I
La furgoneta se detiene junto a la puerta trasera del colegio. Son casi las diez de la mañana. A su encuentro sale Balbina. Hace una rasca importante, pero ella va con delantal y manga corta. “Te has retrasado”, reprende al repartidor, “luego estos minutos a mí me hacen falta”. El hombre no sabe cómo excusarse. Intenta darse prisa. Abre el portón. Y ella recoge un saco de patatas como si fuera una almohada de plumas. Menudo carácter tiene la señora. Él le sigue hacia la cocina cargando una caja de manzanas. Faltan las conservas y el cartón de los huevos, que quedan para el segundo viaje. Balbina firma un albarán, e insiste: “Mañana más vale que vengas pronto, si no, llamaré a tu competencia”. Balbina no gasta nunca bromas.
II
Balbina es una institución en el colegio. Por ella subsiste el comedor. Si no, estaría cerrado o contratarían un catering de fuera. La cocina es pequeña. Pero lo tiene todo organizado. Cada cosa en su sitio. Los azulejos blancos brillan inmaculados. Huele a lejía. Se sienta. A pelar patatas. Con dominio y maestría. Manos sueltas. Cuchillo afilado. Una, otra, otra más. Canturrea. “Quereeeeeerte asíiiiiii….”. Calla. Es que está pendiente del fuego. Del caldero, donde ya empieza a hervir el agua. Todo normal. Sigue. “….es querer ganar el cielo por amooooooooorrrr”. Si alguien la oyera desde fuera de la ventana se taparía los oídos. Pero Balbina se siente como si tuviera el acompañamiento de la Filarmónica de Mediavilla con los Coros de la Ópera Fina.
III
Ya es la hora. La una. Ya pueden pasar. En tropel irrumpen cuarenta nanos. Los mayores pasan por encima. Empujan. Saludan a Balbina. A gritos. ¿Qué has hecho hoy? ¿Lentejas? ¡Puaggg! Cuatro mesas alargadas, con sus bancos, para diez niños en cada una. Las jarras de aluminio, llenas de agua ya están preparadas. Una vez en sus sitios, hay un cierto silencio. Balbina es mucho Balbina y todos han aprendido que durante la comida se come y se habla lo justo. Aún así, hay algún músico, con el clink-clink de los cubiertos al golpear el cristal del vaso. Algún poeta en la clandestinidad, que marca en la parte inferior del tablero de madera, “Balbina me contamina”, ji, ji, ji. Y varios jugadores de baloncesto, que hacen canastas de tres puntos, lanzando migas de pan hasta el centro de los platos de las mesas colindantes, jo, jo, jo, “ha sido éste…”. Balbina los conoce a todos. Por ejemplo, sabe de sobra para quién aquellas lentejas serán la casi única comida del día. Y entonces, como quien no hace nada, a estos niños, les carga el plato hasta arriba.
IV
Bueno, y luego está Suso. El enclenque, el palillo, el más menudo con diferencia de todos, aunque no por edad. Las piernecitas, con las rodillas rascadas, casi no le llegan al suelo. Se sienta en el rincón y espera. Ese crío pasa del aire. No abre la boca. No come. No le gusta nada. Ay, pero qué malcriado tiene que estar en su casa. “A ver, Suso, qué excusa vas a poner hoy…”, le pregunta Balbina. La estrategia de Suso es cambiante. Es un maestro en remover el plato para que aparente haber menguado. Es un artista en poner caras de lástima. “Es que no tengo hambre…”. “Es que almorcé muy tarde…”. Los enormes ojos brillantes le ayudan. Y el chico demuestra paciencia. “¡Venga, Suso, que es para hoy!”. Espera, espera y espera. Se distrae con las moscas que pasan y buscan el canto de los platos. Se queda el último. Entonces se hace la hora de volver a clase, y Balbina no tiene más remedio que liberarlo, con dos advertencias: “Acabaré mandando una nota a tu casa y acabaré un día por no dejarte salir del comedor”. No, ya dijimos que Balbina no gasta bromas.
