lunes, 15 de agosto de 2011

El circuito naranja

I
Qué frío hace esta mañana. El sol apenas puede levantar la niebla. Junto a la entrada del Hotel, el autobús blanco y verde espera con el motor al ralentí. Los pasajeros ya están arriba. Se resisten a quitarse los chaquetones porque los asientos aún están helados. El conductor espera abajo. El humo del cigarrillo y el del vaho se mezclan. Al suelo con la colilla. La aplasta contra el asfalto. Mira el reloj, “ya teníamos que haber salido, pillaremos caravana”, murmura con evidente cabreo. Por detrás de las cristaleras automáticas aparece un tipo bajito. Lleva la tarjeta identificativa de “Circuitos Elguiri” prendida de la solapa de la chaqueta. “Buenos días”, saluda, “…perdón por el retraso”. El chófer no entiende nada: “…pero, ¿y Florián?”, le pregunta. El recién llegado responde: “Florián, el pobre, ha tenido una gastroenteritis y está que se va por la patilla…”. “…si lo he visto en el comedor desayunando y no me ha dicho nada…”. “…se ve que las napolitanas de chocolate le han acabado de descomponer del todo…”. “¿Y entonces, qué hacemos?”. “Pues nos vamos igual… yo soy su compañero… Hale, arriba, arriba, que se hace tarde…”. Desde dentro del bus, los pasajeros estiran el cuello, y quién es ése, qué pasa, qué pasa, por qué no arrancamos ya.

II
“Buenos días señores… lo primero, pedirles disculpas por estos minutitos de retraso, que intentaremos recuperar a lo largo de la mañana… y lo segundo explicarles que mi compañero Florián ha tenido una indisposición repentina, y no por eso les iba a aguar la fiesta a ustedes que no se lo merecen. Para eso he venido en su lugar. Casualmente, también me llamo Florián. Somos pocos, y en Circuitos Elguiri hemos venido a coincidir dos. Qué tal se me escucha por detrás. ¿Bien? Bueno, bueno… Tengo entendido que hoy nos vamos a Gorroperdido, ¿no? Pedazo de pueblo. Por el camino les explicaré un par de anécdotas que seguro les van a interesar. Trataré de hacerles más entretenido el trayecto, aunque yo no soy como otros guías, que tienen tendencia a... la diarrea verbal… je, je, perdón por el chiste… prefiero que ustedes descansen y eso sí, decirles los mejores apuntes para que ustedes se formen la mejor opinión…

III
“Queridos amigos y amigas de Circuitos Elguiri, para que no se me duerman, me van a permitir que les lea un pequeño relato que espero les guste… pertenece a un blog muy chulo que se llama El libro de las Ocurrencias. Luego se lo repito por si quieren tomar nota, no se preocupen. Aquí van apareciendo, semana a semana, interesantes historietas fáciles de leer, que tocan muchos temas… Éste que he elegido se titula El pintor de Escaleras. Como en esta historieta sale Gorroperdido, me ha parecido procedente mostrársela, y dice así: “….”

IV
Con buena dicción, el guía llega al punto final: “…ése es el cuadro que le falta por pintar. Mujer de espalda subiendo las escaleras”. Más silencio que en un cementerio. Se escucha el “trocotró” de las ruedas con el asfalto. El guía pregunta: “¿Qué? ¿Les ha gustado?”. La gente dormita. La gente mira el paisaje por la ventanilla. La gente escucha música con sus auriculares. “Si acaso”, amenaza, “dentro de un rato les leeré otro”. El autobús sigue, todavía muy rezagado, tragando kilómetros lentamente. .

V
“Bueno, señores, perdonen que les interrumpa de nuevo. Les ruego un poco de su atención. En Circuitos Elguiri siempre hemos buscado hacer algo diferente, algo mejor…”. Murmullos. “…es por eso que la próxima pausa, en lugar de realizarla en un área de servicio… la vamos a hacer en un campo de naranjos, así como suena…”. Más murmullos. “Los que quieran, pueden quedarse en el autobús, pero los que no, se pueden venir conmigo, porque a cuatro minutos andando, nos encontraremos con el huerto del tío Pasqualet… podrán ustedes hacer las fotografías que estimen oportunas, podrán ustedes coger naranjas directamente del árbol y disfrutar de una calidad, de una textura y de un dulzor indescriptibles”. Comentarios. Qué ha dicho. Qué dice éste. Qué ha bebido. “…eso sí, señores… no arranquen ninguna naranja que no se vayan a comer, y sobre todo, les ruego, que no se llenen los bolsos de naranjas… no sería solidario con los próximos grupos que vengan conmigo al huerto en los días venideros…”. El conductor protesta. “Esto no estaba hablado con la agencia… no sé yo si el autobús va a caber por esos caminitos”. El guía, antes de cerrar el micro, apunta: “…mientras tanto, les hablaré de lo que cuesta mantener un campo de naranjos y lo que se está pagando hoy en día por los intermediarios…”.

