domingo, 30 de mayo de 2010

¡SORPRESA!: VOLVEMOS A SIRAIÑE

LA IDEA DE VICKY
Aquí me tenías como una idiota, pensando, a ver, a ver qué puede hacerte ilusión para el día de tu cumple. Alberto, ni imaginas la de vueltas que le he dado, porque me lo pones muy difícil. Si pienso en algo que no sea muy caro, en el acto lo descarto, porque sé que ya vas a ir tú directamente a comprártelo. De ropa, mejor que no. Está claro que una corbata te la acabarías poniendo, porque tú eres de variar mucho y repetir poco; pero me consta que no te entusiasman. Bueno, donde acerté de lleno porque no te lo esperabas fue en aquel Kublet que te compré hace dos años. Pero esto es una excepción. Y no te iba a regalar otro ahora. Que sepas que, con pocas esperanzas, me he recorrido los centros comerciales de arriba abajo, pensando en ti, no en mí. Poniéndome en tu lugar. Buscando algo que aún no hayas descubierto. Que te ilusione. Pero, tío, es que tienes de todo, como los niños mimados. Libros. Música. Relojes. Qué complicación, te lo aseguro.

Entonces se me ocurrió, y me pareció una idea genial, prepararte una sorpresa con carga sentimental. Más de una vez habías hablado de Aurelio, ése que está ahora en Siraiñe. Y como la última vez, cuando nos íbamos a la ópera de Mardebé, y pasamos por allí de rebote, sé que te quedaste con ganas de buscarlo, de verlo, y de reencontrarte con él después de tanto tiempo, pues… qué mejor detalle que preparar una visita. No es que a mí me encante el asunto especialmente, pero bueno, ahora se trata de ti. De tu regalo.

Lo hablé con Consue y también se apuntó a la iniciativa. “Alberto se va a emocionar seguro”. De paso, conocemos al gran genio que nos has contado que es, y él tiene noticia de la exitosa trayectoria de su mejor alumno, que entra en la frontera de los cuarenta tacos. Así que, las dos nos pusimos como locas a dejarlo todo atado y bien atado. No te creas que ha sido fácil, no. Porque Aurelios Fernández en Siraiñe, hay veintitrés, nada menos. El que buscamos no figura en ninguna red social. “¿Aurelio? Buenas, llamamos de parte de Alberto Medina (…) Lo siento, me habré equivocado, disculpe”. Y así, uno, y otro. Fuimos tachando de la lista. Éste no contesta. Aquél no es. La madre que lo trajo.

Entretanto, lo del alojamiento tampoco fue fácil. El Hotel Medieval estaba completo para ese fin de semana. Pero desde allí nos recomendaron una casita en pleno casco histórico. Las fotografías que aparecían en internet son muy bonitas. Confiamos en que hagan honor a la verdad. Hicimos la reserva. Volvemos pues a Siraiñe.

Y fue Consue la que dio con “nuestro” Aurelio. Un tío muy majo al teléfono. Nos cayó muy simpático. Inmediatamente se centró y supo de quién le hablábamos. Cómo no. Y lo agradeció... Faltaría más. Afirmó: “No se os podía haber ocurrido mejor sorpresa para Alberto”. Nos espera. Nos dio la dirección exacta. No se moverá de su casa. Que sí, que nos espera.

Con todo prácticamente organizado, y ya que tú empezabas a decir no sé qué de cenar aquí o allá para ese día, he tenido que destapar el lío que nos llevábamos entre manos. “Esos dos días tenemos plan”, te he anunciado. He visto cómo ha cambiado tu cara. Aún no entiendo por qué te has puesto así de energúmeno. Desde luego que no te reconozco. Hay que ver lo mal que te están sentando los cuarenta. ¿Pues sabes qué te digo? Directamente: Que te den.

LAS DISCULPAS DE ALBERTO

Vicky, te he pedido mil disculpas por mi torpeza. Sólo ha faltado ponerme de rodillas. Sé que has cogido un rebote de marca mayor y que eso tiene un arreglo complicado. Ahora bien; dicho esto; voy a descargarme y a intentar poner las cosas en su sitio. Es que no sé de dónde narices ha venido esa leyenda urbana según la cual yo echo de menos al viejo Aurelio. Es que ya me cansa que, después de tanto tiempo desde que él se marchara, todavía se acuerde la gente de él, me pregunte por él y me compare con él. Es que yo no abrí la boca cuando Rafita dijo de quedar en Siraiñe. Ni me pareció bien ni me pareció mal. Sólo hice un pequeño comentario, “Aurelio vive ahora allí”, y el resto de la historia ya lo montaste tú solita, Vicky. Resumiendo: Paso de Aurelio. Paso. Es que es más: no te quería contar que en realidad sí que nos lo encontramos en aquella ocasión. Y que me dio una pena infinita, porque vi una sombra atada a la maquinita y a una copa. Lo que oyes: él era aquel viejo ludópata alcoholizado que gastaba y gastaba mientras nosotros dábamos cuenta de la parrillada en aquel bar. Qué interés tiene entonces volver allí para encontrarnos un señor acabado. Qué sentido tiene ir. Espera…, no te irá a entrar ahora tu vena samaritana, ¿verdad? No empezarás con eso de “ahora más que nunca vamos a ayudarle, pobrecito mío”. Vicky, por favor, que te conozco…

