domingo, 6 de febrero de 2011

El Banco del Tiempo (II)


LOS PRIMEROS MESES EN EL CONGELADOR

PRIMER MES

Se dieron un beso y un abrazo, por ese orden. Luego Diego se dirigió a la salida del centro sin darse la vuelta y respirando hondo. Inés sí se quedó mirándolo hasta que lo vio desaparecer, doblando el corredor. Diez meses pasan rápido. Diez meses vuelan. Salió del Banco del Tiempo, y retomó el coche que había aparcado en zona ORA. Ya al volante, puso música. Fue puñetera casualidad que sonara “Si tú no estás aquí”, de Rosana. No tuvo fuerzas para cambiar de emisora. Después vino “Te echo de menos”, de Kiko Veneno. Y el remate llegó con “Desde que tú te has ido”, de Mocedades. Él conducía absorto, en estado de shock. Al principio, tenía la sensación de que aquella despedida había sido sólo un “hasta luego”. Estaba convencido de que se encontrarían de nuevo a la hora de cenar. Y de que hablarían de cómo había pasado cada uno aquella jornada. Pero fue girar la llave de casa, entrar en el vacío recibidor, y no poder soportar aquel silencio. Entonces se enfrió y fue consciente. Despertó bruscamente de su aturdimiento, se cagó en todo, y tirado en el suelo estuvo llorando un buen rato.

SEGUNDO MES

Aunque suene a perogrullada, todo en la casa de Inés recordaba a Inés. Él tuvo que dar buena cuenta, antes de que caducaran, de los desnatados que compraban especialmente para ella. Luego, en la reposición, la nevera se fue llenando de natillas, su punto débil, y comidas preparadas. Él no era nada cocinero y eso se notaba. Al principio mantenía la puerta del despacho de Inés cerrada para que todo quedara tal como lo había dejado ella. Pero pasados unos días, tuvo la necesidad de abrir y entrar. Y ver sus fotos en los estantes, delante de un montón de libros simétricamente apilados. Repasó los títulos. Y de ahí a la vitrina de los álbumes, un paso. Ordenados, por fechas. Con la infancia de Inés. En blanco y negro. Con su momento progre. Con todos los viajes. Raro era el sitio donde ella no hubiera estado. Miraba con detenimiento todas las fotos. Algunas las había visto antes. Otras no. Perdía la noción del tiempo pasando páginas y páginas. Rostros que se repetían en determinadas épocas. Personas importantes en la vida de Inés. Él no, él todavía no. Él ya estaba en formato “jpg”, al fin y al cabo acababa de llegar como aquel que dice. “Nunca, nunca se termina de conocer a una persona del todo, aunque convivas con ella…”. De repente, miraba el reloj, y se alarmaba. “Ostras, si ya casi es de día”. Entonces se daba una ducha rápida, se arreglaba e iniciaba una nueva jornada camino del instituto habiendo dormido prácticamente nada. Ya faltaba un día menos para volver a verla.

TERCER MES

Aquel Sábado, Diego ya regresaba a casa, enfundado en una sudadera y con el periódico sujeto por el hombro. En ésas, un señor y una señora, lo abordaron en el portal. “¿Eres Diego?”. Él ya había reparado en ellos antes, al salir, porque no formaban parte del decorado habitual. Y ahora, mira por dónde, lo buscaban a él. “…somos los sobrinos de Inés”. Ah, bueno. Familia. Él se relajó. Pasad, pasad. Los invitó a subir. Y ellos le siguieron. Era verdad, que los dos hermanos le daban un lejano aire a Inés. Cuando entraron en la casa, empezaron a mirarlo todo con ademanes de inspector. Les ofreció café. Y aceptaron. Hablaron poco. Sin medias tintas, empezó él: “Oye, si te piensas que vas a quitarnos lo de nuestra tía, estás muy equivocado”. ¿Qué? ¿Cómo? Ella prosiguió: “… ya te estás largando de esta casa, porque te hemos puesto una denuncia como una catedral…, a ver si te crees que te va a resultar tan fácil”. “A mi tía la engañas, pero a nosotros no”. Diego resopló. Contó hasta cinco. Abrió la puerta de la entrada. Les señaló la salida. Recalcó: “Iros a la mierda”. Aquellos entendieron el gesto a la primera. Hicieron bien en hacerle caso. Caso contrario, los hubiera sacado a patadas. Con la puerta cerrada, aún escuchó: “Nos vemos en el juzgado, ladrón”. Dentro, en la cocina, el café humeante empezaba a salir.

