lunes, 22 de junio de 2015

Diario de tu ausencia


I
A mí siempre me han dado calabazas. La primera, porque éramos muy niños. La siguiente, porque yo era un don nadie y no tenía con qué. La penúltima porque, simplemente qué me había creído. Hoy, esta tarde, después de muchos años, yo pensaba que mi sino cambiaría. Me lo decía el corazón en la fuerza con que latía. En el brillo de sus ojos. Me lo decía hasta el Capitán Blanco en el cariño que también le había cogido a Maria del Carmen, dedicándole siempre cuatro ladridos seguidos, guau-guau-guau-guau, exactos. Estaba a punto de pararse el mundo, expectante para que la balanza se inclinara hacia mi lado, para que me dijera que sí. Ha sido no. De repente se ha hecho de noche en medio del día más largo. El Capitán Blanco me sigue, a mi derecha, a mi izquierda, cruzándose y trabando mis pies, animándome. Hoy no hay quien me anime, fiel amigo. Hoy he recogido otra calabaza, la más grande. No es que ella no me quiera, que sí. Es que me ha dado un motivo que… me pellizco otra vez y me duele, luego esto que me está pasando es verdad… ya digo: el motivo que me ha dado no hay quien se lo crea.
 
II
…sólo a mí, por el cariño que me tiene y la sinceridad que me debe, me lo ha referido. Ella es un gen inquilino. “¿Un gen qué?”. Le dejo seguir su explicación. No tiene casa, cuerpo en propiedad. Cada año elige, escoge dónde va a vivir. Cuidadosamente. En función de unos criterios. Salud, posición, conocimientos. De la noche a la mañana, entra. Y se instala durante doce meses en una vida que no es la suya. La de Maria del Carmen, por ejemplo. “Habrás notado que yo no me parezco en nada a la Maria del Carmen que tú conocías de toda la vida”. Rebobino. Bueno, no sé, ahora que lo dice, tal vez. Ella escribe también un diario explicando sus aconteceres para que cuando la legítima propietaria despierte y regrese sepa qué ha sido de su vida durante este tiempo. Normalmente siempre les redirecciona la vida a mejor. Normalmente. Se muerde ahora los labios. Después me ha besado. Y yo me he quedado bloqueado. “…no debería haberte contado esto”. Me sale un “hace cuánto que eres así”. “…ufff… llevo por lo menos haciendo esto unos quinientos años”. Ja. No puede ser. Salgo a campo abierto. Para ver Gorroperdido a la distancia. No, no puede ser. No me creo nada, por supuesto ¿Cómo dijo que se llamaba eso? Un gen inquilino.
 
III
En la calle, frente a frente, topo con Maria del Carmen. Lleva el carrito de la compra. En este encuentro hay una mezcla de azoramiento y susto. Tierra, por favor, trágame. Nos cruzamos un saludo. Al instante, he notado que sí, que ella ya no es ella. En el rictus de su gesto. Canta mucho además porque El Capitán Blanco, que no es elemento sospechoso en esta historia, se ha acercado, la ha olisqueado, ha vuelto correteando hacia mí y no le ha dedicado ni medio ladrido.
 
X
He dormido bien. El sueño ha sido largo, intenso, placentero. El Capitán Blanco, se me tira encima, me saluda, efusivo. Eh, eh, pequeñín, qué te pasa. Le acaricio la testuz. Es como si no me hubiera visto desde hace un año. Yo me encuentro pletórico. Me miro al espejo. ¿Ehhhhhhhh? ¿Qué es ese cambio de look? ¿Qué ha pasado con mi melena? Me vuelvo a mirar bien. Ohhhhh. Tabletas de chocolate donde yo recuerdo que había michelines. Pero… pero ¿aquí qué ha pasado? Tengo hambre, tengo hambre… Voy descalzo hacia la nevera. ¿Eeeeehhhhhh? ¿Dónde están las galletitas? Qué hace ahí esa fruta… el agua mineral… esas verduras… ¿Y mis cervezasssss? Miro al Capitán Blanco. “Tú sabes algo”. De un salto me planto en la habitación. Ufffff, tanto orden me deslumbra. Desde cuándo. Abro el armario… ¡Socorroooo, cada cosa está en su sitio! De ahí, a mi reloj, a la tele. Estamos a 22 de Junio, sí. ¡Pero de 2015! ¡Arggg, he pasado un año durmiendo! Me asusto. Me contengo. Entro en pánico. Me abrazo al Capitán Blanco. Habla, habla, cuéntame. Es cuando reparo en la carpeta que hay encima de la mesa del comedor. Me acerco. Leo el título. Tiemblo. “DIARIO DE TU AUSENCIA”. Entiendo. Ella ha estado en mí. Cierro los ojos bañados en lágrimas. Después, me derrumbo.
 
CCC
“¡Señora, no tenga miedo, que el perro no hace nada! ¡Capitán Blanco, ven, ven aquí!”. Rápido, el can recula y viene a mi vera. Mecagüen. Esta tía me vocifera casi de todo. Por un momento me había parecido que ladraba cuatro veces. Cuatro. Pero ha sido una ilusión acústica. Sólo eran tres. El cuarto “guau” venía de ese perro que corretea por el parque. No me desanimo. Alguna vez será verdad. Por eso dejé hace dos años Gorroperdido y me vine a Mardebé. Intuyo que está por aquí, mezclada entre tanta gente. Confío en el olfato del Capitán Blanco. Querría darle las gracias por haberme hecho mejor cuando me intervino. Sobre todo querría decirle que no me importará para nada lo que digan los demás cuando crean que voy con una pareja distinta cada año. “¿A que a ti tampoco, campeón?”.  Un quiebro en la voz, una piel erizada, un no sé qué, me entra cuando mi querido Capitán Blanco responde nítidamente con un: “¡Guau-guau-guau-guau!”.


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