I
“Aquí no viene nadie”, digo volviendo a mirar el
reloj. Pasan diez minutos de las siete. Mi amigo Jordi, que hace las veces de
juez, estira el cuello hacia el camino y trata de contener mi impaciencia.
“Esperamos cinco minutos y, si no aparece, te damos el partido por ganado
debido a la no comparecencia del rival”. Asiento, me conformo. Dicen que Lucky
King regresaba hoy de un curso de verano en Tondon. Pero que vendría de cabeza
desde el aeropuerto porque tenía mucha ilusión por jugar. Él ya ha ganado aquí
los últimos tres años. Tres. Salgo de
nuevo a la pista. Me agacho para recoger una bola. Suelto un trallazo que
sacude la valla entera. Yo he sacrificado mi verano para llegar aquí. Horas y
horas de entrenamiento. Y Lucky es mi último verdadero obstáculo. Si paso, y el
reloj está a punto de decirme que voy a pasar, no encontraré un adversario de
la misma talla en semifinales. Y una vez ahí, a darlo todo por llegar a la
final. Y por ganarla. Lo veo. A tiro de piedra. Mi primer torneo serio. Y luego
vendrán más. A mí no, a mí no me puede pasar como a la lechera del cuento… A lo
lejos, tras la curva, escuchamos cómo se acerca un coche.
II
Las ruedas del 205 GTI negro derrapan en la grava.
Siete y cuarto en punto. Perfectamente equipado, lo veo bajar del asiento del
copiloto. “Ya está ahí”, dice Jordi, encogiéndose de hombros por una parte y
respirando aliviado por la otra. Mi pulso se acelera. Ha llegado el momento. Escucho
cómo queda con su primo para luego. “…haced el favor, recogedme a las ocho y
media”. Eso es que piensa acabar el partido por la vía rápida. Ja. Su primo le
recomienda: “…no le humilles”. El GTI derrapa de nuevo y, broooom, broooom,
sale acelerando. No habrá más espectadores pues que las hojas de los chopos, que
mecidas por la brisa, parecen cabecitas. Lucky baja las escalerillas hasta la
pista. Saluda. Pide disculpas por el retraso. “….es que del avión no sacaban
las maletas”. Mi devolución del saludo es hosca. Estoy concentrado. Venga.
¿Empezamos? Las primeras pelotas empiezan a pasar hacia un lado y hacia otro
por encima de la red.
III
Pues qué se creía. Le he salido respondón. Ya no
es el caballero que parecía cuando llegó. Corre como un desesperado a un lado y
al otro de la pista. Su impoluta camiseta cocodrilera está empapada por el
sudor. Aprieto mis puños. Celebro sin exteriorizar cada punto. Me auto-animo.
Vale. Bravo. Bien. Mi nueva raqueta de fibra de vidrio y yo formamos un todo. Es
como mi espada Tizona. Lo estoy cosiendo a mandobles y noto cómo, de un momento
a otro, él doblará el espinazo. Nada me distrae. Voy a por todas. Y, encima,
las bolas que envío hacia el otro lado, dan en la raya, entran, y salen rebotadas con efecto. “¡MUUUUUY BUENA,
RICHARD!”, escucho decir. Sí, ése es Jordi, que ha olvidado por un momento que
es el árbitro y se lleva las manos a la boca para tapársela. El chico no ha
podido contenerse.
IV
Con ese tiro cruzado, zassssssss, y con la ayuda
de la red, le he pillado a contrapié. Je, je. Y ya he llegado donde quería.
Cuarenta treinta en el juego. Y cinco a dos a mi favor. Lucky se toca la
rodilla y se duele. Ahora se acerca a la red, en el lateral donde está la silla
del árbitro. Qué pasa. Me llama. Le falta fuelle. Lo tengo contra las cuerdas. “…he
de confesar que he venido mareado del vuelo… algo que comí no me ha sentado
bien…”. Me mira a los ojos. Procuro mostrar una cara de póker. De escalera de
color, mejor. “…por otro lado… dentro de nada se hará de noche… y jugar sin ver
es…”. Mmmm. Dónde quiere llegar. “Propongo aplazar el partido y continuar
mañana por la mañana”. ¿Eh? ¿Cómo? Miro a mi amigo Jordi, mi juez. Se toma unos
segundos para conceder: “Si Richard no tiene inconveniente…”. Un momento. Un
momento. Al enemigo, ni agua. Si él no se encuentra bien, ajo y agua, que se
retire, yo gano el partido y en paz. Es lo justo. Trago saliva. Sin embargo, me
escucho diciendo con voz alta y clara: “Mañana, a las nueve en punto,
continuamos”. En ésas, aparece de nuevo el GTI, con las luces encendidas. Ocho
y media en punto. Mientras me agacho a recoger las bolas desperdigadas, pienso que
este sentido de la nobleza tan arraigado que tengo me tiene que traer muchos
disgustos.
V
Es madrugada. No puedo pegar ojo. Asomado a la
ventana bajo un manto de estrellas minúsculas, monto guardia. Acaricio la
victoria. Hice lo que mi sentido del deber me dictaba. Nada que reprocharme. Es
aquí cuando me viene a la cabeza, cuando me pregunto, si todo lo que nos tiene
que pasar está ya escrito en alguna parte. Me pregunto si es posible alterar,
levemente aunque sea, lo que nos tiene que pasar. Es que, en el caso de
conseguirlo, siempre quedaría como que esta alteración ya estaba escrita en el
guión original. Con estas disquisiciones, lo más normal es que termine por
hacerse de día. Y eso, definitivamente, sí que está bien escrito.
VI
Las nueve menos cinco. El sol se levanta por
encima de nuestras frentes y hoy castigará de lo lindo. No esperaba tanto
público. Se lo digo a Jordi. Lo interpreta: “…corrió la voz de lo que pasó ayer
y ya sabes, a la gente le gusta el morbo”. Sí: las gradas, casi siempre vacías,
están repletas de animadores. También está Berta. No, no me pongo nervioso. Es
motivante que esté ella. Eso me tiene que multiplicar las fuerzas. Claro que
sí. Ahí viene el 205 GTI, esta mañana, sin derrapes. Más modosito. Recién
peinado, polo nuevo, rosa pastel, baja Lucky King. Nos damos la mano. El
combate pues, continua donde se quedó.
VII
¡Jordi, no me jodas, la bola ha entrado!
VIII
No me lo puedo creer. Se acabó la química entre mi
Tizona y yo. Me quedo mirando la raqueta. ¿Es que tiene un agujero el cordaje?
Me lamento. Venga, venga, me digo, concentración. De tanta concentración y
rabia que le pongo, le doy un zurdazo a la pelota que la saco del campo. Lucky
ni pestañea con la cinta que recoge su pelo lacio. Así, igual, le di ayer, y
sin embargo, entró dentro, justo en la raya. Hoy no. Empieza a decaer la moral
en la tropa. O sea, en mí mismo.
IX
Un mar de lamentaciones inunda mi ánimo. Tenía que
haberle rematado cuando pude. Ahora es tarde, todo está cuesta arriba… voy de
parte a parte… me está machacando.
X
Me zumban los oídos. No oigo nada. A él le aplauden.
Vamos al centro. Y red con red, me tiende la mano. “Me lo pusiste muy difícil”,
me dice Lucky. No sé qué responderle. Leí en alguna parte, “más vale una
derrota con honra que cien victorias sin honor”, y me lo repito. Pero eso no
calma. Se me acercan Jordi y Berta. Por favor, por favor, que no me digan nada.
Traen caras de circunstancias. Jordi me da una palmada en el hombro. A lo
mejor, dentro de unos años, esto me lo tomo como un gran cumplido. Pero ahora
mismo hace el efecto que el alcohol tiene sobre una herida abierta. Escuece. Y
rabio. Sí: Lo he mandado a tomar por saco cuando me ha dicho: “…siempre podrás
decir que le hiciste dos bolas de set a Lucky King”.
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