Para dedicarse a esto hay que tener verdadera vocación. Con exclusividad. Con una responsabilidad inmensa. Con una presión al límite. Con agotamiento físico y emocional. Sin horarios. Sin ayudas externas. Sin reconocimientos por parte de nadie. No hay dinero que compense este sacrificio. Perdonen ustedes, soy controlador personal.
Un trabajo penoso, oigan. Y yo estoy rompiendo un compromiso de máxima confidencialidad al escribir estas líneas. Y contarlo me puede costar muy caro, pero ya me da lo mismo, por algún sitio necesito descargar la tensión que me asfixia.
Y no crean que hasta aquí llega cualquiera, no. Empecé con una preparación muy dura e intensa. Multidisciplinar. Muchos candidatos y pocas plazas. Pero yo suponía por aquel entonces que estar aquí es llegar a la élite. Después de solaparme durante un tiempo con dos compañeros más veteranos (de los que después no he vuelto a saber nunca más), me asignaron a Pepe.
¿Pepe? ¿Me había matado a estudiar para ser el controlador de Pepe? Las órdenes no se comentan ni se discuten: simplemente se obedecen. Sería en lo sucesivo su controlador con la misma intensidad y profesionalidad que si se hubiera tratado del director General de la Multinacional Pasmina. Me dedicaría a hacerle la vida más llevadera para que fuera razonablemente feliz. Sería, en lo posible, su ángel de la guarda. Todo ello sin que se percatara lo más mínimo, por supuesto. Descarten ustedes esa vieja utopía de que "todos los seres humanos son iguales", porque van a comprobar que unos son más iguales que otros, sobre todo si tienen detrás un controlador personal.
Primero, me documenté. Tenía que conocer a fondo a Pepe. Desde su entorno (familia, amigos) hasta sus instintos más ocultos, pasando por su trabajo, su vivienda de entonces y su libreta de ahorros.
Hasta la fecha, no hay barrera informática que se me resista, por lo que tampoco fue muy difícil hacer un seguimiento de sus ingresos y sus gastos desde mi portátil. Y en esto Pepe era bastante sensato: nunca gastaba aquello que no tenía. Aún así, procuré que no tuviera que preocuparse por su sustento, y le di pistas para que acudiera a una entrevista de trabajo en Xenak. Otros quince, todos mucho mejor preparados que él, también se presentaron. Pero ninguno iba con controlador personal, je, je. El puesto se lo llevó Pepe, claro.
Poco a poco fui teniendo más y más calado a Pepe. En la primera revisión médica de su nueva empresa conseguí que le insertaran un localizador para que desde mi pantalla-radar no hubiera agujero en el que pudiera ocultarse.
Registré todas sus llamadas telefónicas. Créanme, algunas las escuchaba varias veces, no fuera a escaparse algún dato relevante. En relativamente poco tiempo, tuve a Pepe controlado.
Entre mis logros iniciales, puedo acordarme de aquellas entradas imposibles para la primera fila en el Palau; aquel descuento en la compra del coche, aquel ático con magníficas vistas cuyo comprador inicial se hizo inesperadamente atrás... y así una larga lista. Pepe se sorprendía de lo bien que le iban las cosas y lo achacaba a su buena fortuna.
A medida que, con mi invisible ayuda, Pepe fue progresando, su escala de valores también fue ascendiendo de forma imparable y mi trabajo complicándose geométricamente. Del calcetín de mercadillo al "executive soft FTY", por empezar por los pies. Del Ford Fiesta al Audi. De la tienda de campaña al Parador. Aún así, nada imposible, porque hasta ese momento todo para Pepe era "yo, yo y después también yo".
Pero Pepe empezó a sentirse afectado por lo que les sucedía a sus seres queridos. Asumía como propios los problemones de quienes le rodeaban. Incluso dramas muy gordos. A mí me supuso ampliar el radio de acción. Los resultados bajaron, y no fueron muy efectivas las maniobras de distracción que le lancé para intentar que se olvidara un poco de los demás.
Fue cuando me pidieron que me encargara también de Paco. ¿Paco? ¡con la que estaba cayendo con Pepe y encima me endosaban a Paco! Un pobre chaval en un barrio marginal. Sin cuenta corriente, sin móvil. Tendría que valerme de la épica, de las estrategias de los primeros controladores personales de la historia... Permítanme escribir claro: queriendo llegar a todo, empecé a ir de culo.
Pero esta mañana me han comunicado que me olvide de Pepe. No me lo esperaba. He cogido un rebote mayúsculo. Pepe se ha clavado tanto en mi vida, que sólo su felicidad colma la mía. He notado un nudo en mi garganta cuando hoy ya no he hecho nada por evitar que una paloma con el estómago flojo descargara inmisericorde sobre él toda su metralla. Le he visto aterrado, porque nunca antes le había pasado nada parecido (ya estaba yo para evitarlo). Me he cruzado con él por primera vez en muchos años (¡no me conoce!) y le he ofrecido un paquete de pañuelos. Luego he puesto rumbo hacia el barrio marginal, donde Paco espera (sin saberlo). Ya dije antes que las órdenes no se comentan ni se discuten, simplemente se obedecen. Recuerden ustedes, de momento, soy un controlador personal.
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