domingo, 22 de agosto de 2010

ARREBATOS

I
“Espera un minuto, Toni, no te vayas aún”. Su madre salió del dormitorio con una bolsa en las manos. Traía el regalo. “Feliz cumple, Toni”. Ella le dio un beso y a Toni no le dio tiempo de apartar la cara. No le gustaban nada las efusiones y las carantoñas. Él cogió la bolsa por el asa y extrajo un paquete envuelto en papel de muñequitos. Durante los primeros segundos intentó abrirlo con cuidado. Pero la paciencia le pudo, e inmediatamente rasgó el envoltorio y lo despellejó. Ropa. Respiró hondo. Era ropa. Una chaqueta. Dijo su madre: “Pruébatela, anda”. Y Toni contestó: “Yo no me pruebo esto”. Y añadió: “Vaya porquería”. La dejó caer en el sofá. “Ya la estás devolviendo”. Ella cambió un semblante de expectación por otro de decepción. “Es bien bonita… No te creas que me ha costado barata…”. Él se abrió paso, señalándole con el dedo, “…sabías de sobra que yo no quería eso…”. La madre quedó plantada. La cazadora tirada en el sofá. El papel de regalo hecho trizas en el suelo. Y los tabiques temblaron cuando Toni cerró de golpe la puerta de la calle.


II
Toni estaba convencido de que en Mardebé para que, en medio de aquel caos de tráfico, no le comieran a uno sólo se podía conducir de aquella manera. Con su moto, iba sorteando los coches, ahora se escoraba por la derecha, ahora por la izquierda, para salir de aquella chicane dando gas a tope con la mano derecha, mientras el tubarro soltaba todo el humo con todo el ruido del mundo. A más de uno dejaba atrás con la mano pegada al claxon porque se veía obligado a frenar bruscamente para no darle. Así, hasta llegar a la puerta del café Liberto, el punto de encuentro. En doce minutos había hecho el trayecto, más o menos. Mesas y sillas de plástico en la calle ocupaban la acera. Botellines de cerveza medio vacíos. Ató la rueda de delante, junto con el casco, a la farola, y se reajustó el pelo alborotado. Carla estaba allí, camuflada entre el grupo de amigas. “Tío, creía que ya no venías…”, le dijo como recibimiento. Toni se disculpó. Por un segundo temió que se le pasaba la oportunidad. Ella se levantó, “venga, vamos a dar una vuelta”. Él, ahí, lanzó un suspiro de alivio, se mordió los labios y pensó alborozado: “está por mí, Carla está por mí”. Envidia cochina de Guille y Quique, que intentaban aparentar indiferencia. Se despidieron del resto que los colegas. De nuevo, el casco, de nuevo el BROOOM BROOOOM. Pero esta vez, ella se cogía muy fuerte a su cintura y mostraba con rotundidad todo su muslamen; al tiempo que él hacía esfuerzos por dominar unos nervios que se transmitían directamente hacia el manillar. Cuando salieron calle abajo, en lugar de un consumado piloto, Toni parecía un tembloroso principiante.


III
Fueron a la playa, y anduvieron por donde el paseo marítimo. Se dijeron las palabras más dulces en las distancias más cortas. Por ser su cumple, ella le regaló una pulsera grabada y a él le pareció lo más de lo más. Un detallazo. Seguramente a esas horas por allí discurrían decenas de personas. Corriendo con auriculares. En bicicleta. En monopatín. Paseando al perro. Descalzas por la arena. Sentadas en los pretiles. Destapando una fiambrera. O tomando unas cañas en los chiringuitos. Pero Carla y Toni ni los vieron ni se dieron cuenta.

IV
Pasó el tiempo inexorable. Se había hecho una vez más muy tarde. Toni subía a oscuras por la escalera de la finca, todavía con la impronta y el recuerdo de ella. Carla, Carla, oh, Carla. Registraba ya el bolsillo en busca de las llaves, cuando le interceptó Lina, la vecina del rellano. Qué hacía allí aquella fisgona. “¡Chico…! ¿Dónde te habías metido?”. Toni se puso en guardia. “Tu padre ha estado llamándote yo no sé las veces…”. Miró el móvil. Estaba en modo silencio. Diez llamadas perdidas. Pero aquello era casi normal. “…que tu madre se ha puesto mala de repente, y que se la han llevado al Hospital… que vayas, que cuando llegues entres por Urgencias…”. Toni no encajó lo que acababa de oír. Abrió la puerta del piso. Y esperó en vano el olor de la cocina. El sonido de la tele. Las voces de sus padres. Sólo encontró luces apagadas. Desorden. La cazadora nueva tirada en el sofá y el papel de regalo arrugado y roto en el suelo.


V
Desde siempre aquellos recintos con aquel olor a desinfectante le habían dado aprensión. Esta vez no. Se sorprendió de ver la cantidad de gente, gente cansada, que abarrotaba aquella sala de espera. Y entre toda aquella masa angustiada, se mordía las uñas él mismo, con su padre y sus tíos. Con la mirada perdida en el pavimento de gres esperaban noticias. Transcurrieron muchos minutos, minutos eternos, hasta que la megafonía los llamó, “…familiares de Carolina Reverte…”, y padre e hijo se levantaron movidos por un resorte y con el corazón encogido.


VI
Su madre parecía dormida. Y Toni se pudo acercar a la cabecera de la cama. “…perdona lo de antes…, lo de la cazadora…”, le susurró al oído, “…ya sabes que, cuando me dan estos arrebatos, me pierdo, me puede mi mal genio…, grito y digo tonterías, pero luego no soy nadie…”. A Toni le costaba infinito seguir hablando. “…ahora te vas a poner mejor… y luego nos vamos a ir a casa… y no te preocupes de nada… porque entre papá y yo te vamos a cuidar… vas a ver cómo te vamos a cuidar…”. Fuerte nudo en la garganta. Imposible decir nada más. Invadida por una paz infinita, en la que ya no se sufre, su madre parecía dormida.

2 comentarios:

  1. Cuantas verdades y cuantos trozos de vidas reflejadas.

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  2. Puede que sigas dando pinceladas, pero tu relato “arrebatos” me ha emocionado mucho, gracias.
    Tessa, Valencia

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