domingo, 21 de marzo de 2010

VINILOS, TELÉFONOS DE RUEDA Y TANGOS

Era la época de los vinilos y los casetes. Se acababa el año, oscurecía temprano, y un helor intenso conservaba hasta las ideas más volátiles. En aquella cafetería de la avenida encontramos a Laura. Y su chaquetón. Y sus guantes. Y su bufanda de dos metros. Muy encogida por el frío, exprimía contra la cuchara la bolsita de la infusión. Hablaba con su amiga Clara. “Carlos se lo merece”, concluía. Con todo lo que había hecho él, era lo menos que ahora podían hacer todos: Corresponderle. Le había recordado cómo un año antes, Carlos había sido un entusiasta colaborador en el grupo de teatro del que Clara formaba parte. “Reconoce que sirvió de mucho”, apuntó Laura. Clara asentía, “es verdad”, no podía negarlo. Y entonces, ellas miraban el reloj, se hacía tarde, era entre semana ya les estarían esperando en casa, se ponían en pie, Clara pagaba, con una moneda de cien pesetas sobraba la mitad, y Laura le daba un montón de folios, “Sábado 15, 23:30 H, Café Liberto, Concierto de Carlos Tejeda”, para que los repartiera entre los componentes del grupo de teatro, “por cierto qué buena la representación última, magnífica”, “¿Sí? ¿te gustó?, repetiremos en Mardebé dentro de un mes… “. Y de despedida, dos besos, “gracias Clara, no faltes”. En la calle, las hojas volaban arrastradas por el viento.

Era la época de los teléfonos de rueda. Laura respiró hondo para contener su enorme timidez, pero no pudo evitar un titubeo cuando preguntó por Arturo. “Arturo, es para ti: Laura”. Y Arturo, que debería estar escuchando un disco a toda pastilla en su leonina habitación, dio un salto de alegría, “¿Laura?, ¡Dios existe!”, y avanzó corriendo en pijama y zapatillas hacia el auricular, porque al segundo imaginó que entre los dos surgiría por fin algo, podría haber un plan. “¡¡Laura, qué sorpresa…!!”. Ella no dio rodeos. “Carlos canta el Sábado y nosotros no vamos a fallarle”. A Arturo se le cayó el mundo a los pies y no se agachó a recogerlo. “Arturo, quién te ayudó en la adaptación de las partituras para la banda de Los cinco soles…”. Tras un silencio forzado, él repuso, “…tienes razón”. “Es lo menos que podemos hacer, va a ser una actuación memorable, avisa por favor a todos los que puedas de la banda”, concluyó Laura.

Era la época de unos balones de fútbol llamados “Tango”. Los gritos de “¡mía, mía, mía!”, “¡pásala ya!”, “¡cubrid al nueve que está solo!”, se entrecruzaban en el campo durante el entrenamiento. Y allí, en la fría y solitaria grada, esperaba Laura con su carpeta llena de fotocopias, en las que por cierto se había dejado un dineral, “Sábado 15, 23:30H, Café Liberto, Concierto de Carlos Tejeda”. Conocía al entrenador Elías, viejo conocido de su padre, que se extrañó de verla allí. “¿Carlos Tejeda?”. Aquel chico hacía semanas que no venía a entrenar. “Una lástima. Un buen defensor”. Y tuvo que explicarle cuál era la vocación de Carlos Tejeda. Y que, aquella musiquita que sonaba por la megafonía cada Domingo por la mañana, sí, sí, aquel himno psicodélico era obra y gracia del defensa Carlos. Y ahora, tenían que estar todos con él. Elías no sabía mucho de músicas, pero vio tal empuje en aquella Laurita, la hija de su amigo, que no tuvo más que recoger aquellas hojas que anunciaban el evento. “Hay que ir”, pidió con decisión.

Llegó aquel Sábado 15, y salió por cierto, mustio y lluvioso. A aquel día le faltaban apenas ya quince minutos en el café Liberto. Un tugurio en penumbra. Mesas bajas y taburetes. Medio vacío estaba el local; sólo los habituales con su quinto de cerveza. La música muy alta. Algunas copas en la barra. Humo flotante. Conversaciones interesadas. Allá, en una tarima de la pared del fondo, Carlos Tejeda, afinaba su guitarra. Levantó la mirada y no vio a nadie, a casi nadie que estuviera dispuesto a interrumpir su conversación para escucharle. Entonces vio entrar a Laura. Con su prima adosada, con su megachaquetón, y su bufanda kilométrica. Ella estaba allí. A él le latió con fuerza el pulso y dio gracias al cielo, porque no iba a dejarse la garganta ni la piel de los dedos en vano. Ella le dijo a su prima que era el humo, que le hacía llorar los ojos. En realidad, a Laura la invadía una mezcla de rabia e indignación por el nulo eco de su llamamiento. “Son unos ingratos de mierda”, exclamó. La prima la hizo callar. Sonaban ya los primeros acordes.

1 comentario:

  1. .... los vinilos, los teléfonos de rueda... qué recuerdos, son objetos de mis años mozos.

    ... el desengaño... también ha compartido algunos moomentos de mi vida.... ¿que le vamos a hacer?

    Gracias por tu relato.

    ResponderEliminar