EN CASA DE AURELIO

Me he dicho a mí misma, Consue: eres una privilegiada. Porque me encuentro como si estuviera viendo una película al ladito mismo de los personajes que la interpretan. Siento los acelerados latidos del corazón de Alberto. Y veo los parpadeos nerviosos de Vicky, que se muerde los labios. Rafita viene a dar testimonio con su réflex colgando del cuello Y luego yo, con mi abanico, espectadora de lo que va a suceder. Todos esperamos que nos abran la puerta de esta casa, en pleno centro de Siraiñe. Y los pájaros revolotean en zigzag de una punta a otra de la calle. No nos hacen esperar mucho. Nos recibe Aurelio, todo amabilidad, y nos invita a entrar. “Estáis en vuestra casa”. ¡Pero qué pasada! Una planta baja modernista, de principios del siglo XX. No falta ni un detalle en su decoración. Ni en los azulejos de las paredes. Ni en las lámparas que cuelgan de las vigas de madera. Aquí se respira a limpio. Da cosa hasta pisar el suelo. Levitaremos, pues. Qué hombre más afable, este Aurelio. Entra en escena, porque sigo pensando que esto es puro cine en directo, su mujer, Belén, y saluda primero a Alberto, “te han salido canas de señor interesante…”. Se conocían. Salimos al jardín, en la parte trasera de la vivienda. Nos sentamos. Muebles de teca. Aurelio cuenta que él pensaba que, una vez retirado, iba a tener tiempo para “sus cosas”, pero aún hay gente que se acuerda de él y le hace encargos. Nos enseña el último, por cierto. Parece el mando a distancia de un garaje. “Es un generador de plenos en máquinas tragaperras… ¡y funciona!”. Se ríe. La de horas que se ha tenido que pasar cara a las dichosas maquinitas. Alucinamos en colores. “Ahora tengo que preparar el antigenerador y el avisador de generadores para evitar que las revienten”. Noto que la cara de Alberto se descompone por segundos. Y Vicky también se da cuenta.

Aparece Belén portando una bandeja con pastas, vasos, refrescos, cervezas y unas botellas de coñac. “No, gracias, alcohol a estas horas no”, rehúsa Alberto. Aurelio explica: “¡Si es té frío! Lo prepara riquísimo Paco, el del bar la Perla… Como nos gusta tanto, se lo encargamos y lo rellena en botellas de licor, que nos traemos a pares…”. La segunda en la frente. No hace mucho calor, pero Alberto empieza a sudar.

La tarde transcurre lánguidamente. Hablamos de viajes. De fotos. De los lugares recónditos donde Aurelio ha estado. Este hombre es una mina. Rafita no da crédito; sabe de cámaras más que él mismo. Alberto y Vicky están como ausentes. A Rafita se le ocurre comentar: “Si escribieras tus memorias, te forrarías…” Y Aurelio, sin perder la sonrisa, responde: “…me falta ese capítulo en el que, a petición del aprendiz, prejubilan al maestro para que éste acceda a su puesto…”.

Con una nitidez brutal, y a cámara lenta, las miradas rezuman odio. Presiento que Alberto se va a levantar y va a devolver el golpe, con un directo a la mandíbula que diga: “ese capítulo que te falta debe de estar muy al principio de tu historia, más o menos cuando tú empezaste, seguramente…”. Efectivamente, Alberto se pone en pie. Pero está aturdido. Noqueado. Ahora, ahora abrirá la boca y soltará aquello de que “…conté a los de la empresa que te vi hace poco, les dije que eres un ludópata borracho…”. Pero tampoco. Toca el hombro de Aurelio, que sigue sentado con su generador de premios en la mano, y se dirige a Vicky, casi sin voz: “gracias por la sorpresa…”.

Luego sale. Alberto se va. Es lo que tiene ver esta película desde dentro. Parecía que a mí no me habían asignado ningún papel relevante en esta historia, y de repente, entro en acción y me veo detrás de él, “¡Espérame, Alberto!”. Y todos se sorprenden. Todos menos Vicky.

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