domingo, 28 de marzo de 2010

LA CAFETERA

Al principio del periodo escolar, a cualquier buen observador, apostado en la rotonda del Sur, no se le habría escapado que la empresa GORRI_LINES.COM era una compañía asimétrica. Y es que a eso de las 8:35, irrumpían en perfecta formación unos deslumbrantes autobuses de color verde; limpios, relucientes, al frente de los cuales iban sus respectivos conductores inmaculadamente uniformados, con su chaleco también verde, y su corbata a juego. El número 1, detrás el 2, después el 3, y cerrando la comitiva que tomaba la calle del colegio, el número 4. Después nada. Tráfico normal. Cinco minutos más tarde, nada, también tráfico normal. Pero al cabo de casi un cuarto de hora, temblaba el asfalto, BROOOOM, BROOOM, se escuchaba un rugido que no era de este mundo, y aparecía el número 5 de la “Gorri_Lines.com”. La vibración hecha autobús. Una cafetera que algún día fue verde con ruedas. Una reliquia del siglo pasado. Al volante, César, un conductor con las gafas de sol tipo Rambo al que no le cabía el traje. Definitivamente, ésta era una compañía asimétrica.

Aún no despuntaba el día, y el gigantón César recogía a Silvia, la cuidadora de la ruta 5. Se profesaban secreta admiración mutua, que nunca había pasado de ahí, porque ambos pertenecían a órbitas muy dispares. Después, tras unos cuantos semáforos y otros tantos chirridos, empezaba el lento goteo de las paradas, donde aguardaban alumnos y algunas mamás con sus nenes cogiditos de la mano. Y cada niño iba subiendo los peldaños a cuestas con su mochila azul, el bocata en papel de aluminio y unos cuantos kilos de sueño. “¡Hale, chavalotes, arriba, que tenemos que levantar el país!”. Los conocía a todos por sus nombres y para todos tenía algún cumplido o frase de ánimo.

Y es que César era un animador nato. Se preparaba a conciencia cada día sus viajes de ida y vuelta como lo podría hacer un locutor con su programa de radio. Las mañanas eran calmaditas. Les ofrecía una recopilación musical variada, y desde el micro, se atrevía a introducir las canciones de todos los estilos y colores. Por la tarde, los nanos llegaban generalmente rebotados y era otro show: César era un mago de los monólogos. Partiendo de que la seguridad es un tema muy serio, particularmente celebrado era el numerito que, pinza en la nariz, se iniciaba así: “Señoras y señores, tanto si ya han viajado anteriormente con Gorrilines punto com, como si es la primera vez que lo hacen, rogamos presten atención las instrucciones de seguridad, por ser específicas de esta cafetera”. Los asientos se venían abajo al ver al grandullón y su coreografía, señalando a ritmo de baile las puertas delanteras, la trasera y las ventanillas de seguridad, y reventaban cuando a base de soplidos hinchaba un salvavidas con patito amarillo incluido que guardaba debajo del asiento para la demostración. César contagiaba alegría y buen rollo. De esta manera, no sólo ningún pasajero de la ruta 5 se sentía marginado por viajar en tamaño cacharro, sino que se consideraba bien afortunado.

Ya por la tarde, era en la soledad del garaje Gorri_line.com donde el conductor pasaba revista al viejo autocar. Todo empezaba con una mopa en ristre y un bote de limpiador “bosque verde”, pero fácilmente podía terminar ajustando unos cables sueltos con un poco de cinta aislante y unos alicates.

