I
A mí siempre me han dado calabazas. La primera,
porque éramos muy niños. La siguiente, porque yo era un don nadie y no tenía con
qué. La penúltima porque, simplemente qué me había creído. Hoy, esta tarde, después
de muchos años, yo pensaba que mi sino cambiaría. Me lo decía el corazón en la
fuerza con que latía. En el brillo de sus ojos. Me lo decía hasta el Capitán
Blanco en el cariño que también le había cogido a Maria del Carmen, dedicándole
siempre cuatro ladridos seguidos, guau-guau-guau-guau, exactos. Estaba a punto
de pararse el mundo, expectante para que la balanza se inclinara hacia mi lado,
para que me dijera que sí. Ha sido no. De repente se ha hecho de noche en medio
del día más largo. El Capitán Blanco me sigue, a mi derecha, a mi izquierda, cruzándose y
trabando mis pies, animándome. Hoy no hay quien me anime, fiel amigo. Hoy he
recogido otra calabaza, la más grande. No es que ella no me quiera, que sí. Es
que me ha dado un motivo que… me pellizco otra vez y me duele, luego esto que me
está pasando es verdad… ya digo: el motivo que me ha dado no hay quien se lo
crea.
II
…sólo a mí, por el cariño que me tiene y la sinceridad
que me debe, me lo ha referido. Ella es un gen inquilino. “¿Un gen qué?”. Le dejo
seguir su explicación. No tiene casa, cuerpo en propiedad. Cada año elige,
escoge dónde va a vivir. Cuidadosamente. En función de unos criterios. Salud,
posición, conocimientos. De la noche a la mañana, entra. Y se instala durante
doce meses en una vida que no es la suya. La de Maria del Carmen, por ejemplo. “Habrás
notado que yo no me parezco en nada a la Maria del Carmen que tú conocías de
toda la vida”. Rebobino. Bueno, no sé, ahora que lo dice, tal vez. Ella escribe
también un diario explicando sus aconteceres para que cuando la legítima
propietaria despierte y regrese sepa qué ha sido de su vida durante este
tiempo. Normalmente siempre les redirecciona la vida a mejor. Normalmente. Se
muerde ahora los labios. Después me ha besado. Y yo me he quedado bloqueado. “…no
debería haberte contado esto”. Me sale un “hace cuánto que eres así”. “…ufff…
llevo por lo menos haciendo esto unos quinientos años”. Ja. No puede ser. Salgo
a campo abierto. Para ver Gorroperdido a la distancia. No, no puede ser. No me
creo nada, por supuesto ¿Cómo dijo que se llamaba eso? Un gen inquilino.
III
En la calle, frente a frente, topo con Maria del
Carmen. Lleva el carrito de la compra. En este encuentro hay una mezcla de
azoramiento y susto. Tierra, por favor, trágame. Nos cruzamos un saludo. Al
instante, he notado que sí, que ella ya no es ella. En el rictus de su gesto. Canta
mucho además porque El Capitán Blanco, que no es elemento sospechoso en esta
historia, se ha acercado, la ha olisqueado, ha vuelto correteando hacia mí y no
le ha dedicado ni medio ladrido.
X
He dormido bien. El sueño ha sido largo, intenso,
placentero. El Capitán Blanco, se me tira encima, me saluda, efusivo. Eh, eh,
pequeñín, qué te pasa. Le acaricio la testuz. Es como si no me hubiera visto
desde hace un año. Yo me encuentro pletórico. Me miro al espejo. ¿Ehhhhhhhh?
¿Qué es ese cambio de look? ¿Qué ha pasado con mi melena? Me vuelvo a mirar
bien. Ohhhhh. Tabletas de chocolate donde yo recuerdo que había michelines.
Pero… pero ¿aquí qué ha pasado? Tengo hambre, tengo hambre… Voy descalzo hacia
la nevera. ¿Eeeeehhhhhh? ¿Dónde están las galletitas? Qué hace ahí esa fruta… el
agua mineral… esas verduras… ¿Y mis cervezasssss? Miro al Capitán Blanco. “Tú
sabes algo”. De un salto me planto en la habitación. Ufffff, tanto orden me
deslumbra. Desde cuándo. Abro el armario… ¡Socorroooo, cada cosa está en su
sitio! De ahí, a mi reloj, a la tele. Estamos a 22 de Junio, sí. ¡Pero de 2015!
¡Arggg, he pasado un año durmiendo! Me asusto. Me contengo. Entro en pánico. Me
abrazo al Capitán Blanco. Habla, habla, cuéntame. Es cuando reparo en la
carpeta que hay encima de la mesa del comedor. Me acerco. Leo el título.
Tiemblo. “DIARIO DE TU AUSENCIA”. Entiendo. Ella ha estado en mí. Cierro los
ojos bañados en lágrimas. Después, me derrumbo.
CCC
“¡Señora, no tenga miedo, que el perro no hace
nada! ¡Capitán Blanco, ven, ven aquí!”. Rápido, el can recula y viene a mi
vera. Mecagüen. Esta tía me vocifera casi de todo. Por un momento me había
parecido que ladraba cuatro veces. Cuatro. Pero ha sido una ilusión acústica. Sólo
eran tres. El cuarto “guau” venía de ese perro que corretea por el parque. No
me desanimo. Alguna vez será verdad. Por eso dejé hace dos años Gorroperdido y
me vine a Mardebé. Intuyo que está por aquí, mezclada entre tanta gente. Confío
en el olfato del Capitán Blanco. Querría darle las gracias por haberme hecho
mejor cuando me intervino. Sobre todo querría decirle que no me importará para
nada lo que digan los demás cuando crean que voy con una pareja distinta cada
año. “¿A que a ti tampoco, campeón?”. Un
quiebro en la voz, una piel erizada, un no sé qué, me entra cuando mi querido
Capitán Blanco responde nítidamente con un: “¡Guau-guau-guau-guau!”.
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