CUARTO MES

Salía del Instituto con la maleta a reventar. Se llevaba los exámenes para corregirlos en la quietud de la noche. Pero antes hizo una visita a los lavabos de los profesores. Y en ésas, topó con Raimundo, el de inglés. Arrimado al espejo, levantando la cara, se estaba afeitando con una maquinilla. A Diego le chocó. “¿Qué haces?”. “…largo de contar. Me han tirado de casa”. Uf, vaya papeleta. Con ese drama, a Diego se le iba la concentración y no le salía el chorrito. “…una putada, Diego, me han gastado una putada”. Raimundo, compungido, resumió su historia en dos minutos. Terminaba con un: “…no tengo dónde ir”. Diego se secó las manos con papel contínuo. Le dijo: “Mañana nos vemos”. Entonces, Raimundo subrayó: “que-no-tengo-dónde-ir”.

Seis minutos después, por la acera, sorteando los excrementos caninos, caminaban juntos Diego y Raimundo. “…sólo serán unos días. Te debo una, amigo. Una muy gorda”.

Así se le metió un “okupa” en casa. Un día. Otro. Otro más. Era duro porque los víveres de la nevera menguaban a una velocidad alarmante. Sobre todo las natillas. Era duro porque Raimundo era un tío espeso en las cosas del aseo. Y era duro porque no paraba de hablar, en inglés, en castellano, porque se deshacía en elogios, agradecimientos eternos, parabienes. Qué gran persona eres, Diego. No sé cómo te voy a devolver este gran favor. Era un pesado.

Llegó la madrugada del undécimo día de ocupación. A Diego le vencía el sueño por cansancio. Raimundo, el apalancado, le dijo: “…voy a entrar en internet con tu ordenador, así leo ”. Bueno. Vale. Diego se aletargó. Minutos tarde escuchó un: “qué estómago tienes, tío, no sé cómo pudiste enrollarte con esta matusalén”. Aquél se había atrevido a abrir la carpeta de las fotos digitales. En la pantalla, aparecían Diego e Inés en una puesta de sol. Y aquello fue suficiente.

Los vecinos oyeron un “¡largo!” y un “¡fuera!”. Y luego, otra voz distinta con un: “…pero tío, ¿qué te he hecho? ¿estás loco?”. Y después, ya desde la calle, unos insultos impronunciables, ahogados por el ruido del camión de la basura.

QUINTO MES

En nochevieja y año nuevo a Diego le pesó el recuerdo de la ausencia de Inés. Lo mejor era que ya enfilaba el quinto mes de ausencia y que todo ese tiempo había pasado en un suspiro. Ni loco, ni harto de vino, en cuanto la tuviera delante la dejaría meterse de nuevo en aquella puñetera urna congelada. Por éstas.

Casi nunca recibía llamadas en el móvil. Por eso se extrañó tanto cuando sonó la musiquita, “Sin ti no soy nada”, de Amaral. Un número desconocido. “¿Diego? Diego, que soy Leticia”. Leticia con “ce”, recordó él. Ostras, Leticia. Quién le habría dado su número. Qué hacía ella en Mardebé. Cómo estaba. Mil preguntas amontonadas. Se le pasó en un segundo el aletargamiento, y accedió a tomar un café con ella. Después de todo, no le iba a hacer un feo, había pasado mucho tiempo. Qué sensación, cuando estuvieron frente a frente. Se cruzaron palabras como: estás igual, igual. Te veo muy bien. Un torrente de frases en ambos sentidos, contándose sus historias desde el punto en que la habían dejado allá por su época de estudiantes. Tras la cafetería, convinieron en que se les había quedado corto el lapsus de tiempo y acordaron ir a cenar para seguir hablando. “…con lo que te gustaban, aquí deben tener unas natillas fabulosas”, dijo ella al franquear el restaurante donde entraron. Y él, “está muy claro, en eso no he cambiado…”. Se contaron muchas, muchas cosas, y eso le sirvió a Diego para liberar tensión. Sin embargo, quedaron en el aire preguntas sin respuesta del tipo “qué nos pasó”.

De regreso a casa, con la bufanda en la mano y la parka desabrochada, bajo un cielo plagadito de estrellas, multitud de recuerdos se agolpaban en la cabeza de Diego. Curioso, de Inés, apenas ninguno, por primera vez en todos estos meses, Inés se difuminaba y perdía detalle en el conjunto de su memoria.

De lo que aconteció después en esta historia se da cuenta en la siguiente Entrada. Para el lector hay tres opciones: 1)Me da igual; 2)Me espero; 3)Reclamar ya la siguiente Entrada.

1 comentario:

  1. upsssssss yo diría que había contestado a la encuesta. Pero nolo veo. Ahí va de nuevo: Voto por la opción 3. Ya estoy esperando la continuación de la historia. Muchas gracias.

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