebles inmaculados. Con lo maniática que soy, está todo impoluto. Me he tendido en la cama. Comodísima. No sé si aquí se podrá soñar. He descorrido las cortinas. He salido a la terraza. Tengo justo frente a mí el mar, que se funde con el cielo. No me canso de mirar. De aquí no me hace falta salir. Y el cuarto de baño… parece una plaza de toros. Me preparo un baño. Un chorro de agua. Grande. Me sumerjo. Qué delicia. Me relajo… Me amodorro… Ya verás, ahora me dormiré, me tragaré toda el agua y me ahogaré. Que paren el tiempo, por favor. Qué hora será. ¿YAAAAAA? Choofffff. Chooof, Para fuera. Ahora es cuando me doy un resbalón y me rompo la crisma, y hasta que mañana no vengan a arreglar la habitación no me encuentran ahí tirada, de parte a parte. Vaya facha hago. Los dedos como pasas. Bueno, lo que es seguro, es que llego tarde. Espero que Mauro no se canse, no interprete que no voy y se vaya a cenar él solo.


VI
Este arroz está de muerte. Pero Mauro me mira tanto que me da corte atacarlo a dos carrillos. Ay, cómo me estoy poniendo. Seguro que luego me sienta mal. Que me conozco, que me tendría que contener. Otro sorbo. El vino es espectacular. Floto un poco. Y Mauro habla, y cuenta. La formación que tiene, que ahora que dice, se le nota y mucho. El tiempo que lleva aquí. Qué trabajo más interesante. Guía. Pero bueno, de tanto en tanto, seguro que tendrá que lidiar con personas insufribles. Tikismikis. Agotadoras… ¿Postre? No, postre, no, que no me cabe nada más. Bueno, pero sólo para probarlo. Ya verás. Después no me voy a poder abrochar ni el pantalón.


VII
Me ha propuesto un paseo. No, que estoy muy cansada y es tarde. Insiste, la cena paseada. Bueno, pero por dónde. Mira que, con la poca gente que pasa, ahora viene cuando nos asaltan unos desaprensivos y nos amargan la noche. Ríe. “Este aire embriaga”, le digo, “me suelta la lengua… No, tonto, no es el vino, ya te digo yo que es el aire”. De repente, rebobino. Quién me iba a decir a mí, veinticuatro horas antes, apretando la maleta para poder cerrarla, que ahora iba a estar paseando, al lado de una persona que me resulta tremendamente próxima. Ya verás por dónde sale. Me temo, lo veo venir, que esconde un turbio pasado.


VIII
Mauro me ha dejado frente a la puerta giratoria del hotel. Me ha arrancado una sonrisa, lo cual, viniendo de mí, es inimaginable. Mañana, a las diez. He estado a punto de seguir girando, huy qué tonta. La recepción del hotel está a estas horas prácticamente vacía. Avanzo. Estoy agotada. Casi muerta. Mira, esa mujer venía esta tarde en el mismo vuelo que yo. Se ve que aún acaba de llegar ahora. Voy a preguntar los horarios del desayuno. Un saludo. Hola, hola. El conserje, teclea y teclea y mira la pantalla del ordenador. “No me sale su reserva, pero esto lo arreglamos enseguida, no se preocupe”. La señora intenta disimular su irritación. Aún está el DNI encima del mostrador, no lo ha guardado. De los nuevos. No lo puedo evitar. Sale mi vena chafardera y leo su nombre. Inés Giménez, con “g”. Sonrío. Mira qué casualidad, ésta se llama, anda, casi como yo. “De siete a diez”, me dice el de recepción, atento al sistema de reservas. Yo ya no escucho. Miro fijamente a esa mujer. Empezar a encajar un rompecabezas y sentirme al mismo tiempo peor que fatal es todo uno.


IX
Tú sabes lo que es no pegar ojo. Pues eso. No, si yo no tengo ninguna culpa. Yo ya me decía, esto a santo de qué. Eso de que me recojan en el aeropuerto, me traigan a este hotel, me alojen en esta suite, me pongan ese ramo de flores que se sale del megaflorero, me lleven a cenar… ¿todo eso lo había contratado yo en la agencia? No, claro que no. Todo eso era para la otra Inés. Que ya debe ser una tía importante, un pez literalmente gordo. Aunque volar, lo que se dice volar, ésa iba en clase turista, como yo. Las diez ya. Abajo estará Mauro esperando a la “auténtica”. Vamos, eso si a Mauro no le han dado ya la patada, por torpe, por confundirse, por recoger a otra y por liarla parda. No he tocado la maleta. Ahí sigue, cerrada. Espero que, de un momento a otro, me llamen para decirme que “lo sienten, que me tienen que dar otra habitación”. Ah, Santa Rita, Rita, haberse fijado. RIIIIIIIIIIINNNNNNNNNNNNNG. Ahí está. El teléfono de la habitación. Dejo que suene. Que suene hasta que se canse. Salgo a la terraza. Miro al mar, por donde se ha levantado el sol. Cierro los ojos y respiro hondo. Lo peor, lo que me temía, ya me está pasando.


X
Las diez y media. Toc, toc. Nudillos en la puerta. Ahora sí que sí. Toca dar la cara. Voy. Abro un palmo. No sé qué me da ¡Ostras, es Mauro! Vendrá a disculparse. Y a despedirse. “Buenos días, Inés, ¿te encuentras bien?”. No le contesto. “…te esperaba abajo, pero como no venías…”. “¿Seguro que me esperabas a mí?”. Pone una sonrisa en su cara. No entiende. O lo disimula muy bien. Niego con la cabeza. Ya ha durado bastante el tema. Le doy las gracias por todo. Y le digo que ya me apaño. Que ya me organizo yo sola. Le voy a dar con la puerta en las narices. “….entonces, ¿te espero en recepción a las once?”, me suelta. Segundos de tensión. Ay madre, ay madre. Estoy descuadrada. Éste se cree que sigo siendo la otra Inés. Éste es tonto. O se lo hace. Le repito bien clarito: “¿Seguro que me esperabas a mí?”. Responde con un gesto afirmativo. ¿Me basta con eso? “Bueno…., estoy abajo esperándote”. Se me nubla un poco la vista y se me quiebra la voz. Cuando va a darse la vuelta, le estiro de la manga y le empujo hacia dentro. Esperar, es mejor que esperes aquí arriba. Yo estaré lista en un periquete y no quiero que en el mientras tanto aparezca la Giménez con “g” y te toque irte con ella. Reabro la maleta, con Mauro a mi espalda, en busca de lo que me voy a poner. Estoy indecisa. “Ya verás. Ya verás como en cuanto salgamos a la calle, se pone a llover”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario