domingo, 18 de enero de 2015

Conciencia de virus



I
Cada uno es lo que es y le toca lo que le toca. No tiene sentido que me siga preguntando por qué soy quien soy y sobre todo por qué soy como soy. No hay tu tía ni vuelta de hoja. Me guste más, me guste menos, éste es mi espacio y éste es mi tiempo. Y con las batallas que llevo peleadas, a estas alturas, ya debería tenerlo asumido. Pues no. Se me suele olvidar y sólo cuando choco con la realidad, para poder seguir vivo, lo recuerdo y me espabilo de repente. 

II
Este individuo no nos ha parecido mal. Por sus mofletes sonrosados y su andar desgarbado. Deambulaba por el centro comercial. Con las manos cargadas con bolsas. Allá que hemos ido. Desde la soplante del circuito de ventilación. Camuflados entre millares de partículas en suspensión. Ni se ha enterado el muy pardillo. No ha notado nada. Un poquillo de carraspera si acaso. Caramba, caramba, ecooooo ecooooo en su interior. Qué grande y espacioso resulta todo aquí dentro. Cuando por la noche ha llegado a su casa, nosotros ya teníamos ocupados sus centros neurálgicos. Y él, que sólo unas horas antes era pura fuerza bruta, se ha derrumbado y se ha venido abajo como un pelele. 

III
Con tanto inquilino nuevo, es normal que nuestro nuevo gigante sienta esa fatiga extrema, que su corazón lata más rápido para intentar repartir mejor a todas partes. Aquí estamos a nuestras anchas. Crecemos en número sin encontrar resistencia a nuestro paso. Es uno de los asentamientos más plácidos que recuerdo desde que tengo conciencia de virus. 

IV
Ahí sí me sale todo el orgullo que llevo dentro. Qué se habrá creído. Nuestro anfitrión no es más que nadie. Todo es cuestión de relatividades. Seguro que él, a su vez, está también viviendo a costa de y dentro de alguien más grande…  Entonces, ¿por qué criticar y denostarnos tanto? ¿Por qué? Que nos tire la primera piedra entonces si puede. Que se atreva. A ver si nos da. 

V
…normalmente no escucho a quien no tiene nada que decirme. Por eso me he sorprendido. Debía de ser una neurona o varias. Me llamaban. A mí. Y repetían una y otra vez una palabra: “parlamentar, parlamentar”. Ufff. He pedido un poco de silencio y orden a mis exaltados colegas. “Veamos qué es lo que nos quieren ofrecer”. 

VI
Antes de caer del todo en picado, nos han pedido moderación. Que les dejemos  respirar un poco. Que levantemos el pie del acelerador. Que tiene que haber para todos en este pastel. Detrás de mí, risotadas. Mis compañeros nunca han tenido ningún tipo de consideración. Pero un poco de razón no les falta a estas apuradas neuronas. Si seguimos a saco, en cuatro días nos vamos todos, ellas y nosotros, al garete. Plim, plam. He dado dos palmadas. “Señores, dos dedos de frente”, he pedido. He escuchado entre murmullos alguna protesta, “¿desde cuándo?”, “eso.. ¿dónde se ha visto?”. Pero la cordura, mi cordura, se ha impuesto. La fiebre, su fiebre, ha remitido. Y esta noche el hombrecillo en el que estamos todos ha podido conciliar medianamente bien el sueño. 

VII
El placer de hablar. De entenderse. De entrever cuánta sensibilidad esconde el de los mofletes. Mientras, a mis espaldas me están poniendo verde como un moco. Dicen que me están volviendo blandengue el ARN. Que a la primera que puedan me darán en los morros. Eso me irrita profundamente. Me revienta que estén tan ciegos, que no vean que velo por ellos. Les repito que, si lo hacemos bien, ha acabado nuestro nomadeo. Y lo subrayo: “Hemos venido aquí para quedarnos”. 

VIII
La he visto por sus ojos. Y he sentido la misma atracción. El mismo cariño. Irresistible. Qué desasosiego por tanta dulzura. Me ha hipnotizado. PLASHHH. Ha sido unánime e inmediata la reacción neuronal entre la que me encuentro: “A ella, por favor, ni le tosas, ni la toques, ni la mentes siquiera”. 

IX
No sé por qué no me terminan de creer. Que sí. Que es verdad. Que algunos de nosotros contagian optimismo, contagian buenhumor, contagian ganas de ayudar a los demás. “¡Anda ya!”, parece que rumian. Descreídos. Por qué no va a ser verdad. Si existe la noche es porque hay un día. Me piden que les dé detalles. Hmmmm. Vuelvo a empezar. “…basta un estornudo, y nada más entrar, se remangan y se ponen a construir codo con codo, hombro con hombro…”. Jolines. Les entra una risa de guasa. Que sí. Que son los menos. Que son raros. Pero que por ahí pululan en el aire virus positivos que son de lo bueno lo mejor. 

X
…de repente, gritos de alarma. En el fluido, un veneno. Lo chocante, lo antinatura, es que el tóxico no distingue entre los nuestros y los suyos propios. Hace estragos. Arrasa por donde pasa a propios y extraños. “¿ESTAMOS LOCOS O QUÉ?”, he recriminado desesperadamente a las voces neuronales. El mundo, ese mundo, mi mundo se acaba. Me he visto correr despavorido entre alaridos, llantos y llamadas desesperadas de auxilio. Sálvese quien pueda. He sentido el reproche entre mi gente, “tú y tus puñeteras consideraciones”. Sin tiempo para pensar, sin tiempo para nada, me he subido a las primeras cápsulas, las que saldrán a escape con las primeras toses del alba. Esto es un acabose. Un fin del mundo. En situaciones como ésta, es cuando recupero mi conciencia de virus, recordando que cada uno es lo que es y le toca lo que le toca.

1 comentario: