domingo, 1 de enero de 2012

Cosas que no son importantes



I
Allí arriba, sobre las gruesas ramas del árbol milenario, los dos amigos se sienten a salvo de imaginarias alimañas. Silvestre se encarama con la agilidad de un felino y puede quedarse colgando de un brazo y balancearse al tiempo con la gracia de un primate. A Bruno le cuesta más. Toma carrerilla, a la de una, a la de dos, y a la de... Plooof. Se queda clavado, se le encienden las mejillas, se le sale la camiseta y se le baja un poco el pantalón. Enseña la hucha por detrás. Se está escurriendo irremisiblemente de nuevo hacia abajo, cuando aparece oportuna la mano férrea del amigo, “eh, que cada día te pesa más el culo”, y lo iza hasta donde el tronco principal se bifurca. Allí arriba, sobre las gruesas ramas del árbol milenario, los dos amigos hablan hasta la caída del sol. “Oye, Bruno, esto que me has contado, fuera de aquí que no salga: no te mirarían bien”. El chico levanta la mirada. “Y por qué, si es la verdad”. Es verdad que puede decidir sobre las cosas que no son importantes y no trascienden. Lo tiene comprobado. Puede. Y eso no es cualquier cosa. “Nano, porque yo te conozco y sé cómo eres: pero los demás… los demás van a tomarte por loco y eso es lo peor… te harán la vida imposible”. Bruno se queda contrariado. Pensativo. Tira ramitas de madera seca hacia el vacío. En medio de la caída, las detiene en el aire. Se quedan quietas, como pendientes de un hilo, como en una foto fija. Porque eso no es importante y no trasciende. Silvestre no se da cuenta del fenómeno. Y Bruno vuelve al ataque: “¿Y a Melania tampoco?”. “A Melania menos que a nadie, hombre”. Buff, eso sí que joroba. Melania lo es todo para él. Es hora de bajar. Como si fuera de goma, Silvestre aterriza de un salto. Bruno no. Baja de espaldas, rascándose la barriga. Consigo mismo no funciona el “efecto ramita seca”. Por lo visto, eso sí sería trascendente. Mientras se alejan del árbol milenario, Bruno aún hace alguna probatura más. El cielo se tiñe de fucsia, de turquesa. Explota en colores el cielo. Lo que pasa es que Silvestre va a lo suyo, y no se percata. Todo el mundo sabe que un cambio de color más o menos en el cielo ni es importante ni va a ninguna parte.


II
Han pasado años. Aquellos tres que se acercan hablando animadamente son… sí, son ellos. Bruno, Silvestre, Melania. “¡El árbol sigue igual!”, exclama Silvestre. “Vaya: no se ha movido”, ironiza Melania. “Seguro que ahora ya no te subes arriba como te subías antes”, provoca Bruno a su amigo. “¿Que no?, vas a ver…”. “Quietecito”, detiene Melania, “no queremos que te rompas nada”. Se acercan. Buscan la sombra. Se sientan. Cuidado, hormigas: traseros aterrizando. “Bruno… ahora que ha pasado tiempo, si me dejas, le cuento a Melania lo que tú te creías cuando éramos nanos…”. Melania lo mira intrigada. Bruno se encoge de hombros, “bueno, cuéntaselo si quieres”. Silvestre empieza a hablar: “el muy ingenuo estaba convencido de que decidía sobre cosas sin importancia”. Risas. “Ah, pero que lo decía muy serio y se lo creía… menuda imaginación”. Ya ves. Cosas de Bruno. En éstas, Bruno tira una piedra que se queda suspendida en el aire. Nadie lo advierte. Y empieza a recitar en voz baja. “Qué murmuras, nano”. Nada. No tiene importancia. Ayer le dio por hojear una guía caducada de Minnesota y ahora la está repitiendo apellido por apellido, número por número. Se la sabe porque aprenderse eso ni es importante ni tiene trascendencia. Se acerca hasta el tronco del árbol milenario. Mira hacia la copa. Y Bruno piensa con amargura, que él ahí está de más, que no pinta nada, que se va a quedar con las ganas de decirle a Melania lo que siente por ella, porque intuye que, en cualquier momento éstos dos, éstos dos… Antes lo piensa, antes sucede. Al girarse, los ha encontrado enroscados, Silvestre y Melania, Melania y Silvestre, tumbados sobre las hormigas, ojos entornados, labios con labios. Al punto, se viene abajo. Pero luego recapacita. Suelta una risa floja. No todo está perdido. Aún hay esperanza para él. Si sus amigos están así, retozando bajo la gruesa sombra del árbol milenario, es porque él lo ha decidido. Entonces lo tiene claro: Está segurísimo de que este revolcón es una cosa que no va a ser importante, no tendrá ninguna trascendencia y por supuesto no irá a ninguna parte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario