domingo, 7 de agosto de 2011

El riesgo de ser tu prima



I
Porque es el “hijo de”, si no, a santo de qué iba a tener Jandro la suerte de trabajar durante los dos meses de verano en el cine-terraza Atenea. Cuando empezó, Jandro pensaba que Fidel, el dueño, le dejaría de buenas a primeras estar a cargo del proyector digital. Tecnología punta. Eso le hubiera entusiasmado. Pero de momento, no. De momento, coge la escoba y barre montañas de cáscaras de pipas mezcladas con arena de playa, papeles y palomitas; reparte las sillas de plástico blanco, que estaban apiladas, y las distribuye, de forma simétrica para que todas tengan un buen ángulo de visión. Y eso sí, desde la barra del bar, se empapa cada noche con la peli de estreno. Hoy, por ejemplo, toca “Los nietos de Enrique Alfarero”, una película de culto.

II
Fidel no está de buen humor. Al atardecer se ha levantado un viento molesto, y eso seguramente ha retraído a los veraneantes. “Esta noche palmamos pasta”, le ha dicho a Jandro. La meteorología no está acompañando estos días. Efectivamente, acuden una docena de espectadores mal contados. A las diez y media en punto empieza la proyección, invariablemente. A las doce menos cuarto, Fidel enciende las luces y la diapositiva del “Intermedio”. Bostezos, caras somnolientas mirando el reloj. Silencio. Nadie se levanta camino del bar a pedir ni una simple botella de agua mineral. Así que, con ganas de acabar pronto, la pausa dura tres minutos escasos. Jandro sube entonces a la sala de proyecciones. “Animaremos esto, no te preocupes”, le dice a Fidel, que tiene la moral tocada. “…además, la gente no ha venido porque Enriquito Alfarero está ya muy visto, por muy abuelo que sea ahora…”.

III
Buuuf, cómo quema el sol. El sudor resbala por las mejillas de Jandro. La gorra con visera no tapa lo suficiente. No hay parabrisas en el parking que no tenga el papelito con el programa del cine-terraza Atenea. Ya ha pasado por los bares del Paseo Marítimo, de uno en uno. Se ha acercado a las barras, y entre bocata de tortilla de patata y ración de calamares, ha ido hablando con cada uno de los encargados de los locales. Ha pegado en las cristaleras el anuncio de la peli de hoy, “El riesgo de ser tu prima”. Buena a rabiar, reparto de lujo, con Carlos Tejeda a la cabeza. Ha repartido entre los que almuerzan que tragan como si no hubieran comido nada en cuatro días. Y al salir del último, se ha cruzado con ella. Automáticamente, le ha dado un programa. Y al mismo tiempo, ella le ha ofrecido… “deuvedés”… con esa película, la de la prima. Se han quedado paralizados. “…somos competencia”, ha dicho Jandro. La chica se muestra un poco cortada y no abre la boca. “…hacemos una cosa”, le ha propuesto él, “…yo te compro una y tú vienes esta noche al Atenea”. No sabe qué hacer. Los de las mesitas del bar están con la antena puesta. Él se despide de aquella piratilla sin tener claro si van a volver a verse.

IV
Fidel tiene que ausentarse esta noche y le ha explicado a Jandro paso a paso cómo funciona el proyector. Por fin. Bravo, bravo, bravo. Y el chico, para dar a entender que el mecanismo es sencillo, ha prestado poca atención. Más bien ninguna. Esto tiene que ser como el mando de una tele. “Ahí están las instrucciones por si tienes alguna duda”, le ha dicho señalando un carpetazo de quinientas páginas. Luego se ha quedado solo, rascándose la cabeza. “…cómo me había dicho que se empezaba…”. Era ese botón. Duda. Luego no, está seguro. Que sí, que era ese botón rojo. Le da. No va. Al instante, un ruido. Ventilador en marcha. Ostras, que no, que no era ése. Aprieta de nuevo. No para. No para. El ruido es sospechoso y preocupante. Aprieta el puto botón rojo. No para el proyector. La bombilla hace “plooof”. Y huele a humo. ¡No, no, no! Estira del cable, del enchufe. Suelta. La máquina cede en su ímpetu y se para. Jandro no se lo explica. Catástrofe. Va al armario de las herramientas. Tiene que haber más bombillas de recambio. Con la carpeta de las instrucciones abierta por la página 82, empieza la “operación destripe”.