VI
Ordenadamente, los pasajeros van bajando del autobús. Al pie del camino, el guía les espera. “Iremos rapidito, señores, vayan siguiéndome y disfruten del paisaje. Por favor, anden con cuidado, no se me vayan a torcer ningún pie”. El guía emprende la marcha. Anda con la cabeza gacha, mirando el suelo. Campos de naranjos a ambos lados del camino rural. Todos vallados. Todos con las vallas rotas. Al poco, los últimos del grupo, le gritan: “¡Florián, coño, no vayas tan rápido, que hay gente mayor que no puede ir tan deprisa!”. El guía se para. Levanta la cabeza. Mira a un sitio. A otro. Y sin que nadie le oiga, murmura para sí, “joder, que me parece que me he confundido de camino…”.

VII
Los del grupo Circuitos Elguiri han irrumpido en el campo de Pasqualet a saco. Se han perdido entre las hileras de los vetustos naranjos. Se han puesto por separado. En grupo. De todas las maneras. Y han sacado ráfagas de fotografías. A los árboles. A las naranjas. El que menos sabe, parece que tiene un máster en variedades cítricas, por lo menos. Cogen naranjas de los árboles. La corteza es amable. Se deja pelar bien. Se les sale el zumo por la boca. Se ponen más morados de Vitamina C. “…moderación, señores, no se me vayan a poner malos ahora”. Hay quien ofrece su reino por una servilleta de papel. El guía tiene el cronómetro en la mano. Mira agachándose para que nadie, ninguno, se despiste y se vaya más lejos. Y les refiere satisfecho: “…ya les contaré, ya, la historia del primer Pasqualet, que llegó con los pobladores de Jaume I a estas tierras allá por el siglo XIII…”.

VIII
“¡Atención, señores, que nos vamos yendo….!”. Los más aplicados y puntuales ya se habían arremolinado en torno al guía. Los despistados se han pasado al otro campo, porque siempre parece que lo de los otros es mejor. El guía exclama contrariado: “… veo que hay bastantes naranjas en el suelo… eso no está nada bien… las instrucciones que di eran muy claras…”. Todos se miran unos a otros. Los culpables siempre son los demás. “…bueno, emprendemos el regreso al autobús para proseguir la excursión”. La vuelta al autobús cuesta la mitad de tiempo, porque ahora van en línea recta. Y a algunos, el doble de trabajo, porque en sus bolsos no les caben más naranjas.

IX
El conductor, en cuanto les ve llegar, le señala furioso: “¡ahí viene!”. Y un señor bajito y calvo que está a su lado, junto con una pareja de la guardia civil, grita como un poseso: “¡Sí, sí! ¡Ése es el hijo puta que me encerró con llave en el cuarto de baño del hotel!”. Los agentes avanzan hacia él dándole el alto. El guía de las naranjas los ve acercarse y se desprende de la tarjeta de identificación, tirándola al suelo. “Ya estamos aquí”, suspira. Los aproximadamente cincuenta viajeros se arremolinan en torno a él, pidiendo explicaciones. Pero qué pasa. Qué pasa. Un agente le refiere al otro: “Ostras macho, si a ése lo conozco yo, es el hijo del tío Pasqualet, el que no está bien…”. “...pues me parece que esta vez ha llegado un poco más lejos….”. En ese momento no pueden cruzar el cordón que, sin previo acuerdo, han formado los excursionistas. Conforman una piña protectora que no parece dispuesta a moverse. Y no se sabe, si acabarán llevándoselo al cuartelillo o, por el contrario, como pretenden todos a una, le permitirán que les guíe en el resto de la excursión, en lo que queda de Circuito Naranja.

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