Ocurrió una mañana que el BROOOOM, BROOOOM se tornó en un POOOOF, POOOOOF, y el motor de la cafetera se ahogó. César se percató de lo serio de la avería y tuvo tiempo justo para arrimarse hacia el arcén. Silvia pidió calma a los niños, y les indicó que no se movieran de sus sitios. Tráfico en hora punta. Bajó el chófer provisto de su chaleco antirreflectante y puso el triángulo a la distancia adecuada. Lo primero, sacar de allí a los chicos. Tiró de móvil y pidió refuerzos. El 1, el 2, el 3 ó el 4, daba igual. Cualquiera de ellos vendría en su socorro. “No podemos ir aún, César, tenemos otro viaje apalabrado con los otros autobuses”, la ira del Señor Gorri se desataba, como si atribuyera a César el escacharramiento del viejo 5. Apareció por aquel punto kilométrico la guardia civil. Documentación. Y mientras, los niños, desquiciados. Y Silvia, la que pedía tranquilidad, estaba de los nervios. César entonces sacó lo mejor de su talento, agotó su repertorio, hizo bises e incluso repartió botellitas de agua entre su “público”. Hasta que se acercó el número 3, arrimándose por detrás, en medio de un sonoro aplauso, por fin les recogían, y se produjo una ordenada y rápida evacuación. En cuestión de segundos, el autobús que acudía al rescate retomó la marcha. Quedó entonces la escena desierta, a pesar del tráfico intenso, con un César de pie, brazos en jarras, sudor en la mejilla, mirando hacia ninguna parte a través de sus gafas de espejo y a sus espaldas, una mole inerte, un esqueleto de chatarra.

Aquella misma tarde, en el colegio, se desató una avalancha de protestas. Padres indignados porque “no se podía discriminar a sus hijos asignándoles un transporte medieval”. Correos electrónicos a la dirección. Llamadas airadas a la centralita. El director, saliendo al paso, les anunció que ya había tomado la iniciativa (aunque no fuera del todo cierto), que ya había advertido seriamente a la compañía de transporte y que tenía un compromiso firme por parte de ellos: reemplazarían “ipso facto” aquel obsoleto autobús.

Casi al finalizar el periodo escolar, a cualquier buen observador, apostado en la rotonda del Sur, no se le habría escapado que la empresa GORRI_LINES.COM era una compañía asimétrica. Y es que a eso de las 8:35, irrumpían en perfecta formación unos deslumbrantes autobuses de color verde; limpios, relucientes, al frente de los cuales iban sus respectivos conductores inmaculadamente uniformados, con su chaleco también verde, y su corbata a juego. El número 1, detrás el 2, después el 3, y cerrando la comitiva que tomaba la calle del colegio, el número 4. Después nada. ¿Nada? ¿Cómo que nada? ¡Nada menos que la joya de la corona! ¡El Tren de Alta Velocidad del asfalto! ¡El clase preferente de la circulación! ¡El nuevo cinco! ¡Cinco! ¡Cinco estrellas verdes, que tenía aquella maravilla de la tecnología y del confort! Y al volante, un conductor trajeado con cara de palo que no era César. Definitivamente, ésta era una compañía asimétrica.

Habían pasado varias semanas. Era Junio y los termómetros en la calle rebasaban los cuarenta grados a las cinco y pico de la tarde, hora del regreso a casa. Pero dentro del nuevo 5 se estaba fresquito. Reinaba silencio, sopor y letargo entre los mullidos asientos. Entonces Silvia lo vio. “¡Mirad, es César!”. Andaba por la acera, con bermudas, camiseta, pero siempre con sus gafas de Rambo. El autobús se desequilibró, porque todos, todos, se arrimaron al flanco derecho. Aporrearon los cristales tintados. “¡EEEhhhhh! ¡Césaar!”. Al unísono, fue un clamor. CÉSAR, CÉSAR, CÉSAR. Hasta el cara de palo tuvo que hacer uso del claxon. CÉSAR, CÉSAR, CÉSAR. Éste, levantó ligeramente la mano, sin detenerse, a modo de saludo. CÉSAR, CÉSAR, CÉSAR. No le leyeron los labios, pero literalmente dijo: “¿No queríais coche nuevo? ¡pues jodeos con vuestro coche nuevo!”. El flamante 5 avanzó avenida abajo. Todos siguieron vitoreándole, mientras su figura se alejaba, se empequeñecía; y ya al doblar una calle, acababa desapareciendo engullida en una ciudad inmensa.


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