V
Las ocho. No hay manera. No sale la carcasa que recubre la bombilla.

VI
Las ocho y media. No hay manera. El casquillo de la bombilla nueva no entra de ninguna forma. Ni a martillazos.

VII
Las nueve. No hay manera. No se puede poner la carcasa tal y como estaba al principio.

VIII
Las nueve y media. Lo que faltaba. Y ahora por qué no se enciende la bombilla de los cojones.

IX
Las diez. Se abren las puertas. Hay ambientillo. Ha hecho efecto la campaña de propaganda mañanera. “El riesgo de ser tu prima” interesa a la gente.

X
Las diez y cuarto. Le duele todo. Le duelen las manos. Le duele la cabeza. Esto es un desastre. Ya está pensando en cómo pedirá disculpas al público y explicará que, “por causas técnicas” se suspende la proyección.

XI
Las diez y dieciséis. La bombilla se compadece y se enciende. Funciona. ¡Funciona!

XII
La película empieza, sin tráiler, a las diez y veinticinco. Más de medio aforo aún no había terminado de ocupar sus sillas de plástico.

XIII
Las once y media. Jandro da al botón pausa. Y los personajes se quedan congelados. Enciende las luces de emergencia. Tiene el micro de la megafonía preparado. Toc, toc, probando, probando. Despliega el folio que tenía preparado, y con música de violines de fondo, empieza a leer con voz engolada: “La Chocolatería de Colaso, en pleno centro del Paseo Marítimo, les propone las mejores mariscadas y los chocolates más deliciosos. La Chocolatería de Colaso, de aquí, hoy no paso”. Murmullos. Da igual. Jandro lee cinco propagandas más, y al final, anuncia, “Señoras, señores, hoy tenemos en nuestro bar el refresco de cola a cuarenta céntimos”. ¿Qué? ¿Cómo? Chancletas para qué os quiero. Jandro respira, ¡bien!, hoy volarán muchas de las latas que estaban a punto de caducar.

XIV
Las doce y veinte. Títulos de crédito. Luces. Murmullos. De verdad, la historia de la prima es un peliculón de los de empezar a llorar y no parar. La gente se levanta entre aturdida e impactada, conteniendo la lagrimita. Jandro está satisfecho. Al final todo ha salido bien. ¿Todo? Es cuando por la ventanita avista a la chica que sale desde un lateral. Estaba allí. Todo el tiempo. Y él sin caer en la cuenta. Plaf. Le da al botón pausa de nuevo, los letreros y la música quedan congelados, y baja, baja de dos en dos, los dieciséis escalones. Murmullo. Voces. Sale corriendo a la calle, donde ya casi todos se han dispersado. “¡Eh, tú, por favor, espera!”. Es que no sabe ni su nombre. Ella no se da por aludida, sigue andando, en dirección al paseo. La alcanza. Sin resuello. Ella no afloja el paso. Está molesta y se nota. Perdón, perdón y perdón. Habla. Habla él. Nadie alrededor. La playa duerme. Se escucha un “hasta mañana”. Y Jandro vuelve sobre sus pasos. Se llama Nadine. Ella se llama Nadine. En la terraza Atenea sólo queda Aparisi que le recrimina, “tío, dónde te habías metido”. Las sillas desordenadas. Y en la pantalla, petrificados, los agradecimientos, entre otros, al Ayuntamiento de Mediavilla, donde se rodaron algunos exteriores de la película.