V
Pues hoy, oh sorpresa. Suso se ha vuelto a quedar el último, para variar, pero cuando Balbina ha ido a reprenderle una vez más por su lentitud, “las tortugas te ganarían”, ha encontrado su plato de lentejas casi vacío. Eso es un triunfo. Un gran paso. El niño la mira, todavía con cara de lástima, y ella le felicita, “¡Muy bien, Susito! ¿A que no estaban tan malas?”. Y se da la vuelta, y abre la despensa. Y saca, no se sabe de dónde, un trozo de chocolate de barra. Qué bueno. “Toma, campeón, te lo has ganado”. Suso lo coge. Directo a la boca, esto sí que lo mastica requetebién. Tiene el paso libre. Hoy aún le quedan, antes de entrar a clase, casi diez minutos de recreo en el patio. Eso, para quien está acostumbrado como él a no tener nada, es mucho.
VI
El que tuviera la ocurrencia de poner Matemáticas después de comer, se cubrió de gloria. Media clase bosteza y la otra media dormita con los ojos abiertos. De repente, llaman y se abre la puerta. Y todos espabilan. Quién es. Quién es. Es Balbina. Con su delantal, su manga corta. Qué hace allí la cocinera, interrumpiendo. Ella puede, ya quedamos en que es una institución. “Perdón, Agustín ¿puede salir Suso un momento?”. Suso se encoge en el pupitre. Agustín da la venia. Ante la curiosidad de todos, salen juntos, Balbina y Suso. Como todos los alumnos están en las aulas, en el silencio del corredor sus pasos tienen eco.
VII
Están en el comedor de nuevo. Balbina levanta la tapa del cubo de la basura. “Suso, ¿qué es esto?”. El niño se asoma. Chapapote de lentejas. Guarda silencio. “¿Qué es?”, pregunta ella de nuevo. “No sé”, contesta él. Balbina suspira. “Dos cosas no soporto”, dice marcando con el dedo, “…una; que se tire comida con el hambre que hay por ahí fuera; dos, que se digan mentiras…”. Él repite de nuevo, esta vez con voz temblorosa: “…yo no he sido…”.
VIII
Balbina enjuaga platos. Las manos regordetas agrietadas. Del agua fría y del jabón. Suso está sentado. Los bracitos cruzados. Desde la distancia, ella le pregunta: “Suso, ¿tienes algo que decirme?”. El niño se muerde los labios y niega con la cabeza. Ella, va colocando los platos en el escurridor, y canturrea: “…quererte así…. es querer ganar el cielo por amoooooooor”.
IX
Suso sentado. Balbina barre. La canción crece, no termina nunca: “…es luchar contra nadie en la batallaaaaaaa…”.
XL
Suso sigue sentado. Balbina con la fregona. E insiste con el estribillo: “…quererte a ti… es callar y esperar….”.
CCLI
No ha pasado mucho tiempo. Pero a Suso le parece que sí. La llama, “Balbina…”. Balbina se le acerca. “Qué, hijo”. Y Suso en voz muy baja, apenas audible, reconoce: “Balbina, he sido yo”. ZAAAAAAAASSS. Le ha cruzado la cara con un guantazo. “Ya te puedes ir, Suso”. Con la mejilla enrojecida y un ligero pitido en el oído, Suso sale. Balbina ya no canta.
MCMXII
“¡Susito! ¿No te acuerdas de mí?”. Suso, que salía de una tienda en Mardebé, se gira. Claro, por supuesto que se acuerda. Aunque han transcurrido un montón de años. Se dan dos besos. “¡Estás enorme, la de tiempo que hacía que no te veía!”. En cambio, a él Balbina le parece mucho más pequeña. Está mayor. Ahora es al revés: carga una almohada de plumas como si fuera un saco de patatas. Se quedan hablando unos minutos. Luego se despiden. Los dos tienen prisa. Antes de reemprender la marcha, Suso ve cómo ella se aleja. Y piensa. Conserva un afecto enorme por aquella mujer tan dura en apariencia, tan dulce de corazón. Sin resentimiento ni rencor. Sin embargo, él sigue a día de hoy sin probar una sola lenteja. Ya la ha perdido de vista. Reinicia el paso, tararea con nostalgia “quereeeeeeerte así”, y concluye que el Método de la Torta (a tiempo), al menos en su caso, funcionó sólo a medias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario