I
A Irízar le cuesta acostumbrarse. Sobre todo porque durante años siempre ha sido de los fijos e indiscutibles. La grada ruge cuando el Supermardebé salta al campo. Son los gladiadores de nuestro tiempo. Él sale también. Esta vez tampoco es de la partida. Discretamente y por la zona de banda, se dirige hacia el banquillo, se sube el cuello de su inmaculado chándal y busca acomodo, al lado de Güime, el portero reserva, que tampoco es que juegue mucho que digamos. El gesto en el rostro de Irízar se torna impenetrable. Cualquier mueca que le traicione, seguro que en cuestión de minutos da la vuelta al mundo de las televisiones porque hay media docena de cámaras que le apuntan directamente. Así que sigue con aparente interés el partido. Celebra con los puños cerrados los muchos “huuuuy” que se van sucediendo. Salta cuando se rompe la lata del equipo contrario y los suyos meten un gol. Está en primera línea y escucha las indicaciones y los gritos del nuevo entrenador, de Petrus. Está pendiente de una mirada suya. Los minutos pasan. Ahora sería el momento adecuado de un revulsivo. Ahora sería cuando correspondería que le llamara a él, “¡Irízar, a calentar!”. Él sí tiene clara la visión de juego. Y ve con claridad los puntos vulnerables del equipo rival. Petrus se vuelve. Él se tensa. “¡Cajete, a calentar!”. Otro jarro de agua fría. Era el tercer cambio, el último. Irízar queda impertérrito. No se le tiene que notar que la procesión va por dentro. Mira hacia el suelo. Traga saliva. Por lo menos, por lo menos, de momento, él sigue entrando en todas las convocatorias.
II
Le quedan los entrenamientos. Y es escrupulosamente puntual. Para Irízar, cada sesión es una final. Y va a muerte. Corre a mil. Llega a casi todas. Le pega al balón y lo clava. No se le ha olvidado jugar. Y destaca. Y sabe que destaca. Y que va mejor que muchos compañeros. Pero no es él quien lo tiene que decir ni decidir. En los vestuarios no ríe las bromas porque no está para risas. Se abrocha en silencio la camisa. Algunos compañeros cantan en la ducha. Unos simulan el trombón. Otros la guitarra. Y el tambor, porrompompón, también hay muchos que hacen el tambor. Eso es porque a Petrus, en el césped, hoy se le ocurrió decir que este equipo es una gran orquesta. Y que cada uno tiene su partitura. Y que no quiere instrumentos desafinados. Y no ha mirado a nadie, Irízar. Él guarda las botas en la taquilla. La pandereta, seguramente ahora es la pandereta del grupo.
III
Gorteli, su representante, ha pagado las consumiciones y se ha despedido con una palmadita en la espalda, “ya hablaremos, piénsatelo, que yo te llamo la semana que viene”. Tenía que hacer unas gestiones en el banco y ya casi eran las doce y media. Irízar queda solo y resopla. Aún está impactado. Le ha dejado caer que tiene una oferta para él del Kaspia. ¿Del Kaspia? Madre mía, del Kaspia. Un equipo hundido en el pozo de la segunda división. Gorteli se lo ha vendido muy bien y le ha lanzado mensajes calculados: “Necesitan un tipo de tu nivel y tu valía”. “Allí respiran un ambiente sano”. “No hay envidias”. “Y la gestión económica es acertada”. “Para nada, de ninguna manera recalar allí es rebajarse”, le ha subrayado. Irízar está confuso. “¿Y no te ha llamado nadie más?”. “No”. Eso extraña y duele. Que no se acuerden de uno duele. Entonces es cuando él le ha pedido un tiempo para reflexionar. Y cuando a Gorteli le han entrado las prisas porque hoy cierran los bancos a la una. Ahora, camino del coche que dejó en el parking, toca el relieve del escudo del Supermardebé, en la camisa que lleva debajo de la chaqueta. Es más que un sentimiento. Es su vida. Si no, a santo de qué aguantaría tanto.
IV
Lo ha imaginado ya mil veces. Y de mil maneras. De nuevo, Irízar se ve sentado en el banquillo. El partido no va bien. Otra vez se consume el tiempo. Y Petrus se vuelve hacia ellos. “¡Irízar, a calentar!”. Cajete se queda cortado, con dos palmos de narices. Petrus lo coge del hombro y le da un par de indicaciones. Donde las dan las toman. Él tiene ahora en sus botas el futuro de Petrus. Corren rumores de que otra derrota más y Petrus va a la calle. El público increpa a todo el equipo. El árbitro autoriza el cambio. El linier revisa los tacos. Él sale disparado. De él puede depender que el tirano que lo recluyó siga o caiga. Sí, Irízar lo ha imaginado ya mil veces. Y en cada una de ellas, termina ocurriendo algo diferente.
V
Es por la mañana. Irízar aguarda al ascensor en el rellano de la escalera. Ha dormido mal. Anoche tuvo pesadillas. Justo en ese momento sale el vecino. Se saludan. Entran. Aprieta el botón de la planta baja. “Qué, sigues con el ERE temporal en la empresa”. Irízar afirma y le explica: “…de momento nos envían a cursos de formación… pero Petrus, el gerente, nos advirtió que estuviéramos preparados, que esperaban nuevos pedidos y cualquier día nos volvían a llamar…”. “La cosa está jodida”, sentencia el vecino. Ya. Es evidente. Se despiden en el patio. “…que vaya todo muy bien”. Irízar saca de la cartera una tarjeta. “Industrias Kaspia”. Hoy tiene la entrevista que le concertó Gorteli, el de la ETT. “Si te cogen en Kaspia ganarás menos, pero al menos es un trabajo”. Y no está el patio como para ir eligiendo. Irízar pasa por delante de un kiosko. En el lateral cuelgan los periódicos de hoy que destacan, en titulares, otra derrota del Supermardebé en casa.
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