XV
Batería de 9 voltios. Enganchada al portasillas de la bicicleta con cinta elástica. Walkman ochentero. Amplificador. Altavocillo de 200 watios. Jandro le da al play. Al principio se acopla. Pero suena como un tiro. Y empieza a pedalear. “ESTA NOCHE, EN EL CINE-TERRAZA ATENEO, EL GRAN ÉXITO DE LA TEMPORADA… EL RIESGO DE SER TU PRIMA… LA PELÍCULA QUE LE HARÁ CAMBIAR”. La gente, vestida de playa, le mira a su paso. Y qué. Cuánta megafonía. Desde una furgoneta que vende melones, “¡…cuatro melones a un euro, señora, compre melones de La Mancha…!”, le hacen la competencia. Allí se pierden los decibelios del equipillo que anuncia el cine de verano. Tiene que separarse de esa fuente de ruidos. Da un quiebro con la bicicleta, cambia el sentido en el paseo, “¡RECUERDE, EL RIESGO DE SER TU PRIMA, ESTA NOCHE A LAS DIEZ Y MEDIA!”. Cuando Jandro avista a Nadine, él acaba de ser parado por la policía local. Le están reprendiendo por liar ese escándalo. Para estas publicidades en vía urbana hay que pedir permiso. Nadine cruza por el otro lado, intentando pasar desapercibida, no sea que la enganchen también. Y Jandro se queda con las ganas de salir detrás de ella.

XVI
Aparisi, algo escandalizado, ya le contó a Fidel lo de la noche anterior. Lo de la propaganda. Y lo de los cuarenta céntimos. Lo de la bombilla no, porque no lo sabía. Fidel le espera para cantarle las cuarenta. Pero Jandro, la hora que es y las sillas sin poner, aún no ha aparecido. Son casi las nueve cuando el chico atraviesa la doble puerta del recinto Atenea. Con las dos manos carga con el carpetón de las instrucciones del proyector. “Me lo he llevado a casa para estudiarlo”, le ha explicado a Fidel, “…es impresionante, tiene un montón de posibilidades el cacharro éste”. Es cuando Fidel empieza la lista de reprimendas. Primero, por lo último: llegar tarde. Después por lo primero. Qué es eso de la propaganda en el intermedio. Lo tenía que haber hablado con él primero. Además, él no puede ver a los de La Chocolatería de Colaso. Menudos capullos. Y tras la bronca, le tiende la escoba. Hale, a barrer, que es tarde.

XVII
Hay tanto público o más que el día anterior. Noche apacible. En calma. Esta vez sí, Jandro ha estado atento. Ha estirado el cuello. ¿Vendrá o no vendrá? ¿Aparecerá Nadine hoy? Reprime un salto cuando la ve entrar. Termina de enjuagar unos vasos. No hay nadie esperando en la barra del Atenea. “Aparisi, ocúpate tú”. ¿Eh? ¿Cómo dices? Jandro ya no le oye. Ha salido al encuentro de Nadine.

XVIII
Antes de que lleguen las diez y media y empiece la proyección hablan. De cine. De sus películas favoritas. Las últimas que vieron. “¿De verdad no te importa ver de nuevo la de la prima?”, pregunta él. “No, para nada. Está bastante bien. Siempre acabas pillando detalles que se te escaparon la primera vez”.

XIX
Fidel está furioso. En su fuero interno, le ha gustado que el chico tenga impulso, que se haya movido lo inimaginable en un chaval de su edad publicitando el Atenea por toda la playa, y haya introducido algo de propaganda local en los intermedios No se lo va a reconocer, claro. Pero lo que ahora presencia es un acto de rebeldía en toda regla. Un abandono del puesto de trabajo, diríase. No, eso sí que no lo va a tolerar. Por mucho que sea hijo de quien es ¿Se puede saber qué narices hace Jandro sentado ahí, al lado de… al lado de… esa negrita?

XX
Parece que la película no termina nunca. Nadie pestañea. Nadine está muy tensa. Al lado, a Jandro le bailan las piernas. En un momento determinado, el personaje principal, interpretado por Carlos Tejeda, le dice a su amigo: “Nadine tiene que saber que puede confiar plenamente en Jandro”. Todo el patio de butacas de plástico está con el cuello levantado siguiendo la escena sin inmutarse. Nadine se revuelve hacia él, buscando explicaciones. Jandro se encoge, y se justifica: “…es que ese proyector tiene muchas posibilidades…”. Con un gesto, ambos se levantan. Y a oscuras, buscan la salida del Atenea. Fuera, en la calle vacía, tienen mucho recorrido. Mucho que hablarse. Mucho que conocerse.

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